[Reseña del libro “El principal culpable: El gran plan de Stalin para iniciar la Segunda Guerra Mundial”, de Viktor Suvorov. Naval Institute Press, Annapolis, 2008, 328 páginas, ilustrado, con notas, bibliografía e índice].

Los juicios posteriores a 1945 por crímenes de guerra están siendo llevados a cabo en Nüremberg, y la prensa internacional cubre los procedimientos con entusiasmo. El tribunal está compuesto por jueces que no provienen de las potencias vencedoras, sino de países neutrales durante la guerra (Suiza, Tailandia, etc.) para garantizar la imparcialidad y la justicia.
Los acusados son llamados …
La Unión Soviética es la primera. Sus líderes políticos y militares enfrentan un serio proceso judicial por conspirar y librar una guerra de agresión contra Finlandia, Letonia, Lituania, Estonia, Rumanía y Polonia. Enfrentan a cargos por obligar a trabajo esclavo hasta la muerte a cientos de miles, incluso millones, de prisioneros de guerra alemanes y japoneses capturados. Es utilizado el nuevo término de posguerra, “genocidio”, junto con crecientes acusaciones de haber obligado a trabajo esclavo hasta la muerte a decenas de millones de sus propios ciudadanos en su sistema de campos de trabajo GULAG, un verdadero holocausto dentro de sus propias fronteras. También son acusados de ser responsables del genocidio en el que perecieron entre 6 y 12 millones de civiles alemanes debido a los traslados forzosos de poblaciones desde sus hogares ancestrales, a una Alemania de posguerra ahora truncada; traslados en los que la violación, la tortura, el asesinato y el despojo absoluto, son más la regla que la excepción.
A continuación, son acusados los británicos por asesinato en masa de civiles alemanes mediante el bombardeo aéreo continuo y vengativo. Su defensa, argumentando que lo hicieron “… para quebrantar la moral alemana”, se desmorona rápidamente, ya que la fiscalía demuestra que se trató de asesinato en masa puro y simple, motivado por el odio, y no un ataque a la “moral” alemana, lo que en realidad sólo fortaleció la moral y la voluntad alemanas. Los británicos también enfrentan cargos por conspiración y por librar una guerra de agresión contra Noruega en 1940, extendiendo así la guerra a la neutral Escandinavia. Se enfrentan entonces a una furiosa acusación por haber atacado la flota neutral francesa de Vichy en 1940, en la que murieron cientos de marineros franceses, otro delito de conspiración para librar una guerra de agresión. Finalmente, son acusados de inanición deliberada de toda la población civil alemana de la zona bajo su ocupación militar, área en la que miles de personas perecen, y otros sufren problemas de salud permanentes.
Después de los británicos, son los franceses los que comparecen ante la justicia. Enfrentan cargos por asesinato en masa de prisioneros de guerra alemanes tras el fin de la guerra, esclavizándolos y obligándolos a trabajo esclavo hasta la muerte, así como de ejecuciones aleatorias y privando deliberadamente a los prisioneros de alimento, refugio y atención médica. También se les acusa de introducir deliberadamente tropas coloniales africanas en la Alemania ocupada, y darles vía libre para violar, saquear y asesinar a la población civil indefensa.
Finalmente, los estadounidenses están en el banquillo de los acusados. Son acusados por haber llevado a cabo prácticamente la misma campaña de bombardeos genocidas que los británicos, y también son acusados por el cargo mucho más grave de asesinato en masa de prisioneros de guerra alemanes, utilizando los mismos métodos que los franceses emplearon contra sus prisioneros: inanición, exposición a la intemperie, negación de atención médica, asesinato, etc. ‒y aquí, el número de víctimas se acerca a los dos millones. Y eso no es todo. Los estadounidenses también son acusados por violaciones masivas, saqueo a gran escala, esclavización o semiesclavización de prisioneros de guerra …
Además, Son acusados Gran Bretaña, Francia y, especialmente, Estados Unidos por “crímenes contra la paz”, en relación con sus políticas clandestinas antes de la guerra, que presionaron a los polacos a la intransigencia en sus negociaciones con los alemanes sobre Danzig y un corredor hacia Prusia Oriental. Esta intransigencia condujo directamente a la guerra de 1939.
El número de personas asesinadas por los aliados orientales y occidentales asciende a decenas de millones de víctimas, eclipsando ridículamente la supuesta cifra atribuida a los alemanes de “seis millones” de asesinados …
Por supuesto, tales juicios nunca fueron llevados a cabo. Sin embargo, esta es la justicia que debería haber prevalecido después de la guerra, si los juicios y las acusaciones hubieran sido efectuados con imparcialidad. La cuestión es que las mismas naciones que se presentaron como potencias victoriosas, y cuyos representantes acusaron y juzgaron a la nación derrotada, Alemania, de cometer crímenes contra la paz, y planear una guerra de agresión, eran al menos tan culpables, y muy posiblemente mucho más.
Y nadie es tan culpable como Joseph Stalin.
Viktor Suvorov, en su último libro, “El principal culpable”, plantea la cuestión de por qué Joseph Stalin y sus subordinados políticos y militares no fueron procesados por haber planificado una guerra de agresión contra toda Europa. Este libro representa una síntesis de las obras publicadas por el autor tras su emblemático libro “Rompehielos”, obras que no tuvieron edición en inglés, pero que sí fueron publicadas en francés y en ruso. “Rompehielos” se centraba principalmente en los preparativos militares que Stalin había llevado a cabo antes de su planeada invasión de Europa en Julio de 1942. En este libro, Suvorov demostró que el entrenamiento, el posicionamiento y el armamento del Ejército Rojo estaban totalmente orientados a una guerra de agresión. “El principal culpable” tiene un enfoque más político y estratégico. Suvorov muestra la estrategia fundamental leninista-stalinista a largo plazo de conquistar el mundo entero para la Unión Soviética, de a una “república” por vez; algunas pacíficamente, quizás, pero la mayoría mediante la guerra. En la jerga marxista, las “guerras justas” serían aquellas cuyo objetivo era incorporar a una nación al bando “socialista”, mientras que las “guerras injustas” serían guerras de cualquier otro tipo.
A finales de la década de 1930, la economía soviética ya estaba en ruinas, pues sus recursos habían sido consumidos en enormes gastos y preparativos militares. Suvorov señaló que la única manera de que la URSS y su sistema marxista-leninista sobrevivieran, era conquistando y absorbiendo a las naciones capitalistas prósperas. La propuesta de construcción del magnífico “Palacio de los Soviets” en Moscú, pretendía ser una especie de estructura de recepción para cada nueva “república soviética” ‒es decir, Alemania, Francia, España, Suecia, Inglaterra y todas las demás‒ que serían admitidas una a una tras su conquista por los soviéticos. Sin embargo, tras la invasión alemana de Junio de 1941 y el rápido avance de los ejércitos de Hitler, la construcción de este edificio fue abandonada.
Suvorov nos adentra en la mente de Stalin y nos presenta a un maestro de la gran estrategia, sumamente inteligente y astuto, pero también eminentemente criminal. Héroe para sus fieles por haber transformado un país relativamente atrasado en un gigante industrial y militar semimoderno, se habría convertido en un héroe aún mayor si hubiera logrado incorporar a toda Europa al coloso soviético. Pero ésto no sucedió, pues la invasión de Hitler anticipó la de Stalin.
Los acusados alemanes en Nüremberg presentaron la invasión de la URSS como una guerra preventiva. Conocían la concentración soviética cerca de sus fronteras; y sus servicios de inteligencia eran perfectamente conscientes de la inminente invasión del Ejército Rojo. En 1945, nadie les creyó. Incluso hoy, la tesis de Suvorov es generalmente descartada como absurda, incluso estrafalaria, y persiste la mitología heredada de una Unión Soviética inocente, tomada por sorpresa por el agresor nazi.
Suvorov muestra cómo la propaganda soviética se convirtió rápidamente en esta mitología tras la invasión alemana. Las primeras derrotas del Ejército Rojo fueron destacadas y condenadas, y su liderazgo fue abiertamente retratado como inerte, irresponsable y fracasado. Sin embargo, las derrotas posteriores y los cercos masivos no fueron mencionados, porque la conexión entre estas derrotas y los cercos, y una invasión sorpresa, era insostenible. En opinión de Suvorov, el propio Stalin simplemente no podía creer que los alemanes invadieran. Era consciente, por supuesto, de la concentración alemana, pero debió de considerarla una medida defensiva. Los soviéticos eran tan superiores en armas, vehículos, aviones y tropas ‒todos ellos, por supuesto, entrenados y movilizados para un ataque agresivo‒ que una invasión alemana era simplemente imposible, una locura, incluso suicida.
Suvorov cree firmemente que Hitler fue una creación o criatura de Stalin. Que Hitler sólo pudo tomar el poder en 1933 debido a la incapacidad del poderoso Partido Comunista Alemán para impedirlo, y que él considera este fracaso como planeado u ordenado por Stalin. ¿Por qué? Porque Stalin planeó usar a Hitler como el hombre que reestructuraría el ejército alemán y, en última instancia, lo usaría para redibujar las fronteras de Europa y sumergir al continente de nuevo en la guerra; una guerra en la que las potencias capitalistas lucharían hasta el agotamiento y, en su estado final, serían arrolladas por el masivo Ejército Rojo. Suvorov demuestra convincentemente la gran dependencia de Alemania del petróleo rumano, y la facilidad con la que Stalin podría haberse apoderado de los yacimientos petrolíferos justo al otro lado de su frontera [*], y estrangular eficazmente la maquinaria bélica alemana, poniendo fin a la guerra prácticamente en cualquier momento. Pero no hizo nada acorde con la estrategia antes mencionada de agotar al Occidente capitalista mediante un conflicto prolongado. Este plan, por supuesto, también fracasó, ya que los enemigos de Alemania fueron aniquilados en una campaña relámpago tras otra. Los propios campos petrolíferos serían capturados y asegurados por las tropas alemanas.
Suvorov atribuye a Stalin estos magistrales planes estratégicos a largo plazo, todos en consonancia con el plan de Lenin de absorber al mundo en el socialismo; pero no explica adecuadamente cómo los alemanes los frustraron con rápidos avances y un liderazgo táctico superior. Suvorov, sin embargo, sugiere que Stalin fue hábilmente superado por Hitler, pues a medida que las victorias nazis en Rusia se acumulaban durante el verano y el otoño de 1941, el propio Stalin cayó en una profunda depresión y prácticamente desapareció en el Kremlin, solo, temiendo su arresto inminente por parte de sus compañeros de partido. Sin embargo, gracias al “culto a la personalidad” que Stalin había forjado en la mente de los ciudadanos, era necesario como símbolo de liderazgo, esperanza y resistencia. Así, escapó del arresto y finalmente regresó a su papel de generalísimo, héroe y salvador de la patria.
Un análisis interesante del autor es el caso Tukachevsky. Una interpretación popular es que el servicio de inteligencia alemán de las SS había plantado documentos a los soviéticos que sugerían que el mariscal Tukachevsky y muchos otros individuos en altos cargos militares estaban conspirando contra Stalin, lo que provocó la paranoia natural de Stalin y condujo a una purga masiva de la cúpula militar soviética, eliminando de hecho a la mayoría del personal de alto rango, y debilitando significativamente la capacidad de la URSS para librar una guerra. El autor presenta un argumento convincente de que el mariscal Tukachevsky estaba lejos de ser el líder efectivo que la mayoría de los historiadores retratan, y que el Ejército Rojo no carecía de oficiales experimentados y de alto rango a mediados de 1941. Las purgas en sí mismas, argumenta el autor, fueron medidas racionales aunque despiadadas, tomadas por Stalin para “domar” al Ejército Rojo y transformarlo en una fuerza completamente obediente a su voluntad para la venidera gran guerra contra Europa. El Principal Culpable describe una Unión Soviética mucho mejor preparada para grandes conflictos que la Alemania nazi. Suvorov señala que las fuerzas alemanas no estaban realmente preparadas para una guerra de la escala del conflicto contra la URSS. Las fuerzas alemanas no tenían suficientes tanques. La mayor parte de sus actividades de transporte eran efectuadas en anticuados carros tirados por caballos; los soldados y los vehículos estaban exhaustos y desgastados por campañas anteriores. Aun así, estas fuerzas destruyeron un ejército soviético tras otro, hasta que prácticamente no quedó nada y llegaron a las puertas de Moscú, con la victoria prácticamente al alcance de la mano.
La explicación alemana standard para el fracaso de 1941, es el invierno ruso más crudo en décadas, océanos de lodo, vastas extensiones y la falta de carreteras para transitarlas. A ésto se suma la cuestión del retraso alemán de seis semanas en la Operación Barbarroja, debido a campañas imprevistas en Yugoslavia y Grecia, y a los problemas militares italianos en esos países.
Suvorov descarta estas explicaciones, considerándolas útiles para la propaganda alemana en aquel momento, pero en última instancia carentes de fundamento. Demuestra que las fuerzas alemanas simplemente no fueron suficientes para derrotar a la Unión Soviética. Y, sin embargo, Alemania no tuvo más remedio que invadir, no solo para frustrar los planes de invasión de Stalin y así evitar que Alemania y Europa cayeran en sus manos, sino también porque el conflicto era inevitable, dadas las crecientes demandas y la agresividad de la URSS. En última instancia, todo se redujo a la cuestión de quién atacaría primero. Mientras que Stalin tenía la opción, Hitler no. Así, aunque Suvorov presenta convincentemente a Hitler y Stalin como agresores, Stalin emerge claramente como el “principal culpable”.
¿Aceptarán los historiadores esta tesis, o seguirán ocultándose tras el mito de que Adolf Hitler fue el único agresor en Europa durante la Segunda Guerra Mundial? La verdad histórica parece tener poco valor hoy en día. Sin embargo, la obra de Suvorov arroja luz sobre esta cuestión tan politizada.
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[*] Nota del editor: Vega Romana, Vega Istropolitana y Ventura Vega, en las proximidades de Ploiesti, bombardeados desde el norte de África por los estadounidenses en la desastrosa Operation Tidal Wave el 1° de Agosto de 1943.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








