Hans-Hermann Hoppe ingresó en mi mundo a través del Ludwig von Mises Institute, que lo invitó a su sede en Auburn, Alabama, para impartir una conferencia en la Escuela de Negocios de la Universidad de Auburn. En aquel entonces, era un desconocido en el mundo académico estadounidense. La conferencia fue celebrada a mediados de 1986, si no recuerdo mal.
La conferencia contó con una audiencia de alto perfil para los standards de la academia moderna. La gran sala de seminarios del rector estaba completamente llena. La conferencia de Hans trataba sobre la teoría de los bienes públicos, y leyó la transcripción escrita de la misma. Su acento alemán era fuerte en aquel momento, y habló durante toda la conferencia. Procedió a destrozar la teoría de los bienes públicos en todos sus aspectos, como si alguien estuviera sacrificando una vaca entera en la mesa de la cocina.
El público quedó atónito, y no fueron efectuadas preguntas. La conferencia concluyó.
Mi valoración fue que, basándome en su presentación casi impasible, su sombrío acento alemán y su serio tono académico, Hans intimidó al público. Ésto fue posiblemente lo más cerca que muchos de los profesores del departamento de economía, que habían estudiado casi exclusivamente en universidades de investigación del estado sureño, estuvieron de una figura como Karl Marx (sin ánimo de ofender, Hans).
Además, Hans atacó los cimientos de uno de los pilares de la economía moderna. La mayoría del profesorado no tenía ningún interés en la teoría de los bienes públicos. Sin embargo, era un pilar de la economía convencional. Ese día, vi a Hans como un revolucionario: audaz, valiente y directo.
El público también lo vio de la misma manera, como un revolucionario, pero de forma negativa. En su mente, estaba loco porque no podían entender cómo un profesor de una universidad estatal podía andar diciendo esas cosas por ahí.
Después del seminario, intenté usar la táctica del compromiso. Estaba de acuerdo en que Hans estaba loco, pero en conversaciones previas con profesores individuales, estaban de acuerdo con 80% o 90% de lo que decía sobre la teoría de los bienes públicos. No funcionó.
Con el tiempo, me di cuenta de que el impacto de la presentación me llevó a considerar a Hans un revolucionario. Su capacidad de impacto llevó a otros a tildarlo de reaccionario, fascista, fanático y más. Todo ésto es erróneo.
Las dos injusticias más notables contra Hans provinieron de reaccionarios e igualitaristas. La primera es la idea de que las monarquías crean mejores estados basándose en su análisis directo de los derechos de propiedad. El análisis de Hans es correcto, pero los reaccionarios democráticos despotricaron, a menudo sin abordar el análisis, o quizás ni siquiera leer sus escritos.
La segunda fue una clase introductoria en lla que Hans usó el ejemplo, con fines ilustrativos, de los homosexuales como individuos con las mayores preferencias temporales, porque no pueden legar su riqueza a sus hijos (en aquel entonces, era extremadamente difícil para los homosexuales adoptar niños).
Una vez más, hubo protestas de igualitaristas en la profesión y dentro de su propia universidad pidiendo su cabeza, y, de nuevo, ningún debate ni discusión sobre los méritos de su análisis. Yo y muchos otros usamos exactamente el mismo ejemplo en clase, al menos hasta ese momento: el asesinato de algo de lo que nunca se recuperará.
Mi propio defecto es haber considerado a Hans un revolucionario.[[1]] Utilizo el término aquí para referirme a alguien que quiere cambiar la sociedad de lo que es a lo que imagina que debería ser en el futuro. No quieren sugerir un retorno a lo que funcionó en el pasado, ni a lo que sucedió de forma natural. Quieren tomar el control de una nación, del estado, y rehacerlo a su imagen y semejanza para que se ajuste a sus propios objetivos e intereses.
En este sentido, Hans-Hermann Hoppe no es un revolucionario. Es simplemente un analista objetivo del pasado y del presente. Por supuesto, es un teórico de los derechos naturales que intenta verificar su análisis con la teoría económica, la historia consolidada, y los aspectos plenamente aceptados de la naturaleza humana.
Las tres revoluciones históricas occidentales proporcionan abundante evidencia como para que todos los libertarios se opongan ‒si no aborrezcan‒ la revolución, entendida como revolución de tipo político.
La Revolución Americana es un buen punto de partida. Sí, los estadounidenses están felices de tener un país independiente, les encanta celebrar el 4 de Julio, y aprecian la Declaración de Derechos. Pero ese no es el punto de partida adecuado.
Antes de la aprobación ilícita de la Constitución de los Estados Unidos, las colonias americanas y la Confederación habían derrotado a la mayor superpotencia económica y militar del mundo. Bajo los Artículos de la Confederación, las colonias se declararon estados independientes y se unieron con fines limitados. La Constitución creó un gobierno central cuyo poder sólo aumentó en relación con el de los estados. Empeoró todos los problemas que supuestamente debió resolver, como los aranceles y la inflación. Finalmente, se convirtió en la mayor amenaza para la libertad y la existencia humana que el mundo haya conocido, en lugar de 13 estados pequeños, independientes y celosos.
La Revolución Francesa debe ser un caso complejo. Liberó al país de la dinastía y la monarquía borbónicas, el epítome del estado absolutista. Consagró conceptos como la libertad y la igualdad en el gobierno. Sin embargo, hubo excesos durante y después de la Revolución considerados lamentables. Los niños son niños.
A pesar de lo malvada que era la dinastía, los fisiócratas, el gran Turgot y muchos otros, pensaron que podría ser reformada simplemente restableciendo las reglas de autoridad y las restricciones presupuestarias. Muchos de ellos se unieron a la Revolución para lograrlo. Sin embargo, las revoluciones políticas, una vez iniciadas, son inestables e impredecibles, y en este caso, los resultados fueron desastrosos. Le seguiría medio siglo de inestabilidad y campañas asesinas. La santidad de la propiedad privada, pilar de la civilización occidental, siempre se vio intimidada, si no destruida. La democracia doblegaría a la otrora gran nación francesa.
La Revolución Rusa es quizás la mayor lección de por qué las revoluciones son algo malo y no deberían ser deseadas por los libertarios. Mediante una serie de reacciones impulsivas, en gran medida imprevistas, por parte del zar y de gobiernos extranjeros, el más improbable de todos los rusos, Lenin, fue elevado al poder supremo, desde donde lanzó el ataque más cobarde contra la vida humana y los derechos de propiedad jamás contemplado y llevado a cabo.
Hans-Hermann Hoppe es lo opuesto a un revolucionario en este sentido. Su trayectoria es ejemplar por su devoción a la ciencia, la objetividad y la verdad. No busca cambiar la sociedad para sus propios fines, sino permitir que se desarrolle con naturalidad en ausencia de un estado depredador. La historia de la revolución moderna enfatiza y exige que los libertarios no sigan el camino “revolucionario”.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








