Este artículo pretende que el lector reflexione sobre una realidad incómoda pero irrefutable y evidente: ya vivimos bajo el supremacismo judío. Y no se trata de una teoría conspirativa, sino de la observación de una realidad concreta, plenamente fundamentada en la evidencia.
En este artículo pretendo abordar tres pilares del judaísmo contemporáneo, y mostrar al lector cómo influyen en nuestra vida diaria, tanto directa como indirectamente.
El primero es el Holocausto.
El segundo es la mitología del judío como la víctima eterna.
Y el tercero es la supremacía política del estado de Israel.
Analicemos el primer asunto.
La vasta cantidad de material sobre el Holocausto
Consideremos por un momento todas las campañas de exterminio y genocidio que han ocurrido a lo largo de la historia. Consideremos el genocidio armenio, el genocidio circasiano, el genocidio asirio, el genocidio bosnio de Srebrenica, el genocidio selk’nam, el genocidio del pueblo ucraniano (Holodomor), y el genocidio continuo de los palestinos en la Franja de Gaza y Cisjordania, perpetrado intermitentemente por el estado sionista de Israel desde mucho antes de Octubre de 2023. Y tengamos en cuenta que los genocidios mencionados son sólo algunas de las innumerables campañas de exterminio sistemático de seres humanos llevadas a cabo a lo largo de la historia. Podrían ser mencionadas muchas otras.
De hecho, la historia de la humanidad está repleta de episodios deplorables de masacres a gran escala, en los que un gobierno o poder político decidió eliminar por completo a una raza, grupo o colectivo de seres humanos, para expandir sus dominios territoriales e imponer su soberanía.
Sin embargo, es un hecho indiscutible que debatimos de forma rutinaria y recurrente, exhaustivamente, sobre un solo genocidio, que se presenta como el peor de todos: el Holocausto, como fue conocido el exterminio de los judíos europeos, considerados anatema por la dictadura nazi, que monopolizó el poder político en Alemania entre 1933 y 1945.
Por razones obvias, el Holocausto no requiere presentación ni una extensa introducción. Todos hemos tenido acceso a una considerable cantidad de material sobre el Holocausto, de forma exhaustiva, por lo que es totalmente innecesario que me extienda en este asunto.
Sin embargo, existen muchos aspectos que generan controversia y generan innumerables debates sobre el Holocausto. En relación con este asunto, hay dos que merecen nuestra atención.
En primer lugar, es necesario reconocer que los nazis no sólo persiguieron a los judíos. Los gitanos, las personas con discapacidad física y mental, y los cristianos (de diversas denominaciones) que no se sometieron al régimen, también fueron duramente perseguidos, torturados y eliminados. En segundo lugar, es fundamental reconocer la arbitrariedad del número –excesivamente elevado, hay que decirlo– de judíos que supuestamente fueron eliminados en los campos de concentración.
En cuanto al número exacto de judíos asesinados, podemos llegar a cifras variables, algunas con mayor coherencia histórica, otras con menor. Un judío estadounidense llamado Moshe Aryeh Friedman fue severamente perseguido por sus correligionarios judíos por afirmar que el número exacto de judíos exterminados durante el Holocausto fue de aproximadamente un millón.
Sin embargo, mi objetivo principal al presentar este argumento es mostrar al lector un hecho muy interesante: discutimos y debatimos el Holocausto constantemente, mientras que repetidamente ignoramos todos los demás genocidios que han ocurrido a lo largo de la historia.
De hecho, durante décadas hemos estado expuestos a una verdadera avalancha de material sobre el Holocausto, ininterrumpidamente. Sabemos que abundan las películas que tratan este tema: La lista de Schindler, El pianista, Fuga de Sobibor, Conspiración, La guardia de Auschwitz, El hijo de Saúl y El protocolo de Auschwitz se encuentran entre las más conocidas. Muchas de estas películas son excepcionalmente buenas. He visto El pianista innumerables veces.
Pero lo cierto es que abundan las películas, series, documentales, libros e incluso instituciones que conmemoran el Holocausto, mientras que existe una auténtica escasez de material sobre otros genocidios.
Esta desproporción es, como mínimo, bastante sospechosa. Es como si se intentara, por un lado, sobreexponer el Holocausto y, por otro, eclipsar todos los demás genocidios. Ésto implica que el sufrimiento humano es una especie de monopolio judío. Y ésto ocurre hasta tal punto que ni siquiera puede ser cuestionado ningún aspecto del Holocausto, y mucho menos el lugar “sagrado” que ocupa en el panteón de las tragedias humanas.
La abundancia de material sobre el Holocausto y la casi total ausencia de material sobre otros genocidios, nos lleva invariablemente a plantearnos las siguientes preguntas (que a algunos les pueden resultar incómodas, pero alguien tiene que formularlas):
- ¿Quién financia toda esta abundante producción de material sobre el Holocausto?
- ¿Por qué atribuimos tanta importancia a los judíos? ¿Son más importantes que otros pueblos víctimas de genocidio?
- Si son más importantes, ¿por qué tienen tanta importancia? ¿Y quién les atribuyó tal importancia? ¿Los propios judíos, o pueblos de otras naciones?
- Si de hecho son más importantes –hasta el punto de que no tenemos derecho a cuestionarlo–, ¿podemos admitir sin lugar a dudas la existencia de la supremacía judía a nivel político, económico, cultural y global?
Éstas son sólo algunas de las preguntas que podríamos plantearnos (entre muchas otras) al analizar la vastedad del material existente sobre el Holocausto, comparándolo con la escasez de material sobre otros genocidios.
Sin duda, lo que distingue al Holocausto de todos los demás genocidios, en primer lugar, es su sobreexposición. El Holocausto siempre está en el punto de mira, mientras que otros genocidios no. En consecuencia, podemos concluir que el Holocausto es simplemente el genocidio con mayor éxito propagandístico, ya que goza de un nivel de publicidad sin igual en tragedias similares.
Sin embargo, existe un factor extremadamente preocupante en torno del Holocausto que no es observable en otros genocidios. Muchas personas se vuelven extremadamente agresivas, histéricas y furiosas si es cuestionada la narrativa oficial del Holocausto.
Hay quienes creen que simplemente el Holocausto no debe ser cuestionado, y que debe ser aceptado sin cuestionar toda la información presentada en películas, libros y documentales existentes sobre el asunto (incluso si no está corroborada por otras fuentes externas).
Si la narrativa oficial no es ciegamente creida, se corre el riesgo de ser etiquetado como neonazi o negacionista del Holocausto. Posiblemente será acusado de ser discípulo de David Irving.
El Holocausto está rodeado de numerosas controversias. Pero, contrariamente a lo que afirman los fanáticos, cuestionar la narrativa oficial en una búsqueda sincera de la verdad es completamente legítimo.
Muchas personas valientes cuestionan la narrativa oficial. Algunas cuestionan la cifra oficial de muertos (estimada en aproximadamente 6 millones), mientras que otras niegan categóricamente que haya ocurrido. Sin embargo, cuestionar públicamente el Holocausto puede causar innumerables problemas a quienes se atrevan a cuestionarlo e investigarlo a fondo.
Obviamente, el Holocausto no es el único genocidio que genera controversia. El Genocidio Armenio también es frecuentemente cuestionado e incluso negado. Muchos afirman que nunca ocurrió, y hasta el día de hoy, la postura oficial del gobierno turco es negar el Genocidio Armenio, ocurrido durante un período similar a la Primera Guerra Mundial, unas décadas antes del colapso del Imperio Turco Otomano.
Es interesante notar, sin embargo, que negar el Genocidio Armenio no genera el mismo nivel de rispidez que negar el Holocausto. Si uno niega el Genocidio Armenio, posiblemente no pasará nada. Pero intente negar públicamente el Holocausto, ¡y prepárese para lo peor! Demandas, censura e incluso despidos son algunas de las consecuencias para quienes se atreven a cuestionar la narrativa oficial del sistema judío.
