La presidencia judeo-aceleracionista

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    Desde el asesinato del principal general iraní, hasta la legitimación de la anexión de Cisjordania, Donald Trump ha puesto el poder de Estados Unidos al servicio de Israel.


    La presidencia de Donald Trump se ha caracterizado por una drástica intensificación del apoyo estadounidense a Israel, la que habría sonrojado a las administraciones presidenciales anteriores. Este cambio es tan marcado y contundente, que puede ser entendido desde la óptica del judeo-aceleracionismo. Con origen en la teoría aceleracionista, la que sostiene que intensificar la lógica de un sistema imperante, puede generar un cambio transformador, el judeoaceleracionismo describe el abandono del apoyo gradual a favor de Israel, en favor de políticas rápidas y radicales del apoyo a favor de Israel, las que transforman el panorama geopolítico en beneficio de Israel.

    Si bien todos los presidentes estadounidenses desde Harry Truman han mantenido l política pro-israelí de base, Trump ha ido mucho más allá de esta norma. Su enfoque rompió tabúes diplomáticos de larga data, e impulsó las relaciones entre Estados Unidos e Israel a una fase completamente nueva y mucho más agresiva. Lejos de simplemente mantener el statu quo, las políticas de Trump reflejan un compromiso ferviente con el avance radical de los intereses israelíes a un ritmo sin precedentes, haciendo que incluso las administraciones neoconservadoras más radicales del pasado parezcan cautelosas en comparación.

    La agenda judeo-aceleracionista de Trump: del primer al segundo mandato

    Ambos mandatos presidenciales de Trump reflejan esta búsqueda incesante de los objetivos israelíes. La decisión más clara y simbólica fue tomada en 2018, cuando Trump trasladó oficialmente la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. No se trató sólo de un gesto simbólico, sino de la violación de un consenso internacional de larga data. Aunque el Congreso había aprobado la Ley de la Embajada en Jerusalén en 1995, todos los presidentes desde entonces, incluidos Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, habían aplazado el traslado por temor a que socavara las negociaciones de paz. Trump no sólo ejecutó la medida, sino que también programó la apertura de la embajada para el 14 de Mayo de 2018, fech del 70º aniversario de la fundación de Israel. Mientras los palestinos protestaban en la frontera de Gaza, las fuerzas israelíes asesinaron a decenas de manifestantes.

    En Marzo de 2019 Trump fue más allá al reconocer la soberanía israelí sobre los Altos del Golán. Esta región ha estado ocupada por Israel desde 1967, y fue unilateralmente anexada en 1981. Ningún otro país había aceptado formalmente esta anexión. El momento del anuncio de Trump –apenas dos semanas antes de las elecciones parlamentarias israelíes– sugirió que se trataba de un intento deliberado de ayudar a Benjamin Netanyahu a conseguir la victoria. El secretario de Estado Mike Pompeo justificó la medida afirmando que reconocía “la realidad sobre el terreno”, respaldando en la práctica la conquista territorial israelí mediante la fuerza militar.

    Mientras que las administraciones anteriores al menos sólo hablaban de una solución de dos estados, Trump y sus asesores abandonaron abiertamente el marco. Jared Kushner, asesor principal y yerno de Trump, declaró en Mayo de 2019: “Si dice ‘dos estados’, significa una cosa para los israelíes y otra para los palestinos. Dijimos: mejor no decirlo”. El supuesto plan de paz de la administración Trump habría confinado a los palestinos a territorios desconectados, similares a apartheids, al tiempo que permitía a Israel anexionarse aproximadamente 30% de Cisjordania. Ésto representó la propuesta de “paz” más pro-israelí jamás presentada por una administración estadounidense, que habría formalizado el control permanente de Israel sobre el territorio palestino.

    Para consolidar aún más el poder de Israel, el secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, declaró en Noviembre de 2019 que los asentamientos israelíes en Cisjordania “no eran inherentemente ilegales”, revirtiendo décadas de política estadounidense que los habían tratado como violaciones del derecho internacional. La “doctrina Pompeo” marcó un cambio radical respecto de las posturas de presidentes anteriores, incluyendo a fervientes partidarios de Israel como Ronald Reagan y George W. Bush.

    Los Acuerdos de Abraham de Trump, considerados por muchos como un éxito diplomático, en realidad socavaron la longeva Iniciativa de Paz Árabe. Al presionar a Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán para que normalizaran sus relaciones con Israel sin obtener concesiones para los palestinos, Trump eliminó una de las últimas formas de influencia regional contra la intransigencia israelí. Para grupos como Hamas, este cambio representó la sentencia de muerte para las aspiraciones palestinas de un estado independiente. El ataque de Hamas contra Israel el 7 de Octubre de 2023 fue en parte una respuesta audaz a la erosión del apoyo regional a su causa –táctica diseñada para reavivar la atención mundial y generar indignación internacional por las represalias israelíes.

    Máxima presión, mínima moderación: la doctrina Trump contra Irán

    La sostenida hostilidad de Trump hacia Irán, el principal adversario regional de Israel, ilustra aún más su trayectoria judeoaceleracionista. Su oposición es anterior a su campaña de 2016, remontándose al menos a su libro de 2011, Time to Get Tough, en el que declaró:

    “El objetivo principal de Estados Unidos con Irán debe ser destruir sus ambiciones nucleares. Permítanme expresarlo con la mayor claridad posible: el programa nuclear iraní debe ser detenido por todos los medios necesarios. Punto. No podemos permitir que este régimen radical adquiera un arma nuclear que luego usará o entregará a terroristas”.

    Condenó repetidamente el acuerdo nuclear con Irán (JCPOA), calificándolo de “desastre” y “el peor acuerdo de la historia”.

    Aunque ocasionalmente mantuvo un tono pacífico con audiencias selectas, la política real de Trump hacia Irán fue de escalada constante. Tras retirar a Estados Unidos del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) en Mayo de 2018, Trump lanzó la campaña de sanciones de “máxima presión” –una medida agresiva que chocaba con su imagen pública de candidato pacifista. Desestimó el acuerdo como “el peor acuerdo de la historia”, alegando que “enriquecía al régimen iraní y facilitaba su comportamiento maligno, retrasando en el mejor de los casos su capacidad para desarrollar armas nucleares”. Las sanciones fueron rápidamente restablecidas, afectando a los sectores energético, petroquímico y financiero de Irán. Trump también advirtió sobre “graves consecuencias” para cualquier país que continuara haciendo negocios con Irán.

    Estas medidas se clasificaron entre las sanciones más severas de la historia moderna, con el objetivo explícito de “reducir a cero las exportaciones de petróleo de Irán, negando al régimen su principal fuente de ingresos”. La administración Trump amplió progresivamente el alcance de las sanciones, afectando al banco central de Irán, la agencia espacial, e incluso al círculo íntimo del Líder Supremo Ali Khamenei.

    En Octubre de 2019 Trump sancionó a la industria de la construcción iraní, vinculándola con el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), al que previamente había designado como organización terrorista extranjera en Abril de ese año –primera vez que Estados Unidos aplicaba esa etiqueta al ejército de otro país.

    En el momento de la designación como terrorista, Trump se jactó: “Si haces negocios con el CGRI, estarás financiando al terrorismo … Esta designación será la primera vez que Estados Unidos designa a una parte de otro gobierno como una OTE [organización terrorista extranjera]”. Estas medidas no sólo fueron de naturaleza económica, sino que también pretendían aislar diplomáticamente a Irán, paralizar su economía, y preparar el terreno para una posible confrontación militar.

    El episodio más dramático se produjo en Enero de 2020, cuando Trump autorizó el ataque con drones con el que asesinó al general iraní Qassem Soleimani en Bagdad. Trump afirmó que Soleimani había estado “planeando ataques inminentes y siniestros contra diplomáticos y personal militar estadounidenses”, medida que llevó a Estados Unidos e Irán al borde de un conflicto abierto. Irán respondió con ataques con misiles contra bases estadounidenses, y la tensión aumentó mientras el mundo se preparaba para la guerra.

    Incluso después de este episodio volátil, Trump continuó intensificando la tensión con Irán. Hacia el final de su primer mandato, supuestamente exploró opciones militares para atacar la infraestructura nuclear iraní. Según versiones, el jefe del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, y otros altos funcionarios respondieron con firmeza. Milley advirtió: “Si hacen ésto, van a tener una maldita guerra”, y comenzó a realizar reuniones informativas diarias para evitar una espiral desenfrenada hacia un conflicto militar, proceso que describió como esfuerzos para “aterrizar el avión”.

    A medida que se intensificaban las tensiones con Irán e Israel, Trump dio luz verde en privado a los preparativos para atacar objetivos iraníes. Los activos militares estadounidenses –incluyendo grupos de ataque en portaaviones, bombarderos y aviones de combate– fueron trasladados a posiciones estratégicas. Según The Wall Street Journal, Trump informó a sus asesores que “aprobaba los planes de ataque contra Irán, pero que se abstenía de dar la orden final para ver si Teherán abandonaba su programa nuclear”.

    En Junio de 2025 Trump ordenó ataques directos contra tres instalaciones nucleares iraníes –Fordow, Natanz e Isfahan– utilizando bombarderos furtivos B-2 y bombas antibunker. Trump declaró que la capacidad nuclear de Irán estaba “completa y totalmente destruida”, a pesar de los informes contradictorios de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) y del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), los que sugerían que los ataques no lograron neutralizar la infraestructura subterránea de Irán, y sólo obstaculizaron brevemente su capacidad nuclear. Rafael Grossi, director del organismo de control nuclear de la ONU, afirmó que Irán podría reanudar el enriquecimiento de uranio “en cuestión de meses”.

    Esta escalada superó con creces todo lo contemplado por administraciones neoconservadoras anteriores. Ni siquiera la administración Bush, que se dedicó a la construcción de naciones en Irak y Afghanistan, había autorizado un ataque de este tipo en suelo iraní. La disposición de Trump a arriesgarse a una guerra regional para promover directamente los intereses de seguridad israelíes representa un nivel de compromiso cualitativamente diferente con los objetivos sionistas, que las administraciones anteriores no se atrevieron a abordar.

    Apoyo sin precedentes para los intereses prioritarios de Israel

    Las políticas de Trump son inseparables de la poderosa influencia de donantes y organizaciones pro-israelíes. Según el grupo de vigilancia Track AIPAC, los intereses pro-israelíes han aportado más de U$S 230 millones a Trump desde 2020. La mayor parte –U$S 215 millones– provino del comité de acción política Preserve America, de Miriam Adelson. La firme postura pro-israelí de Trump le ha ayudado a ganarse el apoyo de antiguos críticos en el bando neoconservador, como Bill Kristol, quien apoyó los ataques de Trump contra Irán, afirmando: “Hay que ir a la guerra con el presidente que se tiene”.

    Dentro de su administración, Trump ha destacado a personas cuyas opiniones reflejan los elementos más extremos del proyecto sionista. David Friedman, quien fue embajador de Estados Unidos en Israel durante el primer mandato de Trump, financió los asentamientos en Cisjordania y posteriormente publicó “Un Estado Judío: La última y mejor esperanza para resolver el conflicto israelí-palestino”. Mike Huckabee, actual embajador de Trump en Israel y sionista cristiano declarado, ha propuesto transferencias de población palestina, a la vez que apoya la continuación de la anexión israelí.

    En Enero de 2025, Trump propuso trasladar a los dos millones de palestinos de Gaza a Egipto y Jordania: “Me gustaría que Egipto aceptara a la gente, y me gustaría que Jordania aceptara a la gente … simplemente desalojemos todo”. Al preguntársele si la reubicación sería temporal, respondió que podría ser “de largo plazo”. El mes siguiente, Trump declaró durante una conferencia de prensa con Netanyahu que Estados Unidos “tomaría el control” de Gaza y la transformaría en la “Riviera de Oriente Medio”. El analista israelí Noam Sheizaf observó: “Trump logró lo que ningún político israelí ha logrado: transformó la ‘transferencia de población’ de un concepto marginal, casi tabú, en el discurso político israelí, a una opción política viable”.

    En el ámbito nacional, Trump priorizó aún más los intereses judíos mediante su Orden Ejecutiva de Enero de 2025 para “Combatir el Antisemitismo”. Esta orden permitió la deportación de estudiantes extranjeros que participaban en activismo pro-palestino, y amenazó a las universidades con la pérdida de financiamiento si no suprimían dicho discurso. La orden marcó el uso sin precedentes del poder federal para silenciar la disidencia política al servicio de una nación extranjera.

    América al Último: el realineamiento radical de Trump al servicio del poder israelí

    Lo que hace a la presidencia de Trump excepcionalmente peligrosa no es simplemente el extremismo de las políticas individuales, sino su efecto acumulativo en la normalización de los objetivos supremacistas judíos bajo la protección de Estados Unidos. Al romper las normas en torno de Jerusalén, los asentamientos y el desplazamiento palestino, Trump ha creado nuevos hechos sobre el terreno que las futuras administraciones podrían encontrar políticamente imposibles de revertir.

    A diferencia de sus predecesores, los que operaron dentro de marcos internacionales, respetaron la diplomacia multilateral y mantuvieron una mínima distancia respecto de las demandas más extremas de Israel, Trump ha convertido a Estados Unidos en un acrítico facilitador del expansionismo israelí. Sus decisiones han superado incluso a la administración Bush, que impulsó campañas de consolidación nacional en Irak y Afghanistan, pero nunca atacó directamente a Irán ni respaldó la transferencia de población.

    A pesar de presentarse como un candidato con la postura “Estados Unidos Primero”, Trump ha dedicado gran parte de su capital político a reforzar el poder militar y geopolítico israelí. En el proceso, ha revelado la naturaleza hueca de su imagen antibélica y su retórica nacionalista. Su administración, integrada por ideólogos comprometidos con la supremacía israelí, ha reorientado la política exterior estadounidense en torno del objetivo de consolidar la hegemonía regional de Israel, sin importar el costo en vidas, estabilidad o credibilidad estadounidense.

    Al alinear el poder estadounidense con la agenda expansionista de Israel, Trump ha conducido la política exterior estadounidense hacia un territorio peligroso y potencialmente irreversible.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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