Los gobernantes buscan gobernar. Parece obvio. Sin embargo, una y otra vez elegimos nuevos líderes, imaginando “este nuevo grupo será mejor; nos representarán como prometieron”.
Desafortunadamente, el sistema democrático no funciona como se pretende. Se supone que si los líderes anteriores se extralimitan, pueden surgir nuevos candidatos que prometan revertir la autocracia del grupo anterior, y los elegimos. Ellos entonces implementarán esa reversión.
Claro que todos sabemos que ésto último es lo que siempre falla. El nuevo grupo no cumple sus promesas al electorado; de hecho, casi siempre busca aumentar su poder sobre el mismo. Y a medida que cada grupo asume más poder que el anterior, el país decae lentamente, hasta que finalmente llega a la tiranía.
¿Cuál es la esencia de este proceso? ¿Por qué pareciera que los nuevos líderes nunca disminuyen su poder, ni se convierten en verdaderos representantes de quienes los eligieron? Seguramente necesitamos buenos líderes. Para responder a esta pregunta, volvamos a analizar el título en la parte superior de la página…
Los gobernantes buscan gobernar. Gobernar no es un asunto secundario; no es un subproducto. Es su propósito fundamental. Es la razón por la que se postularon para un cargo electo.
Entonces, ¿por qué personas mejores, menos obsesionadas, no se postulan? Bueno, a veces lo hacen, sobre todo en los niveles inferiores de la administración pública, donde pronto descubren que la política es un asunto desagradable, y que sus compañeros políticos los detestan por su integridad. En efecto, se encuentran aislados, como el policía neoyorquino Frank Serpico: un cordero entre víboras. En un entorno así, es improbable que un “buen tipo” dure mucho.
De vez en cuando surge algún Ron Paul, un faro en la oscuridad, pero los Ron Paul son raros, y aún más raros son los que alcanzan altos cargos. En cambio, quienes tienen más probabilidades de aspirar a un cargo público y de permanecer en el mismo, son los que más desean gobernar.
Entonces, siguiendo este razonamiento, ¿quiénes, dentro de una sociedad determinada, desean gobernar más? Pues, claramente, aquellos más obsesivos en su deseo de controlar a los demás. Y más aún si poseen este deseo hasta un grado patológico.
En una jurisdicción pequeña, ésto es menos evidente, porque hay menos candidatos. Cuanto más grande es el país, mayor es la probabilidad de que quienes tienen este deseo patológico no sólo se presenten, sino que hagan lo que sea necesario para triunfar. Sus probabilidades de éxito inicial y continuo son, por lo tanto, mucho mayores que las de los candidatos “buenos”.
Si el razonamiento anterior es correcto, nuestros parlamentos estarían pletóricos de personas con trastornos psicológicos.
En un país grande, es muy probable que todos los candidatos, de todos los partidos, encajen en esta descripción, lo que prácticamente garantizaría que los puestos más altos fueran ocupados por personas con trastornos psicológicos –se estima que aproximadamente 6,2% de la población es narcisista. Los sociópatas representan 4%.
Así pues, pongámoslo a prueba. Analicemos una lista de rasgos de carácter de cada una de estas psicopatías, y preguntémonos si las descripciones se ajustan a alguno o a todos nuestros gobernantes.
Narcisismo
- Sentido grandioso de importancia propia
- Preocupación por fantasías de éxito y poder ilimitados
- Requerimiento de admiración
- Marcado sentido de superioridad
- Explotación de los demás
- Carencia de empatía
- Comportamiento arrogante y altivo
Sociopatía
- Encanto superficial y buena inteligencia
- Poca fiabilidad
- Falsedad e hipocresía
- Ausencia de vergüenza y culpa
- Mal juicio e incapacidad para aprender de la experiencia
- Egocentrismo patológico e incapacidad para amar
Al examinar los rasgos anteriores y compararlos con los que observamos en nuestros líderes políticos, ya no nos preguntamos por qué nuestros líderes no son más veraces, más fiables, más representativos, menos arrogantes, etc. De hecho, en cualquier situación podemos esperar abusos de poder por parte de los líderes en cada una de las siguientes categorías:
- Un supuesto derecho al poder –tanto sobre el electorado como sobre otros estados soberanos.
- Extrema falta de preocupación por la verdad o la integridad –la realidad se convierte en lo que el líder ha decidido más recientemente que sea.
- Ausencia de genuina preocupación por el electorado en cualquier nivel –aunque la misma sea fingida.
- Inconsistencia y falta de fiabilidad en las acciones y la formulación de políticas.
- Fascinación por las oportunidades de conflicto armado –tanto nacional como internacional.
- Despreocupación por el sacrificio de vidas ajenas en situaciones de combate –el conflicto armado se presenta como un juego interesante, en lugar de una desafortunada necesidad defensiva.
Independientemente de la nacionalidad del lector, éste podría releer la descripción anterior imaginando a los últimos líderes de su país, y preguntarse si estas características se les aplican. Cabe mencionar que, cuanto mayor sea el país, mayor será la probabilidad de que se cumplan todos los criterios respecto de cada líder, independientemente de su partido político. Además, si el lector decide extender el análisis a los cargos de segundo y tercer nivel –viceprimer ministro, vicepresidente, ministro de Hacienda, secretario de Estado, etc., según la jurisdicción–, es posible que estas personas también encajen bastante bien en la descripción.
Bien. Ya estábamos algo desanimados con aquéllos que supuestamente fueron elegidos para “representar nuestros intereses”. Ahora parece que no sólo son un grupo nefasto, sino que hay pocas esperanzas de mejora.
¿Qué podemos deducir de ésto?
Podemos suponer que, ya sea que un estado soberano haya sido fundado como una república libre –por ejemplo, la antigua Roma o los Estados Unidos–, o que haya sido fundado desde el principio como un estado opresivo –por ejemplo, Francia o la Unión Soviética, después de sus respectivas revoluciones en 1799 y 1917), es seguro que los individuos con trastornos mentales serán quienes busquen con mayor ahínco el poder. Ésto significa que, con el tiempo, el nuevo estado inevitablemente avanzará hacia la tiranía, hasta que el sistema termine y se reinicie. Lo que significa que el lector podría querer evaluar en qué punto del declive se encuentra su país de origen, y considerar si ha llegado al punto de rendimientos decrecientes en lo que respecta a su libertad personal para vivir su vida como mejor le parezca.
La buena noticia es que, en cualquier momento de la historia, existen países que se encuentran en diferentes etapas de declive, y el lector tiene opciones sobre dónde residir, trabajar e invertir, si así lo desea.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








