Un país rico es el que recibe más ayuda exterior de Estados Unidos, incluida la ayuda para librar guerras en Oriente Medio. Es el caso de Israel, cuyo origen ilegítimo es considerado hoy en día en todo el mundo como el más claro de todos los estados. Incluso una gran parte de la población mundial que no se considera libertaria, ve a Israel como un estado ilegítimo, mientras que no piensa lo mismo del estado de su propia nación. En cualquier caso, el sionismo –dejando de lado su historia como movimiento político responsable de la creación del estado de Israel– puede ser brevemente definido como un apoyo desenfrenado al estado de Israel, a su legitimidad, y al expansionismo (por ejemplo, en política exterior).
En Estados Unidos, el sionismo es una de las principales características del sistema bipartidista en la política estadounidense. Esto se vio inmediatamente después del ataque de Hamas en Octubre de 2023, cuando la abrumadora mayoría de los congresistas se apresuró a proclamar su pleno apoyo a Israel. Incluso la mayoría del creciente número de congresistas que se oponían a millones de dólares para Ucrania, apoyaba la urgencia de enviar millones a Israel. Y en Noviembre de 2023, cuando las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) masacraban a personas inocentes en Gaza, el representante Thomas Massie fue el único miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos que votó en contra de un proyecto de ley que equiparaba el antisionismo con el antisemitismo, que expresaba que negar el “derecho a existir” del estado de Israel equivalía a odiar al pueblo judío.
Hay algo especial en la relación de Estados Unidos con Israel que no existe con ningún otro país. Incluso cuando la mayoría de los países votarían en contra de Israel en las Naciones Unidas, el gobierno de Estados Unidos defenderá a Israel. Al tener esta relación, el gobierno de Estados Unidos ha sacrificado la buena reputación que el país tuvo en Oriente Medio hasta mediados del siglo pasado, la que comenzó a desvanecerse cuando el imperialismo estadounidense se volvió global, y luego se convirtió en la colaboración imperial entre Estados Unidos y el sionismo, ya que el sionismo ha sido una característica inconfundible de la política exterior de Estados Unidos durante décadas.
Esta relación estadounidense con Israel va desde la política habitual hasta las asociaciones evangélicas. Existe incluso una organización especializada en la promoción del sionismo entre los cristianos, Cristianos Unidos por Israel (CUFI, por sus siglas en inglés), cuyo fundador es el famoso pastor John Hagee. En este sentido, tomemos como ejemplo al pastor Jim Staley, que dijo: “La oposición a Israel es oposición a Dios”. Y hace varios años, Hagee incluso predicaba la idea de ataques militares preventivos contra Irán, para evitar un “holocausto nuclear” en Israel y un ataque nuclear contra los Estados Unidos. Se puede encontrar un apoyo notable a Israel en muchos líderes evangélicos y políticos de los Estados Unidos, lo que demuestra una clara intención de inculcar la defensa de Israel como un dogma cristiano-nacionalista dual.
Si bien el Partido Republicano lleva la delantera, los políticos de ambos partidos –y la mayoría de quienes ocupan puestos prominentes en el gobierno de los Estados Unidos– durante décadas han demostrado un consenso mínimo y habitual cuando se trata de Israel. No es de sorprender que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, haya dicho en el pasado que “Israel agradece el apoyo del pueblo estadounidense y de los presidentes estadounidenses, desde Harry Truman hasta Barack Obama”. Y Obama expresó por su parte: “Me enorgullece decir que ninguna administración estadounidense ha hecho más en apoyo de la seguridad de Israel que la nuestra”.
Cuando vemos las noticias y sobreviene el extremismo islámico, el imperialismo sionista estadounidense es de hecho la principal causa del mismo. En este contexto, las guerras estadounidenses en Irak, Somalia, Yemen, Libia, y la guerra encubierta contra el gobierno sirio entre 2011 y 2017, contribuyeron a la propagación del radicalismo político y religioso, y al conflicto violento en todo Oriente Medio. Y cuando las fuerzas estadounidenses respondieron indiscriminadamente después de los acontecimientos del 11 de Septiembre, ésto sirvió para avanzar la causa y aumentar el número de enemigos estadounidenses. Cada vez que las tropas estadounidenses o los sionistas israelíes cometen ataques injustificados contra personas inocentes en Oriente Medio, el extremismo islámico recibe más aceptación y legitimidad, y más gente se muestra dispuesta a unirse a él. Al final, los crímenes de cada bando alimentan el deseo de sangre y fortalecen a los peores elementos de ambos. Sin embargo, las principales víctimas de este fortalecimiento no son exactamente los líderes de uno u otro bando, sino la población civil. En este sentido, como recuerda Ryan McMaken, no hay nada único en la forma general de estos conflictos. Los elementos son bastante familiares:
“…una población nativa minoritaria se ve cada vez más acorralada y empobrecida dentro de un territorio limitado; facciones de hombres jóvenes dentro del grupo recurren a la violencia –lo que ahora llamamos ‘terrorismo’– como venganza en respuesta a una larga lista de crímenes reales perpetrados por los colonos y sus gobiernos; la población colonizadora mayoritaria reacciona a ésto con fuerza abrumadora, y mayor destrucción de los territorios y los derechos legales del grupo minoritario; las mujeres y los niños de ambos bandos suelen ser los que más sufren”.
Así, cuando las FDI bombardean la Franja de Gaza, expulsando a la gente de sus hogares y ciudades, ésto no es esencialmente diferente de las reacciones a los ataques tribales contra las aldeas de colonos en los Estados Unidos del siglo XIX. Muchos reconocieron que no había nadie digno de apoyo mientras ambos bandos siguieran matando inocentes. En tales casos, como dice McMaken, un punto de partida era negarse a apoyar a cualquiera de los dos bandos.
Sin embargo, la capacidad de los Estados Unidos para desestabilizar Oriente Medio va más allá de los conflictos y las matanzas del siglo XIX. Basta recordar el derrocamiento de Saddam Hussein, cuya caída y la de Muammar Gaddafi a manos de la OTAN (liderada, por supuesto, por los Estados Unidos), crearon vacíos de poder en Oriente Medio, los que fueron ocupados por el Estado Islámico y los grupos yihadistas. También puede mencionarse el apoyo de los Estados Unidos a los yihadistas sirios contra Bashar al-Assad.
Por supuesto, Hussein no era una amenaza para el pueblo estadounidense ni para ninguna idea sensata de defensa nacional, pero sí lo era para el estado de Israel. El resto es historia. Los neoconservadores nacionales y los lobbistas israelíes, si bien no siempre son los mismos, mintieron a los estadounidenses y apoyaron una segunda guerra en Irak. Una vez que las tropas estadounidenses conquistaron Bagdad y terminó el régimen de Hussein, fue instalado un nuevo gobierno en Irak. El poder supremo pasó a ser el ejército estadounidense. Pero para perdurar, este gobierno tenía que ganar legitimidad entre los iraquíes. Sin embargo, contrariamente a la propaganda estadounidense, la invasión y ocupación de Irak no fue un acto de liberación. Como explica Hans-Hermann Hoppe:
“Si A libera a B, que está tomado como rehén por C, se trata de un acto de liberación. Sin embargo, no es un acto de liberación si A libera a B de las manos de C, para tomar él mismo a B como rehén. No es un acto de liberación si A libera a B de las manos de C, matando a D. Tampoco es un acto de liberación si A toma por la fuerza el dinero de D, para liberar a B de C.
En consecuencia, a diferencia de la liberación genuina, que es recibida por los liberados con asentimiento unánime, la ocupación estadounidense ha sido recibida con mucho menos entusiasmo que universal por los iraquíes “liberados”. Incluso, muchos de los oponentes de Saddam Hussein, que lo vieron derrocado con alegría, todavía consideran a los EE.UU. como un invasor no invitado”.
Éstos son sólo algunos ejemplos del intervencionismo estadounidense en una región desde la cual ningún ejército ha cruzado jamás el océano para poner un pie en suelo estadounidense. Pero, por el momento, el gobierno estadounidense no planea aprender ni cambiar nada. Además, establecer una democracia liberal en Oriente Medio destruyendo ciudades y acabando con miles de vidas, no es liberalismo clásico, sino más bien la causa de la inestabilidad constante en la región. Y si la libertad y los derechos humanos son tan importantes para el gobierno de Estados Unidos, entonces no debería apoyar a nadie para que masacre a inocentes en Oriente Medio, independientemente de su confesión religiosa. Además, nunca fue correcto mediar por la fuerza en disputas, ni iniciar guerras allí para establecer cualquier forma de gobierno.
Y para que no haya ninguna duda sobre la voluntad y la capacidad del gobierno de Estados Unidos para mantener viva la llama de la guerra, unos días después del ataque de Hamas, Biden dijo por TV que pueden manejar las guerras en Ucrania e Israel, y aún así mantener su defensa general. Para colmo, dijo: “Tenemos la capacidad para hacerlo, y tenemos la obligación de hacerlo”. Pero, ¿cómo funciona este financiamiento de la guerra? En parte, como explica Jonathan Newman:
“El hecho de que la Reserva Federal pueda reunir billones de dólares no niega el hecho de que las guerras son caras. Hacer la guerra requiere de una cantidad enorme de recursos reales, como acero, textiles, alimentos, trabajo humano y computadoras. Estas cosas no aparecen mágicamente una vez que el gobierno decide emitir un nuevo bono, el que finalmente es comprado por la Reserva Federal con dinero recién impreso. Cuando estos recursos son requisados para la guerra, los estadounidenses lo pagan en forma de precios más altos. Este impuesto inflacionario, aunque sutil, cumple la misma función que otros impuestos: extrae recursos de la economía privada, para los fines del estado”.
La verdad es que casi todo lo que está mal en la Europa multicultural y el atribulado Oriente Medio, ha sido causado –con la necesaria aceptación pública– por el estatismo occidental, imperialista, protector del sionismo y del bienestar social, durante el último medio siglo. El siguiente resumen de McMaken explica parte de la situación:
“Estados Unidos y sus aliados han adoptado un patrón predecible en política exterior durante los últimos treinta años: obligar a los contribuyentes a pagar las guerras del régimen, que implican bombardear varios países extranjeros pobres, ‘hasta devolverlos a la edad de piedra’. Luego, una vez que los refugiados comienzan a salir en masa … los regímenes occidentales les dicen a los contribuyentes en sus países que desembolsen aún más dinero para pagar el reasentamiento de todos esos refugiados cuyos países fueron innecesariamente destruidos por las bombas lanzadas por Washington y sus aliados”.
De hecho, aparte de los millones de muertos, se ha estimado que al menos 37 millones de personas se convirtieron en refugiados debido a la “Guerra Global contra el Terror” en 2020. ¿Y adónde han ido todas estas personas? Por supuesto, muchas van a los países más ricos de Europa Occidental, ya que la geografía impide que los contribuyentes estadounidenses sufran una carga mayor que la que ya les impone su gobierno con sus guerras. Para explicarlo mejor, desde que George W. Bush lanzó la “Guerra Global contra el Terror” en 2001, las fuerzas estadounidenses han librado guerras o participado en otras operaciones de combate, en al menos veinticuatro países.
Lamentablemente, como lo han demostrado las circunstancias más recientes en Medio Oriente, las cosas no están mejorando, y en cualquier momento podrían empeorar mucho. Y la posibilidad de contrarrestar todo ésto está aún lejos en el horizonte, si la mayor parte del mundo occidental -y especialmente, si la mayoría del pueblo estadounidense- no reconoce la abrumadora culpa que pesa sobre sus líderes políticos -y sobre la influencia del sionismo- para hacerles pagar lo antes posible por esta terrible situación.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko