No sé si alguien ha dicho alguna vez “ahora todos somos ingenieros sociales”, pero bien podría haber ocurrido (la variante “ahora somos todos keynesianos” fue enunciada hace mucho tiempo, incluso por Milton Friedman).
Cuando digo “todos”, no me refiero por supuesto a absolutamente todos. Si busca con suficiente atención, encontrará algunos oponentes de la ingeniería social. Pero si lanza un dardo hacia una multitud (no intente hacer eso en casa), lo más probable es que alcance a un ingeniero social. La mayoría de la gente piensa que el gobierno debería hacer más que detener, juzgar y castigar a los verdaderos criminales; mantener tribunales para la resolución pacífica de disputas; y mantener una pequeña fuerza de defensa para el muy poco probable caso de una invasión militar (posiblemente el libre mercado haría esas cosas mucho mejor sin coerción). Hoy en día el gobierno, con gran aplauso público, va mucho más allá de la visión de Adam Smith “paz, impuestos no gravosos, y administración tolerable de justicia”.
Grandes electores están a favor de la gestión gubernamental de la educación, del comercio de los estadounidenses entre sí y con el resto del mundo, de la inmigración, de la construcción de viviendas, del uso de la tierra, de las empresas, de las ocupaciones y profesiones, de la organización industrial, de las finanzas, de la energía, de los servicios médicos, de la “redistribución” de los ingresos y de la riqueza, de la calidad y seguridad de los productos, y de la cultura misma, por nombrar sólo algunos. ¿Oyó una protesta pública cuando el candidato presidencial republicano prometió obligar a los pagadores de impuestos y a las compañías de seguros a pagar la fertilización in vitro? El dinero tiene condiciones. ¿Qué es lo que hoy en día no es financiado por los pagadores de impuestos?
En los últimos años, la ingeniería social se ha extendido notoriamente a cuestiones que involucran el habla y la palabra escrita. La desinformación, la información errónea y la malinformación son los duendes más nuevos. Las manifestaciones sobre el cambio climático, el covid-19, e incluso las elecciones, han sido objeto de ataques. Podemos estar agradecidos de que todo ésto haya sido contrarrestado con una entusiasta defensa de la libertad de expresión, pero es necesario ser cautelosos. La mayoría de los defensores de la libertad de expresión apoyan la ingeniería social en una miríada de otros asuntos, ignorando que los administradores gubernamentales siempre mirarán con recelo las expresiones que puedan socavar el consenso que creen necesario para el éxito de la ingeniería social.
Si uno apoya la ingeniería social en un área, ¿qué motivos tiene para oponerse a la misma en otras? Un político que se presentara a un alto cargo prometiendo despojar al gobierno nacional o estatal del poder de gestionar la sociedad, seguramente sería enterrado por su oponente el día de las elecciones. La gente es adicta a la gestión gubernamental.
Ese es el mundo en el que vivimos. ¿Cuál es el costo de vivir en un mundo así? No me refiero al costo en dólares. Es fácil encontrar las cifras correspondientes al presupuesto, el deficit, la deuda, la pérdida de poder adquisitivo debido a la creación de dinero por parte del banco central, etcétera.
Estoy pensando en el costo de una forma diferente. ¿A qué debemos renunciar porque los políticos y los burócratas –sin importar qué partido político esté en el poder– manejan gran parte de nuestras vidas? La ingeniería social es planificación gubernamental. Puede que no se trate de una planificación centralizada total, aunque algunos tal vez así lo deseen, pero sí implica un grado significativo de la misma. Mucha gente piensa que el presidente de Estados Unidos dirige el país, no sólo el poder ejecutivo del gobierno. Se le considera el comandante en jefe del pueblo, y no sólo el comandante de las fuerzas armadas, teóricamente subordinado al poder constitucional del Congreso para declarar la guerra (eso no ha sido algo real desde los años ‘50). No, se cree ampliamente que el presidente está a cargo de casi todo. Las órdenes ejecutivas son más comunes que las leyes, lo que es bastante malo. Los dos partidos principales tienen algunas diferencias sobre lo que el gobierno debería gestionar, pero en conjunto, sus programas abarcan prácticamente todo.
Ingeniería social es una expresión elegante para referirse a los políticos y burócratas que nos dicen lo que debemos y no debemos hacer. Como escribiera Ludwig von Mises: “Planificar las acciones de otras personas significa impedirles que planifiquen por sí mismas, significa privarlas de su calidad esencialmente humana, significa esclavizarlas”.
No se diga, pues, que nuestra elección es entre la planificación gubernamental y el caos. Porque no es así en absoluto. Nuestra elección es entre dictadores potenciales que nos coercionan, y la autodirección individual coordinada en el libre mercado. Es entre la burocracia coercitiva y la cooperación social (en gran medida, pero no exclusivamente, entre desconocidos), guiada ésta por la propiedad privada, los contratos, los precios del mercado y el espíritu emprendedor.
Los economistas liberales franceses del siglo XIX se esforzaron por explicar cómo “París es alimentada”. Todos los días, las tiendas ofrecían carne, pan, huevos, leche, etc., pero nadie dirigía las cosas en general. Las personas se coordinaban libremente sin órdenes. Esos economistas no preguntaron: “¿Existe un orden no diseñado?” Podían verlo. Más bien, preguntaron: “¿Cómo ocurre?” Y procedieron a explicar la división del trabajo, la empresa, el comercio, los precios del mercado, y la oferta y la demanda.
Eso es lo que perdemos en la medida en que el gobierno interfiere en la cooperación social. Debido a esa interferencia, hemos perdido mucho desde 1789. Cuando se anunció el proyecto de constitución en aquel entonces, muchas personas reflexivas advirtieron que otorgaba demasiado poder al gobierno central, y que podía esperarse que creciera a partir de ese nivel de base. ¿Quién estaría en desacuerdo con ellos hoy?
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko