Si hay algo que la derecha y la izquierda tienen en común, es su fetichismo por luchar contra los espantajos, fantasmas imaginarios que representan amenazas autoritarias, que fueron motivo de verdadera preocupación en el pasado, pero que actualmente no representan peligro alguno. El espantajo que la izquierda política utiliza más a su favor –como sabemos– es el fascismo. La derecha, en cambio, utiliza al comunismo. La parte más inteligente del electorado, sin embargo, ya se ha dado cuenta de lo infantiles que son ambos lados del diagrama político, al presentarse como “soluciones oportunas” a problemas que no son amenazas reales.
La presentación y difusión de los espantajos por parte de las ideologías políticas sirve tanto para demonizar a sus enemigos políticos, como para legitimar una supuesta coordinación de esfuerzos en la sociedad, con la finalidad de protegerla del supuesto problema. De este modo, ambos bandos pueden reclamar o reivindicar un supuesto derecho a gobernar, alegando que se hace en interés de la población. En resumen, la difusión de espantajos que propagan amenazas imaginarias sirve para ampliar el alcance ideológico de una determinada facción política, al tiempo que reivindica su superioridad moral por ser capaz de combatir un supuesto problema –problema que, en muchos casos, ni siquiera existe.
Como sabemos, tanto la derecha como la izquierda recurren a menudo a hombres de paja en un intento de aterrorizar al electorado y presentarse como la solución a un problema concreto. La derecha política siempre ha utilizado el “comunismo” como una amenaza terrible para la que tiene la solución perfecta.
Con el desenfrenado giro a la izquierda que se ha producido en países vecinos como Venezuela y Argentina en las últimas décadas –y ello, con drásticas consecuencias–, la derecha ha vuelto a utilizar en los últimos años la oportuna amenaza del comunismo para atemorizar al electorado y presentarse como la solución definitiva a esa terrible calamidad.
Por supuesto, no pretendo menospreciar al comunismo. Las dictaduras comunistas han sido sin duda uno de los regímenes más opresivos, sanguinarios y genocidas de la historia y, hasta cierto punto, es comprensible que la población sienta pavor y miedo. Sin embargo, la derecha política siempre ha manifestado una cierta exageración del problema (especialmente en los últimos años), maximizando de forma oportunista los peligros inminentes de una amenaza comunista. Y lo hace exactamente de la misma manera que la izquierda, cuando utiliza al fascismo como hombre de paja.
Sin embargo, cuando analizamos la geopolítica con prudencia y objetividad, la constatación de que el comunismo no es una amenaza real en ninguna parte del mundo contemporáneo es muy clara. A menos que tenga la intención de trasladarte a Corea del Norte (y sé muy bien que no quiere ni hará eso), la verdad es que el comunismo –especialmente en su forma clásica, marxista-leninista– está muerto en la mayor parte del mundo. Esta ideología sólo sobrevive como régimen político en Corea del Norte, país que sigue siendo una especie de fósil, una reliquia de la Guerra Fría. Una nación que se ha congelado en el tiempo y lleva décadas estancada en 1950.
Sin embargo, ni siquiera en Corea del Norte existirá el comunismo para siempre. Con el tiempo, el país tendrá que adaptarse de un modo u otro cuando las circunstancias lo requieran. China y Vietnam –que en el pasado fueron dictaduras comunistas totalitarias– son excelentes ejemplos de países que se han visto obligados a adaptarse y a hacer sus economías mucho más libres y flexibles (y, en consecuencia, más capitalistas).
Así, aunque estos dos países han mantenido regímenes políticos excesivamente autoritarios, en las últimas décadas ambos se han visto obligados a adaptarse a las exigencias de la realidad, y a ampliar sus actividades productivas mediante reformas liberalizadoras que han otorgado más libertad económica a la población. Ésto se hizo en gran medida como reacción al exacerbado grado de pobreza, miseria y agotamiento material que existía en estos dos países, y que eran consecuencia directa de las políticas de planificación central de la economía, elaboradas por una cumbre de burócratas omnipotentes que no entendía absolutamente nada sobre cómo funciona realmente una sociedad. Y la parte que tardaron en comprender es que una sociedad funciona de forma totalmente descentralizada.
Por lo general, las reformas liberalizadoras siempre se han prefigurado como las primeras medidas a aplicar en los países que querían purgar la pobreza y la miseria que les había dejado el comunismo, para empezar a generar riqueza con el objetivo de convertirse en sociedades prósperas y funcionales. Ésto era inevitable en prácticamente todas las sociedades poscomunistas, dado que el comunismo es una utopía infantil que –precisamente por ignorar la realidad– sólo puede mantenerse durante un cierto periodo de tiempo.
Y si hay una constante en la historia del comunismo, es ésta: el hecho de que el régimen “funciona” durante un cierto período de tiempo (siempre sobre la base de la opresión y la tiranía), y luego se derrumba. Como resultado de su estructura económica disfuncional, el comunismo invariablemente se derrumba después de un cierto período de tiempo. Y los países que han experimentado la nefasta tragedia de los regímenes comunistas totalitarios (como Rumanía, Albania, Alemania Oriental, Camboya) así lo confirman.
Sin embargo, lo cierto es que el comunismo clásico está muerto y posiblemente no resucite jamás. Así que intentar difundir el comunismo como una amenaza real, no es más que un movimiento oportuno por parte de la derecha política para asustar a los votantes e intentar así ganar más simpatizantes.
Como he escrito más arriba, es necesario comprender el panorama geopolítico actual; y lo cierto es que el siglo XXI es drásticamente diferente del mundo en el que floreció el comunismo, estableciéndose dictaduras marxistas en países como Vietnam, Corea del Norte, China, la Unión Soviética, Laos, Rumanía, Albania, Camboya, Etiopía, Yugoslavia y Cuba, entre muchos otros.
Aunque hay comunistas empedernidos en muchos países del mundo, incluido Brasil, lo cierto es que hoy no tienen los medios, los recursos, el apoyo político y el respaldo popular –por no hablar del necesario financiamiento– para llevar a cabo golpes revolucionarios. Así que el comunismo sobrevive actualmente como el fetiche utópico de unos cientos de revolucionarios de piso universitario y teóricos de Youtube, que nunca serían capaces de poner en práctica sus ensoñaciones ideológicas, ni tendrían el valor de llevar a cabo ningún acto que pusiera en riesgo sus propias vidas.
Además, ya no estamos en la época de los golpes de estado. Es cierto que todavía se producen golpes de estado en países atrasados y subdesarrollados; países africanos como Gabón y países del sudeste asiático como Myanmar. Sin embargo, estos países son excepciones a la regla, que no hacen sino confirmar el patrón geopolítico actual. Y ese patrón es el de la idolatría democrática.
En la mayoría de los países del mundo ya no se producen golpes de estado –al menos no explícitamente– a través de falanges revolucionarias o con soldados y tanques en las calles. Cuando se producen, se llevan a cabo mediante elecciones democráticas fraudulentas, que sirven para dar una fachada de legitimidad al grupo que toma el poder. Y hay que señalar que, en su mayor parte, estos grupos casi nunca son comunistas. En la mayoría de los casos, casi siempre son una coalición de socialdemócratas y progresistas.
Es cierto que esta coalición es bastante horrible, y hace un excelente trabajo destruyendo países (especialmente en América Latina). Cuando tenemos comunistas marxistas-leninistas entre esta gente, suelen ser los disfuncionales del grupo, que no están a cargo de absolutamente nada –no tienen ningún tipo de poder real ni voz de mando. La amenaza real casi siempre proviene de coaliciones de socialdemócratas, progresistas y socialistas globalistas, que no tienen ni la más vaga noción de lo que es realmente el comunismo.
Sin embargo, debemos rechazar el oportunismo de la derecha política: la verdad es que el comunismo clásico está muerto. Y murió hace mucho tiempo. Y la pequeña fracción de la izquierda que está interesada en resucitarlo no tiene la capacidad, los medios, los recursos o la influencia para hacerlo. Así que pregonar el comunismo como una amenaza real no es más que oportunismo tendencioso por parte de la derecha política.
