La guerra cultural en la ciencia económica

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    Conferencia magistral del Dr. Jesús Huerta de Soto en el VIII Congreso de Economía Austriaca, Madrid, 2 de Agosto de 2024

    Introducción: El surgimiento de una nueva ciencia que revoluciona a la humanidad

    La economía es la más joven de todas las ciencias, y ha sido un importante hito en la historia de la humanidad. Por primera vez la economía ha demostrado cómo la cooperación social voluntaria libre de coerción institucional y sistemática, crea un orden espontáneo de prosperidad y civilización que nadie ha diseñado ni organizado. La economía es la ciencia de la interacción humana, y se ha ampliado hasta convertirse en una teoría completa de la libertad, entendida como la característica más fundamental de la naturaleza humana. Libertad significa que toda interacción humana es llevada a cabo de forma voluntaria; es decir, sin ninguna coerción externa o violencia impuesta sistemáticamente desde arriba por el pequeño grupo de seres humanos que ejercen el poder político.

    La esencia de esta nueva ciencia, la economía, es revolucionaria. Por primera vez en la historia de la humanidad, ha sido científicamente demostrado que, en cualquiera de sus formas, el estado es innecesario. Ha sido demostrado que la sociedad, entendida como el proceso de interacciones humanas voluntarias, no necesita de nadie que la gobierne, porque se organiza espontáneamente. Ha sido demostrado que es imposible coordinar la sociedad a partir de órdenes coercitivas emanadas del estado, y que cualquier intento de hacerlo está condenado al fracaso, provocando violencia y conflictos.

    La Ciencia Económica también desmonta a Thomas Hobbes: El “estado de naturaleza” no es una situación inevitable y terrible, ni existe un “contrato social” para mantener el orden y garantizar la paz. Por el contrario, la evolución natural ha consistido precisamente en la aparición espontánea y voluntaria del comercio, al tiempo que aparecían los estados como instituciones coercitivas integradas por los seres humanos más antisociales, violentos, que desean vivir del saqueo contra los ciudadanos productivos (Oppenheimer ,1926). Así, la Economía, como ciencia nueva, demuestra que lo que Étienne de La Boétie llamó “servidumbre voluntaria”, es una aberración antihumana a la que los seres humanos han estado sometidos desde tiempos inmemoriales. En otras palabras, por primera vez en la Historia, la Ciencia Económica ha abierto los ojos de la Humanidad: no hay necesidad de continuar sosteniendo la costumbre de obedecer al estado; ni los gobiernos tienen en realidad un prestigio superior (de hecho, están literalmente desprovistos de cualquier atributo intelectual o moralmente superior); ni el establishment de los políticos es intocable; ni hay que dejarse comprar, seducir ni engañar por los subsidios o prebendas que pretenden ganar la lealtad de los seres humanos explotados, para que consientan ser expoliados voluntariamente (de La Boétie 2008).

    La Ciencia Económica ha alcanzado su nivel más alto de desarrollo de la mano de la Escuela Austriaca de Economía, la que debería ser llamada “Escuela Española”, ya que los escolásticos del Siglo de Oro español fueron sus precursores. La Ciencia Económica formulada por la Escuela Austriaca se fundamenta en el realismo de sus presupuestos analíticos, y en el enfoque dinámico de su análisis basado en la capacidad creativa, emprendedora y coordinadora de cada ser humano, y en el orden espontáneo del proceso social de interacciones humanas voluntarias (Huerta de Soto 2008). De este proceso surgen una serie de instituciones vitales que, a su vez, lo hacen posible y lo estimulan: el derecho, especialmente el derecho de propiedad, entendido como un descubrimiento consuetudinario e inseparable de la naturaleza humana; la familia como institución esencial que permite y favorece la expansión de la Humanidad; los principios morales, que actúan como un verdadero “piloto automático” de la libertad, y que los seres humanos interiorizan y transmiten de generación en generación, gracias a la familia y otras instituciones comunitarias y religiosas; las instituciones económicas y en particular el dinero, que evoluciona espontáneamente y debe ser considerado como la institución social por excelencia, porque al resolver los problemas del trueque, posibilita un aumento exponencial de las interacciones humanas voluntarias, en las que son descubiertas, moldeadas y perfeccionadas todas las demás instituciones.

    Sin embargo, este mensaje científico fundamental de la Economía ha tenido hasta ahora un impacto muy limitado sobre la inercia de la realidad política dominada por el poder coercitivo del estado y de sus gobiernos. Este impacto muy limitado ha tomado, a lo sumo, la forma de una serie de revoluciones “liberales” con el ingenuo, arrogante y fracasado propósito de lograr un objetivo imposible: la separación y limitación del poder político a través de constituciones y “democracias liberales” (Rothbard 2009). Y aún así, la Humanidad ha sido impulsada hacia adelante como nunca antes en los momentos históricos en que, a pesar de todo, ha habido una cierta liberación parcial del poder del estado. Debemos mencionar el período que comienza con la Revolución Industrial, que fue sólo el primer capítulo de la nunca concluida “Revolución Capitalista alimentada por las enseñanzas sobre la libertad descubiertas por la Ciencia Económica” que, a pesar de todo tipo de obstáculos y oposiciones, ha hecho posible un aumento de la prosperidad y de la población nunca antes visto en la historia de la Humanidad. Y no podemos ni siquiera imaginar el nivel de vida y el volumen de población que podríamos alcanzar si la Humanidad pudiera aprovechar y culminar las enseñanzas de la Economía, implementando y posibilitando la recepción plena de su revolucionaria teoría de la libertad. El globo está prácticamente vacío de seres humanos −la población actual de la Tierra cabría en un área ligeramente mayor que la mitad del territorio de Argentina, con una densidad de población igual a la de Bruselas. Y no podemos siquiera imaginar la prosperidad que podría lograrse en un mercado libre, en el que participaran diariamente 80.000 millones, o incluso 800.000 millones de seres humanos …

    La Economía muestra y explica que la creciente prosperidad para una población mundial cada vez mayor de seres humanos, nunca resulta de planes coercitivos de redistribución, ni del crecimiento del gasto público, de los subsidios, de la deuda o de la inflación, sino únicamente del sistema capitalista. Se trata de un proceso que consiste en la interacción voluntaria de empresarios (y, en definitiva, todos somos empresarios) capaces de detectar y calcular, a partir del sistema de precios del libre mercado, la urgencia y necesidad relativa de cada bien y servicio; y de invertir el trabajo y los recursos materiales necesarios para producirlos, superando así su escasez. De esta manera, los empresarios satisfacen cada día, de la mejor manera humanamente posible, los deseos y necesidades de miles de millones de consumidores. Los empresarios que triunfan en este proceso interminable de búsqueda de beneficios, acumulan una riqueza considerable que, a su vez, ahorran e invierten en bienes de capital y nuevas tecnologías que hacen cada vez más productivo el trabajo. Ésto eleva los salarios y el nivel de vida de los trabajadores, y crea un círculo virtuoso de prosperidad que no tiene límites.

    Por tanto, es crucial para el futuro de la Humanidad que seamos capaces de aprovechar al máximo las enseñanzas que nos da la Economía en favor de la libertad humana. Sin embargo, ésto sólo será posible si logramos descubrir y analizar cuidadosamente las poderosas fuerzas reaccionarias, pseudocientíficas y contrarrevolucionarias, que se han unido para formar un frente único para impedir la culminación de la teoría de la libertad desarrollada por la Economía. A pesar de sus diferentes orígenes, estas fuerzas reaccionarias tienen todas el mismo objetivo: mantener la coerción estatal a cualquier precio, y justificarla con aparente respaldo científico, e impedir la realización de las inmensas posibilidades de la Humanidad en un entorno sin coerción estatal.

    Identificaremos ahora las principales escuelas de pensamiento pseudocientíficas y reaccionarias, cuyos defensores conspiran contra la Economía, y que constituyen la contrarrevolución de la ciencia.

     

     

    La contrarrevolución de la ciencia económica: escuelas pseudocientíficas y reaccionarias de pensamiento

    El denominador común de todas estas escuelas de pensamiento es el intento de justificar, con la apariencia de respaldo científico, la continuación de la coacción estatal y de la correspondiente servidumbre de la Humanidad. Se han formulado sistemas completos de pensamiento pseudocientífico, con el aura, el prestigio y el supuesto respaldo de la ciencia, para despertar toda suerte de dudas y desacreditar el mensaje esencial de la Ciencia Económica en favor de la libertad.

    Estas formulaciones contrarrevolucionarias pseudocientíficas se basan en la nefasta presunción de muchos “pensadores visionarios” y “expertos” que se creen lo suficientemente inteligentes como para mejorar el resultado de los procesos sociales espontáneos, utilizando por supuesto el poder violento y coactivo del estado para imponer a todos sus ideas. Éstas caen en el terreno fértil de una Humanidad acostumbrada a servir al estado y a sus gobiernos, y al establishment privilegiado de políticos y funcionarios públicos, cuyos privilegios y embriaguez de poder exigen que la revolución iniciada por la Economía sea bloqueada, y no se le permita prevalecer y culminar. En suma, para el establishment es vital diluir y reemplazar las enseñanzas de la Economía, por una serie de disciplinas que justifiquen el mantenimiento del estatismo coactivo. Las principales escuelas de pensamiento pseudocientíficas y reaccionarias que se han unido en un movimiento contrarrevolucionario contra la Economía y la han infiltrado como un virus mortal (Huerta de Soto 2023) son las siguientes:

    Primera: Positivismo y cientificismo. Por “cientificismo” entendemos la aplicación indebida del método de las ciencias naturales, que estudian su objeto de investigación como algo externo, medible y cuantificable, al ámbito de la Economía, que estudia las implicaciones de las interacciones humanas voluntarias. Dada la naturaleza creativa de los seres humanos libres, la llamada “evidencia” empírica recogida en un momento determinado puede tener, en el mejor de los casos, sólo valor superficial, parcial y siempre históricamente contingente. En palabras de Claude Frédéric Bastiat, puede reflejar “lo que se ve” –o más bien, lo que se cree haber visto–, pero no “lo que no se ve” (Bastiat 2007, 2009, 47-105). En el peor de los casos, esa evidencia conlleva inevitablemente la idea de que, como sujetos de investigación, los seres humanos son tan fáciles de manipular como todos los demás elementos del mundo exterior que estudian las ciencias naturales. Ésto invariablemente introduce la suposición de que el estado y sus gobiernos son responsables de detectar y diagnosticar todos los problemas y, mediante su poder coactivo, mejorar las cosas tal como creen verlas. Pero los datos empíricos no pueden reflejar la esencia dinámica subyacente de los procesos sociales espontáneos, y mucho menos lo que ya está ocurriendo espontáneamente para coordinar y resolver los desajustes. Por lo tanto, no debería sorprender que desde los primeros pasos de la economía liderada por la Escuela Austriaca, sus oponentes más feroces fueron los socialistas académicos agrupados en torno de la Escuela Histórica Alemana, que fueron apoyados en Francia por los empiristas de la Escuela de Saint-Simon, Auguste Comte y Émile Durkheim. Estos hombres querían crear una nueva pseudociencia social alternativa. Su malsana influencia se ha extendido con el tiempo a través del institucionalismo norteamericano, y ha llegado hasta nuestros días con la recopilación masiva de datos históricos y el enfoque ultraempírico de personas como Wesley C. Mitchell y Henry Schultz, quienes ejercerían una fuerte influencia en su ayudante Milton Friedman y, a través de él, en la Escuela de Chicago.

    Segundo: La pseudociencia de la economía neoclásica. Se caracteriza por la visión de que la única economía verdadera es la que ella favorece; en otras palabras, la basada exclusivamente en los principios de equilibrio, maximización y constancia. Además, a la irrealidad esencial de sus supuestos, añade el reduccionismo de un lenguaje matemático que ha surgido principalmente para satisfacer las necesidades y requerimientos de las ciencias naturales. Sin embargo, este lenguaje matemático es incompatible con el concepto subjetivo del tiempo y con la creatividad empresarial, los que son inseparables de la naturaleza y el libre albedrío de cada ser humano. En cambio, los neoclásicos basan el desarrollo de su pseudociencia en “tipos ideales”, que son simplemente como pingüinos robóticos que, incluso en sus sofisticados modelos dinámicos de equilibrio general estocástico, se limitan a moverse y reaccionar a los acontecimientos y a la coacción estatal como si fueran monigotes de un videojuego. A pesar de la aparente y cada vez mayor sofisticación de estas “economías de videojuegos”, la pseudociencia de la economía neoclásica no puede dar cuenta de la vasta complejidad del mundo real, y se rebela contra la idea del orden de mercado libre y espontáneo de dos maneras igualmente dañinas para la libertad humana: por un lado, al promover la “ingeniería social” coercitiva de los bancos centrales, los estados y los gobiernos, para forzar la realidad o al menos afinarla para acercarla al óptimo de sus modelos matemáticos; y por otro lado, al etiquetar como “falla del mercado” todo lo que creen observar en sus estudios empíricos de la realidad, y que no se ajusta a sus modelos de equilibrio. Por supuesto, esos supuestos “fracasos” refutarían las bondades del orden espontáneo del mercado y la libertad humana, y justificarían la coerción del estado y de sus gobiernos para eliminar los fracasos lo antes posible. Además, cabe señalar que la pseudociencia neoclásica necesita y encuentra apoyo en los estudios empíricos de la primera pseudociencia mencionada, el positivismo, para justificar sus conclusiones contra la libertad humana y a favor de la coacción estatal, y así, positivistas y neoclásicos se dan la mano y, en última instancia, refuerzan la agenda reaccionaria de cada uno.

    Tercero: el keynesianismo y la macroeconomía como pseudociencia. El enfoque “macro” en sí mismo implica inevitablemente un sesgo hacia la justificación de la intervención, la agresión y la coerción estatales contra el orden espontáneo del mercado. Son ignorados los procesos económicos que realmente ocurren, pero que no pueden ser medidos, mientras que se supone erróneamente que ciertos agregados estadísticos que parecen proporcionar información empírica existen en la vida real [PBI, ingeniosa pero inútil herramienta “inventada” por el bielorruso Simon Kuznets]. Aquí vemos de nuevo cómo la pseudociencia de la macroeconomía trabaja en conjunto con la pseudociencia del positivismo, y ambas se convierten en aliadas en su respuesta contrarrevolucionaria a la Ciencia Económica. Además, el keynesianismo ha sido especialmente perverso, no sólo por su negación rotunda de cualquier capacidad de coordinación entre el empresariado y el orden espontáneo del mercado, sino también por elaborar como explicación alternativa todo un modelo, de nuevo, de equilibrio pero ahora con desempleo permanente, lo que obviamente justificaría la intervención coercitiva del estado en las vidas de los seres humanos. Aquí vemos cómo la pseudociencia keynesiana se apoya en el enfoque pseudocientífico de la Escuela Neoclásica, hasta el punto de que la llamada “síntesis neoclásica-keynesiana” se convirtió, a lo largo del siglo XX, en el principal movimiento reaccionario contra la revolución original de la Economía. Lamentablemente, keynesianos y macroeconomistas se han convertido en los partidarios de la borrachera de estatismo y poder político que proporciona el marco [orquestado por los gobiernos con sus bancos centrales] dentro del cual, lamentablemente, todos nos hemos acostumbrado a vivir. Se trata de un contexto que, al igual que el del estado y los impuestos, es erróneamente considerado tan inevitable como la misma muerte y, una y otra vez, desestabiliza el orden del mercado, provoca profundas crisis y conflictos sociales, y obstaculiza continuamente la prosperidad y la expansión de la vida.

    Cuarto: el marxismo como pseudociencia “cuasi-religiosa”. Hemos dejado para el final el misticismo cuasi-religioso de la pseudociencia del marxismo, porque le fue dada muerte intelectualmente casi antes de nacer. De hecho, el marxismo fue completamente demolido por la teoría de la preferencia temporal y la revolución subjetivista del orden espontáneo del mercado, liderada por la Escuela Austriaca de Economía. Desde el principio, los austriacos revelaron las contradicciones y los profundos errores científicos del marxismo, al tiempo que lo expusieron como, esencialmente, un fraude intelectual (Eugen von Böhm-Bawerk 1890, 1949). Todo ésto, además, quedó históricamente ilustrado con la caída de la ex Unión Soviética y de casi todos los demás países comunistas, tras muchas décadas de indescriptible sufrimiento humano padecido por una parte muy grande de la población mundial. Más tarde, la teoría de la imposibilidad del estatismo y de una economía sin libre mercado −desarrollada por la Escuela Austriaca, a partir del ensayo de von Mises de 1920 (von Mises 1990, 2019)− fue el último clavo en el ataúd de la pseudociencia del marxismo (Huerta de Soto, 2010). Sin embargo, son todavía enseñados en ciertas universidades, principalmente en América Latina.

    Sin embargo, a pesar de su clara derrota intelectual y del fracaso histórico de los experimentos sociales marxistas, se ha extendido con vigor un movimiento complementario, el “marxismo cultural”. Originalmente previsto por Antonio Gramsci y et al., ha tenido un éxito notable al introducirse en los campos sociales, culturales, religiosos o científicos más importantes, incluso dentro de nuestra propia ciencia económica.

    La guerra del “estatismo cultural” contra la ciencia económica

    Vemos que nuestra disciplina ha sido efectivamente invadida y corrompida por una guerra cultural librada por estatistas, tanto desde fuera como desde dentro de la Economía. La similitud con la guerra librada por los marxistas culturales en la sociedad, no podría ser más obvia. Un fracaso histórico y científico subyace al marxismo, aunque se está intentando revertir ese fracaso a nivel social siguiendo una estrategia muy clara: evitar la confrontación directa y socavar lenta pero constantemente los principios básicos de la cultura Occidental. Así, las actitudes más alejadas de ella se presentan como alternativas igualmente aceptables, mediante la repetición constante de consignas y la manipulación y toma de posesión de la educación, los medios de comunicación y el máximo número de instituciones, intelectuales y líderes sociales. La estrategia del marxismo cultural consiste en evitar la confrontación directa mientras son poco a poco socavados todos y cada uno de los principios fundamentales del orden espontáneo del mercado: por ejemplo, no es explícitamente negada la división biológica de los sexos, pero se argumenta que, en última instancia, el sexo es una construcción intelectual que permite a cada persona elegir el suyo. La familia tradicional no es directamente atacada, pero es considerada sólo una entre muchas otras formas de vida igualmente respetables. El cristianismo no es abiertamente ataca, pero se presenta como igualmente bueno y aceptable cualquier otro sistema de creencias religiosas o morales. La igualdad ante la ley no es directamente criticada, pero se subraya que lo verdaderamente importante es la igualdad de oportunidades y, sobre todo, de resultados. La libre empresa no es rechazada, pero se elogia al sector público y se le da siempre prevalencia sobre el privado. La riqueza no es condenada per se, pero se oye hasta la saciedad que si hay ricos, es a costa de los pobres, etc. Y cuando una y otra vez éstos y otros slogans similares son repetidos hasta el hartazgo, son convertidos en “verdades” que la mayoría de la gente acaba aceptando automáticamente, y que entran en la ideología “políticamente correcta” y hegemónica. Además, en su proceso de hacerse y mantenerse fuerte, el marxismo cultural se centra en ganar la agenda reformista de los principales partidos políticos (de izquierda y de “derecha”).

    Ahora bien, en paralelo con el “marxismo cultural”, en nuestra Ciencia empezó a surgir un “estatismo cultural” desde el mismo momento en que los economistas descubrieron los procesos de creatividad y coordinación que surgen espontáneamente de la libre interacción humana. Al crear una prosperidad nunca antes vista en la historia de la Humanidad, estos procesos pusieron de manifiesto y provocaron gran ansiedad entre los estatistas y los miembros del establishment político (de todo signo), los que tradicionalmente han explotado y manejado coercitivamente la vida de los seres humanos para sus propios intereses.

    Fue en reacción a esta realidad, muy peligrosa para el statu quo coercitivo estatista que, una a una, surgieron las escuelas de pensamiento pseudocientíficas que ya hemos mencionado. Todas comparten un denominador común: su intento a ultranza de restar importancia revolucionaria al apoyo científico dado por la Economía a la libertad humana, al libre mercado y a la libre empresa; y un intento por justificar, a toda costa, el mantenimiento del instrumento de coerción sistemática −es decir, el estado con su monopolio de la fuerza, de la última palabra y con impuestos−, presentándolo como algo necesario y altamente beneficioso para la Humanidad y argumentando que, por tanto, los seres humanos deben seguir aceptando su condición de servidumbre como algo no sólo inevitable, sino incluso como algo necesario y bueno para ellos mismos. Además, se copia la estrategia del marxismo cultural, y se asume dentro de la Economía un “consenso” a favor del estado. Se repite hasta el cansancio, hasta que se lo considera generalmente como obvio e indiscutible.

    Y así, dentro de la pseudociencia empírica, cada área de la vida social es sometida al más intenso escrutinio empírico, con el fin ilusorio de obtener, en cada período histórico, “evidencias objetivas” que orienten la intervención coercitiva de los gobiernos y los políticos. Cada año, miles y miles de proyectos de investigación empírica son financiados y promovidos por gobiernos, universidades, instituciones y fundaciones públicas y privadas, dando así empleo y subsidios a miles y miles de economistas jóvenes y no tan jóvenes, que terminan creyendo equivocadamente que, trabajando como científicos naturales, podrán entender lo que está sucediendo en la economía real (Hansen 2019). Al mismo tiempo, y como hemos visto, la pseudociencia neoclásica socava la fe en la libertad humana y en los mercados libres tanto como sea posible. De hecho, los economistas neoclásicos sostienen que los resultados óptimos sólo son logrados en ciertas circunstancias idealizadas que nunca existen en la vida real y que, obviamente, como los mercados no cumplen los criterios neoclásicos “perfectos”, y esas circunstancias ideales no existen, la intervención coercitiva del gobierno es esencial para acercar la realidad lo más posible al ideal descrito en los modelos neoclásicos. Nunca se les ocurre –y rechazan incluso la idea– que, aunque los mercados son procesos humanos que nunca están en equilibrio, ni son “perfectos” en los estrechos y reduccionistas términos neoclásicos, impulsan la creatividad, la coordinación y la prosperidad de una manera que no puede ser igualada ni mejorada por ningún sistema de ajuste estatal coercitivo (Huerta de Soto 2010, cap. 3).

    Y una multitud de economistas profesionales colaboran en la gestión estatal de la economía mediante el “ajuste fino” y la ingeniería social. Hoy, este enfoque ha alcanzado su nivel más típico de intervencionismo a través de la pseudociencia macroeconómica, que es aplicada por gobiernos y banqueros centrales decididos a lograr el imposible objetivo de garantizar la estabilidad financiera y la prosperidad mediante la manipulación del dinero y las tasas de interés (Romer 2016). La pasión por controlar, ordenar, mandar, regular, gastar, incurrir en deudas y fijar precios y (especialmente) tipos de interés, se está convirtiendo en la característica definitoria de las economías modernas, y es compartida por una legión de “economistas” cuya arrogancia los lleva a defender con gran energía, e incluso agresión verbal, la idea de que sólo lo que ellos hacen es la verdadera ciencia económica, y que los mercados deben ser monitoreados constantemente a través de estudios empíricos y regulados, cuando lo que los economistas creen ver en ellos no coincide con lo que indican sus sofisticados modelos. Además, inventan continuamente y repiten interminablemente narrativas ad hoc. Por ejemplo, que sólo la intervención activa de los bancos centrales evitó males enormes no sólo después de la Gran Recesión de 2008 (que, por cierto, fue provocada por los propios bancos centrales), sino también durante la pandemia de 2020 (cuando los bancos centrales crearon la inflación más galopante en cuarenta años, que ninguno de estos economistas previó). Y cuando los hechos (siempre tozudos) ya no permiten ocultar la imposibilidad de gestionar coercitivamente y centralmente las economías y sus mercados, los economistas más distinguidos, los más representativos de estas escuelas de pensamiento pseudocientíficas, nunca admiten sus errores y limitaciones. En cambio, se apresuran a declarar, como hizo Ben Bernanke a propósito del modelo utilizado por el Banco de Inglaterra (Financial Times, 12 de Abril de 2024), que el problema es que los modelos no son lo suficientemente sofisticados y que, por ejemplo, las 500 variables y 170 ecuaciones del modelo FRB/US de la Reserva Federal (The Wall Street Journal, 19 de abril de 2024) son claramente insuficientes, por lo que se hace necesario aumentar significativamente el número de variables y ecuaciones, para poder describir mejor la extremadamente compleja realidad. Y aunque la propia presidente del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, finalmente reconoció que su principal error fue creer en el modelo económico del BCE (Financial Times, 27 de octubre de 2023), ese golpe de honestidad no le sirvió de nada, ya que todavía intenta dirigir la política monetaria de la eurozona basándose en la “evidencia” empírica y los modelos (supuestamente mejorados) que le proporciona su “economista” jefe.

    La única manera de entender esta increíble situación es considerar el control casi absoluto que estas escuelas de pensamiento contrarrevolucionarias y pseudocientíficas han adquirido dentro del marco institucional de la Ciencia Económica. La gran mayoría de los departamentos de economía pertenecen a universidades que son de propiedad estatal, o reciben considerable financiamiento público. Los programas de educación económica son decididos por empleados públicos al servicio del estado o de las propias universidades, y para estos burócratas el objetivo primordial de las universidades es formar expertos en intervención pública en los mercados, o profesores para investigar y promover la ideología estatista. Al mismo tiempo, todo el proceso de selección y promoción de profesores está esencialmente condicionado por el “estatismo cultural”, como lo están las revistas científicas “más prestigiosas” (JCR), en las que los jóvenes profesores e investigadores están constantemente obligados a publicar si quieren avanzar en sus carreras profesionales. Y el mismo sesgo pro-estatista puede ser encontrado en las agendas económicas de los organismos internacionales públicos y privados y de los premios nacionales e internacionales más “prestigiosos” de economía. En resumen, el “estatismo cultural” está logrando un claro y rotundo triunfo en la Ciencia Económica y, de hecho, en términos relativos, su victoria podría ser considerada superior incluso al evidente y creciente éxito alcanzado hasta ahora por el marxismo cultural en la guerra de las ideas.

    El papel de los “inocentes útiles” en la guerra del “estatismo cultural” contra la ciencia económica

    También debemos mencionar el papel muy significativo y a menudo perjudicial que, en esta guerra cultural por el estatismo en la ciencia económica, está desempeñando un conjunto de distinguidos economistas, periodistas, medios de comunicación, e incluso escuelas enteras dentro de la disciplina, a quienes, aunque generalmente se presentan como defensores de la libertad y de la economía de mercado, podríamos describir como “inocentes útiles”, para utilizar la terminología de von Mises (von Mises 2010). Porque aunque oficialmente se oponen al estatismo y defienden la libertad, aceptan
    –aunque sea parcialmente– algunos de los supuestos de las escuelas de pensamiento pseudocientíficas y reaccionarias que hemos descrito y, por lo tanto, terminan (a menudo sin desearlo y muy a su pesar) impulsando aún más la reacción estatista dentro de nuestra disciplina, especialmente cuando insisten en asesorar a los estados con propuestas sobre cómo mejorar en la realización de cosas que no deberían hacer en absoluto.

    Por ejemplo, un pensador que podría caer en esta categoría “inocente útil” es el liberal indiscutiblemente clásico Karl Popper de La sociedad abierta y sus enemigos (Popper 1966, 396), en el que no sólo admira la capacidad científica e incluso el humanismo de Karl Marx, sino que además (lo que es aún peor) acaba proponiendo como alternativa una estrategia de “ingeniería social fragmentada”, que los estados y las autoridades deberían llevar a cabo, por supuesto de forma coercitiva, con el supuesto objetivo de poder juzgar caso por caso, y a la luz de los resultados empíricos, la idoneidad de cada intervención coercitiva del estado. En la misma línea, otro ejemplo (entre muchos) sería George Stigler (premio Nobel 1982), que llegó a afirmar (Stigler 1975, 1-13) que sólo la evidencia empírica podía aclarar qué sistema económico –socialismo o capitalismo– podía funcionar y cuál no. Afirmación que presupone evidentemente que, antes de decidir, sería necesario “probarlos”, con el enorme costo para la humanidad que, como tristemente sabemos, puede resultar de ese tipo de “ensayos”. A pesar de su liberalismo, tanto Karl Popper como George Stigler proponen que los especialistas en intervención actúen mediante el uso de la ingeniería social (aunque sea “fragmentada”) y de estudios empíricos, enfoque que, como hemos visto, se encuentra en el corazón de la más estatista de las escuelas reaccionarias y pseudocientíficas de nuestra disciplina. Se podría comparar este comportamiento con el de otros que, en el campo de la biología y las ciencias naturales apoyan, por ejemplo, la manipulación genética de virus inofensivos para el hombre en su estado natural, con el objetivo de hacerlos capaces de infectar el cuerpo humano (la llamada “ganancia de función”), con el pretexto de promover la investigación con propósitos inconfesables.

    Otros que pueden y deben ser incluidos en esta categoría “inocentes útiles” en la guerra del estatismo cultural contra la Economía son, en general, los miembros de la llamada Escuela de Chicago y, en particular, economistas de libre mercado tan destacados como Milton Friedman y Gary Becker (ambos Premio Nobel de Economía, 1976 y 1992, respectivamente). Becker defendió a capa y espada el reduccionismo metodológico de la pseudociencia neoclásica, y siempre insistió en considerar como “ciencia” económica sólo aquella formulada dentro de los estrictos límites del equilibrio, la constancia y la maximización.

    Podríamos considerar aún más grave el caso de Milton Friedman, cuyo sincerísimo amor a la libertad y su fuerte apoyo mediático popular al libre mercado contrastan frontalmente con su enfoque pseudocientífico basado en el empirismo positivista y el método agregado (de origen keynesiano) utilizado en macroeconomía. Sólo así se entiende la letanía de graves errores y concesiones científicas de Friedman que, para su consternación, han acabado invariablemente fortaleciendo el intervencionismo estatista. Por ejemplo, cuando dejó fuera de su teoría cuantitativa mecanicista del dinero el factor más importante: la distorsión que la inflación provoca en los precios relativos [efecto Hume-Cantillon]. O cuando, ignorando la teoría austriaca del capital y los ciclos económicos, atribuyó las recesiones únicamente a que los bancos centrales no habían inyectado suficiente dinero, fomentando así su mortal intervencionismo futuro. Por ejemplo, cuando sostuvo que la Gran Depresión de 1929 se debió a la insuficiente intervención por parte de la Reserva Federal (!),argumento que todavía hoy es utilizado hasta la saciedad (por Bernanke y muchos otros) para justificar las políticas monetarias heterodoxas y ultralaxas y de “flexibilización cuantitativa” adoptadas a gran escala tras la Gran Recesión de 2008 y, más tarde, en relación con la pandemia de 2020; políticas que han acabado provocando una histórica escalada distorsiva de precios. O cuando promovió la introducción de retenciones de impuestos para hacer que el sistema tributario estadounidense fuera más “eficiente” en la recaudación de impuestos después de la Segunda Guerra Mundial. O cuando los estatistas se basaron en su idea de un “impuesto negativo a la renta” para sentar las bases de sistemas de “renta social mínima”, con el pretexto de luchar contra la pobreza. Y en cuanto a la tan celebrada pero fundamentalmente débil “crítica” de Friedman hacia su amigo Keynes, en última instancia se puede reducir al débil argumento empírico de que el consumo parece actuar como si fuera una función permanente de la renta. Pero podríamos preguntarnos: “¿Qué sucedería si estos datos empíricos, cuya validez es, como mucho, históricamente contingente, parecieran comportarse de manera diferente en el futuro? Entonces, ¿podría todo el enfoque macro de Keynes justificar de nuevo las conclusiones keynesianas más crudas y erróneas?” Una vez más, parece que hay más que suficiente justificación para describir el monetarismo de Friedman como “tontería útil”, por decir lo menos. En realidad, en la guerra cultural contra los estatistas dentro de la Ciencia Económica, con “amigos” e “inocentes útiles” como éstos, parece que los defensores del gran mensaje de la Economía en favor de la libertad tienen bastante con lo que luchar, y no necesitan enemigos adicionales en forma de estatistas culturales “oficiales”.

    Finalmente, dentro del campo de los periodistas hay también una legión de “inocentes útiles”, quizás encabezados hoy por el prestigioso columnista del Financial Times Martin Wolf quien, sobre todo ahora que se acerca al final de su carrera, sigue justificando recetas marcadamente estatistas para resolver todos los problemas económicos del mundo. Y en el ámbito de las instituciones, hay incluso importantes universidades de libre mercado e instituciones privadas que, por temor a perder la respetabilidad “científica” y ser etiquetadas como políticamente incorrectas, se entregan rápidamente a los postulados de las escuelas de pensamiento pseudocientíficas. Lo mismo puede decirse de la mayoría de los premios y honores académicos, en los que el enfoque predominante es jugar a lo seguro en todo momento y “evitar errores”, y por lo tanto, los criterios de selección suelen dar prioridad a la tiranía del consenso y de la corrección política.

    Ahora, presentaremos un breve esbozo de lo que podría ser una estrategia eficaz para revertir este lamentable estado de nuestra disciplina dominada por los estatistas culturales.

    Cómo ganar la guerra cultural contra los estatistas en la ciencia económica Principios tácticos y estratégicos

    Sólo la búsqueda constante e incansable de una estrategia clara, y el uso de principios tácticos apropiados, harán posible que la verdad científica triunfe en la guerra contra el “estatismo cultural” en la ciencia económica.

    El objetivo estratégico y de largo plazo es continuar estudiando e investigando todas las implicancias del orden espontáneo del mercado y de los procesos creativos y coordinadores de la cooperación social voluntaria, cuyo conocimiento constituye la contribución clave de la Economía. Así, nuestra disciplina se convierte en la Ciencia de la interacción humana voluntaria y, al mismo tiempo, la Ciencia que constantemente expone y revela todos los desajustes, conflictos y descoordinaciones que continuamente resultan del estatismo en todas las áreas sociales bajo su influencia, y en la medida de su impacto en la interacción humana voluntaria. De hecho, toda intervención estatal coercitiva se basa en observaciones empíricas parciales, las que son invariablemente obsoletas e históricamente contingentes, y que no reflejan los procesos espontáneos que ya están en marcha para resolver cada problema. La intervención estatal bloquea estos procesos y, por lo tanto, impide que los problemas sean resueltos y, en realidad, los empeora (Kirzner 1995, 136-145). Claramente, hay un inmenso campo de juego abierto para investigadores y académicos independientes que no están comprometidos con el sesgo estatista de las escuelas de pensamiento pseudocientíficas y reaccionarias. Por ello, debemos dedicar nuestros mayores esfuerzos a la búsqueda incansable de la verdad científica en el campo de la Economía sin ningún tipo de sesgo estatista. Y en esto, el liderazgo está en los cultivadores de la Escuela Austriaca de Economía quienes, desde su fundación, han luchado en todas las batallas intelectuales para defender la libertad y hacer avanzar la Ciencia Económica.

