El Desastre de la Reforma Libertaria del Socialismo

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    Antes de descubrir el libertarismo a finales de la década de 1970, cuando tenía veintitantos años, no tenía dudas de que vivía en una sociedad libre. Después de todo, había asistido a 12 años de escuelas públicas (es decir, gubernamentales), cuatro años de una universidad financiada por el estado, y luego tres años de una facultad de derecho financiada por el estado. Dado que el adoctrinamiento es el objetivo de todo sistema educativo gubernamental, estaba -en palabras del compositor Lee Greenwood- orgulloso de ser estadounidense, porque al menos sabía que era libre.

    Y luego descubrí el libertarismo. Para mí fue una experiencia como la del Camino a Damasco del Apóstol Pablo. Inmediatamente la capa de adoctrinamiento de centímetros de espesor que había encerrado mi mente durante más de 25 años, comenzó a resquebrajarse. Estaba reconociendo que todo había sido mentira. No era libre en absoluto. Vivía en una sociedad en la que las vidas, los patrimonios y las actividades de las personas, estaban controlados y gestionados por el gobierno.

    Fue en ese momento que decidí que quería ser libre. Decidí que quería experimentar cómo era vivir la vida de una persona libre, antes de dejar esta vida. Después de todo, a todos se nos ha dado una sola vida para vivir. Pensé que quería vivir esa vida en libertad.

    Eso significó (1) definir qué es realmente la libertad; (2) identificar las violaciones a la libertad; y (3) eliminar esas iolaiones. Si todo lo que logramos es reformar una violación, entonces no habremos alcanzado la libertad, porque la libertad implica necesariamente la eliminación -no la reforma- de las infracciones a la libertad.

    Libertarios reformistas y vouchers escolares

    Sin embargo, cuando comencé a profundizar en el libertarismo, descubrí que había otros libertarios que habían decidido dedicar sus vidas a la reforma del “estado de bienestar y guerra”. No podía entender por qué harían eso. Seguramente entendieron que incluso si lograban lograr sus reformas, no serían libres aún. ¿Por qué se conformarían con una reforma que dejara intacta su servidumbre, en lugar de luchar por la libertad real?

    Uno de los mejores ejemplos de este fenómeno fue el de los vouchers escolares. Ese fue un asunto controvertido dentro del movimiento libertario allá por los años 1980. A los conservadores, por supuesto, les encantaban los vouchers, porque los veían como una forma (1) de permitir que los estudiantes más pobres migraran hacia las escuelas privadas, y (2) de mejorar el sistema de escuelas públicas mediante la “elección y competencia”.

    Liderados por Milton Friedman, los libertarios reformistas se aferraron a los vouchers y los etiquetaron como un programa educativo de política pública libertaria. El apoyo de Friedman a los vouchers se basó en su creencia de que los vouchers conducirían gradualmente al fin de toda participación gubernamental en la educación. Pero sus partidarios, al darse cuenta de que eso nunca iba a suceder, terminaron argumentando que los vouchers al menos salvarían a algunos estudiantes de la escuela pública y, al mismo tiempo, mejorarían el sistema de escuelas públicas a través de la “elección y competencia”.

    Pero la tesis de Friedman siempre fue falaz. No había manera de que los vouchers condujeran alguna vez a la separación de la escuela y el estado. De hecho, todo lo contrario. Por su propia naturaleza, los bonos escolares siempre iban a integrar más profundamente al estado en la educación. Además, aunque odiaran admitirlo, el hecho es que los libertarios reformistas siempre serían relegados a promover la participación del estado en la educación y, peor aún, bajo el pretexto de “promover el libertarismo”.

    Supongamos, por ejemplo, que el programa de bonos resultó ser un éxito rotundo. Supongamos que permitió a muchos estudiantes más pobres escapar de la escuela pública e ingresar a una escuela privada. Supongamos también que las escuelas públicas mejoraron mediante la “elección y competencia”.

    ¿Dónde dejaría ese éxito a los libertarios reformistas? Naturalmente, los dejaría resplandeciendo de orgullo y disfrutando de la gloria de su “éxito”. ¿Cuál sería su posición después de, digamos, 10 años de tal “éxito”? Estarían abogando por una expansión de su sistema de vouchers. Lo último que harían es abogar por una separación de la escuela y el estado, porque eso implicaría el desmantelamiento de su vasto, creciente y exitoso programa de vouchers. Los libertarios reformistas sin duda estarían evitando y menospreciando a aquellos libertarios que rechazaron las reformas y continuaron luchando por la libertad educativa.

    ¿Qué pasaría si el programa de vouchers resultara ser un fiasco? En ese caso, la gente culparía a los libertarios y al libertarismo. ¿Los libertarios reformistas tirarían la toalla y comenzarían a pedir una libertad educativa genuina? No me parece. Creo que simplemente duplicarían su apuesta y trabajarían estrechamente con los conservadores para descubrir cómo hacer que el programa de vouchers tenga éxito. No estarían dispuestos a abandonar el programa al que habían dedicado gran parte de sus vidas y esfuerzos.

    Sin embargo, con el tiempo, es seguro decir que la mentalidad orientada a las reformas se convirtió en la mentalidad dominante dentro del movimiento libertario. Me atrevería a decir que la mayoría de los libertarios se convirtieron en defensores de esta “medida de política pública” para mejorar el sistema educativo. Además, los vouchers escolares son ahora ampliamente aceptados como “libertarios”, o consistentes con los principios libertarios.

    El principio de no agresión

    Sin embargo, en realidad ese no es el caso. Lo que durante mucho tiempo ha pasado desapercibido en la controversia sobre los vouchers, es que esta medida de reforma “libertaria” viola el principio central de la filosofía libertaria -el principio de no agresión. De hecho, la oscura ironía es que los vouchers escolares se basan en el mismo esquema socialista en el que se basa la educación pública -impuestos y redistribución.

    El principio de no agresión sostiene que es moralmente incorrecto utilizar la fuerza contra otra persona. Como todo libertario entiende, los impuestos se basan en la fuerza. Intente no pagar sus impuestos y vea qué pasa. El estado lo perseguirá con todo lo que tiene -gravámenes y ejecuciones hipotecarias, onfisccaciones, embargos, auditorías, acusaciones, encarcelamiento y multas. No hay nada voluntario en materia de impuestos.

    El estado utiliza su aparato coercitivo de impuestos para financiar su sistema de educación pública. Incluso las personas que no tienen hijos se ven obligadas a financiar este sistema. Ésa es una de las razones por las que los libertarios se han opuesto durante mucho tiempo a la educación pública -su mecanismo de financiamiento viola el principio central de nuestra filosofía: el principio de no agresión.

    Pero lo inquietante es que también lo hacen los vouchers. Con los vouchers, el estado cobra impuestos a las personas para proporcionar un voucher para que alguien lo use en una escuela privada. Así, desde el principio, los libertarios reformistas han abogado por un programa que viola el principio central de la filosofía libertaria. Peor aún, los libertarios reformistas etiquetaron los vouchers escolares como “libertarios”, sentimiento predominante ahora en el movimiento libertario. En el proceso se han convencido a sí mismos de que una violación del principio central de su filosofía simplemente no era tan grave o, peor aún, que el fin justificaba los medios.

     

     

    Dado que el libertarismo ha llegado a abarcar medidas de reforma diseñadas para mejorar nuestro modo de vida de “estado de bienestar y guerra”, ¿es de extrañar que tanta gente no tenga una idea real de lo que significa el libertarismo genuino; es decir, que se trata de libertad, de genuina libertad -no una especie de servidumbre caldeada por el “estado de bienestar y guerra”? En la mente de muchas personas, el libertarismo no es más que una mezcla de medidas de reforma del “estado de de bienestar y guerra”, todas las cuales implican el empleo de la fuerza contra otros. Sin duda, esa es la razón por la que muchos en la prensa dominante se refieren ahora al libertarismo -o a algunos think tanks o fundaciones educativas libertarias- como “de derecha”.

    Reforma de la Seguridad Social

    Otro buen ejemplo de libertarismo reformista involucra a la Seguridad Social, la joya de la corona del socialismo estadounidense. Cuando descubrí el libertarismo a finales de la década de 1970, entre los libertarios se entendía comúnmente que una sociedad genuinamente libre era aquélla en la que no había socialismo. Por lo tanto, para lograr la libertad (lo que sigue siendo mi objetivo), es necesario derogar -y no “reformar”- todos los programas socialistas, incluida la Seguridad Social.

    Sin embargo, con el tiempo, los libertarios reformistas comenzaron a proponer una reforma de la Seguridad Social, en lugar de su erradicación. Algunos sentían que la Seguridad Social estaba demasiado arraigada en el sistema político estadounidense y que sería imposible persuadir a la gente para que la abandonara. Por lo tanto, esencialmente renunciaron a lograr la libertad, y se conformaron con lograr algunas reformas, en nombre del “avance del libertarismo”.

    Los reformadores introdujeron nuevos términos para aplicar a la Seguridad Social los que, con el tiempo, se hicieron populares dentro del movimiento libertario. Estos términos incluían “privatización” y “gradualismo”. El término “privatización” atrajo a muchos libertarios, porque evocaba el concepto de propiedad privada. Pero los planes de “privatización” estaban en realidad muy lejos de los principios genuinos de la propiedad privada. Por supuesto, hubo variaciones entre las diversas propuestas de reforma de “privatización”, pero todas dejaron al gobierno federal a cargo de planificar y dirigir la jubilación de las personas. Por eso los reformadores pidieron una “privatización”, en lugar de simplemente derogarla. De hecho, uno de los planes libertarios de reforma de la Seguridad Social más populares fue el plan fascista adoptado por el dictador chileno Augusto Pinochet, que permitía a la gente “optar por no participar” del plan socialista, pero les exigía invertir su dinero en algún fondo de acciones aprobado por el gobierno (AFP).

    Cada vez que un libertario planteaba la idea de derogar la Seguridad Social, los reformadores inmediatamente lo criticaban por su actitud despiadada hacia las personas mayores. “El socialismo es un contrato”, gritarían los libertarios reformistas. “Tenemos que cumplir con el contrato”.

    Por supuesto, nada podría estar más lejos de la verdad. El Seguro Social no es más que un programa de asistencia social, no diferente de cualquier otro programa de ese tipo. Además, no existe ningún contrato con el socialismo, y nunca lo ha habido. Nadie puede demandar por incumplimiento de contrato si el estado decide derogar sus programas de “estado de bienestar”.

    ¿Un contrato con el socialismo?

    Pero hay algo importante que debemos comprender acerca de la teoría del contrato que promueven los libertarios reformistas: se necesitarán al menos 70 años para cumplir con este llamado contrato. Ésto se debe a que las personas de 18 años en adelante han pagado impuestos al Seguro Social. Por lo tanto, para cumplir con todos estos “contratos”, se requeriría que el Seguro Social continúe durante al menos otros 70 años -hasta que esos jóvenes de 18 años lleguen a los 90, y luego mueran.

     

     

    Por lo tanto, bajo el libertarismo reformista, todo el mundo sólo necesita comprender que la libertad –la libertad genuina; es decir, la vida sin socialismo– no podrá ser lograda hasta dentro de unos 70 años. Para aquellos de nosotros que todavía deseamos experimentar lo que es vivir en una sociedad genuinamente libre durante nuestra vida, esa no es una propuesta atractiva precisamente.

    “Pero no es justo quitarle la alfombra a la gente”, claman los libertarios reformistas. Lo fascinante es que nunca parecen darse cuenta de que su sentido de cuidado y compasión se demuestra a través del aparato coercitivo del estado.

    Sí: como programa socialista que es, la Seguridad Social -al igual que los vouchers escolares- se basa en la violación directa del principio central del principio libertario de no agresión. Ésto se debe a que el estado utiliza el aparato coercitivo de los impuestos para financiarlo.

    Por lo tanto, los libertarios reformistas están esencialmente diciendo: “Dado que la Seguridad Social se ha convertido en una parte establecida de la vida estadounidense, nosotros, los libertarios, deberíamos seguir defendiendo una violación directa del principio central de nuestra filosofía”.

    ¿Por qué no simplemente derogar la Seguridad Social? Según los libertarios reformistas, eso significaría que millones de personas mayores morirían en las calles. Ésto se debe a que la libertad, dicen, simplemente no funciona. No se puede depender de hijos y nietos, grupos religiosos, grupos vecinales, amigos, parientes y fundaciones que otorgan subvenciones, para ayudar a los necesitados. Simplemente no lo lograrán, dicen los reformistas. Necesitamos que el aparato coercitivo de las secciones de impuestos y bienestar social del estado haga el trabajo por nosotros.

    Me atrevería a decir que los reformistas lograron inducir a la gran mayoría de los libertarios a aceptar la reforma de la Seguridad Social como el sentimiento predominante en el movimiento libertario, tal como lo hicieron con los vouchers escolares.

    La servidumbre del “Estado de Bienestar y Guerra”

    Desgraciadamente, lo mismo es cierto diría yo respecto de otras áreas de nuestro modo de vida de “estado de bienestar y guerra”, como la atención sanitaria (es decir, Medicare y Medicaid), la reforma de las drogas (es decir, conformarse con la reforma de las penas mínimas obligatorias y de las leyes de decomiso de bienes); reforma monetaria (poner fin a la Reserva Federal y dejar intacto el sistema de papel moneda del estado); reforma regulatoria; reforma de la justicia penal; reforma militar; reforma de la CIA; reforma de la NSA; y reforma de la política exterior. Reforma, reforma, reforma.

    Eso está bien para los libertarios que han llegado a conformarse con reformar la servidumbre del “estado de bienestar y guerra” bajo el cual hemos vivido toda nuestra vida. Pero no está bien para nosotros, los libertarios, que todavía no hemos renunciado a nuestro deseo de vivir en una sociedad genuinamente libre. Para nosotros, no tenemos ningún deseo de vivir la única vida que nos dieron como siervos, sin importar cuán bien reformada pueda estar nuestra servidumbre. Queremos vivir nuestras vidas como personas genuinamente libres, razón por la cual continuamos rechazando la mentalidad reformista que desafortunadamente ha llegado a consumir el movimiento libertario, y por la cual continuamos abogando por la derogación de cada violación que nos impide ser realmente libres.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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