El mensaje que envía el sistema es bastante claro: consulte los documentos oficiales, repita la información que contienen, y no se desvíe ni un milímetro de la narrativa oficial establecida.
De hecho, no cabe duda de que constantemente nos bombardean con gran cantidad de material sobre el Holocausto. El reconocido académico estadounidense Norman Finkelstein –judío, reconocido por sus libros y conferencias que profundizan en el conflicto israelí-palestino– analizó este fenómeno en detalle en su libro titulado La Industria del Holocausto: Reflexiones sobre la Explotación del Sufrimiento Judío, publicado originalmente en el año 2000. En este libro, Finkelstein muestra cómo el propio establishment judío corrompió y explotó deliberadamente la memoria del Holocausto en nombre de intereses políticos.
Sin duda, la sobreexposición que sufrimos al Holocausto impone una fatiga mental, intrínseca a la saturación de un asunto tan repetitivo. Hablamos sobre este asunto con frecuencia en redes sociales. Hay innumerables documentales sobre el asunto en YouTube, en varios idiomas. Y la cantidad de libros y artículos sobre el Holocausto es incontable. Todos hemos debatido sobre este asunto innumerables veces.
Ésto me lleva a concluir que, de hecho, existe un enorme desequilibrio entre la frecuencia con la que estudiamos y hablamos sobre el Holocausto, y la omisión colectiva generalizada que se cierne sobre otros genocidios. Y ésta es la razón para una investigación exhaustiva de este fenómeno cultural.
Después de todo, si los genocidios son crímenes de lesa humanidad, ¿por qué no estudiarlos y exponerlos todos, hacer películas y documentales sobre ellos, y publicar libros esclarecedores que aborden meticulosamente cómo ocurrió cada uno? ¿Por qué enfatizar uno en detrimento de todos los demás? Ésto no tiene sentido, a menos que haya una intención detrás.
¿No podría suceder ésto precisamente porque los judíos realmente se consideran especiales? ¿Como si fueran, digamos, superiores al resto de la humanidad? ¿Como si sólo importara su sufrimiento?
Repito la pregunta: con tantos genocidios ocurridos a lo largo de la historia, ¿por qué sólo hablamos, debatimos y discutimos sobre el Holocausto? Sin duda, ésta es una pregunta válida, la que debería motivarnos a reflexionar profundamente sobre este asunto. A menos que consideremos a los judíos superiores al resto de la humanidad, ésta es una pregunta que merece una consideración importante.
La mitología del judío como víctima permanente
Si hay algo que innumerables películas y documentales sobre el Holocausto han fomentado en el imaginario colectivo, es que han llevado a las masas a ver siempre a los judíos como víctimas. Ésto es tan cierto que incluso si son señaladas organizaciones criminales judías que existen o han existido, y son proporcionadas fuentes históricas que corroboran estos hechos, se puede ser acusado de antisemitismo.
La gente no quiere oír que se diga que los judíos también cometen delitos. Después de todo, se les ha hecho creer que los judíos siempre son víctimas. Y no se puede escapar de esta mitología cultural impuesta arbitrariamente en el imaginario colectivo.
La mitología cultural inventada del judío oprimido está arraigada en el imaginario colectivo. Por ello, muchas personas no aceptan la exposición de verdades incómodas sobre los judíos o el judaísmo. El inconsciente colectivo ha sido adaptado para que el judío encaje única y exclusivamente en el papel de víctima, nunca en el de criminal o perpetrador.
No cabe duda de que el imaginario popular ha sido moldeado de tal manera que las masas sólo aceptan que los judíos sean representados como personas amables y bondadosas, perpetuamente agraviadas, víctimas de horrendas desgracias que les azotan sin motivo, razón ni causa principal. De hecho, en el inconsciente colectivo, el judío siempre es una víctima; nunca es culpable de nada. Es puro como un ángel y jamás merece el cruel destino planeado por sus verdugos.
Pero ¿y si les dijera que han existido innumerables organizaciones criminales de origen completamente judío, con miembros judíos, así como un sistema de organización y liderazgo intrínsecamente judío?
La organización criminal judía polaca Zwi Migdal estuvo activa entre 1867 y 1940, y su actividad principal era la trata de mujeres con fines de explotación sexual. La organización operaba en varios países, en Argentina, Brasil, Sudáfrica e incluso Estados Unidos. Durante el auge de sus actividades criminales, el núcleo de la organización prosperó y comenzó a financiar sinagogas y actividades culturales judías, principalmente en yiddish.
Esta organización criminal dio origen a otra, conocida como Ashkenazum, liderada por Simon Rubinstein. Esta organización tenía como principal base de operaciones Argentina. Este sindicato criminal estuvo activo durante casi tres décadas, y una de sus principales actividades fue la trata de mujeres judías de Europa del Este con fines de explotación sexual.
Hoy, en el siglo XXI, existen varios sindicatos criminales exclusivamente judíos. Organizaciones criminales como los Abergil, los Abutbul, los Alperon, los Amir Molnar, los Dumranis y los Shirazi tienen sus bases de operaciones en Israel, aunque operan en otros países de Oriente Medio y, ocasionalmente, más allá de las fronteras del Levante.
Lo cierto es que, contrariamente a lo que mucha gente piensa, los judíos son seres humanos comunes. Así como hay judíos buenos, también los hay malos. Y los judíos no son víctimas en todas las circunstancias. En muchas circunstancias, son los perpetradores. Reconocer ésto no es ser antisemita, sino realista.
Desafortunadamente, criminales judíos han estado involucrados en todo tipo de delitos, algunos tan nefastos que podrían sorprender al lector.
A continuación, puede ver un documental sobre un terrible escándalo de pedofilia ocurrido hace varios años en la comunidad judía australiana. Varios rabinos usaban sus sinagogas para manipular y abusar sexualmente de niños pequeños, y se encubrían mutuamente.
La supremacía política del Estado de Israel
Cuando hablamos del pequeño país de Oriente Medio que llamamos Israel, es crucial reconocer que ocupa un papel preponderante en nuestra comprensión global de la geopolítica (un papel completamente desproporcionado con su pequeño tamaño). Después de todo, lo admitamos o no, hablamos del estado de Israel a diario.
Es un hecho indiscutible que hablamos de este pequeño país —aproximadamente del tamaño de la Provincia de Tucumán— a diario con nuestros amigos, vecinos, familiares y compañeros de trabajo. Y muchos no dudamos en expresar nuestra compasión por esta diminuta nación, que a diario es objeto de numerosos reportajes en los principales medios de comunicación. Asimismo, cientos de canales de YouTube publican videos a diario que abordan diversos asuntos relacionados con el estado de Israel.
Sin embargo, ¿se han preguntado alguna vez por qué hacemos ésto? ¿Por qué tantos de nosotros hablamos con tanta frecuencia –a veces incluso expresando sinceras preocupaciones– sobre un país tan pequeño, que la mayoría nunca hemos visitado?
De hecho, el estado de Israel ocupa gran parte de nuestros corazones y mentes. Pero ésto se debe a una razón bastante obvia: este pequeño país tiene como principal aliado a la mayor potencia política del mundo: Estados Unidos. De este país Israel depende en gran medida económica y militarmente, para mantenerse como potencia regional en el anfiteatro territorial de Oriente Medio.
Sin embargo, es fundamental destacar que, especialmente en los últimos tiempos, Israel se ha ensalzado con extrema agresividad y omnipotencia en el anfiteatro geopolítico. Y sus líderes gubernamentales se han vuelto radicalmente intolerantes a cualquier tipo de crítica. Incluso las críticas legítimas han sido duramente rechazadas, e incluso directamente criminalizadas.
Esta intolerancia ha alcanzado recientemente una escala tan monumental, que las críticas legítimas al estado de Israel y a sus políticas gubernamentales han comenzado a ser tratadas como antisemitismo. Bajo la presión de grupos abiertamente sionistas y también de líderes políticos israelíes, los gobiernos de varios países del mundo han expresado su deseo de aprobar leyes para castigar a los ciudadanos que critican al estado de Israel.
Los gobiernos quieren lograr ésto ampliando la definición de antisemitismo, de modo que las críticas dirigidas no necesariamente a los judíos, sino al estado de Israel y sus políticas gubernamentales, puedan ser calificados como insultos antisemitas y, por lo tanto, ser castigados por la ley.
En Estados Unidos, un proyecto de ley prevé una pena de veinte años de prisión y una multa de un millón de dólares para cualquiera que critique a Israel. En Brasil, Eduardo Pazuello redactó un proyecto de ley (472/2025) que busca criminalizar cualquier crítica a Israel. Este proyecto de ley propone adoptar la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto lo que, en la práctica, ampliaría las medidas de censura.
Sin embargo, ni Estados Unidos ni Brasil han aprobado leyes similares. Pero nada impide que sean aprobadas en un futuro próximo.
De hecho, es muy posible que muy pronto no tengamos la libertad de cuestionar o desafiar las políticas gubernamentales de un país del tamaño de Tucumán, a miles de kilómetros de distancia. Si se atreve a hacer ésto públicamente (incluso en redes sociales), debe estar preparado para enfrentar graves consecuencias legales y judiciales.
Lo que nos lleva a concluir que, para representantes federales como Eduardo Pazuello, la supremacía del estado de Israel es mucho más importante que las libertades individuales y los derechos fundamentales de los ciudadanos brasileños.
Conclusión
El hecho de que sea socialmente inaceptable –y en ciertas jurisdicciones, incluso puede que sea castigado legalmente– cuestionar el Holocausto es, en sí mismo, un elemento político que demuestra inalienablemente que, en cierto sentido, ya vivimos bajo la supremacía judía. Existe una narrativa que simplemente no puede ni debe ser cuestionada, y que anula la libertad y los derechos individuales de cada persona. Ésto, en sí mismo, es extremadamente preocupante.
Además, el hecho de que una simple crítica hacia el estado de Israel pueda llevar a que alguien sea acusado de antisemitismo, demuestra lo absurdo y opresivo que es este supremacismo. Pronto, el gobierno israelí se convertirá en el único del mundo que no puede ser criticado, por imposición legal.
No existe ninguna ley que nos prohíba criticar a Islandia, Dinamarca, Suiza, Líbano, Panamá, Senegal, Venezuela, Argentina, Libia o Mozambique. Pero Israel es excluyente; Israel puede hacer lo que quiera. Considere lo absurda que es esta situación y lo arrogante que es esta exclusividad. Ésto no ocurriría si nuestros líderes gubernamentales no fueran tan sumisos al estado de Israel y al statu quo judío.
Es un hecho que, latente pero gradualmente, el supremacismo judío está siendo impuesto, afectándonos tanto directa como indirectamente, al socavar nuestras libertades individuales, especialmente la libertad de expresión. Negar la existencia de este problema es negar categóricamente la realidad. Se trata de un acto arbitrario que es impuesto a diario, gradual y silenciosamente, sobre cada uno de nosotros.
Si se requiere una enorme valentía para criticar al gobierno de un país lejano, cuestionar un acontecimiento histórico o discrepar con cierto grupo de personas, con una alta probabilidad de enfrentar repercusiones legales extremadamente negativas simplemente por expresar las propias creencias, inclinaciones y opiniones –al refutar ciertas acusaciones que pretenden ser verdades absolutas–, entonces se está lidiando con un supremacismo particularmente brutal, feroz e inflexible.
Hoy en día, no puede ser cuestionado nada de origen judío. No puede ser cuestionado el Holocausto, no puede decirse que los judíos sean otra cosa que víctimas eternas de circunstancias adversas, y todo parece indicar que pronto ni siquiera podrá ser criticado el estado de Israel.
Si todos estos elementos no son fuertes indicadores de un supremacismo judío latente y feroz, sin duda estamos muy cerca de lograrlo.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








