¿A qué se debe la preocupación por la desigualdad de ingresos y de riqueza? Oímos hablar de ello todos los días. ¿No es nuestro nivel de vida absoluto lo que importa, y si éste está mejorando o deteriorándose? Apuesto a que eso es lo que le importa a la gente común. Sin embargo, los profesionales que se dedican a la queja, ven las cosas de otra manera: quieren que nos sintamos resentidos con los más ricos.
Para empezar con lo básico, no estamos hablando de desigualdad. Estamos hablando de diferencias de ingresos y de riqueza. La introducción del término “desigualdad” es una apelación a la emoción, un aprovechamiento de otros sentidos de la palabra. “¿Se opone Ud. a la igualdad? ¿No cree que ‘todos los hombres son creados iguales’?” Eso es demagogia, no argumento.
En una economía orientada al mercado, la mayor parte de los ingresos no es distribuida. No hay una distribución que pueda ser descripta como igual o desigual, justa o injusta (lo que hace el gobierno es otra historia). Como escribió Ludwig von Mises hace 102 años en Socialismo: Un análisis económico y sociológico: “Bajo el capitalismo, los ingresos surgen como resultado de transacciones de mercado que están indisolublemente ligadas con la producción”. Eso no es distribución ni asignación. Mises continuó:
No producimos primero cosas para luego distribuirlas. Cuando se suministran productos para su uso y consumo, los ingresos en su mayor parte ya han sido determinados, ya que surgen durante el proceso de producción y, de hecho, se derivan de él. Los trabajadores, los terratenientes, los capitalistas y gran número de empresarios que contribuyen a la producción, ya han recibido su parte antes de que el producto esté listo para el consumo.
“El concepto de distribución es sólo figurativo”, añadió Mises. Lo que la gente llama “distribución del ingreso” no es el resultado de un gran plan de asignación. Es una instantánea de una serie dinámica y descentralizada de intercambios, y siempre está sujeta a cambios.
La gente realiza transacciones, comercia, sólo cuando espera obtener ganancias. De lo contrario, no se molestaría. Ésto es cierto para ambas partes de una transacción. Es una situación en la que todos ganan. Entre las cosas que la gente intercambia, están los servicios laborales por dinero y viceversa. Que la gente tenga que trabajar para poder comer, no es culpa de los empleadores, que también tienen jefes a los que satisfacer; se los llama consumidores. Esa es la naturaleza de la realidad. Pero en una economía de mercado libre y competitiva, pocas personas dependen de un solo comprador o vendedor. Son libres de elegir.
Si no hay distribución en una economía de mercado, entonces no es posible la redistribución. Cuando el gobierno grava nuestros ingresos y da el dinero a otros, ya sean personas de bajos ingresos o contratistas militares, eso es una distribución simple y llana. Y es ilegítima.
Los impuestos y otras formas de manipulación política son objetables, incluso si no resultan en diferencias de riqueza e ingresos a gran escala. Por lo tanto, esa no puede ser la objeción principal. La manipulación política es objetable porque ataca a los no agresores y perturba el proceso que mejor sirve a los consumidores. Sería extraño decir: “Veo desigualdad, así que me pregunto qué manipulación gubernamental ha provocado eso”. Sería razonable decir, en cambio: “Veo manipulación gubernamental, así que me pregunto si, además de todas las otras consecuencias negativas, también ha perturbado el proceso de creación de riqueza”.
Las diferencias económicas entre individuos y grupos son esperables entre personas libres, y no deberían despertar sospechas de ilegitimidad. Esperar la igualdad económica como la norma es incurrir en la falacia que Thomas Sowell ha expuesto sobre todo tipo de disparidades entre grupos. La uniformidad no se encuentra en ninguna parte del mundo.
Todo el mundo sabe que las contribuciones de las personas a las actividades productivas varían ampliamente, con relativamente pocas personas en la cima y en la base, y la mayoría en el medio. No hay ningún misterio aquí. Los individuos difieren en inteligencia, edad, capacidad, disposición, educación, energía, estado de alerta, paciencia, ambición, educación, hábitos de trabajo, cultura, tolerancia al riesgo, espíritu emprendedor, y mucho más. Nadie debería sorprenderse de que sus contribuciones a la creación de riqueza también difieran enormemente o que cambien con el tiempo. Por lo tanto, es de esperar que haya grandes diferencias en los ingresos y la riqueza. Yo no podría haber hecho lo que hicieron Bill Gates, Steve Jobs, Serge Brin o Jeff Bezos, y, apropiadamente, mis ingresos lo reflejan.
A pesar de la aparente paradoja, las enormes diferencias económicas que pueden resultar de la innovación benefician a todos. Mucho se perdería sin esa posibilidad. Los incentivos importan. Además, las ganancias de los innovadores son minúsculas en comparación con las ganancias totales de los consumidores. Un sistema diseñado para prevenir o eliminar esas recompensas a la innovación, nos empobrecería a todos.
También debe notarse que el sistema de precios, del que los niveles de ingresos son una parte, le indica a los productores lo que los consumidores más quieren. Es nuestra manera de decir a los productores dónde poner sus esfuerzos y recursos escasos.
Lo que indica progreso o retroceso en la sociedad, no es la última medida dudosa de la brecha entre ricos y no ricos, sino la facilidad con la que las personas decididas pueden ascender en la escala de ingresos. Si el gobierno no interfiere, los obstáculos quedan reducidos al mínimo. Las brechas no importan. Pensemos en un ascensor que puede expandirse como un acordeón: el piso puede subir incluso si la distancia hasta el techo aumenta.
La mayoría de la gente no envidia a los innovadores ricos. Los admira. Pero los políticos, intelectuales y activistas antilibertad, piensan que hay que resentirse con cualquiera que sea considerablemente más rico. Están llevando a cabo una estafa diseñada para obtener poder. Tenemos que denunciarlos.
Si le gustan las brechas, observe la reducción de la brecha de consumo, producto de la creciente disponibilidad de recursos en todo el mundo, gracias a la difusión de la liberalización económica, y a la liberación del ingenio y del espíritu emprendedor humanos.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko