Buchanan y Milei: un análisis rothbardiano

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    Durante el último año, distintos libertarios han analizado la figura y el fenómeno de Javier Milei. Algunos han sabido mantener la calma y otros han sido atrapados por el entusiasmo, el sesgo o la falta información relevante. Hasta donde sé, nadie ha presentado un análisis detallado sobre lo que Rothbard realmente hubiera pensado de Milei. Para esto, no basta la teoría, también se necesita conocer a Rothbard como activista político, como pensador y comentarista. Si bien no tuve la suerte de conocerlo personalmente, sí he leído suficiente de él para atreverme a suponer qué hubiera pensado de Milei hasta el día de hoy. Para esto, además de analizar distintas cuestiones relacionadas, compararé a Milei con el último político famoso que recibió el notable apoyo y la estima de Rothbard en los últimos años de su vida. Ese político no es otro que Pat Buchanan.

    Cuando la Unión Soviética se vino abajo, a Rothbard le parecía necesario un replanteamiento sobre qué podía constituir entonces, desde ese momento, la base de la política americana. Sin embargo, como cuenta, no se había producido prácticamente «ningún replanteamiento entre los expertos intelectuales y las élites, los moldeadores de la opinión pública americana e incluso mundial». La política exterior americana había seguido como siempre, «como si el colapso de la Guerra Fría nunca hubiera ocurrido». Pero estaban Buchanan, los paleos y otros que instaron a que la intervención americana «se guiara estrictamente por el interés nacional». Sin embargo, la alianza progresista-neoconservadora, entonces «más unida que nunca», fingió estar de acuerdo, redefiniendo precisamente el interés nacional «para cubrir todos los males, todos los agravios, bajo el sol». Y Rothbard añadía: «¿Alguien se muere de hambre en algún lugar, por muy alejado que esté de nuestras fronteras? Ese es un problema de interés nacional. ¿Alguien o algún grupo está matando a otro grupo en cualquier parte del mundo? Ese es nuestro interés nacional. ¿Algún gobierno no es una ‘democracia’ tal como la definen nuestras élites progresistas-neoconservadoras? Eso desafía nuestro interés nacional. ¿Alguien está cometiendo actos de odio en algún lugar del mundo? Eso debe resolverse en nuestro interés nacional».

    Habiendo liderado el movimiento contra la guerra del Golfo, Buchanan se ganaba así el respeto de Rothbard, y este esperaba que Buchanan liderara un desmarque del conservadurismo convencional y apoyara un programa contra el Estado benefactor y belicismo americano. En 1992, Rothbard y Buchanan se harían amigos. Con el tiempo, Rothbard lo defendería en varias ocasiones de ataques y calumnias que provenían tanto del movimiento conservador como de otros movimientos políticos. A Rothbard le entusiasmaban sus discursos y llamamientos para el regreso de las tropas. Era bueno de Buchanan que pudiera oponerse a Rockefeller para rescatar a México, pero malo de él que rechazara el pensamiento de Rothbard sobre el libre mercado. Como contara su gran amigo y colega «paleolibertario», Lew Rockwell, el realismo político de Rothbard «le llevó a examinar todos los programas y planes mediante una única prueba de fuego: ¿nos acercará o nos alejará esta persona o esta política del objetivo de la libertad?».

    Como Rockwell comentara, muchos veían el fenómeno de Buchanan como «la encarnación política del creciente movimiento intelectual llamado paleoísmo», una alianza entre paleoconservadores («conocidos por su supuesto aislacionismo y su defensa del localismo») y paleolibertarios (término que Rockwell usaría por varios años «para distanciar el libertarismo de la vieja derecha de la rama a la que no le importaba nada detener la consolidación federal y el imperialismo americano»). Ideológicamente, los unía su oposición al Estado benefactor y al belicismo del neoconservadurismo dominante en la derecha conservadora.

    Rothbard decía que era importante darse cuenta de que la clase gobernante quiere que las masas se mantengan adormecidas; «quiere un tono mesurado, sensato y sensiblero», no quiere un Buchanan o un Milei, «no solo por la emoción y la dureza de su contenido, sino también por su tono y estilo similares». Aquí no hay duda, Buchanan, Milei y Rothbard se unen.

    Buchanan se enfadaba mucho, como Milei. Y dado que Buchanan «no solo es de derecha, sino que pertenece a un grupo opresor designado» (blanco, irlandés y católico), «su ira nunca puede ser rabia justa, sino solo el reflejo de una personalidad paranoica y ansiosa de estatus», llena de «resentimiento». Está claro que la línea del establishment americano bipartidista y la del establishment kirchnerista-peronista argentino, la facción dominante del establishment argentino, han sido parecidas en sus ataques a la personalidad y a las formas de uno y otro. De todos modos, una diferencia entre ambos es que Milei no siempre se ha mostrado cómodo con la etiqueta de derecha, de hecho, la rechazó por años (1, 2). Igualmente, esto no significa que Milei no tuviera nada que ver entonces con la posibilidad de una derecha populista de carácter libertario a los ojos de Rothbard, pues ya lo tenía, claramente. Ya con los años, desde su ingreso a la política, se ha acostumbrado a posicionarse o asociarse claramente con líderes y sectores políticos considerados casi universalmente de derecha, tanto de América como de otras partes del mundo.

    Volviendo a Buchanan, en una ocasión, el New York Times, después de deplorar su vocabulario duro y su actitud políticamente incorrecta, citaba a Bill Buckley «como si sus palabras fueran sagradas escrituras», y decidía que Buchanan, «si no es realmente antisemita, ha dicho cosas antisemitas». Las críticas del establishment sionista en EEUU contra Buchanan se harían una costumbre. Sin embargo, para Rothbard, Buchanan era «prácticamente la única excepción mediática destacada, el único portavoz genuinamente derechista» que había logrado escapar al anatema neoconservador, el cual había llegado a liderar el amplio movimiento conservador. Aun así, el movimiento estaba mutando, la Guerra Fría había acabado oficialmente y la National Review ya no era, como dijera Rothbard, «el centro de poder monopolístico de la derecha». Estaban los nuevos, los jóvenes y surgía gente por todas partes, «Pat Buchanan por un lado, todos los paleos por otro, a los que francamente les importan una higa los pronunciamientos papales de Buckley. ¡La derecha original y todas sus herejías están de vuelta!», así se emocionaba Rothbard. A propósito de esto, Rothbard comentaba que esta derecha original nunca había utilizado el término «conservador», y explicaba dos problemas principales con el término: uno, que connota conservar el statu quo; y dos, que la palabra «se remonta a las luchas en la Europa del siglo XIX, y en Estados Unidos las condiciones y las instituciones han sido tan diferentes que el término es muy engañoso». Además, para Rothbard, no elegir el término cumplía la función de separarse del movimiento conservador oficial que había sido tomado en gran medida por los enemigos del libertarismo.

    En otro asunto, cuando Israel y su extenso «rincón del amén» en EEUU, como Buchanan lo llamaba «brillantemente» según Rothbard, habían estado sonando los tambores «a favor de la destrucción inmediata y total de Irak, del derrocamiento de Sadam Husein, de la destrucción de la capacidad militar iraquí» e incluso de la ocupación casi permanente de Irak; Buchanan se distinguió, desde el principio, «como el crítico más prominente y persistente de la guerra contra Irak, y como el portavoz de un retorno al aislacionismo de la vieja derecha ahora que la Guerra Fría contra la Unión Soviética y el comunismo internacional ha terminado». Entonces, para Rothbard no fue ninguna casualidad que la Anti-Defamation League (la Liga contra la Difamación) o ADL «aprovechara la ocasión de las duras críticas de Buchanan a los halcones de la guerra para dar rienda suelta a su dossier, publicar y difundir ampliamente un comunicado de prensa tachando a Buchanan de antisemita, que luego se utilizó como forraje para una campaña de prensa extraordinariamente amplia contra Buchanan». La ADL, como ha contado Rothbard, ha tenido como estrategia clave, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, «ampliar su definición de antisemitismo para incluir cualquier crítica contundente al Estado de Israel». De hecho, la ADL y el resto del anti-antisemitismo organizado «se han convertido en una poderosa guardia pretoriana centrada en los intereses y la seguridad israelíes».

    En otra historia, Rothbard comentaba que Buchanan se había enojado cuando, en 1988, «grupos judíos internacionales dirigieron una campaña contra el convento de monjas carmelitas en el lugar de Auschwitz. Al parecer, consideraban una profanación que las carmelitas rezaran por todos los asesinados en Auschwitz, tanto católicos como judíos». Entonces, un tal Wieseltier escribió un artículo «denunciando a los defensores católicos de las carmelitas como antisemitas»; a lo que Buchanan contraatacó, «señalando correctamente que ‘el anticatolicismo es el antisemitismo del intelectual’. Esperemos que las monjas de Auschwitz recen por él (Wieseltier). Lo necesita».

    En una defensa de Buchanan en Los Angeles Times, Rothbard ofrecía una definición de antisemitismo personal como «alguien que odia a todos los judíos», y otra de antisemitismo político como «alguien que desea imponer incapacidades políticas a los judíos». Rothbard decía que era obvio que ni Buchanan, «ni ningún otro americano prominente podría clasificarse bajo esta terrible etiqueta». Así, en lugar de trivializar el antisemitismo, las definiciones de Rothbard aclaraban el asunto y revelaban que el antisemitismo era «virtualmente inexistente en EEUU».

    La defensa de Rothbard de Buchanan contra las acusaciones de antisemita era todavía más contundente. Sostenía que Buchanan no había defendido «ninguna política de ese tipo, ya sea prohibir la entrada de judíos a su club de campo o imponer cuotas máximas a los judíos en diversas ocupaciones (ambas cosas han sucedido en EEUU durante nuestra vida), por no hablar de medidas legales contra los judíos. Así que, una vez más, es absurdo y una vil calumnia llamar antisemita a Buchanan». Más adelante, Rothbard remataba diciendo que «ya es hora de que el grupo difamador contra el antisemitismo deje de hablar de Buchanan y, de paso, reconsidere también sus otros vilipendios». Así que, no solo no era Buchanan un antisemita, sino que el supuesto malentendido de sus declaraciones era de quienes estaban decididos a desprestigiar a cualquier líder político que negara su adherencia a lo que Rothbard llamaba «la victimología del grupo de presión Israel Primero». Pues así es, casi nada ha cambiado hasta hoy en la política americana. Luego, describiendo lo que seguiría sucediendo en el debate público, Rothbard expresaba que la cultura americana «padece una epidemia de disculpas absurdas y generalizadas, de disculpas al mundo, a todos los grupos de víctimas imaginables». Pero ante esto, Rothbard veía en Buchanan un hombre que no doblaría la rodilla ante el chantaje victimológico tanto de la calaña neoconservadora como de la progresista.

