El progresismo es cobardía patológica disfrazada como virtud política

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    Como ideología política, el progresismo se caracteriza principalmente por el odio a la libertad, un miedo histérico a la vida y a la realidad, y el deseo irreprimible de los militantes de ser completamente controlados por las autoridades establecidas. Los activistas progresistas no quieren pensar, razonar, absorber conocimiento, correr riesgos ni tomar decisiones. Por esta razón, son criaturas que se mantienen completamente imperturbables cuando el gobierno decide pensar por ellos, tomar decisiones por ellos, y regular meticulosamente –en todas las escalas imaginables– cada aspecto de la existencia humana y de la vida social.

    Los activistas progresistas desean vivir una vida de completa seguridad, donde los riesgos de cualquier tipo sean prácticamente inexistentes. Para estas criaturas de dudosa cordura, la seguridad es siempre la máxima prioridad, en cualquier circunstancia y en cada momento de la vida. Ésto explica por qué se volvieron tan descaradamente histéricos, aterrorizados y neuróticos durante la pandemia [decretada].

    Sin duda, la ideología progresista se distingue por la evidente necesidad de sus activistas de ser protegidos constantemente por el estado ante cualquier amenaza (real o imaginaria) que exista en el mundo.

    De hecho, es innegable que el progresismo se ha consolidado en el mundo contemporáneo como una religión secular. El comportamiento sectario y la reacción histérica de sus seguidores ante cualquiera que cuestione o desafíe sus creencias, lo demuestran irrefutablemente. Quieren estar protegidos de todo, incluso de las críticas. Entre los seguidores de la secta del arcoíris brillante, existe la firme convicción de que merecen y deben gozar de protección institucional.

    También podemos destacar los siguientes elementos como las principales creencias de la secta progresista secular:

    1. Culto incondicional y absoluto a los conglomerados farmacéuticos.
    2. Atribución de poderes mágicos a las vacunas (y también al simple uso de la palabra “vacuna”; parecen creer que cuanto más repitan esta palabra, más protegidos estarán).
    3. Creen genuinamente que la ciencia es una religión, un dogma espiritual que exige fe y obediencia ciega, en lugar de ser un vehículo de conocimiento concreto, respaldado por una investigación meticulosa y un análisis metodológico racional y revisado por pares.
    4. Negación sistemática de la realidad, que incluye el hecho irrefutable de que son un colectivo de personas infantilizadas e histéricas.
    5. Culto y obediencia incondicional al estado.

    Este último elemento es particularmente apreciado por la secta progresista. Existe, sin duda, entre los adeptos del culto al arcoíris incandescente, un deseo tan compulsivo como irreprimible de venerar al gobierno absoluta e incondicionalmente, y ésto debe cumplirse en toda ocasión posible, especialmente cuando hay una manifestación con un claro sesgo político.

    Debido a la creencia en el estado como deidad, los activistas progresistas generalmente manifiestan una profunda hostilidad hacia cualquiera que no venere al gobierno o no lo considere una entidad sagrada, majestuosa, perfecta y omnipotente.

    En la práctica, la ideología progresista puede ser definida como una religión secular y materialista, que proporciona un cómodo refugio político e ideológico a adultos cobardes, con miedo patológico a todo en el mundo, y que buscan refugio y seguridad permanentes en el dios-estado supremo. Para la escatología progresista, el estado es una especie de entidad sagrada que sirve de apoyo espiritual a los activistas, brindándoles seguridad material y psicológica frente a las incertidumbres y vicisitudes de la vida.

    Aunque tiene un innegable barniz de preocupación social, la ideología progresista se basa completamente en un egocentrismo irracional e histérico, motivado principalmente por el miedo, el pánico y el instinto de supervivencia (que se ha hecho especialmente evidente durante la decretada pandemia). El progresismo es una ideología basada enteramente en las emociones, cuya principal prerrogativa es anular sumariamente la lógica y la racionalidad, e infantilizar a sus seguidores tanto como sea posible.

    De hecho, es imposible ser un adulto responsable, racional y decente y, al mismo tiempo, ser un activista progresista. Son dos cosas completamente incompatibles y mutuamente excluyentes. Se es uno o el otro. Es completamente imposible ser ambos.

    Para colmo, el paternalismo estatal vuelve a los copos de nieve aún más arrogantes y autoritarios, exigiendo siempre que el estado los proteja cada vez más. Estas criaturas (que servirían como excelentes conejillos de indias para la psiquiatría) siempre intentan censurar contenido que las vuelve emocionalmente histéricas, y siempre están dispuestas a usar la coerción del gobierno para imponer su religión secular totalitaria a otros.

    La ideología progresista es, sin duda, una vasta confraternidad de cobardes, fracasados y enfermos mentales, que deberían ser internados en instituciones psiquiátricas. Si fuéramos una sociedad cuerda, no escucharíamos lo que esta gente tiene que decir, ni les estaríamos dando a estas criaturas un poder político inmenso e ilimitado. Estas personas serían diagnosticadas y tratadas. Occidente se ha convertido en un gigantesco manicomio porque hemos criminalizado los manicomios.

    La verdad es fácil de entender: los activistas progresistas son criaturas que no aportan absolutamente ningún beneficio a la sociedad. Estas criaturas sólo sirven para exigir beneficios ilimitados del gobierno, habiéndoseles hecho creer que son los seres más iluminados y resplandecientes del universo. En consecuencia, toda la sociedad tiene la obligación de brindarles lo mejor de lo mejor, simplemente por existir, y absolutamente todo debe ser de origen público, gratuito y de alta calidad.

    Es innegable que el único talento que poseen estos copos de nieve es adorar al estado de forma plena, resuelta e incondicional. Y todos tenemos que soportar sus frecuentes arrebatos de histeria y furia cada vez que alguien dice o hace algo que no se ajusta plenamente a la religión secular progresista.

    Los copos de nieve progresistas son criaturas con un miedo patológico a prácticamente todo, creen que las emociones pueden anular la razón, son improductivos, no gestionan empresas, no se arriesgan, y quieren que el dios-estado y el gobierno-paternal los alimenten con cuchara. ¿Qué tienen estas criaturas, en concreto y saludable, que ofrecer a la sociedad? Absolutamente nada. Los progresistas sólo sirven para enfermar a la sociedad y expandir exponencialmente el poder del Leviathan.

    Los activistas progresistas son seres económicamente irracionales e ignorantes que creen sinceramente en el mito de lo “público, gratuito y de calidad” (imagínense lo exasperados y emocionalmente histéricos que estarían si descubrieran que absolutamente nada en el mundo es gratis).

    Son seres que creen en la validez de los derechos sobre el papel. Son seres que creen genuinamente en los derechos positivos y que, por el mero hecho de existir, merecen todo lo mejor del mundo, que todas las personas tienen la obligación de obedecerlos, y que el estado debe ser el proveedor de todo.

    Los activistas progresistas son personas que creen que el estado es un dios que puede crear riqueza por decreto. Son seres que creen que las leyes económicas cambian si el estado o el banco central así lo deciden. Son seres completamente inconscientes de la vida real y de la lucha diaria por la supervivencia de los ciudadanos comunes, que sólo reciben penurias, confiscación de bienes, exacciones fiscales exorbitantes, y multas del estado.

    Los activistas progresistas son flagrantemente perjudiciales para la sociedad y su supervivencia. El único activo que esta gente tiene para ofrecer es el miedo, y la “solución” a este miedo, obviamente, es el control estatal total y absoluto sobre la sociedad en su conjunto.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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