La palabra justicia y sus sinónimos se encuentran entre las palabras más abusadas en inglés. Con ésto quiero decir que se las suele manipular con fines ideológicos. La conciencia de la realidad ha agravado una situación que ya existía desde hace tiempo. ¿Qué mejor manera de ganar puntos para una posición política que declarar que la justicia lo exige? La táctica pone a un oponente desprevenido en una posición defensiva.
Por ejemplo, la gente dice que es injusto que algunas personas tengan más que otras. Hay “ricos” y “pobres”, aunque esta última frase es o muy exagerada, o directamente deshonesta. En general, los estadounidenses son las personas más ricas que han vivido jamás, y la pobreza extrema en todo el mundo ha disminuido de 90% a menos de 10% en un tiempo dramáticamente corto.
En cualquier caso e independientemente de su explicación, esta condición de desigualdad es rutinariamente considerada como injusta. La desigualdad de cualquier tipo (no sólo ante la ley, o algo similar) “simplemente no es correcta”. ¿Es así?
No, si consideramos la sociedad y su división del trabajo como un esfuerzo cooperativo descentralizado de creación de riqueza a gran escala. Ese es el mercado global. Desde esta perspectiva, la desigualdad de ingresos y riqueza no es ciertamente injusta prima facie. Para cualquier grupo grande de personas, las contribuciones a la creación de riqueza variarán ampliamente. Las personas difieren en todo tipo de aspectos, desde la agilidad mental y la energía, hasta la ambición y la disposición. ¿Por qué no habrían de variar también ampliamente las recompensas? Recordemos que cuando el gobierno no intenta manipular a las personas, los ingresos y la riqueza están determinados no por un decisor central, sino a través de innumerables transacciones voluntarias marginales. Las partes acuerdan realizar la transacción, prefiriendo lo que reciben antes que aquéllo a lo que renuncian. No hay distribución hasta que el gobierno entra en escena. Ludwig von Mises en Human Action:
En la sociedad de mercado, la compulsión y la coerción directas son practicadas sólo con el fin de prevenir actos perjudiciales para la cooperación social. Por lo demás, los individuos no son molestados por el poder policial. El ciudadano respetuoso de la ley está libre de la interferencia de carceleros y verdugos. La presión necesaria para impulsar a un individuo a contribuir con su parte al esfuerzo cooperativo de producción es ejercida por la estructura de precios del mercado. Esta presión es indirecta. Impone a la contribución de cada individuo una prima graduada según el valor que los consumidores atribuyen a esa contribución. Al recompensar el esfuerzo del individuo según su valor, deja a cada uno la elección entre la utilización más o menos completa de sus propias facultades y capacidades. Este método no puede eliminar las desventajas de la inferioridad personal inherente, pero proporciona un incentivo a cada uno para que ejerza sus facultades y capacidades al máximo.
Eso es ciertamente razonable, pero mucha gente rechaza esta perspectiva. Necesitan preguntarse cuál es la alternativa –además de la pobreza igualitaria. Esos críticos sufren la ilusión de que no existe conexión entre la producción y la llamada distribución. Por desgracia, John Stuart Mill creía ésto. Pero eso no puede ser. Si el estado expropia la riqueza de los productores en el Período A, difícilmente puede esperarse que sigan siendo vulnerables a la expropiación en el Período B y más allá. Incluso un aumento de las alícuotas máximas de impuestos sobre la renta da lugar a estrategias (legales e ilegales) para pagar menos impuestos. No se puede tener el pastel y comérselo también. ¿Existe una alternativa más justa a la economía de mercado? Von Mises continúa:
La única alternativa a esta presión financiera [mencionada anteriormente] ejercida por el mercado, es la presión y la coacción directas ejercidas por el poder policial. Las autoridades deben tener la tarea de determinar la cantidad y la calidad del trabajo que cada individuo está obligado a realizar. Como los individuos son desiguales en cuanto a sus capacidades, ésto requiere de un examen de sus personalidades por parte de las autoridades. El individuo se convierte en un recluso de una penitenciaría, por así decirlo, al que se le asigna una tarea definida. Si no logra hacer lo que las autoridades le han ordenado que haga, está sujeto al castigo.
En otras palabras, todos están potencialmente sujetos a la fuerza física, no porque hayan agredido a personas o propiedades, sino porque no cumplieron con los planes de los ingenieros sociales. Ésto no aporta en absoluto a una sociedad decente.
En Estados Unidos todavía no hemos llegado a ese punto, porque al mercado todavía se le “permite” operar en gran medida. Pero para muchos intelectuales y activistas, Estados Unidos todavía tiene demasiada libertad de mercado; aquéllos acabarían con gusto con lo que quedase. No les gusta que las “fuerzas impersonales del mercado” –es decir, personas que eligen libremente con quién y cómo hacer negocios– determinen la riqueza y los ingresos en última instancia de acuerdo con la capacidad de los productores para complacer a los consumidores. Los partidos antimercado cerrarían la economía de mercado si pudieran. Mientras tanto, se conformarán con aumentar los impedimentos políticos hacia la libre acción y elección. El control gubernamental de la propiedad privada nominal de los medios de producción, es lo que Mussolini entendía por fascismo y corporativismo. La única elección es entre el precio y la policía, enseñaba von Mises:
Ningún sistema de división social del trabajo puede funcionar sin un método que haga a los individuos responsables por sus contribuciones al esfuerzo productivo conjunto. Si esta responsabilidad no es generada por la estructura de precios del mercado y la desigualdad de riqueza e ingresos que genera, debe hacerse cumplir con los métodos de coerción directa que practica la policía.
¿La policía? No debería gustarnos cómo suena eso. Como dijo von Mises –que no es anarquista– en otro lugar de Human Action:
El gobierno es, en última instancia, el empleo de hombres armados, de policías, gendarmes, soldados, guardias de prisión y verdugos. La característica esencial del gobierno es la aplicación de sus decretos mediante golpes, asesinatos y encarcelamientos. Quienes piden más interferencia gubernamental, están pidiendo –en última instancia– más coerción y menos libertad.
Otro ejemplo de abuso del término injusticia es que a menudo se piensa que la competencia en el mercado es injusta para los competidores inferiores que pierden frente a los competidores superiores. Una vez más, se pasa por alto un punto clave. No existe una economía para los competidores. La gente genera espontáneamente el proceso económico porque quiere una variedad de bienes de consumo en un mundo de escasez e incertidumbre, donde deben ser hechas elecciones entre usos alternativos de los recursos y el trabajo. Sería bueno que todas las personas pudieran tener todo sin costo alguno, pero eso no es posible. Sin embargo, comparemos el mundo moderno con épocas anteriores. Von Mises dice lo siguiente sobre la competencia:
La competencia cataláctica [de mercado] no debe ser confundida con las peleas por premios y los concursos de belleza. El propósito de tales peleas y concursos es descubrir quién es el mejor boxeador o la chica más bonita. La función social de la competencia cataláctica no es establecer quién es el chico más inteligente y recompensar al ganador con un título y medallas. Su función es salvaguardar la mayor satisfacción de los consumidores alcanzable en el estado dado de los datos económicos.
La igualdad de oportunidades no es un factor en las peleas por premios y los concursos de belleza, ni en ningún otro campo de competencia, ya sea biológico o social. La inmensa mayoría de las personas están privadas, por la estructura fisiológica de sus cuerpos, de la oportunidad de alcanzar los honores de un campeón de boxeo o de una reina de belleza. Sólo muy pocas personas pueden competir en el mercado laboral como cantantes de ópera y estrellas de cine. Los profesores universitarios tienen la oportunidad más favorable de competir en el campo de los logros científicos. Sin embargo, miles y miles de profesores mueren sin dejar rastro alguno en la historia de las ideas y el progreso científico, mientras que muchos de los marginados discapacitados ganan gloria gracias a contribuciones maravillosas.
¿No es eso injusto? Excepto en el sentido de la abolición de los impedimentos legales, la igualdad de oportunidades no es una opción. Bajo ninguna circunstancia podríamos todos tener las mismas posibilidades de conseguir un puesto determinado. Pero, una vez más, no son los productores sino los consumidores los que están en el centro de la escena.
Es habitual criticar el hecho de que la competencia cataláctica no esté abierta a todos de la misma manera. El comienzo es mucho más difícil para un niño pobre que para el hijo de un hombre rico. Pero a los consumidores no les preocupa el problema de si los hombres que los servirán comienzan o no sus carreras en igualdad de condiciones. Su único interés es asegurar la mejor satisfacción posible de sus necesidades … Ellos ven el asunto desde el punto de vista de la conveniencia social y el bienestar social, no desde el punto de vista de un supuesto, imaginario e irrealizable derecho “natural” de cada individuo a competir con igualdad de oportunidades. La realización de tal derecho requeriría poner en desventaja a aquellos nacidos con mejor inteligencia y mayor fuerza de voluntad que el hombre promedio. Es obvio que esto sería absurdo.
Lo mismo dijo Frédéric Bastiat en el siglo XIX al demoler los argumentos a favor de los aranceles. A menudo los proteccionistas defienden su posición pidiendo un “campo de juego nivelado” para todos los competidores, extranjeros y nacionales. Sin embargo, en Igualar las condiciones de producción, un capítulo de sus Sofismas Económicos, Bastiat dejó las cosas claras:
Aquí, como en otros lugares, encontramos a los defensores del proteccionismo adoptando el punto de vista de los productores, mientras que nosotros defendemos la causa de los desafortunados consumidores, a quienes se niegan rotundamente a tomar en consideración. Los proteccionistas comparan el campo de la industria con una pista de carreras. Pero en la pista de carreras, la carrera es a la vez medio y fin. El público no se interesa por la competición, salvo por la competición misma. Cuando se espolea a los caballos con el único fin de saber quién corre más rápido, estoy de acuerdo en que hay que igualar sus pesos. Pero si el fin fuera llevar una noticia importante y urgente a la meta ganadora, ¿sería coherente que se pusieran obstáculos en el camino del caballo que tenía más posibilidades de llegar primero? Sin embargo, eso es lo que hacen los proteccionistas respecto de la industria. Olvidan el resultado deseado –que es el bienestar del hombre– a fuerza de dar por sentado el problema; hacen caso omiso de este resultado, e incluso llegan al extremo de sacrificarlo.
Una clave del modo de pensar económico y pro libertad es no perder nunca de vista al consumidor.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko