El colapso de Zelenski en el Despacho Oval

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    No hace falta decir que Donald Trump nunca se cansa de ser el centro de atención. Pero en una transmisión en vivo desde la Oficina Oval vista en todo el mundo, el Viernes pasado esa sed de atención pública podría haber cambiado el curso de la historia. Y para bien, incluso si el gatillo lo apretó un actor de pacotilla que ni siquiera supo cómo adular adecuadamente a uno de los egos más grandes del planeta.

    Por lo tanto, a efectos prácticos, la enfermiza aventura de Washington en la destrucción de una nación falsa, junto con las muertes espantosamente innecesarias de decenas de miles de personas reales que habitan el territorio ucraniano, ha terminado.

    Zelenski pronto se refugiará en un escondite en Costa Rica o en una tumba sin nombre, según sea el caso. Posteriormente, un regente interino para lo que queda de lo que ahora es el Estado Potemkin, construido con sangre y armas bolcheviques por Lenin, Stalin y Khrushchev, firmará un acuerdo de alto el fuego y partición entre Trump y Putin; éste último ha estado en gestación desde que fue levantado el yugo del comunismo en 1991.

    De hecho, la última escisión de “Ucrania” en el propio Despacho Oval el Viernes pasado, seguramente pronto desenmascarará la farsa que desafía la racionalidad: la guerra indirecta de Washington y la OTAN contra Rusia en sus propias “zonas fronterizas”. Esta última expresión es el significado de la palabra “Ucrania” en ruso.

    Y nos referimos a una farsa monumental. A medida que se desarrolla el último capítulo inconexo desde Febrero de 2022, de hecho EE.UU. y la UE juntos han gastado la asombrosa suma de casi U$S 400 000 millones en llevar a cabo una batalla de demolición a las puertas de Rusia, ¿para qué?

    Aparentemente, para complacer a los comerciantes de armas de EE.UU. y Europa con una gran ocasión para la venta de una gigantesca cantidad armas nuevas, para reponer los arsenales agotados de la OTAN. Y todo en nombre de las mismas tonterías sobre seguridad colectiva y un “orden internacional basado en normas”.

    Pero son sólo tonterías de Washington. La seguridad nacional estadounidense no ha estado ni un ápice implicada en el destino de la antigua República Socialista Soviética de Ucrania tras su separación del cadáver extinto de la Unión Soviética en 1991. Y dado que “Ucrania” era un simulacro de nación construido por los comunistas, no estaba destinada a perdurar, ni su desaparición habría sido siquiera notada o recordada brevemente por el mundo en general.

    Es decir, el estado completamente artificial de “Ucrania” encarna la misma metáfora histórica asociada con los territorios fronterizos que Rusia había adquirido, conquistado, poblado y desarrollado a finales del siglo XVIII bajo la administración de Grigori Potemkin. Este último era el primer ministro de la nación, quien mantenía una estrecha relación con la emperatriz rusa, Catalina la Grande.

    Tras la adquisición de Crimea al Imperio Otomano por parte de Catalina en 1783, y la liquidación de un pequeño principado Kosako en el bajo Dnieper, llamado Sich de Zaporozhian, que había gobernado los territorios adyacentes durante más de 200 años, Potemkin se convirtió en gobernador de la región. De inmedito bautizó estos nuevos territorios como Novorossiya o “Nueva Rusia” en honor de su amante y gobernante. Con el tiempo, el pueblo, el capital y el comercio rusos inundaron las estepas, hasta entonces prácticamente vacías.

    Las principales tareas de Potemkin eran pacificar y reconstruir una región devastada por la guerra, trayendo colonos rusos y sentando las bases para un nuevo florecimiento de las granjas, la industria, las ciudades y el comercio. En 1787, cuando la guerra entre Rusia y el Imperio Otomano estaba a punto de estallar, Catalina II, con su corte y varios embajadores, realizó una gira sin precedentes de seis meses por la Nueva Rusia, navegando por el río Dnieper (hilo azul en el mapa) para inspeccionar sus nuevas colonias.

    Uno de los propósitos de este viaje era impresionar a los aliados de Rusia antes de la guerra. Para lograrlo, se decía que Potemkin había establecido “aldeas móviles” a orillas del río Dnieper. En cuanto llegaba la barcaza que transportaba a la emperatriz y a los embajadores, los hombres de Potemkin, vestidos de campesinos poblaban la aldea. Una vez que la barcaza partía, la aldea era desmantelada y reconstruida río abajo durante la noche.

    Independientemente del grado de apócrifa de la historia, la metáfora subyacente es acertadísima. Es decir, todo el territorio desde Lugansk y Donetsk (es decir, Donbass), pasando por Mariupol, en el Mar de Azov, y a ambas orillas del Dnieper, hasta Odessa, en la costa del Mar Negro, fue a partir de entonces conocida como Nueva Rusia, y fue designada como tal según el mapa de 1897 que se muestra a continuación.

    Además, busque otros mapas de la época anterior a 1917, pero no encontrará ningún país llamado Ucrania, ya que este último era un topónimo, no un estado. Y el topónimo surgió como sociedad moderna organizada sólo con la expansión de la región fronteriza del Imperio zarista.

    Novorossiya a finales del siglo XIX

    Ucrania se convirtió, por lo tanto, en un estado solo tras el colapso del Imperio ruso, provocado por la Primera Guerra Mundial, y la toma del poder por Lenin y sus brutales herederos. Como se muestra en el mapa inferior, la unidad administrativa comunista que sería conocida como la República Socialista Soviética de Ucrania, se formó a partir de la Nueva Rusia (área azul) y otras partes del Imperio zarista arrebatadas a varios países vecinos (área amarilla), junto con la histórica Galizia (área verde), centrada en Lviv, que fue ocupada por Stalin cuando Polonia fue desmembrada en la Segunda Guerra Mundial.

    Finalmente, Crimea (área morada), que era completamente rusa desde su adquisición por Catalina la Grande en 1783, fue cedida a los compatriotas ucranianos de Khrushchev en 1954, como premio a cambio de su apoyo en la lucha por la sucesión tras Stalin.

    Por último, cabe mencionar que las “fronteras” ucranianas, que delimitan los cinco componentes con códigos de colores mostrados arriba, eran sacrosantas en el sentido estricto del término. No representaban la evolución orgánica de pueblos, identidades nacionales ni estados, sino la mano dura del politburó soviético y los tiranos sanguinarios que la gobernaban.

    A su vez, ésto significó que, cuando la Unión Soviética se desplomó en el olvido de la historia en 1991, los días de Ucrania como estado unitario estaban contados.

    Huelga decir que no existía ninguna identidad lingüística ni religiosa común. Incluso 40 años después de que los gobernantes soviéticos terminaran de construir “Ucrania”, este mapa de uso del idioma de 1991 lo dice todo. Es decir, existían abrumadoras mayorías de habla rusa en el Dombass y la costa del Mar Negro (zonas rojas), que en algunas provincias, como Crimea, superaban 75% de la población rusa. En cambio, el centro y el oeste estaban poblados por ucranianos, polacos, búlgaros, húngaros y otros, mientras que los rusoparlantes representaban tan sólo 5% de la población.

    Mapa lingüístico de Ucrania de la década de 1990 según el porcentaje de rusoparlantes

    Y no, una vez que la entidad de gobierno comunista conocida como la República Socialista Soviética de Ucrania se separó del cadáver de la extinta Unión Soviética, las fronteras fortuitas que heredó no fueron “garantizadas” por Estados Unidos en el llamado Memorandum de Budapest de 1994, a cambio de renunciar a sus armas nucleares.

    De hecho, ¡Ucrania nunca tuvo armas nucleares! Estas armas habían sido almacenadas en su territorio por los soviéticos, y aún estaban bajo el control de Moscú cuando éste último firmó el Memorandum junto con Estados Unidos y el Reino Unido. Pero no se “garantizó” ninguna frontera, ya que eso habría sido un tratado que requeriría la confirmación del Senado y el apoyo del pueblo estadounidense, algo que Bill Clinton y sus asesores no estaban dispuestos a poner a prueba.

    En cambio, el nuevo gobierno ucraniano recibió “garantías”. Pero cualquier definición imprecisa que ese término implicara, pronto fue aclarada por los agentes del Estado Profundo en el Departamento de Estado, la NED [Fundación Nacional para la Democracia] y la CIA, las que se dedicaron a fomentar revoluciones de colores en Ucrania poco después de que Putin ascendiera al poder el 1 de Enero de 2000.

    En cualquier caso, una vez establecida la maquinaria electoral y la democracia después de 1991, los mapas electorales resultantes dejan una cosa meridianamente clara: la gente votaba como hablaba.

    Ésto queda claramente evidenciado en los tres mapas a continuación. La democracia ucraniana comenzó, maduró y terminó con la misma dinámica: un electorado mucho más dividido que incluso la política de Estados Rojos contra Estados Azules de Estados Unidos en las últimas décadas.

    En 1994, Leonid Kuchma, ex gerente industrial del Este altamente industrializado, y de habla rusa (Dnipropetrovsk), hizo campaña con una plataforma que enfatizaba los lazos económicos con Rusia y apeló firmemente a las poblaciones rusoparlantes del Este de Ucrania y Crimea.

    En la segunda vuelta de esas elecciones, Kuchma obtuvo cerca de dos tercios de los votos en el Este de Ucrania, donde predominaban los rusos étnicos y los rusoparlantes, y casi 90% en Crimea, región con 70% de población de etnia rusa.

    Por otro lado, Leonid Kravchuk, el primer presidente y titular en 1994, fue una figura clave en el movimiento independentista ucraniano. Se había posicionado como garante de la soberanía y la identidad nacional ucranianas. Consiguió su mayor apoyo en el Oeste de Ucrania, donde predominaban los ucranianos y los sentimientos nacionalistas, obteniendo entre 70% y 80% de los votos en esas regiones.

    Esta profunda división en el electorado nunca cambió. A diferencia de EE.UU., donde un candidato republicano a gobernador obtuvo 47% de los votos en el estado demócrata de New York en 2022, la división del voto en el núcleo más radical de las respectivas regiones (demócratas y republicanos) superó 90% en muchas localidades.

    Así, en las elecciones de 2004, el candidato prorruso, Viktor Yanukovych, perdió por un estrecho margen en el recuento general, a pesar de dominar abrumadoramente en el Este y el Sur con márgenes de 70% a 90%.

    Resultados de las elecciones de 2004 en Ucrania

    En cambio, en 2010 Yanukovych repitió el mismo dominio masivo de sus propias regiones rusoparlantes en el Este y el Sur, mientras atacaba en el Oeste. Pero esta vez contó con la sofisticada ayuda de campaña de consultores electorales con sede en Washington (como el infame Paul Manafort, quien dirigió temporalmente la campaña estatal de Donald Trump en 2016, hasta que fue desmantelado por los rusófobos del Estado Profundo). En consecuencia, el prorruso Yanukovych logró acumular suficientes votos adicionales para superar a la perenne nacionalista ucraniana, Yulia Tymoshenko, en el recuento nacional.

    Resultados de las elecciones de 2010 en Ucrania

    Huelga decir que, desde la perspectiva de Washington, las elecciones ucranianas de 2010 no tuvieron nada de sacrosanto pues, bueno, ¡los votantes eligieron al candidato equivocado!

    En poco tiempo, por lo tanto, los neoconservadores, liderados por la detestable Victoria Nuland, que rodeaba al entonces vicepresidente Joe Biden, fomentaron el golpe de estado contra Yanukovich en Febrero de 2014. Sin embargo, incluso mientras lo expulsaban del poder y lo obligaban a huir a Moscú, no tenían ni idea del precario equilibrio político que estaban alterando.

    Pero no tardó mucho en encender la mecha. En poco tiempo, los seguidores de Stephan Bandera, aliado de Hitler en la Segunda Guerra Mundial y quien dominaba el gobierno no electo e instalado por Washington en Kiev, tomaron dos medidas destructivas que equivalieron a una señal para “que comience la partición”.

    La primera de ellas fue abolir el ruso como idioma oficial en el Donbass y en otros lugares. Y el segundo fue la masacre incendiaria de más de 50 sindicalistas prorrusos en un edificio de Odesa a manos de partidarios del gobierno de Kiev.

    Por lo tanto, era sólo cuestión de tiempo que la mayoría de los territorios marcados con rojo en los mapas anteriores declararan su independencia. También fue en poco tiempo que la población de la que había sido la provincia rusa de Crimea votó abrumadoramente (más de 80%) a favor de reincorporarse a la Federación Rusa. Ésto puso fin a su breve estancia en el estado ucraniano, que había sido el regalo de Khrushchev en 1954 a los matones comunistas de Kiev que lo habían ayudado a tomar el poder tras la muerte de Stalin.

    Además, en poco tiempo, el nuevo gobierno protofascista de Kiev se movilizó para antagonizar profundamente a su vecino histórico y antiguo adalid de la lealtad, Moscú, al intentar unirse a la OTAN y lanzar una guerra brutal e implacable contra las repúblicas secesionistas del Donbass. Esta embestida acabó con la vida de más de 15.000 civiles durante los ocho años previos a la invasión rusa en Febrero de 2022.

    No hace falta decir que Putin no estaba más interesado en que fueran instalados misiles nucleares aún más cerca de su propia frontera, que el presidente John Kennedy en Octubre de 1962. Tampoco estaba dispuesto a tolerar la continua matanza de rusoparlantes en el Donbass, después de que Kiev intensificara drásticamente los bombardeos sobre estas zonas asediadas una semana antes de la invasión del 24 de Febrero de 2022.

    En otras palabras, la historia distaba mucho de ser un blanco o negro. Aunque a menudo Donald Trump no hace los deberes, en este caso sí sabía que la patraña de la invasión “no provocada” es una evasiva del Estado Profundo. Así que el Viernes pasado no estaba dispuesto a dejarse instruir por el incompetente y fanfarrón que fue enviado al Despacho Oval por la multitud de belicistas de UniPartido y republicanos (retratados más abajo) con el fin de extorsionar al actual presidente para que le proporcionara otra ronda de armas y recursos financieros.

    Así que, en respuesta a los aullidos de Zelenski contra Putin, a Donald Trump no le importó soltar la verdad. La guerra en Ucrania, en realidad, había sido provocada por la maquinaria bélica de Washington y su junta directiva del Senado (retratada más abajo).

    Por supuesto, ahora que la verdad salió a la luz en la televisión diurna, seguramente pronto se pondrá fin a las matanzas sin sentido y a la guerra indirecta de la OTAN contra Rusia. Y con ello vendrá un repudio aún más importante a toda la perpetuación neoconservadora posterior a 1991 de un imperio estadounidense que nunca debió haberse erigido.

    Es decir, la falsa demonización unipartidista de Putin y Rusia será repudiada con mayor contundencia. Ésto se debe a que, aparte del inminente acuerdo de partición de Ucrania entre Trump y Putin, el mapa de Europa del Este no cambiará pronto.

    La idea de que Putin pretende resucitar el antiguo imperio soviético y que Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Moldavia y otros destinos occidentales son los siguientes en la lista de posibles invasiones, fue completamente falsa. Su perverso propósito era darle a la OTAN una razón para expandirse aún más al Este, hasta las mismas puertas de Rusia, y justificar el llamado de Washington a la guerra en un territorio que no supone la menor diferencia para la seguridad nacional de Estados Unidos.

    ¡Por favor! Los archivos de la diplomacia postsoviética estadounidense también son clarísimos al respecto. Bush padre y su secretario de Estado, James Baker, prometieron explícitamente a Gorbachev que, a cambio del desmantelamiento del Pacto de Varsovia y de la unificación de Alemania, la OTAN no se movería ni un ápice hacia el Este.

    Y esa promesa fue efectuada por razones obvias: el Imperio Soviético había desaparecido, y la amenaza del masivo Ejército Rojo se había desvanecido. Sus tropas ni siquiera cobraban, y sus tanques y artillería eran fundidos y vendidos como chatarra. Así que el exparacaidista George H. W. Bush debería haber saltado en paracaídas sobre la base aérea de Ramstein en Alemania en 1992, declarado la victoria, y relegado a la OTAN a un recién creado museo de la paz mundial.

    De hecho, en aquel momento, el astuto “padre” de la doctrina de contención y de la alianza de la OTAN de 1949, el profesor George F. Kennan, advirtió que la perpetuación y expansión de la OTAN en estas circunstancias sería una locura. Cuando en 1998 el Senado votó a favor de ampliar la OTAN para incluir a Polonia, Hungría y la República Checa, observó con clarividencia desde su casa en Princeton:

    Creo que es el comienzo de una nueva guerra fría. Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de forma bastante adversa, lo que afectará sus políticas. Creo que es un trágico error. No había ninguna razón para ello.

    Demuestra muy poca comprensión de la historia rusa y soviética. Por supuesto, habrá una mala reacción por parte de Rusia, y entonces [los promotores de la expansión de la OTAN] dirán ´siempre les dijimos que así son los rusos´, pero ésto está sencillamente mal”.

    En resumen, arriesgarlo todo para que Ucrania se una a una obsoleta alianza de la OTAN, que ya pasó y sigue pasando su fecha de caducidad, es sin duda uno de los actos de política exterior más estúpidos de toda la historia de Estados Unidos.

    Y ahora, tras los trascendentales acontecimientos del fin de semana pasado, por fin ha llegado la oportunidad. Es decir, nombrar, culpar, avergonzar y expulsar de los puestos de poder a los destructores unipartidistas de la democracia, la prosperidad y la libertad estadounidenses que llevaron a la nación a su actual estado deplorable.

    Así pues, la misión transformadora del presidente Trump en este momento es clarísima. Necesita convertir la Guerra y la Paz en el tema preponderante en las orillas del Potomac, y provocar una apoplejía espasmódica en los remanentes del Unipartido, ganando el Premio Nobel de la Paz por poner fin a esta innecesaria guerra, con la misma rapidez con que Eisenhower puso fin a la guerra con Corea en 1953.

    De esta manera, puede cumplir la gran misión para la que aparentemente fue elegido por la historia contra todo pronóstico. Es decir, fragmentar decisivamente el Unipartido, reuniendo así a refugiados de ambos partidos en una fuerza política revitalizada, que permita a la gente de los Estados Unidos de ultramar recuperar su democracia de la clase dominante corrupta y autoperpetuante que surgió en el Potomac.

    No hace falta decir que Donald parece haber dado con su misión. Cuando Zelenski emitió la siguiente réplica a su expulsión de la Casa Blanca, Donald no se quedó atrás con una respuesta perfectamente acertada. Ucrania “nunca” reconocerá ninguna anexión rusa de territorio que ocupa, ni siquiera para intentar alcanzar un acuerdo de paz, añadió Zelenski, y reiteró que solo aceptaría un alto el fuego si éste fuera seguido de sólidas garantías de seguridad que contaran con la confianza de su pueblo.

    Si bien Rusia ha afirmado que insistirá en incorporar los territorios que ocupa, para Ucrania siempre será “una ocupación temporal”, insistió Zelenski, incluso si su país carece de la fuerza militar necesaria para expulsar a Rusia de todo el territorio en este momento.

    Zelenski afirmó que lo que quería “de sus socios” −en clara referencia a la Casa Blanca estadounidense− era que recordaran que Rusia lanzó la invasión a gran escala de su país hace tres años. No quería que los políticos que reescribían la historia, afirmó, sugirieran “que hay dos partes en esta guerra y que no está claro quién es el agresor”.

    Pues sí, había dos partes en esta guerra, y el verdadero agresor residía a orillas del Potomac, no del Moscova/Oka/Volga.

    Trump respondió con una advertencia que no se había escuchado desde el Despacho Oval desde junio de 1963, cuando JFK hizo su breve llamado a poner fin a la Guerra Fría en la American University.

    “Esta es la peor declaración que Zelensky pudo haber hecho, y Estados Unidos no la tolerará por mucho más tiempo”. Añadió, refiriéndose a Zelensky, que “este tipo no quiere que haya paz mientras tenga el apoyo de Estados Unidos …”.

    “Tiene que decir: ‘Quiero hacer la paz’”, dijo Trump antes de salir de la Casa Blanca el Viernes. “No tiene por qué quedarse ahí parado y decir ‘Putin ésto, Putin aquello’, cosas tan negativas. Tiene que decir: ‘Quiero hacer la paz’. No quiero seguir luchando en una guerra”.

     

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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