Una excusa habitual para los aranceles proteccionistas y otras restricciones comerciales es la siguiente: estaría muy bien que nuestro gobierno siguiera una política de libre comercio, si otros gobiernos hicieran lo mismo; pero otros gobiernos no hacen lo mismo. Otros gobiernos utilizan aranceles y subsidios para dar a los productores de sus países ventajas injustas sobre los productores de nuestro país. A menos que otros gobiernos adopten un libre comercio completo, nuestro gobierno debe “tomar represalias” con sus propias medidas de protección, para contrarrestar las medidas de protección impuestas por los gobiernos extranjeros.
Todo estudiante universitario competente que haya aprobado un curso bien impartido de Economía puede identificar un problema significativo que se esconde en esta excusa para el proteccionismo: a saber, los aranceles y subsidios proteccionistas son un costo neto para la gente de cualquier país cuyo gobierno intervenga de esa manera. Los aranceles y subsidios distorsionan la asignación de recursos de maneras que reducen la riqueza general de la nación, hecho que es cierto independientemente de las políticas comerciales de los gobiernos extranjeros. “¿Por qué”, preguntará retóricamente este estudiante universitario, “debemos permitir que nuestro gobierno nos inflija daño sólo porque otros gobiernos infligen daño a sus ciudadanos?”
El estudiante de grado tiene razón al plantear esta pregunta, pero inmediatamente después de plantearla, un estudiante de posgrado de economía de primer año lo corregirá, y se pavoneará de sus conocimientos avanzados sobre el asunto: “No ves el beneficio real de los aranceles y subsidios retaliatorios. Es cierto que la mayor parte de las cargas creadas por los aranceles y subsidios recaen sobre la gente de cualquier país cuyo gobierno interviene de esa manera, pero también es cierto que quienes estamos en el país de origen también sufrimos algún daño por esas mismas intervenciones realizadas por gobiernos extranjeros. Después de todo, el comercio es mutuamente beneficioso, y en 2025 la mayoría de nosotros formamos parte de una economía global. Y esa economía está distorsionada por esos aranceles y subsidios extranjeros. Así que nuestro gobierno, en su sabiduría, puede usar sus propios aranceles y subsidios para tomar represalias contra los gobiernos extranjeros, y presionarlos para que pongan fin a esas dañinas intervenciones. Cuando esas intervenciones terminen, el comercio global será más libre, y los recursos serán asignados de manera más eficiente. Si bien los aranceles y subsidios retaliativos de nuestro gobierno nos imponen costos netos en el corto plazo, al hacer que el comercio global sea más libre, esta represalia nos beneficia en el largo plazo”.
El estudiante universitario sabe lo suficiente como para darse cuenta de que no puede estar en desacuerdo en principio. La descripción hipotética que hace el estudiante de posgrado sobre el funcionamiento del proteccionismo retaliativo es lógica. De hecho, es posible que esa represalia funcione como se describe en el mundo real, y redunde en beneficio de casi todos, tanto en el extranjero como en el país.
Pero, ¿es práctico el argumento del estudiante de posgrado a favor del proteccionismo retaliativo? No.
Un obstáculo práctico para el éxito del proteccionismo retaliativo es que los gobiernos suelen otorgar protección arancelaria y subsidios industriales en respuesta a presiones de grupos de interés. Los grupos de productores políticamente bien organizados y vinculados suelen ser los principales impulsores de esas políticas. A menos que los aranceles de represalia del gobierno de un país neutralicen a los grupos de interés particulares que son la fuerza motriz en los países extranjeros detrás de los aranceles o subsidios extranjeros, es probable que esas represalias no logren presionar a los gobiernos extranjeros para que pongan fin a sus intervenciones proteccionistas. De hecho, no es improbable que los gobiernos extranjeros respondan imponiendo sus propios aranceles o subsidios de represalia contra las medidas de represalia del gobierno de un país, con el resultado final de una guerra comercial.
Un segundo obstáculo práctico es que los grupos de intereses especiales en el país de origen aprovecharán astutamente cualquier inclinación a utilizar medidas de represalia, lo que resultará en el abuso de esas medidas.
Las oportunidades para esa astucia son especialmente numerosas cuando se habla de subsidios otorgados por gobiernos extranjeros. Los aranceles y subsidios de los países de origen promocionados al público como mecanismos bien intencionados para presionar a los gobiernos extranjeros para que pongan fin a diversos subsidios, con demasiada frecuencia serán simplemente medidas proteccionistas destinadas a no hacer nada más que llenar los bolsillos de poderosos grupos de productores en el país de origen.
Este subterfugio es demasiado fácil, sobre todo porque en el mundo real a menudo no está claro qué es y qué no es un subsidio. No todos los subsidios son tan sencillos como la distribución de dinero a los agricultores europeos a través de la Política Agrícola Común de la UE. Demasiadas políticas inocentes aplicadas por gobiernos extranjeros, pueden ser presentadas de manera perversa por los proteccionistas de los países de origen como subsidios que justifican represalias.
Consideremos cada una de las siguientes acciones de un gobierno extranjero:
- Establece y opera escuelas de ingeniería.
- Otorga préstamos respaldados por el gobierno a estudiantes matriculados en escuelas de ingeniería.
- Gasta más dinero en capacitar a personas para trabajar en fábricas.
- Aumenta la cantidad de dinero que gasta para construir y mantener infraestructura, como redes eléctricas y extensas redes de carreteras.
- Cambia la designación de algunas tierras públicas de áreas silvestres protegidas, a tierras disponibles para el desarrollo económico.
- Distribuye más dinero para financiar la investigación científica básica.
Cada una de estas acciones de un gobierno extranjero sería posiblemente emprendida sin pensar mucho en el efecto que tendría sobre el comercio internacional de ese país. Sin embargo, cada una de estas acciones también mejora la capacidad de los productores del país extranjero para producir más y mejores productos, y exportar esos productos a precios más bajos.
¿Son entonces estas acciones gubernamentales subsidios a la industria? Cualquiera sea su respuesta, sería ingenuo pensar que, si los votantes del país de origen están preparados para tolerar medidas proteccionistas como represalia por los subsidios extranjeros, los productores del país de origen no presentarán esas acciones del gobierno extranjero como subsidios que justifiquen represalias del país de origen.
Una consecuencia de la ambigüedad de los subsidios es que, si es alentado (o incluso es tolerado) el proteccionismo retaliativo como respuesta a los subsidios de los gobiernos extranjeros a sus exportaciones, los productores, políticos y funcionarios administrativos del país de origen verán con demasiada frecuencia esos subsidios. Los buscadores de rentas en el país llegarán a la conclusión de que las ganancias de los exportadores extranjeros en participación de mercado son resultado de subsidios “injustos” de los que supuestamente disfrutan esos exportadores. Como no hay forma de separar la gran mayoría de los gastos gubernamentales en clases objetivamente acordadas de “subsidios” y “no subsidios”, la mejor regla general es una política de libre comercio que sea seguida independientemente de los subsidios de los gobiernos extranjeros a los productores dentro de sus jurisdicciones.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko