¿Pueden los empresarios hacer que el gobierno sea más eficiente?

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    Elon Musk ha anunciado que le gustaría trabajar en la administración Trump como jefe de un recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental, al que denominó D.O.G.E. (Department of Government Efficiency). Justo lo que necesitamos: una nueva burocracia federal. El ex presidente Trump convocó una “comisión” de ese tipo durante su presidencia que resultó inútil, pero de todos modos respondió que la sugerencia de Musk era una gran idea.

    En realidad, la frase “eficiencia gubernamental” es tan contradictoria en términos como, por ejemplo, “camarón gigante”, “talla extra grande ajustada” o “inteligencia militar”. Me recordó cómo a mi amigo y coautor, el profesor James Bennett de la Universidad George Mason y académico adjunto de la Heritage Foundation, le pidieron que formara parte de la “comisión de eficiencia gubernamental” de la administración Reagan –cada administración tiene una. Después de muchos meses de inútiles reuniones burocráticas, Jim recibió por correo un certificado de reconocimiento enmarcado del gobierno federal, y todo el vidrio se había hecho añicos. Recuerdo que dijo: “Típico de la eficiencia gubernamental”.

    Empresarios como Trump y Musk siempre hablan de hacer que el gobierno sea más “empresarial”, y una “comisión de eficiencia” es siempre el primer paso. Póngannos al mando, dicen, y el gobierno se convertirá en una máquina que funcione sin problemas –Dios nos ayude si ésto fuera cierto. Un gobierno eficiente es tan posible como hacer que un gato ladre como un perro, o que un perro maúlle como un gato. El gobierno es inherentemente ineficiente debido a su propia naturaleza.

    En la década de 1980 hubo cientos de estudios académicos que comparaban la prestación gubernamental y privada de diversos servicios (casi todo lo que hacen los gobiernos estatales y locales, por ejemplo, también lo hacen empresas privadas competitivas). Un libro de ensayos, Budgets and Bureaucrats, editado por Thomas Borcherding, concluía que siempre que el gobierno asume un servicio del sector privado, los costos inmediatamente se duplican en promedio, mientras que la calidad del servicio disminuye. En algunos casos, los estudios mostraban que los costos se multiplican por más de diez.

    Hay innumerables razones para ésto. Por un lado, como los “servicios” gubernamentales engañan al público haciéndole creer que son “gratuitos”, la demanda de ellos (si son realmente útiles, que muchos no lo son) explota, mientras que la oferta permanece constante o disminuye. El resultado es escasez, siempre atribuida a los tacaños pagadores de impuestos y no al estado, acompañada de demandas de impuestos más altos y de mayores presupuestos gubernamentales.

    Incluso cuando los gobiernos cobran por los “servicios”, los precios son arbitrarios y no se basan en la realidad del mercado, sino en los caprichos de los burócratas. El resultado es el mismo: caos económico, escasez, demandas de más impuestos.

    Como los gobiernos –especialmente el imperial gobierno federal– no operan en un mercado competitivo, se ignoran las preferencias de los consumidores y prevalecen en su lugar los caprichos y deseos de políticos y burócratas. Por definición, todo burócrata federal es un planificador central, y no hay razón para creer que los planificadores centrales estadounidenses sean mejores en eso que los soviéticos.

    La noción de un “gobierno empresarial” es especialmente absurda si se considera que el gobierno, a diferencia de cualquier empresa, puede obtener recursos financieros ilimitados mediante los impuestos –obligando al público a pagar, en lugar de depender de la satisfacción de sus clientes, o de convencer a los inversores para que inviertan. El crimen organizado es la única otra “institución” que recauda fondos de esa manera. A diferencia de las empresas privadas, incluso los costos iniciales son cubiertos por los pagadores de impuestos.

    En el gobierno y desde una perspectiva financiera, el fracaso siempre es éxito. Para los peores servicios, la respuesta es siempre más impuestos y más financiamiento –justo lo contrario de las empresas privadas competitivas. Con la competencia privada, el mal servicio al cliente es penalizado con pérdidas o quiebras. Con el gobierno, el mal servicio es recompensado financieramente con incrementos presupuestarios. Después de que la NASA hiciera estallar un transbordador espacial, su presupuesto se incrementó en 50% en el siguiente periodo presupuestario. En el gobierno, el fracaso es éxito.

