«Yo soy quien destruye el Estado desde dentro».«El Estado es una organización criminal». «Los impuestos son robo». «El Estado hace todo mal». Estas son solo algunas de las muchas frases antiestatistas (o anarcocapitalistas) pronunciadas por Javier Milei, quien, tras romper las barreras del discurso político respetable y convertirse en diputado en 2021, ganó la presidencia de Argentina en 2023.
Y mientras el estatismo sigue avanzando o se protege cuando los estatistas están en el poder, ya sean de izquierda o de derecha, mucha gente había puesto sus esperanzas en Milei para luchar radicalmente contra el estatismo. Sin embargo, su aventura política, más allá de los cambios en el buen camino, ha demostrado ser no mucho más que un juego político a favor del estatismo.
Inconsistencias
En una entrevista de mayo de 2024, Milei esbozó algunas ideas generales sobre sus planes. Según explicó, hay impuestos que son «inmundos», otros que deben desaparecer, y otros que dependen de las provincias y requieren una reforma fiscal. Milei expresó la idea de congelar el gasto, de modo que a medida que la economía comience a recuperarse y crecer, el tamaño del gasto disminuya en términos del PBI. Luego, según él, la miríada de impuestos pasará a un sistema simplificado, en el que habrá unos cuatro impuestos que sean «pagables» y «entendibles», y el Estado será 25% del PBI. Y aunque Milei prometió en campaña cortarse un brazo antes de subir impuestos, reconoció en la entrevista que los impuestos habían subido.
Para empezar, si Milei es un antiestatista de principios, debería utilizar el consejo de su muy admirado Murray Rothbard:
Solamente daño se puede hacer al objetivo final con florituras retóricas que confunden al público y contradicen y violan los principios.
En la tradición rothbardiana no hay razón para congelar el gasto y no recortar más. Y aunque Milei podría ser otro simplificador fiscal, es arbitrario y contrario al espíritu antiestatista dar a entender la conveniencia de cualquier impuesto, y determinar cuáles deben ser los «pagables» y «comprensibles». Además, proponer la idea de 25% como porcentaje razonable del tamaño del Estado, no es adecuado para un antiestatista, y mucho menos basado en una medida irrealista y deficiente del crecimiento económico real.
Si los impuestos son robo, tolerar los aumentos de impuestos de Milei porque son «transitorios» no es tan diferente de aceptar voluntariamente aumentos en los robos callejeros porque los ladrones prometieron robar menos pronto. Y si Milei esperana que la economía rebotara antes de bajar los impuestos, después de haberlos aumentado durante meses desde que asumió el cargo, su forma de permitir que la economía se recuperara era defectuosa desde el principio.
A pesar de que Milei pasó años criticando los programas sociales de sus rivales políticos, en junio de 2024 su Ministro de Economía se jactó del aumento del gasto en diversos programas sociales mientras hablaba del histórico equilibrio fiscal, que había sido «logrado pensando en los más vulnerables».
En julio de 2024, Milei expresó sus intenciones de convertir a Argentina en una potencia y el país más rico del mundo. Sin embargo, el ejemplo vivo de los países más ricos y poderosos del mundo no tiene nada que ver, si es que tiene algo, con la idea de destruir un Estado. Y además de haber generado su propia base de seguidores, y legitimidad para un jefe de Estado en el que se supone que se debe confiar todo el poder posible, los sentimientos nacionales y colectivistas asociados con el ejército se ven reforzados por el trillado patriotismo de Milei y las alabanzas hacia las fuerzas armadas.
No obstante, una persona que odia al Estado nunca querría que la sociedad apoyara ideas tan fundamentales para la ideología estatista como la defensa nacional y el culto al soldado del Estado, como lo demuestran las propias opiniones de Milei sobre el ejército: mientras sueña con que un hombre de uniforme sea «celebrado como un héroe», y sostiene que Argentina necesita un ejército fuerte «respetado por toda la sociedad» para volver a ser grande.
Seduciendo a la derecha
El problema con los derechistas en general es que su objetivo principal no es oponerse al Estado, sino reemplazar a cualquier élite progresista de izquierda en el poder por una de derecha conservadora. Esto se ve a menudo en las guerras culturales, que seguirán siendo preocupantes a menos que el Estado esté lo más alejado posible de la vida social. En este sentido, en mayo de 2024 Milei dijo: «el poder es un juego de suma cero, y si lo tienen los zurdos, no lo tenemos nosotros». Y, de hecho, gran parte del apoyo que recibió para ganar se debió a sus discursos contra la multitud progresista de izquierda.
Antes de las elecciones, Milei se había comprometido a «avanzar para terminar con la aberración del aborto», pero negó su promesa en mayo de 2024, demostrando otra de sus maniobras políticas. Por el contrario, en algo que a la mayoría de los derechistas no les importa terminar, Milei continuó la guerra contra las drogas, presentando su propia justificación «libertaria» para ello.
Gasto público
Los estatistas acogen con agrado o incluso celebran casi cualquier tipo de gasto, siempre que se ajuste a sus gustos. Y aunque todos estos gastos contribuyen al muy publicitado crecimiento del PBI, a los estatistas les preocupa poco el despilfarro de recursos de la economía de mercado.
Es cierto que el presupuesto equilibrado de Milei incluyó recortes históricos en algunas áreas, pero también aumentó el gasto (como en programas sociales) o planea seguir haciéndolo en otras. Por lo tanto, todo depende de los nuevos vientos que soplen: tomemos, por ejemplo, la política exterior de Milei (poniéndose del lado de la OTAN y el imperialismo americano-sionista) y la compra de 24 aviones F-16. Además, en julio de 2024 Milei casi duplicó el presupuesto para servicios de defensa y seguridad. Y mientras quiere restaurar el prestigio del ejército y modernizarlo, se proyecta un aumento del gasto militar de 1,5% del PBI en los próximos ocho años.
Un nuevo ministerio
Aunque los decretos presidenciales pueden resultar ineficaces por las limitaciones institucionales, Milei logró desregular la economía y transformar el Estado por decreto, y avanzó en acuerdos en el congreso, como con la ley de «Bases», que también le dio más poder a Milei. Días antes de la promulgación de la ley, en julio de 2024, Milei creó el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, destinado a profundizar el proceso de desregulación y transformación iniciado en diciembre de 2023. Como Milei aspira a obtener superávits estables, y cumplir con los plazos del FMI y otros compromisos, seguirá siendo crucial reducir el efecto contraproducente de las regulaciones en relación con el de los impuestos.
Dado que las herramientas para desregular y transformar se ampliaron para Milei, lo que este ministerio seguramente hará es aportar su parte de propaganda. Porque cualquier paso en la dirección correcta a través de este ministerio —siendo este un nuevo paso intermedio— le dará un crédito importante. Y cualquier elogio dado previamente a Milei en la materia tomará la forma de un reconocimiento que involucra las funciones del ministerio. Así, los logros de Milei con el ministerio justificarán su existencia para muchos.
Sin embargo, creer que los buenos cambios que traerá el ministerio solo serán posibles gracias al mismo, es caer en la racionalización estatista de su mantenimiento, la que plantearía la pregunta de qué organismo gubernamental se ocupará de sus funciones si no es este ministerio.
Organismos gubernamentales
Al asumir el cargo, Milei redujo el número de ministerios de 22 a 9. La medida fue simbólica, porque solo ordenó a algunos ministerios absorber a otros. Luego, en junio de 2024 Milei completó la abolición del Ministerio de la Mujer, Género y Diversidad, que había transformado en una subsecretaría. Esto, y el cierre del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, pueden ser elogiados por combatir el progresismo financiado con impuestos. De hecho, se supone que la eliminación de organismos gubernamentales politizados es un mandato de Milei. Sin embargo, la mayoría de estos organismos, si no todos, están politizados.
De todos modos, hasta julio de 2024, unas 31.000 personas ya no estaban empleadas por el ejecutivo de Milei, mientras que las nuevas contrataciones se acercaban a las 3.000 hasta junio. Y aunque la no renovación de contratos públicos no es inusual, y las cifras de Milei son todavía modestas, sus esfuerzos en esta área deberían ser reconocidos.
Centralización
Dado que habitualmente la democracia es de poca utilidad en la lucha contra el estatismo, ha quedado más claro que nunca que la mejor opción para combatir el estatismo, y mejorar las condiciones legales y políticas de cualquier pueblo, es la descentralización radical y la secesión; a fin de hacer que la rendición de cuentas política sea lo más viable posible para frenar la agresión institucionalizada y el despilfarro económico. Sin embargo y por el contrario, Milei ha luchado por un mayor poder de toma de decisiones sobre toda Argentina. Y si con suficiente poder ya cometió varios errores, es poco probable que más poder mejore las cosas.
Todos los políticos lidian con restricciones y adversarios, pero pensar que Milei tiene tan poco poder como para hacerlo mejor, es un error. Por otra parte, el hecho de que su propio gabinete incluya a varios viejos sospechosos de la política y la administración pública argentinas —incluyendo personas a las que Milei criticó duramente en el pasado— es suficiente como para desconfiar de su supuesto radicalismo antiestatista. Y si bien no se lo debe criticar por las cosas buenas que se proponen oficialmente, pero que no se pueden lograr debido a la falta de apoyo, las cosas malas de su administración son en su mayoría inexcusables en esos términos, o incluso defendidas por Milei y su equipo.
Al final, el problema con el mileismo es que odia a la izquierda más que al estado, está casado con un patriotismo estatista y centralista, y ha llegado a creer esencialmente que su visión de la libertad y la prosperidad debe provenir de un poder presidencial que dicte lo que es correcto para toda Argentina.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko.
Artículo original aquí.