El mal del estado de bienestar

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    Una de las cosas que me ha fascinado desde hace tiempo sobre el estilo de vida de “el estado de bienestar” estadounidense, es cómo sus defensores están convencidos de que este estilo de vida refleja la bondad del pueblo estadounidense. De la misma manera, cualquiera que se oponga a este estilo de vida, es considerado cruel, insensible, egoísta y egocéntrico.

    Pero si examinamos detenidamente cómo funciona el estado de bienestar, podremos ver fácilmente que esta mentalidad es profundamente errónea. De hecho, el estilo de vida del estado de bienestar no refleja la bondad de nadie, incluidos sus defensores. Además, oponerse al estado de bienestar no significa necesariamente que una persona sea insensible o carezca de compasión por los demás.

    En una sociedad genuinamente libre, las personas son libres de conservar todo lo que ganan y decidir qué hacer con su propio dinero. Son libres de ahorrar, invertir, gastar o donar su dinero a otros.

    Algunas personas usan parte de su dinero para ayudar a los demás. Donan parte a su iglesia. O ayudan a sus padres ancianos con vivienda, comida o atención médica. O lo donan a alguna buena causa.

    Esas donaciones reflejan un genuino interés y compasión. Ésto se debe a que provienen del corazón de la persona. Provienen del dinero que le pertenece. Después de todo, podría haber usado su dinero para comprarse unas buenas vacaciones o un auto deportivo caro, en lugar de usarlo para ayudar a los demás.

    ¿Qué pasa con quienes deciden rechazar a sus padres, a la iglesia, a los pobres y a los demás? Deciden que no quieren donar nada a nadie. Se quedan con todo su dinero y lo usan para su propio beneficio.

    En una sociedad libre, ese es su derecho. Al fin y al cabo, es su dinero. La verdadera libertad implica el derecho a decir no. Irónicamente, quienes se niegan a usar su dinero para ayudar a los demás, a menudo lo hacen indirectamente. Por ejemplo, sus ahorros generan capital productivo que eleva los salarios reales en la sociedad, y su gasto genera empleos en el sector minorista. O su exitoso negocio privado ofrece empleos o buenos productos y servicios a sus clientes.

    Supongamos que me enfrento a un multimillonario que ha decidido no donar su dinero a nadie. Le apunto con un arma a la cabeza y lo obligo a darme U$S 100.000. Llevo el dinero a la zona más pobre de la ciudad, y se lo doy a quienes lo necesitan desesperadamente para comida, vivienda y atención médica. No me quedo con nada del dinero.

    ¿Estoy siendo bueno, cariñoso y compasivo? ¿Y él? Ambos hemos ayudado a los pobres, necesitados y desfavorecidos. ¿No deberíamos ser reconocidos como buenas personas?

    La mayoría de la gente diría que no. Dirían que no soy más que un ladrón. No tengo derecho a robar el dinero ajeno, aunque me quede con las manos vacías. Además, el hecho de que la víctima no haya cooperado voluntariamente con esta iniciativa, significa que no ha sido bueno, solidario ni compasivo en absoluto. De hecho, es prácticamente seguro que la víctima va a pedir mi procesamiento penal, a pesar de que usé su dinero para ayudar a los pobres, necesitados y desfavorecidos.

    Sin embargo, ¿no es así como está estructurado el estado de bienestar? En lugar de que yo me quede con el dinero del millonario, es el gobierno el que lo hace. A través de su agencia de recaudación fiscal, el gobierno obliga a las personas a entregar una parte de su dinero al gobierno federal. A través de las “agencias de bienestar”, el gobierno distribuye, directa o indirectamente, ese dinero a los beneficiarios de la asistencia social, subsidios, rescates financieros, ayuda exterior, subvenciones y otras dádivas gubernamentales.

    Los defensores del bienestar afirman que este proceso demuestra lo buenos, solidarios y compasivos que somos como sociedad, porque colectivamente hemos implementado este programa como parte de nuestro sistema democrático. Pero lo cierto es que este proceso está basado tanto en la fuerza ‒y en la negación del derecho individual a decir no‒, como cuando le robo el dinero a esa persona adinerada y se lo doy a los pobres, necesitados y desfavorecidos.

    De hecho, ¿quiénes son exactamente las personas buenas, solidarias y compasivas en un estado de bienestar? ¿Los agentes de la agencia recaudadora fiscal que confiscan el dinero de la gente? ¿Los burócratas de la asistencia social, que lo distribuyen? ¿El Congreso, que promulga los programas del estado de bienestar? ¿El presidente, que aplica el impuesto sobre la renta? ¿Los votantes, que eligen al presidente y a los miembros del Congreso? ¿Los jueces federales, que defienden la constitucionalidad de los programas del estado de bienestar? ¿Los contribuyentes? ¿Los opositores al estilo de vida del estado de bienestar, a quienes les es confiscado su dinero contra su voluntad y le es dado a otros?

    La respuesta: Ninguno de las anteriores. El único momento en que las personas demuestran bondad, cuidado y compasión genuinos, es cuando ayudan a otros de forma enteramente voluntaria. Obligar a las personas a ayudar a otros no es bondad, cuidado o compasión; es más bien el epítome del mal.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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