La democracia es antidemocrática

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    Las democracias terminan siendo antidemocráticas, porque sólo una pequeña minoría de radicales (políticos, grupos de interés, grandes corporaciones, etc.) alcanza el poder centralizado en la capital. Manejan los mecanismos del gobierno, colocan a sus sirvientes en el poder, y se anuncian a través de la educación y los medios de comunicación oficiales. Como individuos, en una democracia perdemos todo el poder. Sólo los amos tienen poder, y sus agendas contradictorias aseguran la discordia y el conflicto. Estos grupos no buscan nuestra representación individual sino subyugar a los individuos fuera de su control a sus dictados por la fuerza del número.

    En la democracia, gana el rebaño más numeroso. Así, el juego ya no se trata de lo que los individuos desean, sino de atraer a más forasteros al grupo para construir la mayoría y asegurar el poder. El individuo pierde toda esperanza de autogobierno; su única oportunidad de obtener algún atisbo de representación, es comprometerse y unirse a un grupo grande que, al menos, representa menos que todo lo que desprecia.

    El gobierno moderno, centralizado y democrático, priva al pueblo de su autodeterminación y la pone en manos de los grandes partidos políticos y sus financiadores. La autorrepresentación no se logra votando; no se elige a un líder de un grupo consensuado. En cambio, los partidos nacionales, dirigidos por grandes corporaciones, eligen herramientas leales y obedientes políticos para que cumplan sus órdenes. Poder votar cuando no se tiene ninguna posibilidad de ser representado (salvo elegir lo que parece ser el menor de dos males) no es representación. El voto existe para dar una excusa a una burocracia desmesurada para subyugar a los individuos no consensuados, a quienes moldea, manipula y exprime.

    En esencia, la democracia carece de tolerancia y diversidad. En lugar de aceptación, busca la conversión y la sumisión. Debemos permitir que otros discrepen con nosotros, tengan sus propias opiniones y vivan conforme a ellas. De esta manera, todos pueden lograr el autogobierno, y nadie debe intentar controlar a los demás. Debemos eliminar la voluntad de la mayoría como nuestra autoridad política, y devolver la soberanía al individuo.

    Para tener una idea básica del autogobierno, imaginen que cada condado o pueblo de Estados Unidos fuera autónomo. Habría entonces miles de formas de gobierno, y cada ámbito sería lo suficientemente pequeño como para que se escucharan las voces individuales, sin que ningún partido nacional pisoteara las decisiones locales. Imaginen, liberales, si Donald Trump y los cristianos evangélicos no tuvieran poder sobre ustedes. Republicanos, imaginen si no hubiera una agenda más liberal. ¡Libertarios, podrían legalizar la libertad!

    Además, no tendrían que pelearse para mantener el poder. Cada sociedad estaría libre de conflictos políticos internos, erradicando tanta ira y odio mutuo. Podrían vivir con personas con ideas afines, todos gobernados como deseen; un todo unificado. En lugar de los modernos dictados verticales de Washington, tendríamos decisiones desde abajo, y la gente volvería a ser la prioridad, no el gobierno.

    Institucionalizamos la discriminación contra las opiniones minoritarias mediante el voto. Cada día que una legislatura se reúne, tiene el poder de aprobar leyes contra la conciencia del votante, y la propiedad del votante está en peligro. Incluso su discurso, sus pensamientos y su comportamiento están regulados. La democracia es demoníaca. Es lo opuesto a “Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti”.

    En la democracia, sólo los grandes grupos, o como los llamamos hoy, partidos políticos, pueden alcanzar el poder de manipular al gobierno a su antojo. Esta realidad requiere adoctrinamiento para que los líderes de los grupos puedan mantener el poder e influir en futuros individuos no sólo para que acepten la situación actual, sino para que también se ajusten a su forma de pensar.

    Dado que los individuos o las pequeñas comunidades locales se enfrentan a una oposición abrumadora de estos poderes arraigados, resulta casi inconcebible fundar un nuevo partido fuera de los ya establecidos. Además, es imposible reformar un sistema tan corrupto, construido sobre la explotación de la sociedad, donde muchas personas, tanto poderosas como dependientes, están comprometidas con el mantenimiento del sistema actual. El resultado de toda democracia es uno o dos clubes influyentes de corporaciones de élite, políticos, militares e intereses especiales que manipulan a la sociedad.

    Los cabilderos, medios de comunicación y patrocinadores financieros más poderosos, utilizan su influencia para dirigir la opinión pública e impedir que los rivales ganen terreno. Impiden cualquier amenaza seria ‒aquélla que ofrezca a la gente una alternativa a la democracia burocrática centralizada.

    Una vez arraigados, parece que no podemos derrocarlos. Hasta cierto punto, los votantes pueden destituir a políticos individuales y elegir entre una variedad de representantes de partidos bautizados; sin embargo, no pueden eliminar tan fácilmente el poder detrás de los políticos con el mismo método.

    Si le dieran a elegir la mascota que desee, pero sólo se le presentaran un elefante y un burro, ¿qué elegiría? Posiblemente preferiría un perro, un ave, un pez o cualquier otro animal, pero en la política estadounidense sólo tenemos dos opciones.

    Voto por un tercer partido no sólo porque desprecio a los principales, sino porque no quiero ser cómplice imponiendo mis decisiones a personas inocentes (no votantes). Nunca votaría intencionalmente para controlar a otros en contra de su voluntad. Me preocupa menos subyugar a otros votantes porque es una lucha justa. Ya estamos en guerra política; están invadiendo mi hogar intentando imponer sus costumbres a mi familia y a mí. Por lo tanto, mi voto por un tercer partido es, en cierto modo, una táctica defensiva de “guerra justa”, con la garantía de ser una derrota. Además, no deseo elegir a un ganador porque la idea de convertirme en cómplice del adoctrinamiento, la opresión, el robo, el belicismo y otras fechorías prominentes del partido, me repugna.

    Que gobiernen republicanos o demócratas cuando no los apoyé, voté ni deseé, no es representación. Puede que me golpeen en un ciclo electoral con la mano derecha del gobierno, y en el siguiente con la izquierda, pero preferiría no recibir ningún golpe.

    La libertad que los votantes creen que existe en la democracia es, en realidad, la libertad de elegir qué grupo regulador intervencionista centralizado, que busca controlar la economía, la política y las mentes de sus ciudadanos, ganará, ridiculizando aún más al autogobierno.

    Si el votante estadounidense típico fuera honesto, admitiría que sólo elige el menor de dos males. Creo que puede que no les guste “su candidato”, pero están seguros de que no quieren al “otro”. Por ejemplo, según una encuesta realizada durante las elecciones presidenciales de 2020 ‒en las que estaban representados los dos políticos más deseados de cada partido‒, la mayoría de los votantes creía que ambos candidatos no eran aptos mentalmente para el cargo.

    Vemos evidencia de ésto entre los candidatos de los partidos que se postulan a la presidencia en las primarias. Es cierto que, para llegar a este punto dentro del partido, los políticos han tenido que conformarse hasta cierto punto, pero algunos candidatos inconformistas y con tendencias rebeldes aún pueden obtener apoyo. En las primarias tempranas, los simpatizantes del partido tienen más opciones, y a menudo vemos que un gran porcentaje de los votos se reparte entre los candidatos. A medida que los candidatos marginales son descartados, los miembros leales del partido siguen apoyándolo, pero cada vez más solo para derrotar a la otra candidatura.

    He observado que miembros de ambos partidos admiten fallas dentro de su grupo. Incluso dicen estar en desacuerdo con muchas cosas. Además, a menudo no quieren imponer sus ideas a los demás. Sin embargo, ondean la bandera de su equipo con orgullo porque quieren evitar que el otro partido les imponga sus ideas dañinas e inmorales. En otras palabras, luchan contra algo, más que abogan por algo. No atacan tanto a los demás como a sí mismos.

    También es revelador que los políticos de ambos bandos presenten sus estilos de vida como si estuvieran siendo atacados por la oposición. Todos están a la defensiva, constantemente bajo el ataque de la amenaza potencial de que el competidor llegue al poder. Debido a la democracia, deben ser continuamente “políticamente activos”, donar a los partidos, votar por sus representantes y memorizar el catecismo en forma de puntos de discusión política, para evangelizar a otros con la esperanza de mantener una apariencia de autogobierno. La democracia garantiza la necesidad de un esfuerzo constante para prevenir la tiranía persistente, al tiempo que asegura la incapacidad de lograr el autogobierno.

    Incluso si votamos por el candidato ganador, seguimos sin lograr el autogobierno. Elegir un candidato es como elegir un sabor de helado; hay cierta variedad, pero los republicanos y los demócratas, que son el molde, son básicamente iguales. Para ser elegido a nivel nacional, uno debe, en general, ajustarse al standard establecido. Si se desvía, si piensa por Ud. mismo y si es honesto, tiene pocas posibilidades, porque el político mentiroso a su lado puede promocionarse mejor que Ud. Puede hacer promesas que no tiene intención de cumplir, mientras que Ud. debe ser sensato y honrado. Además, el contará con el respaldo del partido. No sólo debe derrotar al mentiroso, sino también al manicomio que lo apoya.

    Estás jugando en su propio terreno; según sus reglas, el éxito no está asegurado para un candidato que no las cumpla y quiera ser elegido.

    Los partidos nacionales exitosos se diluyen al mínimo común denominador para obtener suficientes votos. El resultado es que los principios y la diversidad no pueden triunfar. En cambio, los partidos nacionales garantizan la exclusión de pensadores independientes y minoritarios, y sus votos y voces se pierden en un mar de zombies monótonos que siguen ciegamente al partido al que pertenecen.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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