Un sitio web especializado en visualizaciones de datos, ofreció un gráfico útil sobre la inflación global (2020-2025), sin más comentarios sobre cómo o por qué ocurrió. Los resultados son impactantes y sorprendentes, y un recordatorio de que casi nadie ha asimilado completamente lo ocurrido durante esos cinco años.
La mayoría de las monedas del mundo sufrieron una reducción de 25-35%, con la excepción del Lejano Oriente.

Esa es una descripción técnica que oscurece lo que realmente sucedió. Las medidas con las que la mayoría de las personas en el mundo conservan la parte líquida de sus posesiones terrenales –el dinero que ganaron con esfuerzo y ahorro– les fueron robadas en una cuarta parte o más.
¿Adónde fue? Después de todo, la riqueza no se hundió en el océano. Fue transferida de un grupo a otro. Pasó de los pobres y la clase media, a las élites de las industrias y el gobierno bien conectados. Simplemente fue absorbida desde un sector hacia otro, logrando en cuestión de años lo que habría sido imposible en tiempos normales.
La transferencia forzada de riqueza pasó de las pequeñas empresas a las grandes, de las empresas físicas a las digitales, de las tiendas físicas a las digitales, de los ciudadanos a los contratistas conectados con el gobierno, de los trabajadores al capital apalancado, de las familias a las corporaciones, de los ahorradores a un gobierno profundamente endeudado, y así sucesivamente.
Tiene toda la libertad de creer que todo ésto fue debido a un error. Simplemente una mala política. El mundo entró en pánico debido a un patógeno, y los bancos centrales hicieron funcionar las imprentas. Compadeciéndose de nuestro sufrimiento, los legisladores nos impusieron nuevas sanciones que usamos para comprar hardware y dispositivos digitales, a la vez que fomentaban la adicción al entretenimiento en línea.
Lamentable y erróneamente, los gobiernos criminalizaron a las pequeñas empresas y subvencionaron a las grandes. Sin querer, nuestras comunidades y familias extensas se dividieron, destrozaron y fueron reemplazadas por la única tecnología disponible: Zoom y TikTok, mientras esperábamos que la inteligencia artificial reemplazara la inteligencia perdida durante el cierre de escuelas y universidades.
Tristemente, las inoculaciones que todos creían que nos salvarían, nos enfermaron más que nunca –sin duda, un intento serio que salió mal–, mientras que una población deprimida se enganchó a la marihuana y al alcohol en tiendas que permanecieron abiertas, y se valió de psicofármacos recién disponibles gracias a la liberación del acceso a la telesalud. La población del mundo desarrollado perdió tres años de esperanza de vida.
Es fácil creer que todo ésto le ocurrió a personas de todo el mundo al mismo tiempo, debido a una serie de errores de juicio patéticos.
O podría ser más realista y ver que ésto no fue un error en absoluto. Fue totalmente intencional, el desarrollo de un oscuro plan urdido por una clase dirigente indescriptiblemente sádica. De hecho, si todo ésto hubiera sido un accidente, seguramente ya habríamos oído a alguien disculparse.
También está la planificación. Estuvo el Evento 201, el menos conocido Contagio Carmesí, y muchos otros. La prensa general suele describirlos como ensayos para contingencias imprevistas, como entrenamientos de resiliencia. Absurdo. Ésto fue planeado con mucha antelación. Tenemos todas las claves. Darse cuenta de ésto y atar cabos, no lo convierte en un teórico de la conspiración. Lo convierte en una persona con la capacidad de pensar.
Negar motivos y planes nefastos lo vuelve ingenuo hasta el punto de la sedación. En el mejor de los casos, lo convierte en un ignorante en historia.
Después de cinco años, ¿cuál podemos decir que fue el plan y el propósito de esta calamidad? Todos tenemos nuestras opiniones. Discutimos constantemente. Encontrar una explicación clara y concisa no es fácil, debido a la gran cantidad de factores en juego, y a la gran cantidad de oportunistas industriales que aprovecharon la crisis para sacar provecho económico.
Así que todos tenemos nuestras propias opiniones. La mía es la siguiente: hubo tres motivaciones y propósitos principales para destruir al mundo tal como lo conocíamos: políticos, industriales y farmacéuticos.
Política
En los años previos a la respuesta al covid, el estado profundo de todas las naciones atravesaba una crisis desgarradora de plebiscitos públicos que no les salían bien. Este movimiento fue tildado y denunciado cocmo populista, lo que significa que la gente utilizaba medios democráticos para expresar sus opiniones. Todo ésto ocurrió entre 2010 y 2020 (incluso décadas antes), culminando en los confinamientos en 195 países, lo que supuso un punto de inflexión y un duro golpe a todos estos movimientos populistas.
En el Reino Unido, los votantes aprobaron el Brexit, lo que supuso una profunda herida en el sistema de la Unión Europea que se remonta a décadas atrás. El líder elegido en el Reino Unido fue Boris Johnson, quien posteriormente se vio humillado al tener que liderar la campaña de confinamiento por el covid. Lo mismo ocurrió en Brasil con el ascenso y el desafío al establishment de Jair Bolsonaro.
En Italia, Matteo Salvini, viceprimer ministro y ministro del Interior, lideró el movimiento “Italia Primero”, Marine Le Pen lideró la Agrupación Nacional en la política francesa, Viktor Orbán en Hungría rompió con el eurocentralismo, Geert Wilders en los Países Bajos encabezó el Partido por la Libertad, Rodrigo Duterte en Filipinas con su atractivo populista, Andrzej Duda en Polonia promovió políticas nacionalistas, y Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, alineado con las tendencias antiglobalización.
No es necesario considerar a todas estas personas como “buenas personas” para reconocer lo aterradora que es para el consenso neoliberal la expresión que usamos para referirnos al gobierno permanente del estado administrativo, respaldado por una élite industrial arraigada en las finanzas, la industria farmacéutica y otros sectores.
Por encima de todo, estaba Donald Trump en Estados Unidos, quien ganó en 2016 a pesar de todos los esfuerzos imaginables y las expectativas de que perdería. Ésta fue la conmoción de un siglo en la historia de Estados Unidos, una señal inequívoca de que el sistema establecido desde antes de la Primera Guerra Mundial para manipular los resultados electorales estadounidenses se había desmoronado. ¿Cuál era el temor? Que fuera un outsider que pudiera responder a los deseos de los votantes y al sentido común. Eso era algo que el establishment no podía soportar.
Así que la conspiración estaba en marcha. Eran los medios de comunicación, el establishment financiero, el estado administrativo, todos manos a la obra. Las elecciones fueron declaradas nulas debido a la interferencia rusa, y comenzaron años de informes e investigaciones, que al final no produjeron absolutamente nada. Dio la casualidad de que el pueblo estadounidense eligió al hombre para perturbar un sistema que había sido manipulado durante la mayor parte de sus vidas.
Al fracasar todas las demás opciones, finalmente jugaron la carta de la pandemia. La acción se desarrolló desde el otoño de 2019 (la fuga del laboratorio) hasta la primavera de 2020, cuando Trump, rodeado por todos lados y tras mucha resistencia, finalmente dio luz verde a los confinamientos que arruinaron la creciente economía que había intentado impulsar.
La promesa era que la vacuna llegaría a tiempo para las elecciones, pero el lanzamiento se retrasó durante el verano y el otoño, período durante el cual sólo ocupó la presidencia, pero por lo demás fue ignorado y finalmente borrado de todas las redes sociales. Nada pudo detener el desastre que intentaron evitar: fue reelegido.
El resto de la historia ya la conocen: la estafa rusa, los juicios políticos, los ataques mediáticos desenfrenados y los posteriores intentos de asesinato. Dos incógnitas fascinantes.
Primero, recuerden que Trump despidió a James Comey, director del FBI, lo que sembró el pánico en todo Washington. El hombre del Departamento de Justicia encargado de la tarea era Rod Rosenstein. Tiene una hermana, la Dra. Nancy Messonnier, que trabajaba en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). Fue Nancy quien informó por primera vez a la prensa estadounidense (25 de Febrero de 2020) sobre los próximos confinamientos, sin haber consultado nunca con la Casa Blanca. En segundo lugar, el plan era reemplazar a Trump como presidente con un nuevo jefe de estado, el general Terrence John O’Shaughnessy. Un artículo de Newsweek de 2020, retirado tras la segunda investidura de Trump, explica:
Según nuevos documentos y entrevistas con expertos militares, los diversos planes –cuyos nombres en clave son Octagon, Freejack y Zodiac– son leyes clandestinas para garantizar la continuidad del gobierno. Son tan secretos que, bajo estos planes extraordinarios, la “devolución” podría eludir las disposiciones constitucionales habituales para la sucesión gubernamental, y los comandantes militares podrían asumir el control de todo Estados Unidos … El oficial bromea, con el humor morboso característico de este desastre de lenta evolución, que Estados Unidos debería saber quién es el general Terrence J. O’Shaughnessy. Él es el “comandante combatiente” de Estados Unidos y, en teoría, estaría al mando si Washington fuera desmantelado. Es decir, hasta que se pudiera instalar un nuevo líder civil.
Ésto parece sacado de Hollywood: Siete días de Mayo, la película de 1964 protagonizada por Burt Lancaster, Kirk Douglas, Fredric March y Ava Gardner, que detallaba un intento de golpe militar contra el presidente.
Tecnológico
La revolución digital data de la invención del navegador web en 1995, pero no tuvo implicancias industriales de gran alcance hasta 10 años después, momento en el que los negocios en línea competían directamente con los físicos. El cambio se denominó la tercera Revolución Industrial (la segunda fue la electricidad, la combustión interna y la comercialización del acero entre 1870 y 1890), pero tardó demasiado en llegar debido a los hábitos heredados y la lenta adopción.
Según la leyenda, todo gran cambio tecnológico de la historia estuvo acompañado con cierto grado de violencia, y tal vez éste no sería la excepción. Así reflexionaban los gurús en las altas esferas de los tecnoutópicos.
Mientras tanto, el poder de los nuevos actores en la ciudad seguía creciendo: Microsoft, Google, Facebook, Amazon, Apple, Twitter, Tesla, Oracle, Palantir, eventualmente Nvidia, y tantos otros, todo el conjunto de los que se convirtieron en los de mayor rendimiento del mercado bursátil. Su presencia en Washington también creció, junto con los contratos gubernamentales, el auge del Big Data, la dependencia económica global, y una nueva clase profesional convencida de que una vida de ocio, basada en la escucha y el trabajo remoto, era su derecho innato.
Este notable cambio afectó a todos los sectores, pero los soñadores del sector creían que era necesaria una transformación drástica para convencer al mundo de la necesidad de un cambio radical. La parte “creativa” de la historia de Joseph Schumpeter –gran erudito mal interpretado y mal caracterizado– ya estaba hecha, pero la parte “destructiva” estaba tardando demasiado.
Cuando los confinamientos llegaron a Estados Unidos en Marzo de 2020, el artículo viral que explicó por primera vez el razonamiento y la lógica detrás de “Catorce días para aplanar la curva” fue de Tomás Pueyo, propietario de una plataforma de aprendizaje en línea que jamás había escrito sobre epidemiología. Era evidente que se le había encomendado la tarea, y su artículo había sido claramente preparado y luego difundido por todas las redes sociales.
Ahora con el control de los flujos de información pública, las grandes plataformas tecnológicas, cuya influencia había crecido en parte gracias a los contratos gubernamentales, se lanzaron de inmediato a una censura fragmentada que se intensificó mes a mes. Amazon desvalorizaba y retiraba libros sobre vacunas y productos farmacéuticos, mientras que todas las redes sociales eliminaban cuentas, Google manipulaba las búsquedas, Facebook desmantelaba cuentas y grupos disidentes, y YouTube borraba millones de videos con el tiempo.
Comunidades destrozadas, familias destrozadas, redes de amigos convulsionadas, iglesias perturbadas, la población en gran parte del mundo en 2024 apenas funcionaba al nivel de cinco años antes. La mala salud, el abuso de sustancias y la clásica depresión, se sumaron a la pérdida de aprendizaje tras dos años de cierres, mascarillas e inoculación obligatoria en todas las escuelas. Se invirtieron billones de dólares en la población para que pudieran adquirir las últimas herramientas digitales y disfrutar de las ventajas de las bodas, los funerales y los servicios religiosos por Zoom.
De la nada surgió la cura mágica: la inteligencia artificial de los modelos de lenguaje extenso. Estaba ahí para optimizar la búsqueda, hacer que la lectura fuera prácticamente innecesaria, reemplazar el pensamiento reflexivo y desplazar todas las formas de conocimiento que la humanidad tenía anteriormente. Incluso está reemplazando la confesión y la sesión de terapia.
¿De verdad cree que todo ésto fue una coincidencia? Parece que todo el mundo será el reinicio industrial de mayor alcance de la historia. Funcionó.
Farmacéutica
La industria más poderosa del mundo, la más rica e insidiosamente influyente de la historia, es la farmacéutica. No hay competidores cercanos, ni siquiera los históricos fabricantes de municiones, transportistas y traficantes de esclavos del pasado. Parecen tener a todos en la cuerda floja: medios de comunicación, academia, medicina, asociaciones profesionales y la población en general.
Antes del covid, ésto no era obvio. Hoy debería serlo para cualquiera que preste atención.
Los teóricos pueden contar una historia convincente al respecto: cómo, cuando se agotó la búsqueda de recursos y ganancias mediante el saqueo, los parásitos entre las fuerzas industriales respaldadas por el estado, dirigieron su atención al objetivo final de la colonización: el propio cuerpo humano.
Ésta podría ser la gran historia, pero la versión más pequeña se centra en una tecnología que se mostró prometedora hace décadas, pero que nunca obtuvo aprobación en tiempos normales: terapias de ARNm que permiten la impresión rápida de pociones como inoculación de cualquier patógeno concebible, distribuidas mediante un modelo de suscripción con documentación digital.
A falta de medios para la aprobación oficial, los sectores más arraigados de la salud pública recurrieron a la autorización de uso de emergencia, con la esperanza de obtener protección contra la responsabilidad civil, incluida en el calendario de vacunación infantil. El problema, por supuesto, fue que el covid nunca fue una amenaza para los niños, pero los conspiradores vieron cada hecho empírico como un obstáculo a superar.
Entre el frenesí público generado por la mera exposición, las pruebas PCR con 90% de falsos positivos, y la subvencionada clasificación errónea de enfermedades y muertes, la aparición de una pandemia mortal a nivel poblacional fue simplemente una cuestión de relaciones públicas. También se hizo necesario retirar las terapias alternativas del mercado, aunque sólo fuera para preservar a una población inmunológicamente ingenua, para la gran inoculación que vendría después. La palabra audaz no describe bien el plan.
Me parece increíble escribir esas palabras. Hace cinco años, como organizador de la Declaración de Great Barrington, no tenía ni idea de la ferocidad de la industria a la que nos enfrentábamos. Los confinamientos, el distanciamiento, las mascarillas, los cierres, hace cinco años esta semana, todo resultó ser un gigantesco error de salud pública, un giro poco científico hacia un absurdo destructivo.
En mi caso, tardé dos años en comprender plenamente el papel que desempeñaron la industria farmacéutica y el ARNm modificado. La primera pista debería haber sido el menosprecio de la inmunidad natural, un asunto que la humanidad conoce desde la Guerra del Peloponeso. La siguiente pista debería haber sido la retirada de las vacunas de J&J y AstraZeneca que utilizaban tecnología vectorial basada en adenovirus, aunque sólo fuera para improvisar un monopolio del ARNm.
De hecho, hubo muchas pistas en el camino. Personalmente, recibí una llamada de un importante responsable de la planificación de pandemias desde el principio, quien me explicó el plan. Era tan absurdo que no le creí y colgué. Debería haberlo tomado en serio: después de todo, dirigió la planificación de pandemias durante el gobierno de George W. Bush y dirigió la investigación de vacunas para la Fundación Gates.
Mientras tanto, la evidencia del daño ha aumentado día a día, pero también lo ha hecho la evidencia del poder puro de la plataforma de ARNm. Realmente imaginan un futuro transhumanista en el que cada enfermedad requiere una solución que puede ser monitoreada mediante tecnología digital, un futuro que destruye no sólo la biología natural y el libre albedrío, sino también la privacidad y la salud genuina. No es inverosímil considerar esta tecnología como una extensión de la ambición eugenésica de hace un siglo.
La crisis actual
Cualquiera que imaginara que tener un buen líder en un país sería la solución a esta crisis sin precedentes, está pasando por alto 1) que la respuesta al covid fue global, no nacional, y 2) que las industrias que impulsaban la agenda son más poderosas que cualquier gobierno del mundo; de hecho, que todos los gobiernos del mundo.
La reciente conferencia de prensa en la que –el por lo demás resiliente y fuerte– Donald Trump se desvió hacia Pfizer como si fuera su jefe, debería haberlo revelado todo. RFK, Jr. sólo pudo observar la escena con desdén. Mientras tanto, en el Reino Unido se encarcela a personas por hablar mal en Facebook, se avecina una nueva identificación digital, y Londres se está convirtiendo en una ciudad con cero emisiones de carbono en 15 minutos. En Brasil, Bolsonaro languidece en prisión. Las conspiraciones y planes en Europa para mantener a raya a los populistas continúan a buen ritmo. La democracia sigue viva en Estados Unidos; basta con observar el regreso de Trump. Pero las empresas tecnológicas están construyendo su tecnocracia (véase el papel de Palantir y Starshield), y la industria farmacéutica ha sobrevivido para experimentar otro capítulo de su rentabilidad parasitaria.
La batalla que iniciamos con la Declaración de Great Barrington no ha terminado. De hecho, apenas ha comenzado. Se desconoce su conclusión. Pero no nos engañemos: son las ideas arraigadas en la opinión pública las que impulsan esta narrativa histórica. No, en última instancia, los beneficios industriales ni el poder gubernamental. Esta es la fuente de nuestro optimismo. Ésto se puede ganar, pero la solución no es tan sencilla como elegir a un caballero blanco.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








