
Todas las sociedades humanas tienen clases sociales informales o castas sociales formales, las que separan a los grupos de personas dentro de una misma comunidad. En general, las nociones de aristocracia y nobleza hereditaria surgieron en el campo de batalla. Los jefes guerreros de los clanes se convertían en reyes menores tras matar a más rivales sin morir ellos mismos. En lugar de permanecer en un estado constante de conflicto tribal, los jefes de otros clanes se arrodillaban y se convertían en señores menores. Dado que los reyes y señores preferían que sus herederos también lo fueran, los linajes otorgaban a los hijos el status social que sus antepasados se habían ganado en el campo de batalla.
Un rey gobernante que proporcionaba seguridad y estabilidad se ganaba la deferencia de quienes estaban bajo su protección. Con el tiempo, las tribus se unieron para convertirse en naciones. Los caciques cooperaban para formar cortes reales. Y los herederos de los jefes guerreros adoptaban costumbres y tradiciones que separaban simbólicamente a quienes gobiernan de quienes son gobernados.
Durante las convulsiones sociales, la aristocracia gobernante suele ser derrocada. Ésto proporciona a los nobles hereditarios un incentivo no sólo para sofocar rebeliones rápidamente, sino también para encontrar maneras de mantener los intereses de los no nobles, alineados con la clase aristocrática. Las donaciones de tierras, títulos y propiedades compran cierto grado de lealtad. La creación de cargos menores otorga poder a quienes se consideran “dignos” de ostentarlo. El crecimiento histórico de las burocracias administrativas crea una vía para que los no nobles ejerzan sus talentos al servicio de quienes gobiernan.
Para consternación de la clase aristocrática europea, la Gran Guerra marcó el comienzo de una revolución popular contra el orden hereditario. Varios siglos de crecimiento de la clase media, mayor alfabetización, innovación industrial, espíritu emprendedor y mayor difusión de la propiedad, contribuyeron a crear las condiciones sociales para que amplios sectores de la población europea cuestionaran por qué el linaje debería importar más que la inteligencia, el talento y el trabajo duro. Muchas familias europeas que perdieron a padres e hijos durante la Primera Guerra Mundial, culparon a los nobles europeos por la calamidad.
Para cuando la Segunda Guerra Mundial supuso una ración extra de ruina autodestructiva, muchas de las casas nobles europeas ya no existían. Las que sobrevivieron, temían profundamente sufrir el destino de tantos primos ahorcados, quemados o fusilados. Para que los miembros sobrevivientes de la aristocracia europea sobrevivieran, no tuvieron más remedio que ceder considerables poderes políticos al pueblo llano. El siglo XX impulsó reformas gubernamentales, el sufragio para hombres y mujeres sin propiedades, estatutos de bienestar público, y mayores oportunidades para que la gente común formara parte de la burocracia gobernante del estado.
Si bien estas reformas fueron celebradas como triunfos de la “democracia”, es importante comprender que no suplantaron por completo los vestigios de la aristocracia europea. En el Reino Unido, la Cámara de los Lores aún reconocía el derecho inherente de ciertas familias a gobernar. Hombres con títulos nobiliarios aún dirigían bancos centrales, casas comerciales y agencias clandestinas. Los agregados de esos lores administrativos aún provenían de las “mejores familias”, y asistían a las “mejores escuelas”. Sin embargo, cada vez más los hijos de familias de clase media competían por puestos dentro del cuerpo burocrático, y los conseguían.
Esta transición del siglo XX ‒en la que los ciudadanos de clases sociales bajas fueron más ampliamente incluidos en las funciones de gobierno‒ marcó el punto de inflexión social hacia lo que los occidentales llaman “meritocracia”. El linaje ya no servía como límite a lo que una persona podía lograr en la vida. En cambio, la inteligencia natural, el trabajo duro y la determinación, podían brindar a cualquier persona, independientemente de sus recursos, la oportunidad de ascender tanto como deseara.
La “meritocracia” era una idea atractiva para vender a la gente común que ya había destruido gran parte del preciado orden social de los aristócratas en la primera mitad del siglo XX. ¡Fuera los nobles! ¡Adentro las personas que merecen el poder! Desde el punto de vista de alguien de las clases bajas o medias, un sistema que recompensa la habilidad, la inteligencia y la determinación, suena mucho más justo.
Sin embargo, la meritocracia ofrece un beneficio adicional a la clase dominante que busca mantener el control: mantiene a los miembros más ambiciosos de las clases no nobles compitiendo entre sí por un pequeño número de puestos de poder, y refuerza la legitimidad del sistema de gobierno en su conjunto. Quienes estudian, se sacrifican y luchan por obtener un poco de poder dentro de una burocracia gobernante, no se inclinan a cuestionar, criticar ni deslegitimar ese sistema una vez que posee un mínimo de autoridad.
Con el auge de la “meritocracia”, las familias de la clase dominante residual encontraron infinitas oportunidades para mantener a la incauta plebeya en sus puestos. Hace cien años, los “caballeros” en puestos de poder tenían, como máximo, educación universitaria. La transición hacia la “meritocracia” convenció a los miembros de las clases bajas de que necesitaban todo tipo de títulos de posgrado para demostrar su “experiencia”. ¡Sigan estudiando, chicos, y por fin podrán tener las credenciales adecuadas para hacer el mismo trabajo que un grupo de lores, antes de cumplir los veintidós años! Mientras tanto, sigan siendo pobres, cumplan las reglas, no cuestionen nada, y la clase dominante podría encontrarles un puesto una vez que hayan mendigado lo suficiente.
En la búsqueda de la “meritocracia”, la gente común ha sido condicionada a creer que no es posible tener éxito sin al menos una educación universitaria. A su vez, los remanentes de la nobleza dominante han convertido las universidades en laboratorios de adoctrinamiento que refuerzan las ideologías del sistema gobernante. En otras palabras, los miembros de la Vieja Guardia han encontrado el mecanismo perfecto para subordinar a quienes, de otro modo, estarían inclinados a derrocarlos. ¡Digan “Hola” a la nueva nobleza; se parece mucho a la antigua!
Desafortunadamente para quienes gobiernan, la ilusión de la “meritocracia” se está agrietando cada vez más. Estas grietas comenzaron con los programas de “acción afirmativa” en Estados Unidos, que perpetuaron la discriminación racial, y han seguido expandiéndose este siglo con las amplias iniciativas en Occidente en apoyo de la llamada “diversidad, equidad e inclusión” [DEI]. Las admisiones preferenciales y las decisiones de contratación a favor de clases especiales de personas identificadas por su color de piel, etnia, disposición sexual, discapacidad o aparente “victimización”, han destruido la percepción de la existencia de la “meritocracia”.
En cambio, lo que es cada vez más evidente, es que los mismos aristócratas que siempre han dictado las reglas, están decretando una vez más qué clases de plebeyos podrán integrarse en sus filas. ¡Abajo la meritocracia! ¡Adiós a los trans furries multirraciales que tienen problemas con las matemáticas! A medida que las instituciones occidentales son expuestas como parte de un sistema político injusto y prejuicioso, la legitimidad de la clase dominante se ve cada vez más amenazada.
Por primera vez en muchas décadas, los occidentales han comenzado a notar que gran parte de la antigua aristocracia, supuestamente suplantada por la “meritocracia”, sigue al mando. ¡Sorpresa! Un siglo después del supuesto fin del gobierno hereditario, hombres y mujeres con títulos feudales aún controlan el Consejo Europeo, los órganos de gobierno transnacionales, las organizaciones internacionales de tratados, y todos los bancos centrales. En otras palabras, la ilusión de la “meritocracia” le dio a la clase dominante el camuflaje suficiente como para sobrevivir varias generaciones más.
¿Qué sucede ahora? El hombre más rico del mundo, Elon Musk, afirma que la inteligencia artificial pronto reemplazará a la mayoría de los trabajos humanos. Insiste en que habrá una renta universal alta que recibirá todo campesino común. Dice que a la gente no le faltará nada … excepto un propósito.
Quizás Musk tenga razón. Quizás las clases bajas consientan que un pequeño número de élites las gobiernen perpetuamente. Quizás consientan la vigilancia masiva, la censura y las “verdades” promovidas por el estado. Quizás acepten que las familias de los multimillonarios actúen como séquitos dentro de las cortes reales, en apoyo de una camarilla de reyes tecnócratas.
O quizás estemos destinados a la agitación social. Quizás lo que comenzó en el campo de batalla regrese a él. Quizás la aristocracia gobernante finalmente sea derrocada. En cualquier caso, el futuro será interesante.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








