Los conservadores son progresistas tardíos

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    Es esencial un análisis contundente del conservadurismo contemporáneo para mostrar su irrelevancia. Como movimiento político, el conservadurismo es una verdadera nulidad. Una imbecilidad carente de coherencia y de cohesión, completamente incapaz de plantear oposición real al progresismo.

    En términos prácticos, el conservadurismo es una filosofía política que apunta a conservar ciertos valores. Ésta es la definición básica de conservadurismo. Por extensión, esta filosofía política se basa en ciertas virtudes, como la preservación de las tradiciones, la familia, el matrimonio y el liderazgo masculino/patriarcal de la sociedad.

    A partir de allí, podríamos añadir una serie de otros objetivos igualmente importantes para una cosmovisión conservadora, como la ascendencia, la enseñanza y la escolarización familiar (homeschooling), la autonomía y la descentralización, la libertad económica y el localismo, que son valores muchas veces asociados con las tradiciones. sociedades del pasado y con sus raíces conservadoras. Recordemos que el conservadurismo genuino tenía sus raíces en el mantenimiento y el liderazgo social de las familias. A diferencia del conservadurismo actual, su epicentro moral e ideológico no fue el estado.

    A su vez, los conservadores contemporáneos son criaturas extremadamente perdidas y confusas, que además de no preservar absolutamente nada, no saben exactamente qué preservar. Tan perdidos y desprovistos de contenido, muchos se esfuerzan por preservar políticas socialistas que sólo sirven para dañar aún más a la sociedad, y fomentar demonios ideológicos que dañan a las familias e impiden que muchas otras se formen.

    De hecho, es fundamental un análisis del movimiento político que actualmente se define como conservador, para comprender por qué la sociedad contemporánea ha llegado adonde está, y por qué el progresismo no sólo ha avanzado ileso en todos los segmentos de la sociedad, sino que continúa avanzando de manera imparable e implacable, encontrando poca –o ninguna– resistencia.

    Un análisis profundo del conservadurismo contemporáneo muestra que no conserva absolutamente nada, y sólo sirve como una oposición controlada al progresismo político, cada día más vigoroso y brutal, demostrando siempre una voracidad latente e implacable, capaz de producir resultados concretos, hasta la ruina y decadencia general de la sociedad.

    Repasemos brevemente el legado del movimiento conservador a la sociedad contemporánea, centrándonos en sus resultados prácticos. Comencemos con la siguiente pregunta: ¿qué conservaron realmente los conservadores?

    ¿Se quedaron con la familia? No. ¿Han preservado la longevidad de los matrimonios y la santidad de las relaciones? No. ¿Mantuvieron la autonomía jurídica, el liderazgo y la independencia de las familias? No. ¿Preservaron la autonomía individual? No. ¿Han preservado ilesos ciertos valores y tradiciones? No. ¿Preservaron la libertad de expresión? No. ¿Mantuvieron el estado pequeño y no intervencionista? No. ¿Protegieron a la sociedad del socialismo, el progresismo, el feminismo y otras ideologías igualmente perversas y dañinas? No.

    ¿Quizás los conservadores preservaron la belleza del arte clásico, la elegancia estética de la alta cultura, la profundidad intelectual en las universidades y centros académicos, así como la moral y la modestia social? No, en absoluto. Al menos, ¿pudieron los conservadores preservar un grado moderado de cohesión social e impedir el declive de las virtudes morales en la civilización? No, no hicieron nada de eso. Entonces, ¿qué conservaron realmente?

    La respuesta a esa pregunta es simple: nada. Los conservadores no han conservado absolutamente nada. Son completamente incapaces de preservar, mantener o conservar nada. De hecho, el conservadurismo no posee ni un solo miligramo de la consistencia, cohesión y organización política que es posible vislumbrar en el progresismo. Éste, sin embargo, es el menor de los problemas dentro del movimiento conservador.

    Lamentablemente, cuando analizamos en profundidad los problemas relacionados con el conservadurismo actual, nos damos cuenta de que la mediocridad y la incompetencia de los conservadores contemporáneos es sólo una pequeña parte del diagnóstico, ya que el problema general es mucho peor.

    Los conservadores no sólo son completamente incapaces de conservar nada, sino que eventualmente terminan cediendo a todas las agendas ideológicas progresistas. Este es un hecho histórico irrefutable. Y se debe a un elemento de carácter político-ideológico aparentemente frívolo e irrelevante, pero que en última instancia marca la diferencia: la Ventana de Overton.

    Analice lo siguiente: a lo largo de todas las décadas del siglo XX, los progresistas aprendieron a utilizar y gestionar magistralmente la Ventana de Overton en su beneficio, mientras que los conservadores permanecieron distanciados de este recurso político-ideológico aparentemente pequeño e inofensivo. Para el establecimiento gradual del progresismo, todo lo que los progresistas deben hacer es presentar ciertas agendas –sean o no radicales–, avanzar, y luego retroceder un poco. Ésto debe ser hecho de forma sostenida, sin prisa, a un ritmo lento pero siempre constante.

    Así es exactamente como operan los progresistas. Funcionan así desde finales del siglo XIX, y hasta ahora no han cambiado su modus operandi. Precisamente porque funciona, es extremadamente eficiente; y al final, los progresistas siempre consiguen el resultado buscado.

    Al actuar de esta manera, los progresistas terminaron aprendiendo que –al hacerlo gradualmente, con extrema lentitud y paciencia, pero constantemente– los conservadores siempre terminan cediendo y aceptando demandas y más demandas progresistas, tanto culturales como políticas. Los progresistas han aprendido que su victoria siempre está garantizada. No importa el tiempo que tarden, siempre consiguen lo que pretenden.

    Es posible que no obtengan las respuestas deseadas en el momento exacto en que las pretenden. Pero, con paciencia, después de diez o quince años, estas directrices acaban siendo aceptadas, incluso por los sectores más conservadores de la sociedad. Los progresistas sólo necesitan ser pacientes, desarrollar los factores culturales de sus agendas, ganar apoyo, aceptación y adhesión de la sociedad, y luego continuar impulsando sus agendas en entornos políticos, académicos y legislativos. Una vez que las agendas se han convertido en un consenso cultural –a veces natural, a veces artificial–, es generalmente fácil impulsarlas en política, oficializándolas a través de leyes.

    Mire todo lo que aceptaron los conservadores en el siglo XX, analice todas las concesiones que hicieron. Divorcio sin culpa, sufragio universal, secularismo y marginación de la religión, derechos de las mujeres, aborto, agendas lgtb, gobierno en control y dominio total de la sociedad, prensa controlada por la militancia de izquierda, censura políticamente correcta, sellado progresivo de películas, grandes corporaciones y en espectáculos teatrales. ¿Dónde terminará ésto?

    Bueno, es muy fácil de ver. Dado que los conservadores siempre ceden, el resultado natural es cada vez más progresismo. El progresismo ideológico seguirá avanzando ileso en la sociedad, como siempre lo ha hecho. El conservadurismo político es una marioneta, una fachada de oposición, que carece de verdadera coherencia moral y resistencia ideológica. Su falta total de cohesión y su debilidad impiden que el conservadurismo se presente como un obstáculo real a la locura progresista.

     

     

    Dicho ésto, no se sorprenda al ver lo obvio. El progresismo seguirá avanzando, como siempre ha avanzado desde que se convirtió en ideología fisiológica del sistema político. En consecuencia, es natural suponer que, dentro de unos años, los conservadores que no preservan nada, estarán defendiendo agendas progresistas como el aborto, la ideología de género y el lenguaje neutral. Y defenderán estas agendas con extremo celo y vehemencia, por su propia voluntad.

    Las prerrogativas que les llevarán a hacerlo son completamente irrelevantes. El avance del progresismo es siempre ostentoso e imparable. Ésto se fácilmente observable incluso en la forma en que el feminismo se ha extendido en la derecha política, tanto entre hombres como entre mujeres que se definen a sí mismos como conservadores, pero cuyo comportamiento, vestimenta y estilo de vida pueden ser caracterizados como completamente progresistas.

    Los conservadores que defienden aberraciones como el aborto, el lenguaje neutral y la ideología de género, pueden parecer extraños en este momento, pero eventualmente estas cosas se normalizarán tanto que se convertirán en parte de los valores actuales de la sociedad. Después de todo, los progresistas seguirán moviendo la Ventana de Overton cada vez más hacia la izquierda, de modo que demandas que antes parecían agendas progresistas radicales, pasarán a ser vistas como “sentido común” en el futuro, y cualquiera que se niegue a defenderlas, será considerado un sujeto arcaico, retrógrado y anticuado, con mentalidad obsoleta, y ciertamente correrá el riesgo de ser procesado y encarcelado por no adherir a la religión secular progresista.

    En el futuro, muchas personas que se nieguen a defender estas agendas pueden sufrir represalias, ostracismo profesional y marginación social –tal como ya está sucediendo en la industria cinematográfica estadounidense, y en otras industrias. Sin embargo, el adoctrinamiento sistemático empleado por los medios corporativos de masas hará que la gente defienda agendas progresistas por su propia voluntad.

    Al mover la Ventana de Overton lenta, gradual pero constantemente, los progresistas han logrado comprender cómo pueden introducir sus agendas políticas en la sociedad –por muy radicales que sean–, hasta que sean ampliamente aceptadas y completamente normalizadas. Se dieron cuenta de que si los conservadores de hoy no aceptan muy bien ciertas agendas de su agenda político-ideológica, en diez o quince años no sólo las aceptarán plenamente, sino que también comenzarán a defenderlas y apoyarlas como propias, gracias a la persistencia de las agendas progresistas, insertándose gradualmente en entornos políticos, sociales, culturales y académicos –a través del lento pero incesante desplazamiento de la ideología progresista a través de la Ventana de Overton.

    Los progresistas han aprendido que si son lo suficientemente persistentes, los conservadores siempre terminarán cediendo y haciendo concesiones. Siempre ha sido así. Los conservadores nunca han sido consistentes o intransigentes. A su vez, los progresistas nunca han dudado ni un segundo en actuar de manera radical e intransigente –aunque pueden hacer retiradas estratégicas, que siempre son temporales.

    Así fue durante todo el siglo XX, y hasta el momento actual del siglo XXI, esta condición permanece intacta. Los progresistas avanzan, los conservadores conceden. Los progresistas avanzan, los conservadores conceden. Los progresistas avanzan, los conservadores conceden. –Y eso no cambia. Cualquier victoria del conservadurismo es siempre temporal, mientras que los avances del progresismo son permanentes e irreversibles.

    ¿Es posible reparar el movimiento conservador?

    A lo largo de su historia –aunque de manera más problemática a partir de la segunda mitad del siglo XX–, el conservadurismo siempre ha demostrado las mismas deficiencias, y éstas son la total falta de coherencia, y la total falta de sostenimiento inconmovible. Como movimiento político, el conservadurismo siempre ha sido demasiado vago y poco consistente en el mantenimiento de sus principios. La raíz del problema reside principalmente en la incapacidad de los conservadores para cultivar y mantener principios morales. Sin principios morales es imposible cultivar virtudes como la valentía y la no transigencia, recursos fundamentales para resistir los avances de la secta progresista.

    Además, en las últimas décadas los conservadores se han contagiado de una excesiva devoción al estado, de modo que han comenzado a descuidar aspectos y elementos verdaderamente importantes para la preservación y mantenimiento de una sociedad conservadora.

    Incluso podemos especular si el verdadero problema no deriva del hecho de que el conservadurismo genuino ha sido completamente suplantado por el neoconservadurismo –una ideología socialista que prioriza la expansión de los poderes estatales–, lo cual es, sin duda, una cuestión extremadamente relevante –y ésto podría ser, de hecho, el problema. Después de todo, si lo que tenemos son multitudes de neoconservadores, y sólo unas pocas docenas de conservadores genuinos, entonces tenemos una excelente explicación de por qué el progresismo avanza ileso, sin enfrentar ninguna resistencia u oposición concreta. O enfrenta una resistencia que, al final, resulta completamente insuficiente para frenar el avance de la agenda progresista.