La izquierda hace exactamente lo mismo cuando intenta difundir el fascismo como una amenaza real que pone en peligro a toda la sociedad. El fascismo clásico ya no existe, y lo más probable es que nunca vuelva a existir. Al igual que el comunismo, hay simpatizantes de esta ideología repartidos por diferentes países del mundo. Sin embargo, estos individuos tampoco tienen los medios, recursos, capacidad o influencia para hacer que el fascismo resurja de sus cenizas, y se convierta en una ideología activa en la política práctica del mundo contemporáneo.
De hecho, el fascismo tiene incluso menos simpatizantes que el comunismo. En ciertos ambientes, como las redes sociales, es fácil toparse con individuos que no sólo defienden al comunismo, sino que se declaran comunistas con orgullo. Incluso el presidente de Brasil, Luiz Inácio da Silva (a) Lula, declaró en la inauguración de la 26ª edición del Foro de São Paulo, que tuvo lugar a finales de Junio del año pasado en Brasilia: “Nos ofendería que nos llamaran nazis, neofascistas, terroristas. Pero nunca comunistas o socialistas. Eso no nos ofende. A menudo nos enorgullece”.
En cuanto al fascismo, sin embargo, no vemos a nadie que se reconozca abiertamente como fascista, y mucho menos que afirme estar orgulloso de serlo. En otras palabras, el comunismo, en cierto modo, goza de un grado de santidad política e ideológica que simplemente no existe en el fascismo.
Lo más importante, sin embargo, es darse cuenta de que hoy tanto el fascismo como el comunismo están en gran medida muertos, enterrados, sepultados, especialmente en lo que se refiere a la política práctica. Estas dos ideologías sólo sobreviven como fetiches ideológicos de individuos disfuncionales con personalidades excéntricas, propensos a cultivar una nostalgia política de naturaleza altamente utópica e idealista (en cuyo corazón supura una rebelión adolescente tardía). Y ello porque se les ha hecho creer ingenuamente que su ideología favorita es capaz de rehabilitar a la sociedad y de salvarla de todos los males que la aquejan. Sin embargo, sabemos que estos individuos nunca han estudiado en profundidad las ideologías que tan ardientemente defienden en Internet.
Y es esencial comprender que –aunque estas dos ideologías tengan unos cuantos miles de entusiastas dispersos– nunca serán más que eso: fetiches ideológicos de individuos disfuncionales, que en el mejor de los casos y en el más prometedor, tendrán populares canales de YouTube, saturados de videos, todos básicamente variaciones sobre el mismo tema, donde difunden a miríadas de simpatizantes la ilusión de lo maravilloso que sería el mundo si su ideología favorita fuera la corriente política dominante en la sociedad.
A la vista de estos hechos, es razonable concluir que tanto el comunismo como el fascismo sirven en la actualidad únicamente como convenientes espantajos de ideologías políticas, que difunden el miedo a amenazas imaginarias entre el electorado, en un intento por ampliar su base de apoyo. Tanto los activistas de derecha como los de izquierda saben perfectamente que necesitan difundir el miedo para ganar más simpatizantes. Con la propagación del miedo, la población suele recurrir al estado en busca de protección. Así que la derecha y la izquierda sólo tienen que competir para ver quién es más convincente a la hora de difundir el miedo, y quién ofrece más ilusiones de seguridad. En realidad, se trata mucho más de una competición entre quién es más persuasivo, y quién tiene la mejor estrategia de marketing y publicidad para convencer a las masas de votantes ingenuos y desprevenidos.
Un análisis de la política actual, por tanto, muestra que la izquierda difunde la amenaza del fascismo de forma muy parecida a como la derecha difunde el miedo al comunismo. Ambos difunden espantajos, peligros abstractos e intangibles, que no suponen ninguna amenaza real en el mundo contemporáneo actual. Sin embargo y debido a la ignorancia popular, es fácil difundir estos miedos y hacer creer a la gente que son amenazas reales.
¿Le da miedo el fascismo? ¿Se esconde debajo de la cama porque teme que un gobierno terrible, autoritario y ultraconservador vaya a oprimirlo? No se preocupe. La izquierda política ha venido a rescatarlo.
¿O tiene miedo al comunismo, y cree en la posibilidad de que los marxistas colectivicen pronto los medios de producción y erradiquen la propiedad privada? Sus días de miedo y angustia han terminado. La derecha está aquí, y lo protegerá a usted y a su familia.
Por si estos espantajos no fueran suficientemente cómicos y anacrónicos, hay otros que nos garantizan una buena carcajada. La izquierda política, como bien sabemos, tiene otras cartas en la manga. El capitalismo y el patriarcado son otros dos espantajos utilizados a menudo por los militantes de izquierda. Según la ideología de este grupo de universitarios a los que les encanta disfrazarse de revolucionarios, el capitalismo es el principal responsable del atraso y el subdesarrollo de la nación, y el patriarcado es la institución omnipotente de hombres extremadamente poderosos que se reúnen periódicamente con el objetivo de oprimir a las mujeres pobres e indefensas de la sociedad.
Estos dos espantajos –capitalismo y patriarcado– son especialmente hilarantes, porque no se corresponden en absoluto con la realidad. En primer lugar, es el estado el que promueve el atraso y la regresión de la nación, con sus innumerables normativas, ordenanzas, decretos y requisitos burocráticos, que ponen en peligro cualquier posibilidad de progreso social y desarrollo económico de la sociedad. Según el índice de libertad económica de la Fundación Heritage, Brasil ocupa actualmente el puesto 127 (de 176 países), y está clasificado como un país cuya economía es Mayormente No Libre.
Por supuesto, la izquierda omite ésto. Como también omite decir a su base de apoyo que Brasil es el segundo país del mundo que más grava a las empresas, tiene el sistema fiscal más complejo del mundo, y es el país que más tiempo y recursos hace perder a las empresas privadas en servicios contables para cumplir con sus obligaciones fiscales. En otras palabras, en la práctica se roba a la empresa privada de forma ostentosa y recurrente, para que los políticos y los maharajás del estado puedan disfrutar de existencias excepcionalmente refinadas y nababescas, con abundancia de privilegios, prebendas y beneficios, todo ello debidamente financiado con dinero sustraído a la fuerza a la empresa privada. Pero no verá a la izquierda quejarse por ésto en ninguna parte. Después de todo, si abordaran esta cuestión, se verían obligados a admitir cuál es la verdadera raíz de los problemas de Brasil. Tendría que ser honesta y sincera. Y sabemos que la izquierda definitivamente no posee estas virtudes ni siquiera en el más mínimo grado.
La realidad muestra muy claramente que el capitalismo no es el problema de Brasil. Es exactamente lo contrario: el problema de Brasil es la ausencia de capitalismo (o poco capitalismo, escasez de capitalismo). Y lo que agrava este problema es precisamente el gobierno: un gobierno titánico, despilfarrador, caro, siempre expansivo, ultraextorsionador e hiperregulador, que no sólo reduce las oportunidades económicas en el mercado como resultado de su voraz y ostentoso terrorismo regulatorio, sino que también succiona lo poco que la sociedad consigue producir, con extrema voracidad y avaricia a través de impuestos excesivos.
La consecuencia directa de la intervención gubernamental en el mercado es la reducción de oportunidades, y la inexistencia de pequeñas y medianas empresas que –con más libertad económica– podrían existir y prosperar. Por lo tanto, la intervención gubernamental conducirá, directa e indirectamente, a una sociedad más pobre y miserable. Y es necesario relacionar ésto proporcionalmente con el grado de intervención del gobierno en la economía, que es excepcionalmente denso en Brasil.
Así, podemos decir sin sombra de duda que es el gobierno el que genera pobreza y miseria en la sociedad. Por el contrario, es la iniciativa privada la que genera prosperidad y riqueza (o al menos lo intenta).
En cuanto al supuesto patriarcado que oprime a las mujeres, es un elemento ideológico fundamental del izquierdismo alienado, tan cómico como el mito fantasioso del malvado capitalismo.
En realidad, vivimos en una sociedad que prioriza el bienestar de las mujeres por sobre el de los hombres. De hecho, la sociedad occidental en general no duda en sacrificar a los hombres, del mismo modo que no oculta su predilección por la seguridad, el bienestar y la defensa de los derechos de las mujeres. Aunque el sufrimiento humano es cuantitativamente común a ambos sexos, los hombres sufren mucho más. No hay forma de comparar: las mujeres perderán en cualquier circunstancia, y perderán por márgenes amplios, totalmente desproporcionados.
En Brasil, 92% de las personas asesinadas son hombres (lo que echa por tierra la teoría de la supuesta ola de “feminicidios” que afecta a la sociedad). 79% de los suicidas son hombres. 84% de las personas sin hogar son hombres. Y como realizan la mayoría de los trabajos y actividades de riesgo, los hombres representan 91% de las víctimas de accidentes laborales. Los hombres son incluso la mayoría de las víctimas de violación. ¿Qué creen que ocurre a gran escala en las cárceles brasileñas? Pero absolutamente nadie habla de ello.
Por si fuera poco, a pesar de tener una mayor esperanza de vida, las mujeres se jubilan antes que los hombres. Es decir, en la práctica vivimos en un sistema en el que todos los hombres tienen que trabajar para subvencionar a todas las mujeres. Si las mujeres viven más pero tienen que trabajar menos, entonces es razonable concluir que todos los hombres trabajan obligatoriamente para financiar un sistema supremacista ginocéntrico.
Ahora le pregunto: ¿qué clase de patriarcado es el que mata y sacrifica mayoritariamente a los hombres, mientras prioriza el bienestar y la seguridad de las mujeres, con un número desproporcionado de privilegios, beneficios y leyes que no tienen homólogos masculinos?
La verdad, simple y llanamente, es que no vivimos en un patriarcado. Ningún país de Occidente es verdaderamente patriarcal. Hay hombres poderosos en la sociedad, pero son una minoría en comparación con el número de hombres corrientes. Este patriarcado machista, sexista y dominante que supuestamente controla la sociedad y oprime a las mujeres, sólo existe en la fértil imaginación de las activistas feministas y los grandes medios de comunicación corporativos.
Además, las feministas pueden protestar contra el patriarcado imaginario a voluntad, en cualquier país de Occidente. No se les prohibirá expresarse de ninguna manera. Todo lo contrario. Siempre que sea conveniente, los principales medios de comunicación estarán dispuestos a celebrar a las mujeres “independientes” y “empoderadas” que desafían las normas y standards sociales imperantes, impuestos por el sistema “machista” y “sexista” en el que supuestamente vivimos.
La verdad es, sin embargo, que es muy fácil comportarse histéricamente, celebrar tediosas protestas y fingir estar oprimidas en países donde no hay una verdadera oposición sistémica al feminismo y al ginocentrismo. Lo que hay, de hecho, es tanto condescendencia patológica como incentivos políticos e ideológicos para alimentar la histeria supremacista femenina.
Cuando las feministas decidan protestar en sociedades y países verdaderamente patriarcales –como Arabia Saudí, Pakistán, Irán, Yemen o Qatar–, que me lo graben todo para verlo. Hasta que eso ocurra, voy a tratar al feminismo como lo que realmente es: histeria supremacista de mujeres necesitadas, cuya infancia estuvo muy probablemente marcada por un padre ausente.
Es esencial combatir las amenazas reales
Con tantas amenazas reales que promueven efectivamente la restricción de las libertades con el objetivo de oprimir al individuo, es un gran derroche de recursos y energía desgastarse luchando contra peligros imaginarios y fantasmas ilusorios. No faltan enemigos reales en el mundo contemporáneo: ideologías altamente opresivas de carácter totalitario, que no toleran la divergencia ni la disidencia, ni siquiera en un grado mínimo: esos son los verdaderos antagonistas, las verdaderas amenazas a la libertad.
El ecologismo, el globalismo, las dictaduras judiciales y el totalitarismo progresista políticamente correcto [wokeismo] son actualmente las mayores amenazas para el individuo y para el mantenimiento de las libertades individuales. Éstas son las amenazas que deben combatirse eficazmente en la sociedad occidental contemporánea, de manera feroz e intransigente. No son el comunismo, el capitalismo, el fascismo o el patriarcado los que amenazan a la sociedad. Como se explica en este artículo, no son más que espantajos de grupos ideológicos que siembran el miedo entre su electorado en busca de privilegios, notoriedad, poder político y ampliación de su esfera de influencia.
Además, luchar contra las abstracciones es mucho más fácil que luchar contra la tiranía concreta. Subirse a un escenario, interpretar a un personaje indignado por las injusticias sociales, y estar dispuesto a pronunciar un bonito discurso con mucha teatralidad y bellas palabras contra el fascismo – gesticulando con convicción y vehemencia– es algo completamente desprovisto de riesgo. En cambio, luchar contra partidos oligárquicos, contra un poder judicial tiránico y corrupto, o contra empresas poderosas y omnipotentes con enorme influencia política, exige un enorme coraje y determinación.
En el mundo actual, el ecologismo, el globalismo, las dictaduras judiciales y el totalitarismo progresista políticamente correcto, son las verdaderas amenazas. Estas son las ideologías y los movimientos políticos que –a través de los poderes fácticos– están extendiendo la censura, restringiendo los derechos individuales y erradicando la libertad económica, dejando al individuo como rehén de políticas estatales ostensiblemente tiránicas y arbitrarias, que dan prioridad a la lucha a gran escala contra los llamados delitos sin víctimas. Esta expresión, por definición, se refiere a delitos imaginarios que penalizan a personas inocentes, simplemente porque supuestamente han violado alguna norma aleatoria del estado, que el gobierno ha creado como prerrogativa legal para ejercer su omnipotente control autoritario sobre los ciudadanos, o para beneficiar a determinados grupos de interés, que están muy bien representados a través de grupos de presión organizados, y ostentan un alto grado de influencia en los organismos gubernamentales.
Conclusión
Repito: no son el capitalismo, el fascismo, el comunismo o el patriarcado los que están erradicando gradualmente nuestras libertades individuales. Es el globalismo, el ecologismo, la tiranía progresista políticamente correcta, y las dictaduras judiciales.
Con leyes tiránicas que prácticamente hacen imposible la libertad de expresión, la dictadura políticamente correcta es actualmente responsable en gran medida de imponer la censura. Y mediante una legislación tiránica y normativa abiertamente restrictiva, el ecologismo es probablemente la mayor amenaza para la libertad de cualquier sector productivo del mercado. La imposición de demasiadas restricciones y regulaciones arbitrarias pone en grave peligro –de diversas formas y maneras– la prosperidad de los individuos y la calidad de vida de la población.
De hecho, la ideología ecologista actual, especialmente a través de la labor de las ONG y el activismo ecologista, es en gran medida responsable de la falta de desarrollo en muchos países del mundo. Con el pretexto de proteger determinados bosques y la fauna existente, los activistas ecologistas y las organizaciones de protección del medio ambiente consiguen impedir el desarrollo de regiones enteras. Y así, estas regiones permanecen empobrecidas, miserables, subdesarrolladas, sin ninguna infraestructura y, en consecuencia, condenadas permanentemente a la miseria y al abandono, todo ello bajo el pretexto de que son zonas “protegidas”, mantenidas para su “preservación”.
Es inequívoco que el ecologismo es responsable en gran medida de la extensión y normalización de la pobreza en diversos países y regiones del mundo, ya que los activistas ecologistas combaten activamente cualquier posibilidad de desarrollo –lo que incluye la acción voluntaria del mercado, del sector privado, y de toda y cualquier actividad productiva.
Con tantas ideologías autoritarias y tanta opresión que combatir, es muy estúpido perder el tiempo luchando contra amenazas imaginarias. La libertad se ve amenazada (y gradualmente suprimida) a diario por enemigos reales. Así que ya es hora de dejar de luchar contra el “comunismo” o el “fascismo”, y pasar al frente de batalla, donde tiene lugar el combate real, y donde el autoritarismo está realmente presente, erradicando las libertades individuales poco a poco.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko