Mientras Siria se hunde en una guerra civil a gran escala, con más de mil muertos tan sólo en los últimos días, quizá sea buen momento para recordar la frase: “Assad debe irse”. Ese fue el lema que los impulsores del cambio de régimen lanzaron hace unos 14 años durante la “Primavera Árabe”, la que supuestamente llevaría al poder a las democracias liberales en toda la región.
Desde Túnez hasta Egipto, pasando por Libia y Siria, el plan era rehacer Oriente Medio según la voluntad de los “planificadores maestros” de Washington. El Departamento de Estado, los medios de comunicación, el Pentágono y los centros de investigación alimentados por el complejo militar-industrial se sumaron con entusiasmo al programa, porque hacer la guerra y derrocar gobiernos es su sustento.
Si Estados Unidos siguiera una política exterior de no intervencionismo, como la que establecieron nuestros Fundadores, el enorme “estado de seguridad nacional” dejaría de existir. Volveríamos a ser una república, y ellos tendrían que volver al trabajo honesto.
En cambio, un esfuerzo decidido que duró casi 14 años finalmente produjo el “cambio de régimen” en Siria deseado por los neoconservadores en Diciembre pasado. Assad finalmente se exilió en Rusia, pero como siempre ocurre con los cambios de régimen dirigidos por Estados Unidos, su reemplazo fue aún peor. Imaginen todos esos años luchando en la “guerra contra el terrorismo”, y luego celebrando cuando una rama de Al Qaeda tomó el poder en Siria. Sin embargo, eso es exactamente lo que sucedió, con el presidente Trump llegando incluso a elogiar al autoproclamado presidente sirio como “un tipo duro, un luchador, con una sólida trayectoria”.
Assad ‒al igual que Gaddafi en Libia, y los demás en la mira del “cambio de régimen”‒ no era ningún santo. Pero, al igual que en Libia, vemos que el caos desatado por la intervención estadounidense en Siria está empeorando mucho al país. Libia ha permanecido sumida en el caos y en la guerra civil durante la última década, sin futuro para su pueblo. Eso parece ser también lo que le espera a Siria. El nuevo régimen, no electo, ha masacrado a alawitas y cristianos prácticamente desde el primer día, y la semana pasada atacó a la minoría drusa. Un país con diversas religiones y grupos étnicos ha sido destrozado, posiblemente para siempre.
Quienes han impulsado un cambio de régimen durante todos estos años nos llamaron “apologistas de Assad” cuando advertimos contra la intervención. No debemos esperar una disculpa ahora que su cambio de régimen ha logrado lo contrario que lo que prometieron.
La fallida Unión Soviética demostró que la planificación centralizada nunca funciona. Las economías de planificación centralizada generan lujo para las élites y pobreza para el resto. Sin embargo, el establishment de la política exterior estadounidense cree que puede planificar centralmente el gobierno, la economía, e incluso la religión de países a miles de kilómetros de distancia, y de los que no sabe nada. Una vez más, vemos cuán equivocados están y la destrucción que causan sus acciones.
La caída de Siria en el caos y la violencia es otro trágico recordatorio de que los neoconservadores de Washington son muy hábiles para socavar y derrocar gobiernos extranjeros que se niegan a “cumplir con las reglas de Washington”, pero cuando se trata de aportar algo valioso del caos que crean, son irremediablemente incompetentes. En Siria, el daño ya está hecho, y las generaciones futuras seguirán sufriendo la cruel locura de quienes están convencidos de que saben cómo controlar la vida de los demás.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








