Las revoluciones son fenómenos curiosos. Comienzan de forma casi imperceptible. El detonante final puede ser tan insignificante como una sola voz entre la multitud, cuyas palabras desatan una ola que arrasa para siempre el antiguo orden, aparentemente inamovible.
Incluso cuando las grietas en el Bloque del Este comenzaron a hacerse visibles en 1989, a partir de Junio en Hungría, la Rumanía de Nicolae y Elena Ceaușescu parecía inmune a los vientos de cambio. Mantenían un control casi sectario del poder, con la ayuda de la tristemente célebre y omnipresente Securitate, la policía secreta.
El 21 de Diciembre de 1989, Ceaușescu decidió que la mejor manera de sofocar la creciente agitación en Transilvania (o Ardeal), que se había prolongado durante las últimas semanas, era aparecer él mismo, junto con su esposa Elena, en la Plaza del Palacio de Bucarest. Los trabajadores fueron transportados en autobús y les fueron entregadas pancartas rojas para ondear en apoyo del régimen. Se trataba de una demostración de fuerza que consolidaría el orden establecido.
Después de todo, nadie se atrevería a desafiar a Ceaușescu cara a cara.
Mientras se acercaba con confianza al micrófono desde el balcón y comenzaba a repetir mecánicamente los viejos y manidos slogans del comunismo, de repente una voz irrumpió con un grito agudo, seguido de un estruendo creciente. Los sonidos discordantes de la protesta dejaron a Ceaușescu sin palabras y confundido.
En ese instante, cuando el falso edificio de su gobierno se derrumbó y la imposibilidad de su posición quedó al descubierto, el régimen comunista murió en Rumania.
La política exterior de Estados Unidos se ha parecido mucho al gobierno de Nicolae y Elena Ceaușescu. Desde que el presidente Reagan abrió la puerta al grupo de “ex” trotskistas de New York, empeñados en una revolución mundial e impulsados ideológicamente por su absoluta devoción al Estado de Israel, la política exterior estadounidense ha estado dominada por un equivalente al Partido Comunista Rumano de Ceaușescu.
Cualquiera que intentara desafiar el dominio neoconservador sobre la política exterior estadounidense, era marginado por el equivalente a la Securitate de Ceaușescu. Uno a uno, Pat Buchanan, Joseph Sobran, Sam Francis, la Sociedad John Birch, Ron Paul y cualquier voz que se alzara en oposición al dominio neoconservador sobre la política exterior, fue brutalmente atacada por personajes como William F. Buckley Jr. y sus secuaces en los medios de comunicación, los centros de estudios y los círculos de poder e influencia.
Se dice –quizás apócrifamente– que Trotsky afirmó que “oponerse al estado es morir lentamente de hambre”, y ésto sin duda es aplicable a cualquier analista de política exterior de los últimos cuarenta años que se haya manifestado en contra del dominio neoconservador. Sin trabajo, sin publicaciones, sin forma de ser escuchados, ni siquiera de existir.
Pero de repente, ese Muro de Berlín ha caído.
La historia futura podría registrar el “momento Ceaușescu” de Estados Unidos el 6 de Noviembre de 2025.
Los mismos medios de comunicación tradicionales y alternativos, junto con el complejo industrial del conservadurismo, que se han negado a reconocer el giro radical del fundador de Turning Point USA, Charlie Kirk, contra la política exterior neoconservadora y proisraelí, han hecho todo lo posible por canalizar TPUSA, ahora sin Charlie, de vuelta a sus bases en política exterior. Con un Charlie escéptico convenientemente fuera de escena, asumieron que podrían subir al balcón de la “Plaza del Palacio de Bucarest”, tomar el micrófono y devolver a la juventud conservadora estadounidense a la “sabiduría” de Bill Kristol, Marco Rubio, Lindsey Graham, John Bolton, Dick Cheney, Mark Levin, y el resto de los sanguinarios dinosaurios.
Sin embargo, nuestro propio “grito agudo” que desinfló a Ceaușescu no provino, el 6 de Noviembre, de un “comunista” Mamdani, ni de un musulmán que “odiaba a Estados Unidos”, ni de un estudiante extranjero devoto de Hamas, ni de una persona transgénero torturada … ni siquiera de un izquierdista cualquiera.
No, provino de un estudiante estadounidense de origen humilde, conservador y sincero, de la Universidad de Auburn en Alabama, con el acento pausado característico de los 250 años de historia de nuestro gran país. En otras palabras, la personificación del patriotismo que arde en el alma de todo estadounidense.
El joven se acercó al micrófono y se dirigió al hijo del presidente Trump, Eric, y a su esposa Laura
–embajadores de la afirmación del presidente de ser la administración más pro-Israelí de la historia de Estados Unidos– con una serie de preguntas respetuosas.
Me gustaría preguntarle sobre la relación de su padre con Israel. Ha recibido más de U$S 230 millones de grupos pro-Israelíes. A pesar de la recomendación de EE.UU. en contra, Israel atacó en verano a Irán, y EE.UU. bombardeó en nombre de Israel … Israel no ha sido un buen aliado de EE.UU. desde la década de 1960, cuando bombardearon el USS Liberty.
La multitud de jóvenes estadounidenses conservadores estalló en un estruendoso aplauso.
Israel es una nación en la que los cristianos son constantemente atacados … Hablamos de “Estados Unidos primero” y de defender a los cristianos, pero ¿cómo podemos hacerlo si nos aliamos con una nación que no lo hace?
En ese momento, el aplauso entre los jóvenes conservadores de TPUSA fue ensordecedor.
Eric Trump, paralizado por la confusión, imita a Ceaușescu, repitiendo los slogans del antiguo régimen con la esperanza de que su magia aún calme a la población inquieta.
Tienen una nación coreando “muerte a Estados Unidos” cada día en las calles de Teherán. Tienen una nación que desarrollará un arma nuclear y que la usará.
Estos son los típicos argumentos de Benjamin Netanyahu de hace 30 años. Laura parecía Elena, arreglándose el cabello mientras la multitud permanecía en silencio ante los aplausos ensayados de Eric Trump. Silencio. Ya lo habían oído todo antes, habían investigado por su cuenta y sabían que eran mentiras neoconservadoras.
Chicos: Irán quería destruir nuestro modo de vida, quería hacernos daño, quería infligirnos dolor real.
Silencio. Habían investigado por su cuenta.
Eric repitió entonces la absurda afirmación de que su padre resolvió ocho guerras (con países cuyos nombres no podía pronunciar) y el silencio continuó. Los slogans de las pegatinas ya no funcionaban con los hijos de Charlie Kirk, igual que los de Ceaușescu ya no funcionaban con una Rumania harta de su sumisión a un bloque comunista moribundo.
Ésto es un genio que ya no puede ser devuelto a la lámpara. Es como sacar la pasta de dientes del tubo. Las mismas redes sociales que los agentes estadounidenses del “cambio de régimen” aprovecharon en un principio para llevar a cabo el proyecto neoconservador, han sido capturadas por jóvenes conservadores estadounidenses que se rebelan contra la destructiva línea partidista de “Israel primero” de sus antepasados de la generación del baby boom, y ninguna venta encubierta de TikTok a fanáticos pro-Israel cambiará este hecho.
A partir de ahora, al igual que Ceaușescu, los seguidores de Trump no se atreven a dirigirse abiertamente al principal movimiento juvenil de su base ideológica. No se atreven a arriesgarse a ser cuestionados una y otra vez por jóvenes conservadores sinceros, sobre la tóxica y autodestructiva sumisión de Estados Unidos al Estado de Israel. Volverán al bunker de Nicolae Ceaușescu. Aterrorizados por el mismo movimiento de “Estados Unidos primero” que ellos mismos han impulsado.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








