La guerra indirecta de la OTAN contra Rusia se vuelve cada vez más imprudente

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    La estrategia que Estados Unidos y sus aliados europeos han adoptado para utilizar a Ucrania como su aliado militar en una guerra para debilitar a Rusia, siempre ha implicado un riesgo considerable. En algún momento, los líderes rusos podrían dejar de conformarse con atacar al títere que los miembros de la OTAN utilizan para atormentar a su país. En cambio, el presidente ruso Vladimir Putin y sus colegas podrían decidir atacar a uno o más de los titiriteros. Las probabilidades de tal escalada son cada vez mayores. El primer ministro, Dmitri Medvedev, principal segundo de Putin, advirtió el 17 de Julio que su país podría lanzar “ataques preventivos” si las potencias occidentales continúan aumentando su apoyo a los esfuerzos militares de Ucrania.

    La declaración de Medvedev fue efectuada justo después de que el presidente Donald Trump diera un importante giro en la política estadounidense respecto de Ucrania. En lugar de retirar gradualmente la ayuda militar a Kiev, la administración anunció la reanudación de los envíos de armas, incluyendo misiles de defensa aérea Patriot que otros miembros de la OTAN comprarían a Estados Unidos. Esta postura recuerda al entusiasta apoyo del presidente Joe Biden al esfuerzo bélico de Ucrania, y contrasta marcadamente con la retórica de Trump durante la campaña electoral de 2024 y las primeras semanas de su segundo mandato, la que indicaba su determinación de poner fin a la implicación de Washington en el conflicto ruso-ucraniano.

    Desafortunadamente, la nueva venta de misiles Patriot es sólo la última de una larga serie de provocaciones que Estados Unidos y la OTAN han llevado a cabo contra Rusia desde que comenzaron los combates a gran escala entre Moscú y Kiev en Febrero de 2022. Tanto Medvedev como Putin han afirmado anteriormente que la OTAN ya está en guerra con su país, dada la magnitud de la asistencia militar que los miembros de la Alianza han brindado a Kiev, especialmente el suministro de misiles de largo alcance. Medvedev planteó específicamente la posibilidad de ataques rusos en represalia contra bases de la OTAN.

    Su acusación tiene fundamento. Los miembros de la OTAN no sólo han suministrado colectivamente una oleada de armas a su aliado militar, sino que también varios de ellos han contribuido al esfuerzo bélico de Ucrania de otras maneras cruciales. Existe evidencia creíble de que las agencias de inteligencia británicas y estadounidenses (y posiblemente las de otros países de la OTAN) han proporcionado datos críticos a las fuerzas ucranianas que atacan aeronaves rusas de transporte militar y otros objetivos. Al parecer, le fue brindada similar asistencia a las fuerzas ucranianas que atacaron buques de guerra rusos en el Mar Negro.

    Brindar dicha asistencia a una de las partes en una guerra en curso puede ser razonablemente interpretado como un acto de guerra contra la parte contraria. Sin embargo, varios miembros de la Alianza están asumiendo tales riesgos. Un general alemán justificó la decisión de su país de enviar misiles de largo alcance a Ucrania. Pero, como señaló un crítico, lo que el general convenientemente omitió, “es que estas armas serán operadas por personal alemán desde Wiesbaden. En otras palabras, Alemania está convirtiendo una de sus propias ciudades en objetivo legítimo para la legítima represalia rusa”.

    Aunque las pruebas de que fue perpetrado un acto de guerra son menos concluyentes en otros casos, hubo fuertes indicios de que uno o más estados miembro de la OTAN estuvieron involucrados en la destrucción de los gasoductos rusos Nord Stream I y II. Las versiones difundidas por las campañas de propaganda de los medios estadounidenses y europeos carecían, sin duda, de la más mínima credibilidad. La historia original de portada, según la cual Rusia (por razones que permanecieron vagas e inverosímiles) destruyó sus propios multimillonarios gaseoductos, ni siquiera provocó risa. Incluso funcionarios estadounidenses y de otros países de la OTAN se retractaron rápidamente de esa explicación. Sin embargo, la versión alternativa fue aún más absurda. Esta versión afirmaba que un grupo de activistas ucranianos (activistas sin ninguna conexión con el gobierno del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky) llevó a cabo el sabotaje, utilizando un yate civil tripulado por buzos ajenos al ejército del país.

    Desde el fracaso de esos intentos de una historia de portada plausible, los funcionarios de la OTAN y sus medios de comunicación predilectos han guardado un extraño silencio. Las esperanzas de la “masa” transatlántica de política exterior de que la historia de los gasoductos simplemente desaparezca son comprensibles, ya que Moscú tendría motivos para considerar el ataque a sus gasoductos como un descarado acto de guerra.

    Más recientemente, la audaz maniobra de Ucrania al desplegar enjambres de drones para atacar la flota de bombarderos estratégicos rusos, estacionada en cuatro bases aéreas en el interior de Rusia, ha generado turbiedad. Comprensiblemente Kiev se jactó de semejante victoria militar y propagandística. Sin embargo, el posible papel de Washington en este episodio sigue siendo objeto de conjeturas. Medios de comunicación afines a Ucrania afirmaron que Estados Unidos conocía la operación, y no expresó objeción alguna. La Casa Blanca argumentó inicialmente que Ucrania no había avisado con antelación, pero la versión estadounidense se ha vuelto menos clara con el paso del tiempo.

    Es un detalle importante. Parece improbable que, sin información de inteligencia similar a la proporcionada a Kiev en sus anteriores ataques contra transportes de tropas y buques de guerra rusos, las fuerzas ucranianas hubieran podido llevar a cabo una operación tan compleja en una zona tan adentrada en territorio ruso. La conclusión probable es que Kiev posiblemente contó con la ayuda de agentes de inteligencia estadounidenses o de otros miembros de la OTAN. En cualquier caso, se trataría de otro acto de guerra contra la Federación Rusa. Es fácil imaginar la reacción de Estados Unidos si Rusia (o cualquier otro adversario) lanzara un ataque contra la flota de bombarderos estratégicos estadounidenses y destruyera una parte significativa de la misma.

    Incluso en el improbable caso de que Ucrania actuara completamente sola, ese escenario significaría que el representante de la OTAN se habría vuelto rebelde y ahora actuaría por su cuenta. A mediados de Julio, el presidente Trump aumentó aún más la tensión con el Kremlin. Con la típica incontinencia verbal trumpiana, le preguntó a Zelenski si (aparentemente, tras el exitoso ataque a las bases de bombarderos), Ucrania podría atacar un objetivo como Moscú en el interior de Rusia. Parecía una indirecta sutil de que a Estados Unidos no le disgustaría tal medida. Trump afirmó muchas horas después que no estaba instando a Ucrania a atacar Moscú, pero esa venenosa idea ya estaba firmemente arraigada. El 20 de Julio, Ucrania lanzó un ataque con drones contra Moscú.

    Estados Unidos y sus aliados de la OTAN están incurriendo en una conducta irresponsable, que podría convertir la ya peligrosa guerra indirecta de Ucrania contra Rusia, en un conflicto armado directo entre la Alianza y Rusia. Incluso durante los peores días de la Guerra Fría, los líderes soviéticos y estadounidenses tuvieron el buen sentido de mantener implícitamente sus respectivos territorios fuera de los límites. La actual generación de “líderes” del bando occidental no está ejerciendo tal sabiduría ni prudencia básica. Están jugando al equivalente internacional de la ruleta rusa.

     

     

     

    Traducido por: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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