    Debe reconocerse que esta actitud de no claudicación de Buchanan ante sus críticos y contrincantes políticos también la ha tenido Milei normalmente, más allá de los idas y vueltas con ciertos políticos que hoy están de nuevo en su equipo, por ejemplo, Patricia Bullrich. Puede no tener razón siempre, pero Milei se ha mantenido en pie ante las campañas difamatorias, las críticas y las presiones recurrentes del kirchnerismo-peronismo dominante en Argentina, ya sea antes y después de ser presidente. No obstante, cuando se  trata de los judíos, Milei ha respondido denunciando por el «delito» de banalización del Holocausto a varios periodistas y políticos que le llamaron «nazi». Primero, el motivo de la denuncia no es suficiente para pretender una compensación por razones de justicia, pues no han trasgredido sus derechos de propiedad sobre su persona o sus bienes por el hecho de llamarlo nazi. Segundo, es incoherente de un defensor de la libertad recurrir al aparato represivo del Estado para castigar a otros por ese motivo. Tercero, para los acostumbrados en estos temas, es de sabiduría común que el término ha sido usado tan típica y ligeramente en el debate público que poco o nada suele tener que ver con el significado real de la palabra, ya que suele usarse con el mero afán de descalificar al oponente. Cuarto y último, calificar a Milei de nazi es delirante, tanto por su divulgación de las ideas de la libertad como por su aprecio público y manifiesto hacia el pueblo judío y el judaísmo. Finalmente, mientras el presidente Milei acierta en cerrar el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo), un instituto que se había dedicado a perseguir la libertad de expresión de los argentinos, libertad que Rothbard defendía en el debido marco de los derechos de propiedad, Milei lleva a cabo su propio INADI con sus denuncias.

    Por otra parte, con relación a Israel, Milei ha brindado apoyo y pleitesía al Estado genocida de Israel, hoy a cargo del gobierno de Benjamín Netanyahu. En la reciente visita de Milei a Israel, donde confirmaba sus intenciones de mudar la embajada argentina a Jerusalén, Netanyahu consideró a Milei «un gran amigo del Estado judío» y dijo que «ambos defienden el libre mercado». En el caso de Milei seguramente sea así, pero Netanyahu debe olvidar que en Israel no existe prácticamente ningún libre mercado de tierras ni tampoco ningún libre comercio razonable permitido para los palestinos en Cisjordania y en la Franja de Gaza. Israel ha bloqueado y oprimido al pueblo palestino de casi toda forma imaginable durante décadas. Y en Gaza, recientemente, ha venido masacrando a decenas de miles de inocentes con la ya absurda excusa de defenderse de un grupo terrorista; donde la destrucción llevada a cabo ha dejado la zona prácticamente inhabitable.

    Rothbard resaltaba la manera en que el establishment intentaba manchar el nombre de Buchanan y remarcaba que él y otros como Saddam Hussein, David Duke, H. Ross Perot y Slobodan Milosevic también habían sido denunciados histéricamente por la élite socialdemócrata de presuntos expertos mediáticos e intelectuales, y todos habían sido tratados como «una amenaza inmediata para la república americana». Ante esto, Rothbard decía: «Uno pensaría que, después de un tiempo, esta tontería no funcionaría. ¿Cuántas veces tiene que gritar el chico ‘Lobo’ antes de que nadie le tome en serio? En cuanto a mí, no puedo esperar».

    Después de que Buchanan denunciara a Hillary Clinton en un discurso, comenta Rothbard, Buchanan señaló que Clinton había «comparado el matrimonio como institución con la esclavitud». Luego, Buchanan denunciaría la agenda de los Clinton: el feminismo radical, el aborto a la demanda, los «derechos» homosexuales, la discriminación contra las escuelas religiosas y el envío de mujeres al combate. Aparte de estas cosas, Rothbard se sumaba denunciando a los Clinton también por su multiculturalismo y su engrandecimiento no solo de los «derechos de los homosexuales», sino, además, de otros falsos derechos por encima de los verdaderos derechos de propiedad.

    En las elecciones de 1992, Buchanan decía que se trataba de «quiénes somos»: «Se trata de lo que creemos. Se trata de lo que defendemos como americanos. Hay una guerra religiosa en nuestro país por el alma de Estados Unidos. Es una guerra cultural (…) Y en esa lucha por el alma de Estados Unidos, Clinton y Clinton están en el otro bando y George Bush está en el nuestro». A lo que Rothbard respondía: «¡Sí! ¡Sí!».

    Luego, Rothbard escribía: «Buchanan comentó que este ‘no es el tipo de cambio que quiere Estados Unidos. No es el tipo de cambio que Estados Unidos necesita’. Y, en una atronadora conclusión: ‘No es el tipo de cambio que podemos tolerar en una nación a la que todavía llamamos el país de Dios’. El acierto del discurso de Buchanan queda demostrado por la orgía de odio que los medios de comunicación no tardaron en lanzar sobre él». Posteriormente, Buchanan, quien había sido acusado tantas veces de «odiar a los inmigrantes», concluía su discurso elogiando a la «valiente gente de Koreatown». Resulta instructivo, decía Rothbard, que Buchanan fuera el único, de todos los asistentes a ambas convenciones, que mencionara uno de los acontecimientos definitorios de aquel entonces, «sin duda de 1992 en adelante: los disturbios de Los Ángeles. Buchanan habló de cómo las jóvenes tropas federales, que finalmente llegaron tras dos días de sangrientos disturbios, ‘recuperaron las calles de Los Ángeles, manzana a manzana’». Buchanan proclamaba que debían recuperar sus ciudades, su cultura y su país. Y Rothbard respondía nuevamente: «¡Sí, sí, sí!».

    Y ahora vemos, decía Rothbard, por qué Buchanan ponía «frenéticos a los progresistas» cuando llamaba a una guerra para «recuperar nuestra cultura, para recuperar nuestro país». Y no era solo la «guerra», expresaba Rothbard, «era la recuperación, la llamada de trompeta para volverse abierta y gloriosamente reaccionario». En Milei podemos ver algo similar cuando habla de una batalla cultural o cuando llegaba a decir que ser liberal es agarrar la constitución argentina actual y quemarla para volver a la de Juan Bautista Alberdi de 1853. Estas son cosas que a Rothbard le hubieran encantado, tanto los aciertos de la batalla cultural de Milei como su lado «reaccionario» que se ha visto siempre en su afán de abrazar las ideas de Alberdi para sacar al país de la pésima situación actual.

    Sobre el feminismo, en 1991, en una de las mejores respuestas que Rothbard había oído contra «el continuo lloriqueo sobre los senadores varones», Buchanan arremetió: «¿Por qué no dimiten algunos de ustedes, gordos progresistas, y nombran a mujeres?». Milei, por su parte, también está acostumbrado a enfrentarse con las feministas desde siempre. En campaña, por ejemplo, respondió al lloriqueo feminista de la brecha salarial como el mismo Rothbard hubiera disfrutado.

    Para Rothbard, era instructivo comparar las estrategias de Buchanan durante su carrera a la presidencia en 1991-92 con el rumbo traidor del conservadurismo oficial y los neoconservadores. Primeramente, Buchanan se presentaba a las primarias como «la voz de la oposición conservadora contra el desmoronamiento de la presidencia de Bush». Durante ese periodo, cuenta Rothbard, «todos los enemigos de Buchanan, progresistas, conservadores oficiales y neoconservadores, denunciaron a Buchanan por traición a la administración republicana y traición al presidente Bush». Inspirados en la vieja derecha en EEUU, el movimiento paleo, donde cabían todos los verdaderos libertarios de la época que se preocuparan por la acción política, apoyaría a Buchanan con entusiasmo en las primarias de 1992. Tras su derrota, Buchanan tomó lo que consideraría el curso estratégico normal que también los paleos defendían. Ante la alternativa, Buchanan se pronunció «de todo corazón a favor de la reelección de Bush». Entonces, Rothbard apoyaría también a Bush, lo que suscitó en su momento otra más de las tantas polémicas de su vida como activista político. Pero esto, como contara Rockwell, «no significaba que Murray apoyara a Bush en sentido absoluto», de hecho, nadie había denunciado más a Bush por sus guerras y el aumento del poder federal. Rothbard tan solo apoyó a Bush en comparación con Bill Clinton, como hizo con Perot frente a Bush y con Buchanan frente a Perot en el mismo año. Rockwell aclaraba que era una cuestión de estrategia y que Rothbard «era un realista que conocía los entresijos de la política como nadie». Para él, un cambio de estrategia nunca significó uno de principios, sino solo de método. Rothbard no atravesaba periodos marcados por cambios de sus ideas, sino que, como dijera Rockwell, «alteraba sus estrategias, énfasis y asociaciones en función de lo que requerían los tiempos y las circunstancias. Su objetivo fue siempre y en todas partes una promoción de la libertad basada en principios».

    Con el apoyo de Buchanan a Bush, Rothbard relata que «los mismos neoconservadores y conservadores oficiales que habían denunciado a Buchanan por traición, apuñalaron ellos mismos al presidente Bush por la espalda en cada oportunidad que tuvieron, algunos saltando abiertamente la valla para ponerse del lado del ‘nuevo demócrata’ Clinton (solo ‘nuevo’ si nuevo significa ‘peor’), y otros haciendo todo lo posible para socavar y sabotear la campaña de Bush desde dentro. ¿Qué estrategia era más honorable? ¿O más defendible a largo plazo?».

    En otra famosa controversia, cuando una coalición antiparques temáticos se constituía como «una coalición de libertarios contrarios al crecimiento y conservadores de sangre y suelo», según un editor libertario de izquierdas, a Rothbard no le sorprendía que el editor no mencionara y no pareciera preocupado «por el proyectado bombardeo de turistas inocentes con una versión políticamente correcta, marxista-leninista, de la historia americana». Entonces, Buchanan ponía en aprietos la propaganda de la izquierda libertaria y destacaba el hecho de que, en un artículo de la revista Free Market del Instituto Mises, «se atacaba de forma única al parque temático de Disney por considerar que no se trata en absoluto de un desarrollo de libre mercado, ya que el proyecto depende explícitamente de una subvención de 160 millones de dólares aportados por los contribuyentes del estado de Virginia». Seguidamente, Rothbard, preguntaba si es acaso favorable al estatismo y contrario al crecimiento y el libre mercado «oponerse a un proyecto que requiere una subvención de 160 millones de dólares por parte de los contribuyentes». Y finalizaba así: «¿Cómo pretende la redactora defender su apoyo frente a semejante crítica de alguien que, como mínimo, puede ser mucho más libertario y antiestatista que ella misma?».

    Ante el neoconservadurismo dominante, la frecuencia de las calumnias neoconservadoras contra Buchanan y el repetido papel sensiblón y pro-establishment de los libertarios de izquierda como supuestos defensores de la libertad, Rothbard diría: «De hecho, no he tenido la experiencia personal con los neoconservadores que muchos de ustedes han tenido, pero puedo asegurarles que los libertarios de izquierda pueden igualar a los neoconservadores cualquier día de la semana como personas con las que simplemente no querrían interactuar. Confíen en mí en eso».

    Mientras conservadores, liberales y libertarios no han dejado de discutir hasta hoy a quien de todos pertenece la figura de Milei, un neocon y un liberal clásico, apenas ganaba las elecciones en Argentina, se reunían en una entrevista para seguir celebrando su triunfo. Si no fuera por Israel, país del cual Milei se ha declarado su fiel amigo, dudo que tan armonioso encuentro hubiera sido posible, pues tanto Ben Shapiro como Axel Kaiser actúan consciente o inconscientemente como propagandistas de Israel.

    En otro asunto, en 1994, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) o NAFTA sobre la mesa, «la línea original de estos libertarios de izquierdas y partidarios del libre mercado era la línea Clinton-Bush: que el TLCAN promovía, y de hecho era indispensable para, el encantador concepto del libre comercio, que se había convertido en un artículo de fe de los republicanos conservadores durante la administración Reagan». Entonces, en su característico estilo irónico, Rothbard escribía que la «única oposición» al TLCAN, por definición, «procedía de una alianza de proteccionistas confusos o, más probablemente, malvados, que o bien eran líderes sindicales socialistas, el odiado Ralph Nader, o bien eran fabricantes nacionales ineficaces que buscaban aranceles protectores o eran sus asalariados. Peor aún, sus aliados eran los xenófobos, racistas, sexistas y heterosexistas proteccionistas llenos de odio, como Pat Buchanan». No obstante, en ese momento, cuenta Rothbard, Buchanan daría «un golpe maestro» que desconcertaba totalmente a las fuerzas a favor del NAFTA, señalando «que los librecambistas ardientes y puristas, como Lew Rockwell, yo mismo, el Instituto Mises y la gente del Instituto de Empresas Competitivas, nos oponíamos al NAFTA porque era una medida falsa de libre comercio y porque imponía numerosas restricciones gubernamentales nuevas al comercio, incluidos controles socialistas laborales y medioambientales. Y además, que estas restricciones eran particularmente peligrosas porque añadían restricciones internacionales, intergubernamentales, que serían impuestas por nuevas agencias intergubernamentales que no rendirían cuentas a nadie ni a los votantes de ninguna nación». Aunque Buchanan también pecara habitualmente de proteccionista, su oposición al NAFTA lo ponía de nuevo contra el establishment bipartidista.

    Mientras tanto, del otro lado del continente, en la más irónica contraposición por su declarado compromiso con las ideas de libre mercado, Milei no ha hecho otra cosa que dar apoyo y argumentación en varias ocasiones a la idea de que Trump, otro conocido proteccionista, es en realidad un amigo del libre mercado. Más allá de explicar bien los males de una unión aduanera como el NAFTA, Milei dejaba la verdad sobre Trump y el NAFTA totalmente fuera de su defensa. Si bien «romper» el NAFTA era favorable al libre comercio, siempre que se eliminara la unión aduanera; esto no salvaba a Trump del resto de sus medidas proteccionistas ni significaba eliminar realmente esa unión, sino que era el intento de reemplazar el NAFTA con un nuevo acuerdo del mismo estilo. Lo cual sucedió con el USMCA, que entró en vigor el 1 de julio de 2020 e incluye, al igual que el anterior NAFTA, a Estados Unidos, México y Canadá. Para colmo, en lugar de ser más favorable al libre comercio, el gobierno de Trump expandió el control del Estado sobre el comercio con el nuevo USMCA. La defensa de Milei a favor de Trump respecto a China tampoco cambiaba la naturaleza misma de la medida proteccionista que el mismo Milei describía como respuesta a una negativa de China sobre un reclamo y donde Milei afirmaba la suba de aranceles. Entonces, Milei no solo desinformaba sobre los hechos, sino que sus conclusiones eran incluso contrarias a las de los análisis de distintos autores del Instituto Mises con respecto a Trump y el proteccionismo.

    Pese a todo, para 1995, Rockwell contaría que Rothbard «ya estaba harto y advirtió que el compromiso de Buchanan con el proteccionismo se estaba transformando en una fe total en la planificación económica y el Estado nación». Decía Rockwell que, «en la vieja batalla entre el poder y el mercado, Buchanan estaba cada vez más del lado del poder». Y así demostraron la mayoría de sus escritos posteriores. Finalmente, en nombre suyo y de Rothbard, Rockwell decía que habían recorrido un largo camino desde 1992 y que «era hora de seguir adelante». Aun así, hasta su muerte, Rothbard no parecía haber perdido nunca por completo sus esperanzas en Buchanan, pues en un artículo publicado en febrero de 1995, pensando en las elecciones de 1996, Rothbard seguía creyendo que Buchanan quería «recuperar Estados Unidos para la vieja cultura y la vieja república; y es uno de los pocos, si no el único candidato en el horizonte que no solo no está controlado por los Rockefeller o los neoconservadores, sino que adoptaría una posición de principios paleo y de Estados Unidos Primero». En esa «turbia y volátil situación», lo importante para los paleopopulistas era encontrar «cuanto antes un candidato que lidere y desarrolle la causa y el movimiento del populismo de derechas, para elevar el estandarte de la Antigua República, libre, descentralizada y estrictamente limitada». Buchanan tenía la oportunidad de liderar la causa y «convertirla en un movimiento y partido político viable, coherente y poderoso». Para Rothbard, Buchanan aún tenía «los principios y la inteligencia para hacerlo», pero entonces se preguntaba: «¿Tiene la voluntad?».

    Los errores de Philipp Bagus en la relación Milei-Rothbard durante la campaña electoral

    Ahora bien, ¿qué hay de la estrategia populista para la derecha y de la etapa de activismo paleolibertario a la cual Rothbard le dedicó varios escritos? Como bien ha dicho el autor, Philipp Bagus, en un artículo publicado el 14 de septiembre de 2023 en la página web del Instituto Mises de EEUU, la contribución de Rothbard «es innovadora y con visión de futuro». Y estoy de acuerdo con Bagus en que su estrategia anticipó los éxitos de Milei en Argentina. Pero no lo estoy en que su programa electoral estaba «muy en línea» con el populismo de derecha y el paleolibertarismo de Rothbard. Por supuesto, había y sigue habiendo puntos y características en común, pero había y sigue habiendo también diferencias significativas y puntos débiles o ausentes. A grandes rasgos, los lectores pueden asumir que coincido con todo lo dicho por Bagus exceptuando sus errores. Así que, haciendo referencia al paleolibertarismo de Rothbard y a los 8 puntos principales que Bagus citaba del programa del populismo de derecha, pondré en evidencia algunos errores de Bagus y algunas diferencias muy significativas que no expuso y que refutan parcialmente —ya que sí existían coincidencias— la afirmación de Bagus de que el programa electoral de Milei estaba «muy en línea» con lo mencionado de Rothbard:

    2. Reducción radical del Estado benefactor. Uno no reduce radicalmente el Estado benefactor proponiendo en campaña mantener los planes sociales y llevar la financiación pública de la salud y la educación hacia una financiación de la demanda (1, 2). No solo esto se podía saber antes del artículo de Bagus (AB), sino que, respecto a la educación, Milei ya había defendido en años anteriores el sistema de vales escolares (1, 2). Pero Rothbard se oponía a los vales, pues entonces, ¿por qué no tener vales para todo lo demás? Para la vivienda, la comida, etc. Los vales no parecen más que «una forma ligeramente más eficiente y libre de Estado benefactor, y sería especialmente pernicioso desviar las energías libertarias hacia la consagración y santificación de ese Estado».

    5. Deshacerse de los vagos. Uno no se deshace tan fácil de los vagos al mantener los planes sociales como Milei aclara en campaña. Por más que tengas un plan a largo plazo para que vayan disminuyendo, es principalmente la oferta de planes lo que invita a los vagos e incentiva a las personas a convertirse en uno. Casi 3 meses antes del AB, Milei incluso calificaría a los planeros de «víctimas», diciendo que no son planeros, sino víctimas de una «injusticia», algo por lo menos curioso, porque no me parece que la gente sea normalmente obligada por la fuerza a ser planera. En todo caso, aparte de los agentes estatales, los que viven del trabajo de otros, y lo hacen voluntariamente, se encuentran en el último lugar de posibles víctimas del Estado.

    7. Un programa de America First («antiglobalista y aislacionista» [como lo calificó Bagus]). Uno no es tan antiglobalista ni tan aislacionista que digamos si lleva años apoyando el discurso imperialista de Washington D. C. (pro-OTAN, pro-Ucrania y pro-Israel). De hecho, su posición en política exterior para una eventual presidencia ya había sido manifestada por el mismo Milei desde al menos un mes antes del AB. La verdad es que Milei ha repetido por años (1, 2) las trilladas excusas del imperialismo americano que todo buen libertario debería conocer y considerar completamente lamentables de cualquier supuesto libertario. Para bien o para mal, las ideas importan. La predominancia de ciertas ideas, y no de otras, tiene consecuencias fatales. Como una de las peores cosas del estatismo son sus guerras, si no la peor, quienes que desdeñaban su política exterior se equivocaban antes del AB y lo siguen haciendo ahora. Esto va más allá de que su gobierno envíe o no tropas, armas o dinero para colaborar con la OTAN, Ucrania o Israel. Se trata de la importancia de que «uno de los nuestros» (como lo calificó Bagus), nada más y nada menos que el «libertario» más famoso del mundo, favorezca la causa antiimperialista.

    8. Defender los valores familiares tradicionales. Bagus señalaba que Milei «también defiende los valores familiares tradicionales y se opone a que el Estado asuma las responsabilidades familiares». Esta oposición a que el Estado asuma esas responsabilidades ya estaba en duda con la promesa de mantener los planes sociales. Por otra parte, algo que también se podía saber de Milei antes del AB son sus viejas y repetidas críticas a la institución del matrimonio que sobrepasan el hecho de la intervención estatal actual en el mismo (1, 2 y 3). Milei ha llegado a calificar al matrimonio como «una institución aberrante». No indicaré aquí todo el pensamiento de Rothbard al respecto, pero recalcaré al menos que Rothbard escribió que «podría demostrarse que la monogamia es absolutamente la mejor forma de matrimonio para desarrollar las características emocionales de la personalidad humana y también para la crianza de los hijos».

    Entre las cosas de las que hablaba Bagus, todavía me gustaría ver si «la reducción del gasto público y su propuesta de reducir los ministerios argentinos de 18 a 8» se traducirá realmente en una reducción radical y similar en proporción del gasto y del empleo público. Si resulta que se trata básicamente de una cuestión nominal, sería entonces una pena y un reprochable engaño.

    Por otro lado, sobre la afirmación de Bagus de que «la libertad de armas está en su programa para que las víctimas puedan defenderse de los delincuentes»: Si bien Milei se había manifestado en esa línea durante años, lamentablemente, cuando menos casi un mes antes del AB, modificaría su discurso y declararía que él no instaló el tema en la campaña y que «ni siquiera está en la plataforma». Por supuesto, esto no significaba que Milei hubiera dejado de lado sus planes para combatir el problema de la inseguridad y la delincuencia en las calles, eso nunca sucedió, pero está claro que su propuesta oficial sobre las armas ya no era entonces lo dicho por Bagus.

    En otra parte, Bagus escribía: «Este vehemente opositor al aborto ha defendido varias veces el derecho a la vida». La propuesta de Milei es la resolución de la controversia a nivel nacional mediante un referéndum. Mas Rothbard, que era proelección, proponía en un artículo de 1993 una «coalición entre los libertarios proelección y la derecha religiosa provida». Como el libertario ya está en contra de toda financiación de la atención médica por parte de los contribuyentes, y como «es particularmente monstruoso» forzar a pagar por los abortos a los que lo detestan, Rothbard proponía una unión entre los proelección y los provida «para defender la libertad de elección de los contribuyentes y de los ginecólogos, que se encuentran bajo una presión cada vez mayor por parte de los proabortistas para perpetrar abortos, o lo contrario». Además de esto, Rothbard presentaba una «consideración prudencial» para este acercamiento. Explicaba que «una prohibición de algo como asesinato no va a ser ejecutable si solo una minoría lo considera un asesinato».

    El mensaje paleolibertario de Rothbard para los provida era este: «Mira, una prohibición nacional es imposible. Deja de intentar aprobar una enmienda sobre la vida humana en la Constitución. En lugar de eso, (…) debemos descentralizar radicalmente las decisiones políticas y judiciales en este país; debemos poner fin al despotismo de la Corte Suprema y la judicatura federal y devolver las decisiones políticas a los niveles estadual y local». Parafraseando a Rothbard, la analogía para Argentina sería algo así: Dejar que Córdoba y Formosa restrinjan o prohíban el aborto, mientras que Buenos Aires y San Luis no lo hacen. Con suerte, algún día tendremos localidades dentro de cada provincia tomando tales decisiones. El conflicto será entonces en gran parte desactivado. Los que quieran tener o practicar abortos pueden viajar y hacerlo en San Luis (o en el municipio de Candelaria) o en Buenos Aires (o en el municipio de Lanús). Por otro lado, la queja feminista de que las mujeres pobres no tienen dinero para viajar regresaría a un argumento redistribucionista. ¿Acaso cualquiera de nosotros no se ve privado de algún viaje en especial? Nuevamente, «se demuestra la agenda oculta de los proabortistas a favor de la medicina socializada y el colectivismo en general».

    El antiestatismo de Rothbard era tal que, a pesar de creer que el derecho al aborto era legítimo en sí mismo, veía que un compromiso con la descentralización radical significaba renunciar a imponer ese derecho por parte del gobierno central a todo el país. Pues era mucho más importante «deshacerse de la tiranía judicial federal por completo y descentralizar radicalmente» el gobierno.

    Lo que esta parte de mi análisis demuestra es que Bagus se equivocó lo suficiente para sacar una conclusión errada, que terminó siendo una exageración sobre los méritos de Milei al respecto, pues lo suyo no estaba muy en línea con el paleolibertarismo y el populismo de derecha de Rothbard. Cumplir varios requisitos entre muchos más, no es suficiente para una conclusión tan general.

    Conclusiones

    Me queda claro que distintos espacios, institutos, representantes o autores liberales o libertarios alrededor del mundo aprovechan el fenómeno de Milei y sus aspectos positivos para la difusión de las ideas de la libertad y para seguir moviendo la ventana de Overton hacia las mismas. Esto último es deseable y comprensible, pero criticable siempre que se convierta en un apoyo a su figura sin matices ni correcciones públicas tan recurrentes como los errores y las medias verdades de Milei.

    Desde luego, más allá de los errores teóricos, ideológicos y de método por el camino, Rothbard hubiera apreciado manifiestamente de Milei: su populismo libertario o antiestatista, sus discursos en general, su carisma emotivo y sus enfados contra la casta política, sus respuestas al lloriqueo de kirchneristas, peronistas, progresistas y feministas, siempre y cuando llevara la razón, y sus reformas políticas siempre que estuvieran en la dirección correcta (de estas ya ha realizado varias).

    Algunas diferencias entre Milei y Buchanan, aunque no cancelen sus parecidos, son notablemente irónicas. Mientras Buchanan se oponía al NAFTA, Milei defendía a Trump en su propio NAFTA. Mientras Buchanan era vilmente rechazado por el sionismo, Milei defiende a Israel y el sionismo lo celebra. Y con relación a esto último, la piedra angular del apoyo de Rothbard a Buchanan, que mermó para 1995, fue precisamente la causa antiimperialista y antiestablishment contra los neocons y el bipartidismo dominante. En cambio, si miramos la política exterior de Milei, nos encontramos con alguien que forma parte de ese grupo maligno contra el que Rothbard luchó tanto, pues consideraba el asunto de la guerra y la paz como el más importante de todos. En esto, Rothbard disentiría con Milei y denunciaría sus verdaderos colores y su hipocresía respecto a las ideas de la libertad y la justicia. Y hoy, en medio de un genocidio contra los gazatíes y de consecutivos crímenes de guerra cometidos por el gobierno de Netanyahu, Rothbard, que siempre defendió con firmeza la resistencia palestina, abominaría las manifestaciones públicas de Milei al respecto (1, 2).

    El Rothbard que conocí por la lectura hubiera apoyado a Milei desde que se hiciera conocido en los medios. Hubiera apoyado su ingreso en la política, lo hubiera hecho con mucho optimismo por un buen tiempo. Pero no le hubiera entregado un cheque en blanco. Eventualmente, hubiera empezado a notar sus errores repetitivos y sus defectos preocupantes que ya parecerían indelebles con el paso del tiempo; entonces, su apoyo hubiera disminuido y las características de su apoyo hubieran ido cambiando incluso antes de que se hiciera presidente. Con el trascurso del tiempo, alguna dura crítica hubiera aparecido.

    En cambio, en el caso de Buchanan, a pesar de las diferencias que siempre habían tenido, el apoyo y sus características fueron suficientemente estables por varios años, respaldados en la constancia de las virtudes que Rothbard, en su escala de preocupaciones, más apreciaba de él. La suerte de Milei hubiese sido otra, Rothbard hubiera visto a través del humo de su libertarismo. Y aunque hubiera favorecido su candidatura y su victoria ante la alternativa del momento, así como favoreció a Bush, no se hubiera conformado con los buenos discursos. Se hubiera desencantado de Milei mucho antes que con Buchanan, debido a ciertas actitudes deshonestas, o cuando menos muy sospechosas, a sus demostraciones antilibertarias, a sus justificaciones seudolibertarias para distintas posturas y a su servilismo hacia los más grandes enemigos de la paz entre los pueblos del mundo. Al día de hoy, pese a la incertidumbre inevitable del futuro, pero con tendencias totalmente claras para lo bueno y para lo malo, la valoración y predicción más probable y optimista de Rothbard sobre Milei se resumiría en una clara mejora respecto a los gobiernos de Reagan y Thatcher.

    Algunos intentarán desmerecer mi análisis diciendo que es solo mi opinión personal, pero nadie que conozca suficientemente la obra y el pensamiento político de Rothbard podría negar honestamente que él, sea para lo malo o para lo bueno, era claro y consistente en sus preocupaciones y criterios. Entonces, si enterró a Reagan a pesar de su retórica liberal e hizo algo parecido al desmitificar a Thatcher, dos personajes con los que Milei se identifica, ¿por qué hubiera bajado la guardia ante la retórica libertaria o antiestatista de Milei? Es completamente imposible, o altamente improbable, que Rothbard hubiera hecho oídos sordos a las campanas de la verdad que suenan y resuenan más allá del aleteo de las palomas que mucho antes se irá.

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    Referencias

    Murray N. Rothbard, Murray N. Rothbard vs. the Philosophers, Ludwig von Mises Institute, 2009.

    «Pat Buchanan and the Menace of Anti-Anti-Semitism», The Rothbard-Rockwell Report, diciembre de 1990.

    «The Great Thomas & Hill Show», The Rothbard-Rockwell Report, diciembre de 1991.

    «A Strategy for the Right», «Right-Wing Populism», The Rothbard-Rockwell Report, enero de 1992.

    «The Evil Empire Strikes Back», The Rothbard-Rockwell Report, junio de 1992.

    «Kulturdampf!», «Liberal Hysteria», The Rothbard-Rockwell Report, octubre de 1992.

    «Working Our Way Back to the President», «U.S., Keep Out of Bosnia!», The Rothbard-Rockwell Report, septiembre de 1992.

    «The Religious Right: Toward a Coalition», The Rothbard-Rockwell Report, febrero de 1993.

    «Hunting the Christian Right», The Rothbard-Rockwell Report, agosto de 1994.

    «Invade the World», The Rothbard-Rockwell Report, septiembre de 1994.

    «Big-Government Libertarians», The Rothbard-Rockwell Report, noviembre de 1994.

    «1996! The Morning Line», The Rothbard-Rockwell Report, febrero de 1995.

    Llewellyn Rockwell en «Introduction», Murray N. Rothbard, The Irrepressible Rothbard, Center for Libertarian Studies, 2002.

    «What I Learned From Paleoism», LewRockwell.com, mayo de 2002.

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