La cosmogonía política del nuevo totalitarismo

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    El mundo político del siglo XXI es drásticamente diferente al del siglo XX. Sin duda vivimos en una nueva era de autoritarismo obstinado y pernicioso, pero se trata de un autoritarismo radicalmente distinto de las dictaduras clásicas tan comunes en el siglo pasado. El Occidente liberal secular actual es una cuasi-tecnocracia híbrida con múltiples tentáculos corporativos, regulada por ideologías autoritarias que todos deben obedecer sin cuestionamientos, ya sea para conservar su trabajo, evitar problemas con las autoridades, o simplemente para aparentar ser buenos en público y promocionarse en redes sociales.

    De hecho, vivimos en una era extremadamente totalitaria y opresiva que no tolera la disidencia. Pero, como fue anteriormente descripto, el totalitarismo al que se enfrentan hoy los defensores de la libertad es muy diferente de las terribles dictaduras del siglo pasado. Ésto se debe a que el nuevo totalitarismo no parece totalitario, aunque lo es inexorablemente.

    El nuevo totalitarismo no se presenta en la figura de un dictador autoritario que permanecerá en el poder de por vida. No hay Stalin, Mao, Hitler, Fidel Castro ni Augusto Pinochet a quienes se deba rendir pleitesía y lealtad. No, no es así en el nuevo mundo feliz. De hecho, es todo lo contrario. En el nuevo totalitarismo, la democracia es parte integral del régimen, componente fundamental en la ecuación de la tiranía. Sus derechos como votante están plenamente garantizados. Puede Ud. votar no sólo para presidente, sino también para legisladores, gobernadores e intendentes. Y, por increíble que parezca, sus derechos como votante no serán revocados, incluso si de alguna manera ha transgredido el régimen.

    No, la democracia es parte inseparable del nuevo totalitarismo. Las elecciones son periódicamente celebradas, y las masas siempre votan por diversos políticos.

    De hecho, la democracia no es sólo su catalizador y principal garante, sino la herramienta institucional que permite que el nuevo totalitarismo funcione como el lubricante oficial del régimen. El nuevo totalitarismo no es personalista: a diferencia del siglo pasado es, sobre todo, cultural, ideológico e institucional. No depende de un líder político específico y, por lo tanto, no existe un culto a la personalidad que la sociedad deba seguir obligatoriamente. Si lo desea, puede elegir a un político para reverenciarlo, homenajearlo o incluso adorarlo abiertamente: puede venerar a Lula o a Bolsonaro. Sin embargo, este culto no es obligatorio. Es opcional.

    De hecho, el régimen no obliga a nadie a venerar a un político o líder gubernamental. Si lo prefiere, no necesita celebrar a ningún político ni jurar lealtad a una figura pública. En el nuevo totalitarismo, no necesita rendirle ningún tipo de culto a nadie. Su lealtad al régimen queda demostrada por su obediencia al sistema en su conjunto. Un sistema que es colocado muy por encima de la clase dominante.

    De hecho, el nuevo totalitarismo es tan autocrático y omnipotente en el ejercicio de su autoridad, que incluso quienes gobiernan pueden ser castigados si no siguen ciegamente la agenda establecida del sistema.

    Para tener carreras políticas sólidas y exitosas, quienes están en la primera línea del gobierno deben pagar el precio de todas las ideologías de moda (que sirven como mecanismos reguladores del autoritarismo funcional): progresismo, feminismo, sionismo, ambientalismo, democracia y modelos económicos académicos ortodoxos (TMM, keynesianismo, Thomas Piketty, Robert Reich y otros gurúes económicos de moda).

    La agenda ideológica de los heraldos políticos del nuevo totalitarismo es siempre la misma. Veamos a continuación cuatro de sus puntos principales, por cuya defensa el sistema presiona a toda la clase dominante:

    1. Feminismo: Promover a las mujeres como deidades perfectas e infalibles que pueblan la Tierra, y aprobar incesantemente leyes que les otorgan innumerables privilegios. Acusar de machismo, misoginia y sexismo a cualquiera que se atreva a criticar cualquier agenda feminista, y demostrar su valentía, furiosa y reactiva, contra todos aquellos que se atreven a expresar su oposición a las totalitarias agendas feministas.
    2. Progresismo: Asegurar que sean seguidas e intensificadas todas las agendas progresistas políticamente correctas. Participar en el “día del orgullo” multicolor y relativizar la atracción sexual hacia los niños. Corromper a la juventud dejándola sin restricciones ni límites morales, dándoles todo lo que desean. Crear una juventud de imbéciles emocionalmente reactivos e histriónicos, que lloran histéricamente por cualquier cosa y creen que, simplemente por existir, merecen múltiples derechos. Hablar mucho sobre “público, gratuito y de calidad” para captar la atención de los ignorantes.
    3. Sionismo: Nunca critique al estado de Israel; todo lo contrario: sea sionista fanático, mostrando total sumisión al “pueblo elegido”. Haga como el primer ministro australiano Anthony Albanese: repita slogans como “Israel tiene derecho a defenderse” tantas veces como sea necesario en los meetings de tu partido, financiados con fondos públicos, y asegúrese la aprobación de los votantes de derecha. Cree leyes para castigar a los “antisemitas”, y restringir severamente la expresión disidente y las posturas “radicales” (aquellos que dicen que los palestinos también son seres humanos y no merecen ser destrozados por las bombas estadounidenses).
    4. Ecologismo: Promociónese como el mayor amante de la naturaleza que jamás haya existido, adopte la adecuada postura alarmista y dígale a todo el mundo que el cambio climático destruirá muy pronto el planeta entero, y derretirá por completo los casquetes polares; por lo tanto, es necesario permitir que el gobierno implemente políticas verdes en la industria, con el objetivo de salvar a la humanidad. Por supuesto, omita la parte que afirma categóricamente que ésto destruirá la economía y dejará a miles de personas desempleadas, hambrientas y en la pobreza más irreversible. Y bajo ninguna circunstancia se atreva a declarar abiertamente que este proyecto busca, en realidad, destruir sistemáticamente a las pequeñas y medianas empresas, con el objetivo de empoderar a los grandes conglomerados multinacionales.

    Por supuesto, es esencial antagonizar, menospreciar y ridiculizar visceral e implacablemente a todos aquellos que se niegan a seguir las ideologías de moda. Difunda el mensaje de que las personas desobedientes son malvadas, retrógradas, insensibles, maliciosas y egoístas, y constituyen un gran obstáculo para el desarrollo y el progreso de la civilización.

    Sin duda, el nuevo totalitarismo tiene peculiaridades muy intrigantes. Lo que importa es la omnipotencia del sistema y las ideologías autoritarias que sustentan sus intereses. El nuevo totalitarismo es tan omnipotente que ni siquiera los miembros de la clase política escapan a su control. Por lo tanto, podemos afirmar que el nuevo totalitarismo no tiene nada que ver con los cultos a la personalidad, tan comunes en los regímenes totalitarios clásicos del siglo pasado. De hecho, no sorprende que el nuevo totalitarismo guarde muchas similitudes con la dictadura global del covid de 2020-2022.

    En este sistema, lo que realmente importa es la agenda autoritaria que controla todas las instituciones del poder político, y que repetidamente difunden los grandes medios de comunicación corporativos. Los políticos al mando son completamente secundarios y, en muchos casos, ejercen más poder simbólico que real. Si se equivocan –al discrepar en uno o más puntos de la agenda en cuestión–, también pueden ser severamente castigados.

    De hecho, es innegable que el nuevo totalitarismo posee una estructura ideológica y autocrática que anula a los líderes gubernamentales. Quienes llegan al poder hoy –si desean permanecer en el poder y mantener su popularidad– deben ser completamente subordinados a todas las ideologías que la clase política considera sagradas.

    En los últimos años hemos visto a innumerables políticos castigados, desaprobados, rechazados o explícitamente rechazados por el establishment simplemente por expresar convicciones que contradecían una o más de las ideologías predominantes. Jair Bolsonaro, Donald Trump, Javier Milei, Marine Le Pen y Ron DeSantis son algunos de los principales ejemplos de políticos que, en diversos grados, enfrentaron la oposición del establishment simplemente por confrontar directamente con una o más ideologías consideradas sagradas e innegociables por el establishment político global.

    En los últimos años hemos visto al establishment criticar, sabotear e incluso combatir activamente a los pocos políticos que se atrevieron a apartarse del consenso establecido de las ideologías oficiales del establishment. Donald Trump aboga por políticas migratorias estrictas y la rigurosa supervisión de los extranjeros que buscan vivir en Estados Unidos. Jair Bolsonaro y Javier Milei están a favor del armamento civil. Reconocen que la policía no es omnipresente, y creen que las personas tienen derecho a defender sus vidas y patrimonio en situaciones peligrosas. Marine Le Pen se opone a la inmigración desenfrenada y a la islamización de Francia. Ron DeSantis no entregó Florida al régimen global del covid de 2020-2022. Mientras la mayor parte del mundo permanecía rehén de una despiadada dictadura sanitaria, los estadounidenses residentes en Florida vivían con relativa normalidad.

    Todos estos políticos fueron criticados, acosados ​​o enfrentados con una férrea oposición, simplemente por tener sus propias creencias y convicciones. De una forma u otra, todos enfrentaron (y en algunos casos, aún enfrentan) las consecuencias de no someterse plenamente a las agendas oficiales del establishment político.

    Cabe destacar que ninguno de los políticos mencionados puede ser efectivamente catalogado como antisistema. Ninguno de ellos se opone firme y radicalmente al sistema en su conjunto. Sin embargo, por el “delito” de presentar algunas creencias divergentes y no estar completamente alineados con las prerrogativas ideológicas del nuevo totalitarismo, fueron abiertamente acosados ​​por el sistema político, siendo retratados por los principales medios corporativos como abyectos, repulsivos e incluso peligrosos.

    De hecho, el sistema no perdona a quienes no se someten a las ideologías sagradas del nuevo totalitarismo. Obviamente, no sólo los políticos están bajo la lupa del sistema, sino también todo tipo de celebridades y figuras públicas. Famosos actores estadounidenses como John Cusack, Mark Ruffalo y Nick Cannon, conocidos por criticar la ideología sionista y apoyar la causa palestina, han sufrido duras represalias por expresar públicamente sus opiniones personales sobre Israel, consideradas impopulares entre las élites. Tras una severa reprimenda, los tres actores se vieron obligados a retractarse y disculparse públicamente.

    De hecho, el sionismo es una ideología totalitaria que no perdona a nadie que se atreva a desafiar su omnipotencia. O se somete Ud. al sionismo y a su agenda político-ideológica, o el sionismo le obligará de alguna manera a hacerlo. Si Ud. es actor de Hollywood, los sionistas pueden fácilmente acabar con su carrera, asegurándose de que nunca más le contraten para hacer películas.

    En 2003, el teórico político estadounidense Sheldon Wolin definió el concepto de “totalitarismo invertido” para describir el modelo estadounidense de democracia guiada. Wolin clasificó el régimen estadounidense como totalitario, pero con un modus operandi radicalmente diferente del totalitarismo clásico. De hecho, el modelo estadounidense posee recursos completamente opuestos a los de los regímenes totalitarios convencionales, y por ello Wolin lo describió como “invertido”.

    Por citar un ejemplo: mientras que los regímenes totalitarios clásicos no toleraban la disidencia –a menudo eliminando y ejecutando abiertamente a quienes discrepaban con el gobierno–, el totalitarismo invertido no tiene problema en tolerar a los disidentes ni a cualquiera que exprese opiniones divergentes. Estos ciudadanos no son secuestrados, asesinados ni ejecutados por el régimen, ni son acosados ​​abiertamente. Lo que hace el sistema político es tratarlos como irrelevantes. La cultura de masas actúa como un filtro, y los grandes medios de comunicación simplemente los ignoran, difundiendo y debatiendo únicamente las opiniones, visiones del mundo y creencias aprobadas por el establishment.

    Como describe Wolin, los medios de comunicación están dispuestos a debatir y exponer únicamente las opiniones y visiones del mundo que son consideradas “serias”. En las raras ocasiones en que son abordados asuntos más sensibles –como el creacionismo, la inerrancia bíblica, el armamento civil, las milicias privadas, los derechos positivos y negativos, los derechos absolutos de propiedad, la creación de la mujer para el matrimonio, la reproducción y las tareas domésticas, las inoculaciones, entre otros–, los medios los ridiculizan abiertamente o, en su defecto, clasifican todos los asuntos y posturas heterodoxas como marginales.

    Actualmente, los medios retratan como “excéntricos” a quienes sostienen opiniones consideradas extravagantes o inconvenientes, cuando no los tachan abiertamente de “conspiranoicos”. Durante la dictadura del covid, los escépticos eran clasificados como “negacionistas”. Sin embargo, lo único que decían los “negacionistas” era que los conglomerados farmacéuticos no eran sacrosantos según afirmaban, y que persiguen una agenda saturada de intereses creados, con el objetivo de influir en los gobiernos, expandir su poder corporativo y obtener ganancias cada vez mayores.

    Otro elemento que forma parte de la teoría del totalitarismo invertido de Sheldon Wolin es la politización total de todo. Pero se trata de la politización de los aspectos más cotidianos, insignificantes y mundanos de la vida. Absolutamente todo es politizado. La política se convierte en un espectáculo, y los políticos, en celebridades venerables y adoradas. La gente habla de política, pero nunca de sus aspectos verdaderamente relevantes. Incapaces de percibir la teatralidad del espectáculo, las masas se ven arrastradas a discutir trivialidades que no aportan ningún valor a sus vidas ni son capaces de contribuir a cambios en el statu quo.

    Lo que Sheldon Wolin explica es que, para la gran masa y en la situación actual, la política se ha convertido esencialmente en una fuente de distracción. Los ciudadanos no discuten reformas económicas serias ni su impacto inmediato en la calidad de vida de la población. Hablan del último viaje de la primera dama a las Islas Galápagos, del lujo y la grandeza de la comitiva presidencial a algún país europeo, o comentan fotos de un ministro sorprendido de vacaciones con su familia en un lujoso resort caribeño.

    Aunque el núcleo del análisis de Wolin fue Estados Unidos, curiosamente es posible ver muchos de sus conceptos sobre el totalitarismo invertido aplicados al Brasil contemporáneo. Cuando el asunto en cuestión son los grandes medios de comunicación corporativos, por ejemplo, sabemos que en Brasil actúan esencialmente como un portavoz no oficial del gobierno. En cuanto a la politización de eventos banales y mundanos, éesto me recordó curiosamente la espectacularización de la boda de Carla Zambelli, quien transmitió su ceremonia en redes sociales hace unos años. Numerosos activistas de derecha siguieron la ceremonia en las redes sociales de Zambelli, como si estuvieran presenciando un evento crucial.

    De hecho, el nuevo totalitarismo es una simbiosis de múltiples ideologías, autocracia judicial y una intrincada red de intereses corporativos, todos trabajando juntos para lograr objetivos específicos. En un mundo cada vez más globalizado, donde el poder de las naciones se ve flagrantemente diluido por organizaciones supranacionales como la ONU, la OTAN, la OMS, el FMI y el WEF, es natural que el surgimiento de liderazgos espontáneos, orgánicos y fragmentados, acabe siendo combatido por el establishment actual, siempre interesado en acaparar cada vez más poder y control.

    La magnitud del problema plantea un desafío a todos los que aman la libertad: a medida que el sistema se expande, el individuo se debilita. El globalismo es una amenaza real, y subyace a la exacerbada centralización del poder, que es simplemente un síntoma del nuevo totalitarismo.

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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