    Dicho ésto, la realidad está justo frente a nosotros, y sería extremadamente tonto no afrontar los hechos. Los hechos nos muestran que Brasil enfrenta un régimen progresista y masivo de censura que aumenta exponencialmente, pero los conservadores no están haciendo absolutamente nada para restaurar la supuesta normalidad.

    Tampoco hacen absolutamente nada contra la dictadura políticamente correcta –que además se expande y censura a cada vez a más gente–, como tampoco hacen absolutamente nada por la libertad de expresión. Miremos donde miremos, el progresismo domina completamente, conquistando hegemonía política, cultural, social y académica cada vez más despiadada, y el poco conservadurismo que queda, sólo retrocede. Desafortunadamente, esta condición no cambia.

    Para empeorar las cosas, una parte importante de los conservadores es cobarde y se esconde detrás de fetiches absurdos, como el legalismo y la constitución –como si estas cosas tuvieran realmente algún valor. Para variar, lealtad a principios y cuestiones morales no tiene importancia ninguna. Y no se cansan de demostrarlo una y otra vez.

    Los conservadores nos han demostrado de manera evidente y recurrente –a lo largo del siglo XX y hasta el momento actual– que la sociedad, en general, no puede contar con ellos. Es cierto que durante la tiranía del coronavirus, algunos conservadores valientes se levantaron contra la tiranía del estado corporativo farmacéutico y defendieron la libertad. En este sentido, eran más relevantes e importantes que los liberales.

    Sin embargo, se trata de una excepción, en una situación cada vez más tiránica y caótica, que poco a poco empeora. Desde hace un tiempo considerable, la gran “aportación” de la mayoría de los conservadores ha sido publicar slogans de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en las redes sociales. Y no es más que eso. Cuando se trata de resistir eficazmente al progresismo, luchar por una sociedad genuinamente conservadora, y lograr la verdadera libertad, no podemos contar con los conservadores –al menos, con la gran mayoría de ellos.

    Al fin y al cabo, lo que saben hacer con extrema competencia es halagar a los políticos, venerar la constitución, exigir soluciones estatales a los problemas que afligen a la sociedad, confiar ciegamente en las fuerzas armadas, idolatrar a Israel, burlarse en las redes sociales de los cínicos realistas que no veneran de manera irracional al estado, ni confían incondicionalmente en el Congreso, y son expertos en delegar cada aspecto de su existencia mundana en el gobierno omnipotente.

     

     

    Conclusión

    A los conservadores de hoy no les desconcierta en absoluto que el progresismo haya avanzado hasta ahora sin encontrar resistencia alguna, y que la situación actual de la sociedad parezca cada vez más caótica y autoritaria. Y dado que estas criaturas son completamente incapaces de organizar una resistencia real, no deberíamos impresionarnos si las cosas empeoran aún más. Este diagnóstico demuestra que lo que tendremos a partir de ahora será cada vez más progresismo. Y, en cuestión de poco tiempo, siendo defendida ostensiblemente por los mismos conservadores.

    No se sorprenda si pronto ve a conservadores defendiendo agendas feministas como el “poliamor”, afirmando que la monogamia oprime a las mujeres. Espere un poco más y verá a este grupo defendiendo mordazmente todos los elementos ideológicos de la secta progresista. Los conservadores carecen de la coherencia moral o el coraje para montar una resistencia real al progresismo. Lo único que saben hacer es ceder.

    Lamento informarle, querido lector, pero no se puede contar con los conservadores para absolutamente nada. Dentro de unos años, veremos a conservadores defendiendo fervientemente cuestiones progresistas como el lenguaje neutral, el aborto y la ideología de género.

    Y para empeorar la situación, no tengo ninguna duda de que, bajo la prerrogativa de promover la tolerancia y combatir la homofobia, pronto comenzarán incluso a defender la persecución de los cristianos y estarán a favor de censurar la Biblia. Y todo ésto lo harán bajo la etiqueta de “conservadores”. Pero lo que realmente saben preservar con honor son cosas dañinas, como el socialismo político y el progresismo cultural. Precisamente las cosas contra las que, irónicamente, dicen luchar.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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