La naturaleza satánica de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki

    0

    “El mayor mal ya no es perpetrado en esos sórdidos “antros del crimen” que a Dickens le encantaba pintar … Es concebido y ordenado (es movido, secundado, llevado a cabo y anotado en actas) en oficinas limpias, alfombradas, calentadas y bien iluminadas, por tranquilos hombres de cuello blanco, uñas cortas y mejillas bien afeitadas, que no necesitan alzar la voz”. –C. S. Lewis, prefacio del autor, 1962, Cartas del diablo a su sobrino

    La historia estadounidense sólo puede ser descripta con precisión como la historia de una posesión demoníaca, independientemente de cómo sea interpretada la frase. Quizás basta con la “maldad” radical. Pero desde el principio, los colonizadores estadounidenses se vieron involucrados en matanzas masivas porque se consideraban divinamente bendecidos y guiados, un pueblo elegido cuya misión llegaría a ser llamada “destino manifiesto”. Nada se interpuso en el camino de este llamado divino, que implicó la necesidad de esclavizar y matar a millones de inocentes, necesidad que continúa hasta nuestros días. Los “Otros” siempre han sido prescindibles, ya que se han interpuesto en el camino de la marcha imperial ordenada por el dios estadounidense. Ésto incluye todas las guerras basadas en mentiras y operaciones de falsa bandera. No es un secreto, aunque muchos estadounidenses –si es que lo saben– prefieren verlo como una serie de aberraciones perpetradas por “manzanas podridas”. O algo del pasado. La mayoría no sabe nada al respecto, pues nunca ha abierto un libro de historia. Nuestros mejores escritores y profetas nos han dicho la verdad: Thoreau, Twain, William James, Martin Luther King, el padre Daniel Berrigan, etc.: somos una nación de asesinos de inocentes. Somos insensibles. Somos brutales. Estamos en las garras de las fuerzas del mal.

    El escritor inglés D. H. Lawrence lo expresó a la perfección en 1923: “El alma estadounidense es dura, aislada, estoica y asesina. Nunca se ha derretido”. Y sigue sin derretirse.

    Cuando el 6 y el 9 de Agosto de 1945 Estados Unidos asesinó a entre 200.000 y 300.000 civiles japoneses inocentes con bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, lo hicieron intencionalmente. Fue un acto de siniestro terrorismo de estado, sin precedentes por la naturaleza de las armas, pero no por la masacre. Los bombardeos terroristas estadounidenses sobre ciudades japonesas que precedieron a los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, liderados por el infame mayor general Curtis LeMay, también estuvieron dirigidos intencionalmente contra civiles japoneses y asesinaron a cientos de miles de ellos.

    ¿Existe acaso una pintura de un artista estadounidense de Tokio destruida por los bombardeos incendiarios que se compare con el Guernica de Picasso, donde se estima que el número de muertos oscila entre 800 y 1.600?

    Sólo en Tokio, más de 100.000 civiles japoneses murieron quemados por bombas napalm de racimo. Toda esta matanza fue intencional. Repito: intencional. ¿Acaso no es eso un mal radical? ¿Demoníaco? Sólo cinco ciudades japonesas se salvaron de tales bombardeos. Sesenta y siete ciudades fueron atacadas con incendiarios.

    Como conclusión de tales bombardeos, en Agosto de 1945 los bombardeos atómicos fueron un holocausto intencional, no para poner fin a la guerra –como lo demuestra ampliamente el registro histórico–, sino para enviar un mensaje a la Unión Soviética: podríamos hacerles lo mismo que les hicimos a los residentes de Japón. El presidente Truman se aseguró de que la disposición japonesa a rendirse en Mayo de 1945 fuera inaceptable, ya que él y su secretario de estado, James Byrnes, querían usar las bombas atómicas –”lo antes posible para ‘mostrar resultados'”, en palabras de Byrnes– para enviar un mensaje a la Unión Soviética.

    Así, la “Guerra Buena” llegó a su fin en el Pacífico, con los “buenos” asesinando a cientos de miles de civiles japoneses para dejar claro a los “malos”, quienes han sido demonizados desde entonces. Poco después, en Septiembre de 1945, el Departamento de Guerra de Estados Unidos planeó aniquilar a la Unión Soviética, aliada de Estados Unidos, con un ataque nuclear masivo dirigido a 66 ciudades importantes. El profesor Michel Chossudovsky lo documentó.

    Satanás siempre tiene el rostro de “el otro”.

    A muchos Baby Boomers les gusta decir que crecieron con la bomba. Tuvieron suerte. Crecieron. Tuvieron miedo. Pudieron esconderse bajo sus escritorios y recordarlo con nostalgia. ¿Recuerdan las placas de identificación? ¿Aquellos años ‘50 y ‘60? ¿Las películas de terror?

    Los niños de Hiroshima y Nagasaki que murieron bajo nuestras bombas el 6 y el 9 de Agosto de 1945 no pudieron crecer. No pudieron esconderse. Simplemente se hundieron. Para ser precisos: los asesinamos. O los dejaron arder durante décadas con dolor y luego murieron. Pero que fuera necesario salvar vidas estadounidenses es una mentira. Siempre se trata de vidas estadounidenses, como si a los dueños del país realmente les importaran. Pero para los corazones tiernos y las mentes ingenuas, es un conjuro mágico. ¡Pobres de nosotros!

    Fat Man, Little Boy: cómo resuenan los nombres de esas bombas atómicas a lo largo de los años en los estadounidenses ahora gordos que crecieron en la década de 1950, y que piensan como niños y niñas sobre la naturaleza demoníaca de su país. ¡Inocencia –es maravillosa! Ahora somos diferentes. “Somos grandes porque somos buenos”; eso nos dijo Hillary Clinton. Los libios pueden dar fe de ello. Somos excepcionales, especiales. Se decía que las elecciones de 2020 demostrarían que si logramos derrotar a Mr. Pumpkin Head [Sr. Cabeza de Calabaza] y restaurar los valores fundamentales de Estados Unidos, todo irá bien.

    Ahora que fueron restaurados con el apoyo de Biden a la guerra indirecta de Estados Unidos contra Rusia a través de Ucrania, y el genocidio israelí contra los palestinos, los ilusos votantes de Trump 2024 podrían estar aprendiendo que esos valores fundamentales son bipartidistas. “Somos grandes porque somos buenos”, reza el mantra. Asesinamos, luego existimos. Hay una línea recta que va del bombardeo nuclear de Japón, al descarado apoyo de Estados Unidos al genocidio israelí contra los palestinos.

    Quizás piensen que soy cínico. Pero comprender el verdadero mal no es un juego de niños. Parece estar fuera del alcance de la mayoría de los estadounidenses que necesitan sus ilusiones. El mal es real. Simplemente no hay manera de comprender la naturaleza salvaje de la historia estadounidense sin ver su naturaleza demoníaca. ¿De qué otra manera podemos redimirnos a estas alturas, poseídos como estamos por las ilusiones de nuestra propia bondad bendecida por Dios?

    Pero tantos estadounidenses se hacen los inocentes. Se entusiasman con la idea de que con las próximas elecciones la nación volverá al rumbo correcto. Claro que nunca hubo un camino correcto, a menos que la ley del más fuerte dicte la razón, que siempre ha sido la forma de actuar de los gobernantes estadounidenses. Hoy, como en 2016, muchos consideran a Trump una aberración. Está lejos de serlo. Parece sacado de un cuento de Twain. Es vodevil. Es el hombre de confianza de Melville. Es nosotros. ¿Se les ocurrió alguna vez a quienes están obsesionados con él, que si quienes poseen y dirigen el país quisieran que se fuera, se iría en un instante? Puede twitear y twitear idiotamente, enviando mensajes sin cesar que contradecirá al día siguiente, pero mientras proteja a los superricos, acepte el control de Israel sobre él, y permita que la CIA, el complejo militar-industrial, lleve a cabo su masacre y saqueo mundial del tesoro, podrá entretener y entusiasmar al público para enfurecerlo en pseudodebates. Y para hacerlo más entretenido, se enfrentará con la oposición demócrata “sensata”, cuyas intenciones son tan benignas como la sonrisa de un asesino.

    Miren hacia atrás lo más lejos posible a los presidentes estadounidenses anteriores, las figuras que “actúan bajo órdenes” (¿órdenes de quién?), como hizo Ahab en su afán por matar a la “malvada” gran ballena blanca, ¿y qué ven? Asesinos serviles en las garras de un poder siniestro. Hienas con rostros pulidos. Máscaras de cartón. En la única ocasión en que uno de estos presidentes se atrevió a seguir su conciencia, y rechazó el pacto con el diablo que representa el rol de asesino en jefe de la presidencia, él –JFK– fue destrozado en público. Un imperio del mal prospera derramando sangre e impone su voluntad mediante mensajes demoníacos.

    Resiste y habrá sangre en las calles, sangre en las vías, sangre en tu rostro.

    A pesar de ésto, el testimonio del presidente Kennedy, su transformación de guerrero frío a apóstol de la paz en el último año de su presidencia, sigue inspirando un rayo de esperanza en estos días oscuros. Como relata James Douglass en su magistral JFK and the Unspeakable, Kennedy accedió a reunirse en Mayo de 1962 con un grupo de Quakers que se manifestaban frente a la Casa Blanca a favor del desarme total. Lo instaron a avanzar en esa dirección. Kennedy comprendió su postura. Dijo que desearía que fuera fácil hacerlo desde arriba, pero que el Pentágono y otros lo presionaban para que nunca lo hiciera, a pesar de haber pronunciado un discurso instando a una “carrera por la paz” junto con la Unión Soviética. Les dijo a los Quakers que tendría que venir desde abajo. Según los Qakers, JFK escuchó atentamente sus argumentos y, antes de irse, dijo con una sonrisa: “Creen en la redención, ¿verdad?” Pronto Kennedy se vio profundamente conmocionado por la crisis de los misiles de Cuba, cuando el mundo se tambaleaba al borde de la extinción, y sus desquiciados asesores militares y de “inteligencia” lo instaron a librar una guerra nuclear. Poco después, dio un giro radical hacia la paz, desde arriba, a pesar de su férrea oposición, un giro tan drástico durante el año siguiente que lo condujo al martirio. Y él lo sabía. Lo supo cuando pronunció su extraordinario discurso de graduación en la American University el 10 de Junio de 1963.

    Así que la esperanza no está del todo perdida. Hay grandes almas como JFK que nos inspiran. Sus ejemplos aparecen aquí y allá. Pero para siquiera comenzar a tener esperanzas de cambiar el futuro, primero es necesario confrontar nuestro pasado (y presente) demoníaco, adentrarse en la oscura verdad, cuyas implicaciones son aterradoras. Hay que abandonar la falsa inocencia. En “Sobre la psicología del inconsciente”, Carl Jung abordó este asunto con las siguientes palabras:

    Es aterrador pensar que el hombre también tiene un lado oscuro, compuesto no sólo por pequeñas debilidades y flaquezas, sino por un dinamismo claramente demoníaco. El individuo rara vez lo sabe; para él, como individuo, es increíble que alguna vez, bajo ninguna circunstancia, pueda ir más allá de sí mismo. Pero si estas criaturas inofensivas se aglomeran, emerge un monstruo furioso; y cada individuo es sólo una diminuta célula en el cuerpo del monstruo, de modo que, para bien o para mal, debe acompañarlo en sus sangrientas andanadas e incluso ayudarlo al máximo. Con una oscura sospecha de estas sombrías posibilidades, el hombre ignora el lado oscuro de la naturaleza humana. Ciegamente lucha contra el saludable dogma del pecado original, el que sin embargo es tan prodigiosamente cierto. Sí, incluso duda en admitir el conflicto del que es tan dolorosamente consciente.

    ¿Cómo describir a hombres capaces de masacrar intencionalmente a tanta gente inocente? La historia estadounidense está repleta de ejemplos similares hasta nuestros días. Los pueblos indígenas, Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, Irak, Afghanistan, Libia, Siria, Gaza, Ucrania, Irán, etc.; la lista es interminable. Guerras salvajes libradas por hombres y mujeres que dominan y gobiernan el país, y que intentan comprar las almas de la gente común para que se unan a su pacto con el diablo, para que acepten sus continuas maldades. Una maldad tan monstruosa nunca fue más evidente que el 6 y el 9 de Agosto de 1945.

    A menos que reflexionemos profundamente sobre el mal que fue desatado en el mundo con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, nos encontraremos en un infierno sin salida. Y pagaremos. Como decían los antiguos griegos, Némesis siempre exige venganza. Poco a poco hemos ido aceptando el gobierno de aquellos para quienes asesinar inocentes es pan comido, y nos hemos disfrazado de niños inocentes y buenos para quienes la verdad es insoportable. “De hecho, el camino más seguro al infierno es el gradual”, le dice Screwtape, el diablo, a su sobrino Wormwood, un diablo en prácticas, “la pendiente suave, suave bajo los pies, sin giros repentinos, sin hitos, sin señales”. Ese es el camino que hemos estado recorriendo, como nos muestra el segundo mandato de Trump, mientras habla con facilidad e imprudencia sobre la guerra nuclear, y toma medidas que la hacen más posible.

    Proyectar el mal sobre otros sólo funciona por un tiempo. Debemos recuperar nuestras sombras y retirar nuestras proyecciones. Sólo el destino del mundo depende de ello.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

    DEIXE UMA RESPOSTA

    Por favor digite seu comentário!
    Por favor, digite seu nome aqui