    El financiamiento fiscal significa que la provisión del mismo no está vinculada con la calidad o cantidad del servicio, por lo que gobierno o servicio “público” son oxímoron. El poder del dinero está constitucionalmente en manos de la Cámara de Representantes, donde la tasa de reelección durante las últimas seis décadas ha sido de 95%. El sistema está tan amañado y manipulado, que ningún miembro del Congreso tiene que preocuparse demasiado por “servir” a sus electores con fines de reelección. Son libres de servir a cualquier interés especial que prometa prodigales las mayores “contribuciones de campaña”: al diablo con los electores.

    En el gobierno, los burócratas no invierten en habilidades destinadas a servir a los clientes, sino en conspiraciones políticas, juegos de manos y manipulación del público con mentiras y engaños. Como dijera Murray N. Rothbard: un “político maestro” es un mentiroso, conspirador y manipulador magistral.

    Como en el gobierno no hay ganancias ni pérdidas en un sentido contable, sino solo presupuestos, no se comparte la ganancia, lo que es ilegal. Los burócratas del gobierno no pueden llevarse a casa una parte de las “ganancias”, pero pueden gastar –y de hecho gastan– un porcentaje de sus presupuestos en beneficios, especialmente en un personal numeroso. El requisito principal para ascender a un puesto más importante y mejor remunerado en el gobierno, es tener una “gran” cantidad de personas empleadas bajo tu mando. Cuanto mayor sea el personal, mejor será tu oportunidad de conseguir ese puesto “más importante” “gestionando” una horda aún mayor de burócratas colegas, y con un nivel de salario más alto. Por lo tanto, todo lo que hace el gobierno es excesivamente costoso, y requiere mucha mano de obra. El gobierno es un maximizador de costos, no un minimizador de costos como las empresas competitivas exitosas se esfuerzan por ser, siendo la minimización de costos la imagen especular de la maximización de ganancias.

    Debido a las reglas del servicio civil, es casi imposible despedir a un burócrata gubernamental de bajo rendimiento –o catastróficamente torpe. Hacerlo seguramente dará lugar a demandas de los sindicatos de empleados públicos, y a que los directivos de las agencias gubernamentales sean arrastrados a los tribunales durante meses o años. En cambio, a los más torpes se los soborna para que se vayan, ofreciéndoles trabajos más importantes y mejor pagos en otro lugar. Es típico de las escuelas públicas urbanas, por ejemplo, sacar a los “maestros” disfuncionales del aula, y colocarlos con salarios más altos en las oficinas administrativas centrales, donde supuestamente ayudan a “administrar” todo el sistema escolar.

    Al final de cada año presupuestario, todas las burocracias gubernamentales se lanzan a una borrachera de gastos, con el objetivo de gastar hasta el último centavo –en cualquier cosa. Ésto ocurre porque todas las burocracias quieren un presupuesto mayor para el próximo año presupuestario, y cuando compiten con otras agencias por los dólares del presupuesto, su caso ante el comité de asignaciones se verá perjudicado si cumplen sus funciones este año con dinero sobrante. The Washington Post publicó una vez un largo artículo sobre cómo posiblemente hay suficientes muebles de oficina almacenados en almacenes en el área de Washington D.C. como para amoblar el resto de las oficinas de Estados Unidos, debido a décadas de este juego de gastos excesivos al final de cada año presupuestario por parte de cada una de las agencias federales –y hay cientos, si no miles de ellas.

    Ludwig von Mises escribió en Burocracia que nadie quiere que lo llamen “burócrata”, ni que sus métodos sean considerados “burocráticos”. Los burócratas del gobierno entienden ésto tanto como cualquiera, ya que, después de todo, lo viven día tras día. Ellos, más que nadie, entienden la estafa y la farsa que es hablar de “eficiencia gubernamental”. Por lo tanto, las comisiones de eficiencia gubernamental son peores que inútiles: presentan al público la falsa idea de que el gobierno puede ser reformado de manera que se lo haga más “eficiente”. Pero, como dijera Murray N. Rothbard, si es deseable un “gobierno empresarial”, ¿por qué pasar por todo el embrollo de las comisiones y las “reformas”? ¿Por qué no privatizar las burocracias gubernamentales y convertirlas en auténticas empresas privadas? Y luego abolir todo el resto. Esa es la única manera de hacer que el gobierno sea más eficiente. Una comisión de eficiencia o un Departamento de Eficiencia Gubernamental no son más que otra evasiva.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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