Nuestra nación industrial utilizó escuelas públicas obligatorias para formar generaciones de empleados dóciles, trabajadores, obedientes y contribuyentes. El industrial John D. Rockefeller dijo: “No quiero una nación de pensadores. Quiero una nación de trabajadores”. El surgimiento de los capitalistas como el segmento más influyente de la sociedad les permitió convertir al hombre en un animal de rebaño: trabajador, dócil, obediente y domesticado. Nos están adiestrando para aburrirnos hasta la saciedad.
Nuestro sistema educativo sólo beneficia a quienes pueden aceptar el aburrimiento. Quienes pueden ser controlados, regulados y encerrados en un aula, soportando la tediosa instrucción de un propagandista avalado por el estado, son quienes triunfarán. El sistema exige alumnos que toleren una vida regimentada y reciten las respuestas “correctas” para sus superiores. Éstos, a su vez, los califican según su “comportamiento” (si aceptan esta forma de subyugación o si se rebelan) y su capacidad para aceptar y repetir los dogmas que les son inculcados. Para ascender en la jerarquía, deben estar dispuestos a aceptar la doctrina que les permitirá convertirse en la próxima generación que instruya a los nuevos reclutas. El filósofo Christopher Tollefsen escribió: “Los niveles de educación superior se convierten en un proceso de clonación, mediante el cual al candidato al ascenso se le enseña dentro de qué marco colectivo se le permite pensar”.
La educación de largo plazo, como la universitaria, elimina a los pensadores independientes y a los espíritus libres, y garantiza que los únicos que sobresalgan sean los conformistas que pueden mantenerse fieles al sistema. A medida que el sistema educativo elimina a los disidentes, deja un sistema monolítico, con pocos intelectuales que desafíen el statu quo.
Si los más sumisos no buscan formar a la próxima generación, igualmente son recompensados con puestos directivos que obligan a las masas a producir. Las masas –aquellos menos tolerantes al abuso– también han sido adiestradas para la monotonía del trabajo por horas que les espera, tal como ha sido replicado y aprendido en sus aulas.
Para ser degradado a una máquina de trabajo industrial, en general, hay que dejar de pensar. El educador John Gatto escribió: “Durante esa época me convertí en un experto en aburrimiento. El aburrimiento estaba presente en todas partes, y si les preguntabas a los niños … decían que el trabajo era estúpido, que no tenía sentido, que ya lo sabían. Decían que querían hacer algo real, no sólo estar sentados sin hacer nada … Y los niños tenían razón: sus maestros estaban igual de aburridos que ellos”. Sólo 2% de los estudiantes encuestados afirmó no aburrirse en la escuela. El aburrimiento es la principal causa de deserción escolar.
Los pueblos libres no tolerarían nuestro sistema educativo moderno ni el trabajo industrial diario. Cuando se produjo la Revolución Industrial, a los capitalistas les costó mucho trabajo controlar a los trabajadores. Eran desobedientes; llegaban tarde, se iban temprano, faltaban al trabajo, y no se concentraban en sus tareas. Pero al ver el gran potencial de ganancias financieras, los industriales se aliaron con el gobierno, utilizando la educación para inculcar (siguiendo el modelo industrial prusiano) la obediencia al estado y a los dueños de las fábricas, asegurándose así el beneficio mutuo. La magnitud del esfuerzo necesario para reeducar y capacitar continuamente a las personas para que toleren a sus jefes y trabajen de nueve a cinco, demuestra lo antinatural que es nuestro sistema. El profesor Christophe Buffin de Chosal escribió:
“El estado … no es más que una maquinaria al servicio de los principales intereses financieros, industriales y comerciales del mundo … para que [la sociedad] acepte como bueno o normal algo que, instintivamente, rechazaría si no estuviera condicionada”.
Para facilitar nuestra sociedad industrial, encerramos a los niños en aulas y los obligamos a soportar un aburrimiento opresivo. Si no aceptan la situación, los medicamos por tener demasiada “energía”. Quizás el problema no sean los niños, sino la obsesión de nuestra sociedad con el aburrimiento. Los seres humanos no deberían verse obligados a sufrir horas de un aburrimiento angustioso y repetitivo –adoctrinamiento. Para muchos padres que participan en esta práctica, podría constituir maltrato infantil. Pero como “todo el mundo lo hace”, lo aceptamos. Es “la norma”.
Vivimos en una sociedad anormal y nos medicamos para adaptarnos a ella, en lugar de cuestionar si nuestras acciones son correctas. Ocultamos nuestras anomalías con Ritalin para los niños y café y alcohol para los padres. Los educadores medievales buscaban que la experiencia fuera placentera, no una carga. También permitían mayor libertad al individuo para orientarse hacia la materia que disfrutaba o en la que destacaba, en parte para mantener vivo el interés. Además, no obligaban a nadie a acatar un sistema educativo gubernamental –y a su propio costo–, lo que obliga a los padres a pagar por el sufrimiento mental y, a veces, físico de sus hijos, generalmente a manos de otros estudiantes obligados a asistir a las escuelas.
Cuanto más tiempo pudiera el industrial mantener a los niños en la escuela, menos podrían éstos ayudar en la granja o el negocio familiar, o aprender un oficio, y más serían entrenados para sobrevivir en la nueva economía industrial. Hoy en día proporcionamos profesores de “auto-ayuda” para retener en la escuela (un lugar aburrido) a los estudiantes sin interés, a fin de continuar recaudando impuestos, al literalmente impedirles que la abandonen. “Que ningún niño se quede atrás”, como dijo el presidente George W. Bush; todos deben aprender a sufrir. Nadie será libre.
El profesor Bryan Caplan sostiene que el aburrimiento es esencial en nuestro sistema capitalista. Argumenta que las buenas calificaciones en diversas materias demuestran que, sin importar el aburrimiento al que se enfrenten, los estudiantes sobresaldrán y completarán la tarea. Caplan escribió: “Obligar a los niños a sentarse en pupitres, haciendo tareas tediosas, puede parecer cruel, pero su sufrimiento los prepara para el futuro”. Además, encerrar a los niños y darles diversas materias controladas por las autoridades, seguramente los aburrirá y matará su espíritu e independencia, lo que resultará en trabajadores obedientes y productivos. El sistema educativo moderno busca y crea personas que obedezcan voluntariamente a sus empleadores; los títulos avanzados “señalan” a las corporaciones que son debidamente obedientes. Otro efecto del aburrimiento es garantizar que las personas menos dispuestas a ser tratadas como animales enjaulados no tengan interés en aprender y, por lo tanto, no representen una amenaza para el sistema.
La educación superior agota a la mayoría de las personas, impidiéndoles buscar conocimiento fuera de los métodos aprobados. Como algunos lectores sabrán, mi hijo juega al fútbol, y algunos entrenadores me advirtieron que no lo hiciera entrenar demasiado porque lo “agotaría”. Y tenían razón; después de sólo unos años, se aburrió de hacer lo que antes le apasionaba. Los estudiantes se ven obligados a hacer lo que no quieren (estudiar) durante muchas más horas que las que mi hijo jugaba al fútbol; ¿cómo no van a agotarse? Quizás a mis cuarenta años, disfruto leyendo y aprendiendo hoy porque hice muy poco en las escuelas públicas, donde me aburría muchísimo. No estoy tan “agotado” como otros. Además, ya no soy un sirviente, sino un amo. Yo controlo lo que aprendo y, al hacerlo, fuera de la escuela pública acumulo más conocimiento cada seis meses que durante doce años en aquélla. Apuesto a que muchos estudiantes educados en casa conservan un mayor amor por el aprendizaje en la edad adulta, porque posiblemente tuvieron más libertad y menos educación obligatoria.
Del mismo modo, las sociedades democráticas utilizan constantemente distracciones –sexo, entretenimiento, medicamentos, etc.– para impedir que investiguemos las intenciones de nuestros políticos. Si la gente no estuviera tan distraída, tal vez prestaría más atención a sus gobernantes y se informaría. Nada podría ser más peligroso para los gobernantes que eso.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








