El genocidio debe ser señalado por su nombre

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    Según he argumentado durante mucho tiempo, la nomenclatura correcta es esencial para comprender las cosas, las personas y los acontecimientos. A menos que denominemos algo adecuadamente, no sabremos cómo juzgarlo ni cuál es la acción correcta en respuesta a sus efectos. Por eso, nuestro discurso público es tan confuso en cuanto a cómo llamar a las cosas: denominar correctamente algo es poderoso; también lo es denominar algo incorrectamente, o negarse a denominarlo.

    Ahora se nos insta –y se nos exige por ley en muchas jurisdicciones– a aceptar una definición de “antisemitismo” que es más que absurda. Con la ayuda de varios comités y grupos judíos, la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto ha elaborado una “definición práctica” de este término que, en resumen, convierte en antisemita las críticas a Israel o al sionismo. Se trata de un nombre absurdo e inapropiado, intencionado y muy trascendental.

    Aproximadamente tres docenas de estados aceptan actualmente la definición de la IHRA; como Chris Hedges informó esta semana, New Jersey está debatiendo una ley a tal efecto. Un número cada vez mayor de instituciones, en particular universidades, pero no sólo éstas, también utilizan la definición de la IHRA. Como afirma Hedges en el artículo anteriormente indicado, ésto constituye un ataque directo a la libertad de expresión. Si llevamos la definición de la IHRA a su conclusión lógica, nos encaminamos hacia el control del pensamiento.

    Hay muchos otros casos en los que la denominación aceptada es crucial. Si Estados Unidos no es considerado un imperio, no podrá comprenderse por qué y cómo se ha convertido, durante décadas, en la fuerza más violenta, destructiva y disruptiva del mundo. Y como se supone que no debemos ver tal cosa, Estados Unidos no puede ser llamado imperio y esperar ser tomado con seriedad en lo que curiosamente es conocida como –otra denominación inapropiada– una sociedad educada.

    Llegamos ahora a la cuestión de la campaña terrorista de Israel en Gaza (y su creciente campaña terrorista en Cisjordania). ¿Cómo deberíamos llamar a estas depravaciones cotidianas? ¿Somos o no testigos de un genocidio? Si hay un caso más polémico para acertar con la denominación, no lo creo. Si el ataque de Israel a Gaza es calificado como genocidio, el estado sionista será entendido de una manera, y habrá consecuencias legales; si esta denominación es rechazada, se está divagando sobre el “derecho a la defensa” y otras nociones similares –tan endebles como la definición de antisemitismo de la IHRA–, y no habrá consecuencias legales. Equivale a permitir la justicia, o a disculparse por la impunidad ilimitada.

    Nunca he encontrado al mundo muy honesto consigo mismo. Y ha sido extremadamente deshonesto desde el otoño de 2023. Durante quizás 21 de estos últimos 22 meses, mucha gente ha insistido en que las barbaridades diarias de Israel contra el pueblo palestino constituyen genocidio. Pero la crisis de Gaza ha enfrentado a las poblaciones de Occidente con su impotencia política. En los centros de poder global y entre los medios de comunicación que les sirven, las agresiones militares y los abusos del derecho internacional por parte de Israel han pasado desapercibidos. Las consecuencias de esta negativa pueden ser medidas de diversas maneras. El asesinato de al menos 60.000 palestinos –y podemos considerar a ésta como una cifra conservadora– es una de ellas.

    Que Israel sea o no culpable de genocidio no debería ser una cuestión, ahora que la realidad de su conducta entra en su vigésimo segundo mes. Pero se ha convertido en una cuestión y por fin, esta cuestión que no es una cuestión, empieza a perder su fuerza, su utilidad como cortina que cubre las atrocidades de Israel. Ésto marca un significativo avance –huelga decirlo– en la dirección correcta.

    Tampoco me ha parecido que The New York Times sea muy honesto consigo mismo. Pero cuando el periódico –antes importante, pero ya no tanto– se dedica a publicar artículos de opinión que acusan abiertamente a los israelíes no sólo de genocidio, sino de intención genocida, es lógico concluir que algo importante se cierne sobre los cálidos vientos del verano.

    Debemos ser cuidadosos con no exagerar lo que podría resultar de un cambio de opinión ahora evidente en las altas esferas sobre Israel: qué y cuándo. Pero, en mi opinión, nos encontramos en medio de un cambio radical, el preludio de una acción concertada –legal, diplomática, política y económica– contra el régimen sionista.

    Comencemos por el principio –no pretendo desestimar el largo siglo de agresiones israelíes contra los palestinos antes de la tarde del 7 de Octubre de 2023, cuando Israel comenzó su ataque contra Gaza.

    En Enero de 2024, la Corte Internacional de Justicia determinó que era “plausible” que Israel violara la Convención sobre el Genocidio de 1948. Recuerdo mi decepción al ver que la CIJ utilizara una expresión tan autodestructiva. Pero incluso este fallo –cauteloso, provisional– provocó un revuelo que cualquiera que preste atención recordará. Como reflejo de ésto, la CIJ se ha abstenido desde entonces de emitir una sentencia final y vinculante, y no se sabe cuándo lo hará.

    Las primeras señales de un cambio incipiente en los límites del discurso aceptable aparecieron la primavera pasada. Hubo una repentina avalancha de artículos de opinión en la prensa británica dominante –The Economist, Financial Times, The Independent, etc.– en los que por fin eran reconocidas las atrocidades de la guerra que no es guerra de Israel. “Cuanto más se prolongue”, escribió Financial Times en un artículo de opinión muy incisivo, firmado por el consejo editorial, “más cómplices serán quienes guarden silencio o se sientan intimidados para hablar”.

    Estos artículos anticiparon con unas semanas de antelación las denuncias aún más contundentes contra el “estado judío” por parte de diversos funcionarios gubernamentales. “Condeno a Israel por lo que está haciendo al pueblo palestino en Gaza y, de hecho, en Cisjordania”, declaró Mark Pritchard, diputado conservador, en la Cámara de los Comunes el 6 de Mayo, “y quisiera retirar mi apoyo ahora mismo a las acciones de Israel … Este es un momento histórico en el que la gente mira hacia atrás y se da cuenta de que, como país, nos hemos equivocado”.

    El titular del comentario que publiqué en este espacio en aquel momento era “Olas sobre el mar del silencio”. Así eran, pero lo que de repente personas prominentes escribían y decían en público, tenía más bien un efecto dominó. De todos los pronunciamientos y denuncias leídos y escuchados la primavera pasada, no conozco ningún caso que incluyera la palabra “genocidio”. El término seguía estando prácticamente prohibido oficialmente.

    Ahora la situación da un giro inesperado. Es como si el mundo occidental se estuviera acercando poco a poco a un juicio veraz, con la confesión implícita del silencio pasado, sobre los sádicos ataques israelíes –así los considero– contra el pueblo palestino. Es decir, de la conducta genocida de Israel.

    Hasta ahora, algunos defensores de la paz israelíes y otras voces disidentes, han hablado con sinceridad sobre las atrocidades genocidas deliberadas de las Fuerzas de Defensa de Israel. Otra cosa es que The New York Times publique un extenso artículo de opinión bajo el titular: “Soy un experto en genocidio. Lo sé cuando lo veo”. Como muchos lectores comprendieron al instante, el ensayo de Omer Bartov, publicado en su edición del 15 de Julio, fue un gran acontecimiento, por lo que decía y por dónde lo decía. Ahí estaba, la palabra con “G”, justo en el titular. Esa enorme distancia entre lo decible y lo indecible en asuntos relacionados con Israel, de repente pareció reducirse.

    Un poco de “Timesología”. El artículo de Bartov es un ejemplo típico de un viejo truco al que el NYT recurre en momentos de torpeza ideológica. Cuando hay que decir algo que el periódico no quiere que sea publicado como un hecho en las páginas de noticias y con la firma de un periodista del NYT, una voz externa es incorporada para que se pronuncie en las páginas de opinión. Lo mismo ocurre con Bartov, profesor de estudios sobre el Holocausto y el genocidio en la Universidad Brown. Imagino que los editores del NYT sabían que estaban detonando un explosivo cuando publicaron su artículo; lo supieran o no, fue una explosión de cierta magnitud.

    Tras explicar su cautela académica en los primeros meses tras los sucesos de Octubre de 2023, Bartov analiza el historial y las numerosas declaraciones de intenciones que hemos escuchado de funcionarios israelíes y escribe:

    Mi conclusión ineludible es que Israel está perpetrando genocidio contra el pueblo palestino. Habiendo crecido en un hogar sionista, vivido la primera mitad de mi vida en Israel, servido en las Fuerzas de Defensa de Israel como soldado y oficial, y dedicado la mayor parte de mi carrera a investigar y escribir sobre crímenes de guerra y el Holocausto, ésta fue una dolorosa conclusión de alcanzar, y a la que me resistí todo lo que pude. Pero llevo un cuarto de siglo impartiendo clases sobre genocidio. Puedo reconocer uno cuando lo veo.

    Bartov continúa citando a quienes lo acompañan al declarar esta sentencia: los sudafricanos que llevaron el caso de genocidio mencionado ante la CIJ en Diciembre de 2023, Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para Cisjordania y Gaza, y Amnistía Internacional. Esta semana, dos figuras destacadas del panorama israelí de derechos humanos, B’Tselem y Médicos por los Derechos Humanos-Israel, publicaron informes, aquí y aquí, anunciando que han llegado a la misma conclusión. Esta vez, el NYT lo informó en sus páginas de noticias; también salió en todos los medios.

    Curiosamente, una semana después de la publicación de su artículo, el NYT publicó una larga entrevista de audio con Bartov bajo el título “Un experto en genocidio sobre el caso contra Israel”, pero ésta desapareció en los archivos, por lo que puedo entender, en pocas horas. Luego, el 30 de Julio, otro explosivo en la página de opinión: el NYT publicó “La muerte de Gaza en cámara lenta”, otro ensayo que denuncia a Israel por su conducta genocida; dos de sus tres autores representan a Médicos por los Derechos Humanos-Israel.

    Últimamente, apologistas deshonrosos de todo tipo se han apresurado a defender a Israel. Bret Stephens, el más enérgico defensor de Israel entre los columnistas del NYT, publicó “No, Israel no está perpetrando genocidio” el 22 de Julio, argumentando absurdamente que si lo que presenciamos fuera genocidio, los israelíes lo habrían llevado a cabo con mayor rapidez. Ese es nuestro Bret: Israel podría bombardear el Ministerio de Asuntos Exteriores británico mañana, y él explicaría por qué fue necesario y correcto.

    Un británico que se describe como periodista y activista, David Collier, se opuso inmediatamente con indignación y enérgicamente a una fotografía, publicada por primera vez en la prensa británica el 23 de Julio, de un niño palestino demacrado en brazos de su madre. La imagen de Mohammed Zakariya Ayyoub al–Matouq, de 18 meses, fue ampliamente difundida, un documento contundente mientras el mundo se enfrenta a la instrumentalización del hambre por parte de Israel en Gaza. No, informó Collier: al–Matouq tiene afecciones médicas preexistentes, parálisis cerebral e hipoxemia, que explican su apariencia. “Este no es el rostro de la hambruna”, escribió Collier en un artículo titulado “La imagen que mintió”.

    ¿Pueden creer que The Times de Londres publicó las objeciones de Collier como si la imagen fuera una tergiversación fraudulenta de la realidad? ¿Qué se sugiere aquí? ¿Que no hay una epidemia de hambruna en Gaza? ¿Pueden creer que los medios de comunicación de todo Occidente, incluido The New York Times, de una u otra manera siguieron el ejemplo? Escuchemos todo sobre la excelente dieta de Mohammed Zakariya Ayyoub al–Matouq y el trato de primera que recibe en los hospitales de Gaza, añadiría.

    Utilizo este tipo de basura indecorosa como espejo, una vieja costumbre mía. El estado sionista, tras haber exagerado enormemente sus cartas en Gaza, ha estado cada vez más a la defensiva estos últimos 22 meses. Ahora, las innumerables imágenes de palestinos hambrientos –hombres, mujeres, niños, gente común, médicos, enfermeras, cooperantes– han llevado la situación al punto en que ahora podemos llamar al genocidio por su nombre, y empezar a pensar en qué hacer al respecto.

    Más vale tarde que nada, digamos. Y veamos qué sucede a partir de ahora.

    Francia anunció el pasado Jueves 24 de julio su intención de reconocer al estado palestino en la Asamblea General de la ONU, cuando se reúna en Septiembre. El Miércoles 30 de Julio, Gran Bretaña también lo hizo. Es cierto que el primer ministro Keir Starmer afirmó que el Reino Unido denegaría el reconocimiento si, entre otras cosas, los israelíes aceptan un alto el fuego y prometen no anexionarse Cisjordania. Pero, como informó The Times de Londres: “Dada la oposición de Israel a estos términos, ésto significa que el reconocimiento del estado palestino es casi inevitable”.

    El impulso es evidente. Mientras terminaba esta columna el Jueves 31 de Julio, Canadá y Malta anunciaron que también reconocerían la soberanía palestina en la Asamblea General de Septiembre.

    Sí, todas estas naciones siguen hablando de una solución de dos estados, algo que ha sido letra muerta durante años. Y no, ninguna utiliza oficialmente el término “genocidio”: por el momento y en el futuro previsible, las implicancias legales de esta denominación son simplemente demasiado enormes. Tampoco se habla en los consejos de gobierno de ningún lugar de Occidente de un régimen integral de sanciones como el que enfrentó la Sudáfrica del apartheid, ni de investigaciones sobre los crímenes de lesa humanidad –tan evidentes como el agua– del estado sionista.

    Por decirlo brevemente, la justicia auténtica no está ni cerca. Pero denominar las cosas con honestidad acerca el fin de la barbarie de Israel. No pasemos por alto la dirección en la que soplan esos vientos de verano. Soplan en la dirección correcta. Y podemos esperar más ráfagas.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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