El libre comercio global tiene que ver no con lo nacional, sino con la libertad individual para los consumidores y productores que importan materias primas, herramientas y productos semiterminados.
Aparte de su papel como aspecto de la libertad personal, los beneficios de eficiencia del libre comercio han sido bien establecidos desde principios del siglo XIX. En este sentido, el comercio interno y el global son iguales. Las restricciones comerciales perturban el proceso productivo, haciéndolo menos eficiente y, por lo tanto, menos beneficioso para los consumidores. “Todo lo que un arancel puede lograr”, escribió Ludwig von Mises en Acción Humana, “es desviar la producción de aquellos lugares en los que la producción por unidad de insumo es mayor, a lugares en los que es menor. No aumenta la producción, la reduce”. Pero los intereses de la gente están en expandir la producción, no en reducirla.
Lamentablemente, el libre comercio no goza de amplio apoyo hoy en día. Ambos partidos principales [de EE.UU.] se oponen a él. Ni siquiera lo apoyan de palabra. Piensan que los compradores, especialmente los consumidores, compran las cosas equivocadas a las personas equivocadas. Los consumidores son un grupo rebelde y caprichoso. Prefieren productos extranjeros más baratos y de mayor calidad, que productos estadounidenses más caros y de menor calidad. Lo que se pasa por alto es que también molestan a las empresas y trabajadores estadounidenses por razones distintas a la competencia extranjera, como la innovación y los gustos cambiantes. También se pasa por alto que si podemos conseguir un mejor trato en el extranjero, la mano de obra y los recursos estadounidenses quedan libres para otras cosas.
La política gubernamental favorece a los productores (incluidos los trabajadores) por encima de los consumidores y los compradores intermedios. Ésto es una idiotez ya que, como señaló Adam Smith: “El consumo es el único fin y propósito de toda producción”. Ésto no significa que el gobierno deba favorecer a los consumidores. Significa laissez faire.
Nadie ha defendido mejor la sabiduría del intercambio internacional sin trabas que Henry George. En su libro de 1886, Proteccionismo o Libre Comercio, George escribió: “El libre comercio consiste simplemente en dejar que la gente compre y venda como quiera. Es la protección la que requiere coerción, porque consiste en impedir que la gente haga lo que quiere hacer”.
Ésto contradice la opinión de los dos partidos principales [de EE.UU.], que creen que la libertad individual debe ser tolerada sólo si se ajusta al “interés nacional”, tal como ellos lo definen.
George agregó:
Si los estadounidenses no quisieran comprar bienes extranjeros, no podrían venderlos aquí incluso si no hubiera aranceles. La causa eficiente del comercio que nuestro arancel pretende impedir, es el deseo de los estadounidenses de comprar bienes extranjeros, no el deseo de los productores extranjeros de venderlos … La protección no nos protege ni nos defiende de los extranjeros, sino de nosotros mismos.
Y luego viene la frase clave: “Lo que la protección nos enseña es a hacernos a nosotros mismos en tiempos de paz, lo que los enemigos buscan hacernos en tiempos de guerra”.
¿Cómo responde el proteccionista a eso? Cualquier respuesta repudiaría la sabiduría de Adam Smith. El punto principal de La riqueza de las naciones es que el bienestar no consiste en montones de oro en las bóvedas del gobierno, sino en el acceso a los bienes. Biden, Trump y los antieconomistas en los que se apoyan, quieren que olvidemos eso.
El arancel es un impuesto; pero a diferencia de otros impuestos, su objetivo no es recaudar ingresos. El propósito de un arancel proteccionista es aumentar los precios y limitar la oferta en el mercado interno. Se supone que eso castiga al extranjero y ayuda a los competidores nacionales, pero es una forma extraña de hacerlo, porque muchos otros estadounidenses se ven perjudicados. Incluso los beneficiarios previstos se ven perjudicados. Muchas importaciones no son productos de consumo, sino insumos que la industria estadounidense necesita para fabricar productos de consumo. El arancel aumenta los costos de producción, expulsa a las empresas marginales del negocio, deja sin trabajo a los trabajadores, y degrada la competitividad internacional de las empresas sobrevivientes. Incluso los trabajadores de las industrias protegidas se enfrentan entonces a precios de consumo más altos, lo que contrarresta los beneficios que esperaban del arancel.
Como solían decir los británicos partidarios del libre comercio: los ingresos compran más con libre comercio. Eso implica que los ingresos compran menos con proteccionismo.
El proteccionismo desperdicia recursos escasos, restringe la libertad individual, y obstaculiza la búsqueda de la felicidad. “Éste es el quid de la cuestión”, escribió von Mises. “Todas la sutilezas y sofismas que se desperdician en el esfuerzo por invalidar esta tesis fundamental, son en vano”.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko