El pánico por el covid y la represión no ocurrieron en el vacío. En el mundo educativo y en los principales medios de comunicación, ya se había establecido un patrón de persecución contra personas, en lugar de involucrarse con quienes tenían opiniones disidentes, lo que hacía que el trato opresivo que experimentaron los disidentes en el caso covid fuera algo predecible. Asimismo, hubo una evidente y generalizada incapacidad para aplicar el pensamiento crítico.
Una vez, el mundo educativo tuvo una oportunidad de oro para mejorar dramáticamente. El movimiento de pensamiento crítico captó la atención de muchos en el mundo universitario y en la educación K-12 [del Kindergaren al grado 12, educación primaria y secundaria] en los años 1980 y principios de los 1990. Richard Paul, una figura destacada del movimiento, organizó una conferencia anual sobre pensamiento crítico en Sonoma, California, en la que participé varias veces, y aprendí mucho de personas como Paul y Robert Ennis.
La exposición a la perspectiva y los métodos del movimiento transformó mi enfoque para enseñar a los estudiantes y comprender ideas e información. Hasta entonces, a menudo me había sentido perplejo al tratar con muchos de mis estudiantes universitarios japoneses, que tenían una simple tendencia a repetir como loros las ideas que encontraban en los medios de comunicación y los libros, en lugar de pensar por sí mismos.
En particular, me sorprendió encontrar algunos trabajos de investigación estudiantil que se hacían eco de las opiniones antisemitas de un periodista japonés, que cree que la destrucción de Israel es la única solución al conflicto árabe-israelí. Los estudiantes habían aceptado acríticamente sus opiniones radicales, como verdades incuestionables.
El “pensamiento crítico” no es tanto una invención educativa, sino una destilación de la tradición intelectual de la investigación racional y escéptica de conceptos y afirmaciones. Famoso por sus preguntas inquisitivas sobre las afirmaciones de quienes lo rodeaban, el filósofo griego Sócrates fue una encarnación destacada de ese enfoque. Aunque nunca había escuchado la expresión pensamiento crítico durante mi educación formal, inmediatamente reconocí lo que era.
Sin embargo, se ha perdido esa oportunidad de fortalecer el papel del pensamiento crítico en la educación. En gran medida, este avance prometedor ha sido reemplazado por una ideología irracional y de moda, y por el adoctrinamiento en causas de moda.
En general, la perspectiva actual abraza un fuerte rechazo al concepto de verdad objetiva. Uno de los primeros golpes al pensamiento crítico llegó con la popularidad del relativismo cultural. Una vez común principalmente entre los antropólogos culturales, muchos en el mundo académico comenzaron a abrazar la idea de que está fuera de límites pretender poseer cualquier conocimiento de la realidad objetiva.
Por ejemplo, en 1993 el orador plenario de la reunión anual de la Asociación Japonesa para la Enseñanza de Idiomas (JALT) declaró que esta visión era la ortodoxia vigente para todos los profesores de idiomas. El discurso, titulado “Cómo no ser un tonto fluido”, denigraba explícitamente a quienes se aferraban al concepto de verdad objetiva. Posteriormente, en una publicación de JALT cuestioné el relativismo cultural por considerarlo incoherente y contradictorio, como han observado otros miembros del movimiento del pensamiento crítico.
Bajo la bandera del posmodernismo, un pensamiento similar se apoderó del campo internacional de la pedagogía de lenguas extranjeras, con el resultado de que también se cuestionó la realización de pensamiento crítico en el aula. Según tengo entendido, el posmodernismo es básicamente relativismo cultural con inclinación colectivista.
Los intelectuales de la nueva izquierda generalmente han rechazado tanto la racionalidad como la objetividad tradicional como “herramientas de opresión”. Como ha señalado Roger Scruton, esa postura es muy conveniente para ellos, ya que les absuelve de cualquier necesidad de justificar racionalmente sus afirmaciones. Entonces nadie podrá cuestionar ningún absurdo (por ejemplo, “Todos los blancos son racistas” en la Teoría Crítica de la Raza).
Ésto no era cierto para varios izquierdistas de la vieja escuela, como el escritor Christopher Hitchens y el novelista George Orwell, un socialista que creía firmemente en la verdad objetiva y en el derecho del individuo a expresar opiniones sobre ella. Estaban dispuestos a entablar un debate civil con quienes no estaban de acuerdo.
En cambio, los intelectuales de la nueva Izquierda han prescindido en gran medida de esas sutilezas. Cuando sus puntos de vista llegaron a dominar el mundo académico, educativo y mediático, prevaleció la intolerancia ideológica, a menudo etiquetada como “corrección política”, “cancel culture” o “woke”. Preocupadas por este fenómeno, surgieron organizaciones como la Asociación Nacional de Académicos y la Fundación para los Derechos Individuales en la Educación, para abogar por la libertad de expresión para debatir la verdad en los círculos educativos.
Desafortunadamente, la educación posmoderna, irracional y al estilo de la nueva izquierda, ya ha producido muchas personas cuya reacción típica ante ideas contrarias es atacar y/o excluir a sus proponentes. El concepto de un debate sereno sobre la verdad es ajeno a la nueva mentalidad. Naturalmente, muchos con esa mentalidad también reaccionaron de manera similar ante el escepticismo sobre las medidas covid impuestas por el gobierno y promocionadas por los medios, por lo que no tuvieron ningún problema en repetir como loros los slogans e intimidar a los disidentes.
Junto con esa tendencia, mucha gente contemporánea ha aprendido a privilegiar las emociones subjetivas por sobre la razón y la verdad. Theodore Dalrymple llama a este fenómeno “sentimentalismo tóxico”, y muestra cómo hoy en día muchos se sienten más impresionados por las lágrimas que por la verdad.
Por ejemplo, los sospechosos de casos de asesinato han sido condenados aunque eran inocentes, porque no lograron derramar lágrimas en público, mientras que los verdaderos asesinos a menudo han escapado a la condena haciendo impresionantes demostraciones de fuertes emociones mientras afirmaban su inocencia.
Hoy en día, muchos se impacientan con la argumentación racional basada en evidencia, y son fácilmente convencidos mediante emociones fuertes, como el miedo. En una época poco sentimentalista, alguien como la hiperemocional Greta Thunberg nunca sería tomada en serio.
Mientras tanto, el entretenimiento popular está actualmente inundado de contenidos politizados, que insultan la inteligencia de cualquiera que se moleste en pensar mucho en ello. Hubo un tiempo en que Hollywood hacía muchas películas artísticas y reflexivas, y una serie de programas de televisión intelectualmente atractivos. Ahora, muchos blogueros críticos de YouTube, como The Critical Drinker y The Despot of Antrim, lamentan cómo las películas y los programas de video se han convertido en propaganda superficial y mal hecha.
El mundo contemporáneo a menudo recurre a la tecnología para resolver nuestros males. Sin embargo, las innovaciones técnicas como la IA no resolverán este problema particular, ya que la IA no puede generar pensamiento crítico.
El aspecto más alarmante del panorama contemporáneo puede que en realidad no sean cosas como el terrible potencial de las armas nucleares y biológicas. Más bien, podría ser el rechazo de la verdad objetiva y el pensamiento racional como guías esenciales para una conducta sensata. Cuando incluso las ciencias y la medicina se desvinculan de la razón y la realidad, todos nos encontramos en serios problemas.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko