Cuando hablamos de ideologías políticas, sabemos que existe una gran profusión de aquéllas. Desde la llamada “tercera posición” (o tercera vía), pasando por el marxismo, y hasta la más reciente Ilustración Oscura de Curtis Yarvin y Nick Land; pasando por el feminismo y el nacionalismo; el universo de la política está saturado de ideologías que sirven para todos los gustos y tipos de personalidad, satisfaciendo las demandas emocionales de los votantes. Pero sin lugar a dudas, ninguna exige tanta estupidez e irracionalidad por parte de sus seguidores como la ideología progresista. Para ser progresista, una persona debe necesariamente separarse de la razón y de cualquier conexión con la realidad práctica, y estar dispuesta a creer con extremas acrimonia, vehemencia e intransigencia en fantasías ideológicas excepcionalmente absurdas, que simplemente carecen de sentido.
Entiéndase ésto: no se trata de que la ideología progresista tenga uno o dos errores, o un puñado de errores. Es mucho más serio y mucho peor que eso. El nacionalismo tiene una proporción importante de errores y equivocaciones. La ideología progresista, a su vez, se basa enteramente en un grado demencial de irracionalidad y estupidez exacerbadas, y efectivamente califica como una afrenta a la misma naturaleza humana y al orden natural. El progresismo es una aberración tan demente y malvada, que nunca podrá ser aceptado por nadie que tenga un mínimo de decencia, racionalidad y cordura mental.
Al contrario de lo que los principales medios corporativos difunden histéricamente, no se trata de ser “extrema derecha”. Es una simple cuestión de prudencia y sentido común. Y ni siquiera hace falta tener tanta prudencia y tanto sentido común para rechazar de plano la ideología progresista. Un poco es suficiente.
En primer lugar, se anima ostensiblemente a los progresistas a negar la lógica y la racionalidad y, en consecuencia, acaban siendo reducidos a criaturas descaradamente histéricas y emocionales. Utilizar argumentos convincentes, basados en la lógica y la racionalidad, es algo que no funciona con los activistas progresistas. Viven en la locura patológica de una histeria emocional desproporcionada, que única y exclusivamente apela a las emociones. Por tanto, es inútil intentar hacer uso de la razón cuando hablamos con estas personas. La racionalidad es algo tan extraño para ellos como lo son los colores para alguien que nace ciego.
De hecho, la locura de la militancia es tan titánica, que estas personas se niegan siquiera a reconocer algo tan simple como la biología. Para la militancia progresista, no debemos reconocer que existen diferencias inherentes entre hombres y mujeres. Si se persiste en hacerlo, se lo considerará un “fascista”. Afirmar que los hombres deben ser masculinos y las mujeres femeninas, es –según los militantes progresistas– fomentar la “propaganda sobre el rol de género”.
Entre algunos seguidores de la secta, el nivel de locura es tan alto, que muchos militantes ni siquiera aceptan la mención de hombres y mujeres. Para estas personas, la sociedad debe volverse andrógina. No existe una distinción real, objetiva y metodológica entre hombres y mujeres. Ambos deben ser libres de definirse como quieran, a expensas de la realidad práctica. Defensores de la fantasiosa y demente ideología de género, estas criaturas creen que una persona puede definirse a sí misma de maneras completamente subjetivas, y que se debe obligar a toda la sociedad a aceptar ésto.
Así, un hombre puede definirse como mujer, e incluso debe tener “derecho” a utilizar los sanitarios para mujeres. Y, según el manual progresista, las personas normales que se niegan a aceptar este tipo de aberración, deberían ser clasificadas como “transfóbicas”. La militancia ha llegado incluso a decir que los hombres pueden quedar embarazados y menstruar, y negarlo en presencia de un militante puede ponerlo histérico, colérico y extremadamente furioso.
Ahora, las personas que no aceptan su sexo biológico sufren un trastorno psiquiátrico conocido como disforia de género. Y las personas con este trastorno deberían recibir ayuda y tratamiento médico adecuados, en lugar de ser alentadas a sumergirse más profundamente en la locura de sus delirios patológicos.
Pero está claro que los militantes progresistas no ven las cosas de esa manera. La realidad es demasiado opresiva para los copitos de nieve.
Lamentablemente, sabemos que la realidad es completamente irrelevante para la militancia. El rechazo frontal y sumario de la realidad es, sin duda, el elemento primordial de la secta progresista. Por ello, se anima a las personas con trastornos psiquiátricos graves y muy graves, a vivir intensamente sus delirios y patologías en lugar de tratarlos adecuadamente. Animar a una persona a buscar tratamiento para su trastorno es considerado un comportamiento escandaloso, prejuicioso e intolerante.
Con agendas que ignoran de plano cualquier tipo de marco moral y ético, el progresismo acabó normalizando la inversión de valores. Su ideología reduccionista de secularización materialista de la existencia humana no incluye principios metafísicos; por tanto, todo se reduce al placer inmediato y hedonista de la satisfacción emocional. En consecuencia, voluntades y emociones acaban por encima de la razón, en un infame culto de histeria política infantil a una utopía universitaria centrada en la saciedad primaria de los deseos egoístas, incentivados por el narcisismo más absoluto.
Como resultado, la secta progresista cree genuinamente que debe ser tolerado todo tipo de aberraciones. Sólo las personas normales deberían ser rechazadas, despreciadas y ridiculizadas –por no ajustarse al nuevo standard andrógino progresista. Los hombres blancos heterosexuales, masculinos, las sencillas mujeres casadas que visten decentemente y no tienen el cabello teñido con colorinches, y las familias normales formadas por un hombre, una mujer y sus hijos, pueden ser tratados con total intolerancia y ridiculizados al máximo. Pero las aberraciones antinaturales con pelos coloridos, con claros problemas psiquiátricos, que rechazan categóricamente la realidad, y exigen leyes que obliguen a otras personas a aceptar la normalización de la locura, deben ser tratados con respeto y tolerancia. En otras palabras, el progresismo es la ideología política de normalizar la locura e invertir valores.
Obviamente, toda esta locura fue adecuadamente respaldada por los gobiernos de la gran mayoría de los países occidentales. Si no hace todo lo que le ordenan los progresistas, podría ser censurado, arrestado, multado, procesado o incluso linchado. Las dictaduras totalitarias progresistas como Canadá y el Reino Unido lo demuestran.
Desde hombres adultos que se identifican como niñas pequeñas, hasta personas que se identifican –y de hecho viven– como gatos, perros, ciervos y otros animales, la ideología progresista ha promovido un grado sin precedentes de infantilización de la sociedad, y ha normalizado comportamientos patológicos que deberían ser abordados.
La psicología del progresismo
No soy psicólogo (aunque tengo una hermana y una tía con esa profesión), pero me voy a atrever a efetuar un análisis en profundidad de este asunto. Sobre todo porque es evidente que –a partir del análisis del comportamiento de los militantes– el núcleo fundamental del progresismo tiene sus raíces en una profunda infantilización del ser humano. El progresismo es completamente contrario al desarrollo del ser humano y a las responsabilidades de la vida adulta. De ahí su negación categórica y vehemente de la realidad, así como la negación de la racionalidad y el énfasis en estados emocionales individuales completamente subjetivos.
Esta infantilización (que muchas veces puede verse exacerbada por afecciones psiquiátricas no diagnosticadas ni tratadas) avalada por la doctrina progresista, deriva en comportamientos similares a los de un niño histérico y egoísta. Por lo tanto, el activista se vuelve tan egocéntrico y comienza a pensar de la siguiente manera: el mundo debe ser como yo quiero, todas las personas deben reconocerme como un “pansexual amorfo, chispeante, no binario, y llamarme amigo”. Y quien no esté de acuerdo con esto, es un fascista reaccionario de extrema derecha, que necesita urgentemente ser procesado y arrestado.
Es evidente que el adoctrinamiento ideológico respalda el comportamiento infantil, egocéntrico y narcisista de la militancia, que no sólo socava las características de la naturaleza humana, sino que también realza las peores –por esta razón, a menudo los militantes exhibirán características dañinas y nocivas para la salud, como el egoísmo, el egocentrismo y narcisismo patológico, generalmente en forma exacerbada. El activista piensa que el mundo le debe algún tipo de reconocimiento, de lo contrario estará “oprimido”. La ideología progresista lo convenció de ésto. Después de todo, el activista es la pobre víctima de un mundo hostil y malvado que lo oprime a diario. En consecuencia, debe luchar contra esta opresión, pidiendo siempre ayuda al gobierno y manifestándose contra el patriarcado machista, sexista y fascista, que lo oprime de manera sistémica.
Evidentemente, escuchar todo lo que quiere de su ideología favorita termina aumentando el sentimiento de derecho del activista, de modo que realmente se considera con derecho a recibir de la sociedad todo lo que le han hecho creer que merece.
Después de haber sido completamente capturado por la ideología progresista –cuando el lavado de cerebro está completo– resulta muy fácil para el activista ignorar por completo la realidad. Y así, se vuelve extremadamente susceptible a la manipulación política e ideológica llevada a cabo por los psicópatas en el poder. En consecuencia, la realidad se convierte en lo que la TV y la ideología favorita de los militantes afirman que la realidad es.
¿Y cómo es realmente la realidad? Bueno, la realidad es drásticamente distinta de todo lo que la ideología progresista predica sobre la militancia.
En primer lugar, no vivimos en un patriarcado opresivo, chauvinista y sexista. Si se vive en Iran, Qatar, Arabia Saudita o Turkmenistan, entendería esta posición. Pero si se vive en alguna democracia liberal occidental, es completamente fantasioso y poco realista definir cualquier sociedad como patriarcal.
Las leyes que única y exclusivamente favorecen a las mujeres son implementadas por centenares. Se censura a las personas por criticar la ideología de género, el feminismo y el activismo lgbt –cuya agenda es no sólo apoyada, sino también promovida por grandes corporaciones. Recientemente, un famoso comediante brasileño fue multado con 100.000 reales por contar un chiste en un programa de comedia que ofendió a militantes progresistas.
Las universidades apoyan todas las causas progresistas, y los progresistas nunca son censurados, ni por el gobierno ni en las redes sociales. Los progresistas tienen total libertad para defender sus agendas. La represión siempre ocurre contra quienes se oponen a la agenda progresista y se atreven a criticarla, incluso en un grado moderado. La TV y el cine (especialmente el cine estadounidense) han adoptado la agenda woke hasta el punto de que hoy apenas se puede ver o mirar algo cuyo contenido no posea algún grado de adoctrinamiento progresista.
Ahora, la realidad del mundo occidental hace muy obvio que la ideología progresista se ha vuelto dominante, y hoy es el statu quo. El conservadurismo, el tradicionalismo, la religión cristiana y cualquier movimiento reaccionario pueden ser efectivamente clasificados como movimientos de resistencia.
Pero, como se dijo anteriormente, la realidad es totalmente incompatible con la ideología progresista. De hecho, se basa enteramente en una negación categórica de la realidad. Si se asimila y se reconoce la realidad tal como ésta se presenta, no hay manera de que se pueda ser progresista. Recordemos que una persona mentalmente sana nunca negaría las diferencias entre hombres y mujeres. Este rechazo, sin embargo, se está convirtiendo en el epicentro de la ideología progresista.
Ésto puede probarse por el hecho de que una parte importante de los activistas insiste actualmente en utilizar su lenguaje neutro, para no ofender a los “agenders no binarios” que son, técnicamente, personas que no se identifican ni como hombres ni como mujeres. Resulta que los “agenders no binarios” no existen. Ésta es una invención de la ideología progresista. Si se nace hombre, entonces pertenece al sexo masculino y debe actuar y comportase como un hombre. Si en cambio se nace mujer, entonces pertenece al sexo femenino, y debe actuar y comportarse como mujer. Y, contrariamente a lo que afirma la ideología progresista, los hombres no quedan embarazados ni menstrúan.
Analicemos ahora el gran “aporte” de la ideología progresista a la sociedad y a la civilización: hacer que la gente normal tenga que afirmar lo obvio, porque lo obvio está siendo cuestionado y rechazado categóricamente por un delirio ideológico colectivo, que actualmente cuenta incluso con el apoyo de jurisprudencia para complacer sus caprichos y con amplia disposición para censurar y procesar a personas por defender la realidad.
Un análisis meticuloso de la ideología progresista nos proporciona otra evidencia muy obvia: típicamente, los partidarios de tal ideología son personas con capacidades cognitivas deficientes y un grado de inteligencia drásticamente inferior al promedio. Ésto explica perfectamente la facilidad con la que a estas personas se les lavó el cerebro y se les adoctrinó sistemáticamente. De hecho, sólo las personas con un grado insignificante (o inexistente) de inteligencia pueden ser obligadas a ignorar fácilmente la realidad, en nombre de fantasías delirantes.
Si realmente se considera que no existen diferencias físicas, emocionales y psicológicas entre hombres y mujeres (diferencias objetivas e irreconciliables), y se cree que ambos son iguales –después de todo, para los progresistas todo es una “construcción social”– entonces tengo una pésima noticia: es imposible situarse entre lo que llamaríamos personas mínimamente inteligentes y racionales.
Cualquier persona mínimamente normal es capaz de afirmar lo obvio: hombres y mujeres no son iguales, nunca han sido iguales, y nunca serán iguales. En una sociedad sana, sería completamente innecesario tener que afirmar, enfatizar, explicar o afirmar lo obvio. Actualmente, siempre existe el riesgo de ser censurado o perseguido por las autoridades por ésto, ya que la patología progresista se ha vuelto tan hegemónica que ha adquirido el poder de criminalizar la realidad. Decir lo obvio es un delito, si algún copo de nieve se siente ofendido cuando alguien se atreve a hacer una afirmación sobre la realidad.
Sólo las mujeres quedan embarazadas, los hombres en general son físicamente más fuertes, los hombres tienden a ser más racionales y las mujeres más emocionales, los hombres son criaturas más activas y las mujeres son criaturas más pasivas. Obviamente ésto es una generalización, pero –a menos que se sea un militante progresista– entiende perfectamente a qué me refiero. En un ambiente de respeto por el orden natural, los hombres actuarán como hombres y las mujeres actuarán como mujeres.
Para que hombres y mujeres actúen de maneras que no corresponden con su respectiva naturaleza biológica, es necesario que sean sometidos a un astuto y degradante proceso de ingeniería social. Y eso es básicamente lo que el progresismo político le ha hecho a la sociedad humana. Convirtió a aquéllos que tienen baja competencia intelectual y grados insatisfactorios de inteligencia, en conejillos de indias para su experimento de gran escala.
Otro aspecto interesante a analizar es la posición divina, mesiánica, casi celestial, que la ideología progresista confiere al estado, que constituye una entidad destinada a ejercer un importante papel protector y paternalista. De ésto se deriva en gran medida la infantilización de la militancia, que se ve a sí misma como un colectivo de pobres oprimidos, que serán debidamente protegidos del fascismo por las políticas protectoras del gobierno, que protegerá a los copos de nieve de todos los terribles villanos imaginarios que ellos creen ser responsables de sus tormentos.
Los políticos populistas fueron astutos al darse cuenta de cuánto aman los activistas progresistas al estado y al derecho positivo. En consecuencia, muchos de estos políticos han ganado cierta base electoral prometiendo a los copos de nieve que tendrán muchos derechos y beneficios si votan correctamente. Estos políticos –muchos de los cuales en realidad no creen en el progresismo, pero utilizan la ideología con fines políticos y electorales– fueron hábiles para darse cuenta de cómo pueden tener carreras políticas partidistas sólidas, engañando a innumerables votantes estúpidos e ineptos.
Si durante su mandato los políticos favoritos de los militantes no cumplen todo lo que prometieron durante su campaña (sabemos, de hecho, que ésto nunca sucede), siempre podrán culpar a la oposición y al fascismo. Y así, estos oportunistas podrán se continuamente reelegidos, explotando la adoración y las altas expectativas que la militancia progresista tiene puestas en el estado, entidad considerada como el supremo redentor de la sociedad posmoderna, y la única que puede ganar la lucha contra el imaginario fascismo.
Después de todo, el estado –según la ideología progresista– es una deidad magnánima, omnipotente y absoluta; el que otorga derechos a la militancia. Ésto también refleja el comportamiento infantil de los seguidores de la secta progresista. Observe cómo ningún militante tiene interés en construir, crear o producir. Sólo recibir.
Los ideólogos, militantes y apologistas del progresismo no tienen idea de qué son los derechos de propiedad, la economía o el espíritu empresarial. elementos indispensables para el progreso y desarrollo de una sociedad. Esta falta de interés por parte de los militantes en la creación sustancial de valor y la producción de riqueza, es natural. Como los militantes progresistas son criaturas intrínsecamente egoístas, sólo estarán interesados en recibir cosas del estado, nunca en hacer una contribución sólida y efectiva a la sociedad.
Es como si los activistas estuvieran ideológicamente programados para actuar como niños inmaduros, narcisistas, mimados y estúpidos, que sólo saben exigir derechos, y recibir, recibir y recibir. No hay absolutamente nada –en el mundo y en el universo conocido– más alejado de un adulto maduro, prudente, responsable y productivo, que un activista progresista. Las actitudes, el comportamiento y el nivel intelectual de los copos de nieve son, en el mejor de los casos, muy similares a los de los niños de cuatro o cinco años.
Innumerables políticos oportunistas se han dado cuenta de cuán beneficiosa es esta infantilización de las masas para sus parasitarias carreras, porque de esta manera siempre tendrán criaturas histéricas y asustadas –constantemente atormentadas por amenazas invisibles–, que siempre estarán ostensiblemente desesperadas por ser protegidas de amenazas imaginarias –fascismo o cualquier otra amenaza fantástica, como pandemias y crisis climáticas. Todo lo que éstos demagogos oportunistas tienen que hacer, es ganarse una base de votantes formulando un montón de promesas vacías. Basta con un discurso apasionado y saturado de jerga progresista (que luche contra el fascismo y la homofobia, entre otros argumentos ideológicamente genéricos), y listo. Se ha consolidado debidamente un populista de izquierda exitoso.
Además, los militantes han sido adoctrinados para creer que el estado es una entidad magnánima, infalible, omnipotente y, sobre todo, una fuente inagotable de riqueza, que puede producir recursos por decreto, teniendo así plena competencia para satisfacer todos los deseos y todas las demandas egoístas. Los progresistas son adoctrinados para actuar y comportarse como criaturas histéricas, que cultivan expectativas poco realistas en el supremo y majestuoso dios gubernamental.
En consecuencia, la sociedad acaba teniendo que lidiar con innumerables hordas de adultos improductivos e infantilizados, que son miembros fanáticos de la religión del omnipotente estado de bienestar. Y no hay forma de utilizar la lógica o apelar a la razón para intentar disuadir a estas personas. Los militantes progresistas no saben qué es la lógica y nunca usan la razón. Estas criaturas sólo conocen emociones y una fe inquebrantable en el dios-estado supremo. Una fe que nunca se compromete, sin importar lo que acaben demostrando los hechos. Recuerde: los progresistas son maestros en ignorar la realidad. Siempre ignorarán los hechos y se ofenderán mucho cuando la realidad de alguna manera comprometa la fantasía ideológica que han sido condicionados a cultivar, independientemente de las circunstancias.
Conclusión
Para su existencia, el progresismo requiere de una dosis masiva de estupidez lo que, a su vez, permitirá a las personas en la cima de la jerarquía del poder, explotar ésto en su beneficio. Con militantes adoctrinados, que creen fervientemente en una ideología drásticamente desconectada de la realidad, es fácil prometer lo imposible. La élite política puede arrollar a una población que le tiene miedo a todo, y que siempre está desesperada por salvarse de alguna amenaza invisible –como la crisis climática, el ascenso del fascismo o la próxima pandemia.
De hecho, los activistas progresistas pueden ser fácilmente manipulados con cualquier promesa o amenaza imaginaria. El miedo al fascismo, a las redes sociales, a las Fake News, a Elon Musk y a cualquier otro hombre de saco, coloca toda militancia a los pies del gobierno. Los progresistas siempre están desesperados, y el gobierno está siempre tratando de “salvar” a la sociedad de alguna amenaza invisible (después de todo, la gente necesita creer que el gobierno sirve para algo). Los activistas progresistas –criaturas histéricas impulsadas por un miedo patológico a la realidad– caen fácilmente en cualquier trampa gubernamental.
En estas circunstancias, el adoctrinamiento sistemático y la ingeniería social no conocerán límites. El hecho de que los militantes estén totalmente dispuestos a negar categóricamente incluso algo concreto como la biología, lo demuestra de forma irrefutable.
Con estas miríadas de criaturas excepcionalmente estúpidas y descaradamente infantilizadas que creen cualquier cosa, el estado –y las grandes corporaciones por igual– no conocerán límites a su poder. El gobierno puede expandirse sin control y sin límites, y puede literalmente utilizar cualquier prerrogativa para justificarlo. Puede pretender proteger a las personas de una pandemia, salvar el clima o prevenir la extinción de delfines, jirafas, hipopótamos y canguros en el Amazonas.
No importa, no es necesario que sea real, plausible o coherente. La militancia idiota cree en cualquier cosa. Están tan infantilizados y asustados, que se angustian muchísimo ante cualquier amenaza imaginaria. En estas circunstancias, el gobierno se levanta para promocionarse como el majestuoso protector de la sociedad, la institución amable y benévola que salvará a todos de la amenaza del momento. Y la militancia, siempre en estado de miedo, pavor y pánico, acepta con alivio el discurso de salvación del dios-estado. Como niños pequeños desesperados por la protección de una figura paterna, estas criaturas elogian y agradecen al benévolo gobierno que parece salvarlos a todos de una amenaza imaginaria, generalmente creada por un consorcio entre el gobierno y grandes corporaciones.
Al final, la militancia se vuelve absurdamente histérica y enojada contra todos aquellos que no cayeron en el golpe, y resisten efectiva y puntualmente la falaz narrativa gubernamental. De hecho, no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que las “amenazas” de las que el gobierno quiere salvar a la sociedad no son más que una prerrogativa deplorable de la clase dominante para ampliar sus poderes. Hay que ser muy estúpido para no darse cuenta de ésto. En otras palabras, básicamente se necesita ser un militante progresista. Debidamente infantilizado, adoctrinado y subyugado, como un cachorro dócil y sumiso.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko