Como señaló recientemente Art Carden, para los miembros del proletariado estadounidense hoy en día no es nada difícil ingresar a las filas de los capitalistas. Todo lo que necesitan hacer es comprar acciones corporativas. Pan comido. De hecho –y contrariamente a la suposición del economista francés Thomas Piketty et compagnie– una mayoría considerable de los estadounidenses comunes y corrientes ya son capitalistas. Gallup informa que 61% de los estadounidenses se identifica como propietario de acciones corporativas.
Esta realidad se mezcla incómodamente con la historia que Monsieur Piketty ha estado difundiendo durante más de una década. En su opinión, los capitalistas son una casta distinta y privilegiada, en gran medida cerrada a los forasteros. Además, debido a que (según él considera que importa) el capital crece automáticamente y más rápido que la economía en su conjunto, los miembros de esta casta alta acaparan cada vez mayores porciones de riqueza, dejando cada vez menos migajas para las masas. El mejor medio práctico para prevenir lo que de otro modo sería una extrema desigualdad y empobrecimiento de las masas, es un fuerte impuesto global sobre la riqueza, y tasas mucho más altas de impuestos sobre la renta; todos impuestos de manera que impidan a los desalmados capitalistas buscar refugio en jurisdicciones con memnores tasas de imposición.
Los problemas del Beaucoup llenan los tomos y artículos de Piketty, entre ellos su incapacidad para reconocer que ni las economías ni los stocks de capital (o los valores) crecen automáticamente. Está ciego ante el hecho de que la innovación y la competencia impulsadas por el mercado crean incesantemente nuevo capital, al tiempo que reducen o incluso destruyen el valor del capital más antiguo, todo ello en formas que mueven a nuevas personas de carne y hueso a las filas centrales de los “capitalistas”, mientras desplazan a otros hacia la periferia. Recordemos que hace veintiún años Mark Zuckerberg, hijo de un dentista y una psiquiatra, no era la idea que se tenía de un capitalista. Ahora posee valores por más de U$S 139.000 millones de dólares.
Pero la realidad es aún mejor. Hoy en día, nosotros, la gente corriente, no necesitamos crear empresas, ni siquiera invertir en el mercado de valores, para convertirnos en capitalistas. Sólo necesitamos nuestros teléfonos inteligentes.
No hace mucho, mientras trabajábamos juntos en un viaje de negocios a California, Ashley Schiller, mi colega del Mercatus Center y yo, charlábamos sobre Uber y los obstáculos que muchos gobiernos han interpuesto para obstaculizar el uso de esta sorprendente innovación. Ashley tuvo una idea brillante, que comparto aquí con su amable permiso: Uber, Lyft, Doordash, Airbnb y otras aplicaciones de economía colaborativa, permiten a la gente corriente convertir sus bienes durables de propiedad privada, en bienes de capital que generan ingresos.
Uber permite a alguien que de otro modo conduciría su automóvil sólo para uso personal, conducir su automóvil para uso capitalista; es decir, conducir su automóvil de manera que genere ingresos (y, por lo tanto, genere riqueza). Uber convierte fácilmente un bien de uso en un bien de capital, durante el tiempo que el propietario del automóvil decida operar como capitalista del transporte. Es importante destacar que, independientemente del número de horas que los propietarios de automóviles utilicen sus automóviles personales como vehículos Uber o Turo, parte del valor de esos automóviles se convierte en parte del valor del stock de capital de una economía, aunque las estadísticas formales y Monsieur Piketty no lo registren como tal. Y es capital que no pertenece a Uber o Lyft, sino a los mismos conductores (los trabajadores).
Uber y otras aplicaciones de viajes compartidos ofrecen boletos listos para que todos los que poseen automóviles puedan ingresar a la clase capitalista.
Lo mismo ocurre con Airbnb. J. Willard Marriott tuvo que comprar terrenos y contratar equipos de construcción para erigir grandes edificios con habitaciones en alquiler, para poder ingresar a las filas de los rentistas. Pero ahora usted, yo y cualquier otro propietario de vivienda, podemos obtener fácilmente las ganancias de los rentistas (podemos monetizar fácilmente el valor del alquiler de algunos de nuestros bienes inmuebles) simplemente registrándonos en Airbnb.
Simplemente reutilizando la propiedad personal existente, Uber, Airbnb y otras innovaciones de la economía colaborativa aumentan el stock de capital productivo de la humanidad. Y al hacerlo, estas innovaciones también crean más capitalistas. Por lo tanto, las intervenciones gubernamentales contra las innovaciones de la economía colaborativa no sólo impiden artificialmente que el tamaño del stock de capital crezca, sino que obstruyen un ingreso fácil que mucha gente corriente utilizaría hoy para unirse a la clase capitalista. Si todavía estuviera vivo, Marx presumiblemente miraría con recelo estas obstrucciones; obstrucciones que, ciertamente no le sorprendería a Marx descubrir, son exigidas por los capitalistas ya establecidos.
Marx, por supuesto, también lamentó el hecho de que bajo el capitalismo, los trabajadores no sean propietarios de las herramientas con las que trabajan. En este sistema supuestamente cruel, las herramientas pertenecen a los capitalistas, mientras que los trabajadores son quienes en realidad extraen de las herramientas las ganancias de las que luego se apoderan los capitalistas. La “alienación” de los trabajadores de las herramientas que los hacen productivos, es responsable de su empobrecimiento.
Afortunadamente, el “problema” de la alienación (si es que es un problema) se resuelve con aplicaciones de economía colaborativa. Como se mencionó anteriormente, el conductor de Uber es a la vez trabajador y propietario de la herramienta principal con la que trabaja. De manera similar, cada uno de los 4 millones de Airbnb es a la vez el trabajador que transforma las habitaciones libres en habitaciones de hotel, y propietario del inmueble por el que recibe el alquiler. ¡Aquí no hay alienación!
Dada esta realidad, uno pensaría que los devotos de ideologías progresistas y otras ideologías de izquierda –incluso marxistas– aclamarían en voz alta y añorarían las aplicaciones de economía colaborativa. Por desgracia, no es así. Dejo al lector la difícil tarea de descubrir por qué aquellas personas que se preocupan por las ganancias desproporcionadas supuestamente obtenidas por los propietarios del capital, así como por el hecho de que los trabajadores no posean las herramientas que los hacen productivos, se encuentran hoy también entre los críticos más acérrimos de la economía colaborativa.
Traducido por: Ms. Lic. Cristian Vasylenko