    Los investigadores de la Ciencia Económica nunca deben caer en el derrotismo ni permanecer en sus torres de marfil como testigos impasibles del asalto diario que lanzan los seguidores de las diferentes escuelas reaccionarias del pensamiento. En cambio, los economistas honestos e imparciales deben denunciar constante e incansablemente y sin vacilaciones toda manifestación de la reacción pseudocientífica: no deben bajar nunca la guardia y deben desmontar los errores cuando y dondequiera que surjan, explicar sus consecuencias, a menudo muy graves y, en definitiva, exponer ante la Humanidad a los responsables de aquéllos. En el terreno de las ideas científicas no se permiten concesiones ni se hacen prisioneros.

    Por tanto, es un error considerar noblemente que los adversarios pueden haber sido víctimas de un error científico. De hecho, éste es el error que han cometido incluso algunos economistas austríacos de primera línea, incluido el propio Hayek (quien cayera en la categoría de “inocente útil”). En cambio, hay que ir mucho más allá y denunciar siempre que sea necesario las graves implicancias sociales del supuesto “simple error”, así como su origen y su naturaleza reaccionaria y pseudocientífica. Hay que poner límite a las concesiones a la corrección política en la Ciencia Económica: hay demasiado en juego como para que la Humanidad efectúe tales concesiones: vistas desde fuera, pueden ser malinterpretadas y, sobre todo, pueden hacer que principios económicos esenciales pasen desapercibidos y sean ignorados, si son presentados de manera tímida y temerosa.

    Otro principio táctico importante es el de seguir entrando en el marco institucional estatista predominante en la Economía, con el objetivo de socavar y desmantelar este marco, en términos científicos, desde dentro. Aquí, el riesgo principal reside en la posible tentación de hacer concesiones científicas inaceptables para garantizar una posición y una carrera profesional respetables. Por mi propia experiencia y la de algunos de mis colegas, puedo decir que, aunque todavía es extremadamente difícil, es perfectamente posible escalar dentro del sistema de certificación gubernamental, publicación obligatoria en revistas del JCR, departamentos de economía y universidades financiadas con fondos públicos, sin traicionar ningún principio científico fundamental y liderando sistemáticamente, desde dentro del sistema, la crítica científica del mismo y su posible desmantelamiento y reforma. Al mismo tiempo, es imprescindible aprovechar al máximo todas las posibilidades tácticas que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación: redes sociales, videos, podcasts, cursos de economía online, etc. Son herramientas que hoy están a nuestro alcance y que permiten desenmascarar, literalmente a la velocidad de la luz, todos los sesgos estatistas de la contrarrevolución pseudocientífica que infectan a la Ciencia Económica.

     

     

    Además de estas tácticas, hay que promover sin descanso nuevas revistas científicas (como Procesos de Mercado) para publicar las investigaciones científicas más prometedoras, independientemente del monopolio de facto que, debido a la legislación estatista, han llegado a tener, artificialmente, las revistas más eminentes (JCR, etc.). A ello hay que añadir el papel como influenciadores que pueden desempeñar los economistas mejor formados, la organización incesante de congresos, el uso de redes sociales como X (antigua Twitter) y otras, la promoción de editoriales independientes –como Unión Editorial y otras–, la concesión de premios nacionales e internacionales (como el Juan de Mariana) no sesgados por el estatismo, la creación de asociaciones internacionales como The Property and Freedom Society, fundada por Hans-Hermann Hoppe en 2006 para el estudio y la defensa de la libertad y de la propiedad, etc.

    Sólo la persecución entusiasta, sistemática e incansable de estos objetivos estratégicos y tácticos mediante la utilización, en todo momento, de todos los medios a nuestro alcance, garantizará la victoria final en la guerra cultural contra el estatismo rampante en el seno de la Ciencia Económica, con independencia de los resultados coyunturales de cada batalla cotidiana concreta que, en todo caso, debemos librar y de la que nunca debemos huir.

    Conclusión: El estudio del anarcocapitalismo como culminación de los efectos revolucionarios de la Ciencia Económica

    Para concluir: ¿será posible desmantelar el estado con las enseñanzas de la verdadera Economía? Ese es el gran desafío actual que enfrenta nuestra Ciencia Económica: sacudirse de encima la contrarrevolución reaccionaria que insiste en mantener y justificar el poder coercitivo, sistemático y monopólico de los estados y de sus gobiernos; y abrir, de una vez por todas, todos los ámbitos de la sociedad a la cooperación voluntaria y a la interacción humana basada en la libertad. Incluso la Justicia, el orden “público”, y la prevención, represión y castigo del crimen, deben ser proporcionados por procesos de mercado basados ​​en la cooperación voluntaria. Demostrar científicamente que este objetivo estratégico no sólo es posible sino también muy útil para el avance de la civilización y el creciente número e ilimitado bienestar de las personas, es el gran desafío que tiene ante sí nuestra Ciencia. Y nuestra Ciencia seguirá avanzando sólo si culmina su Gran Descubrimiento inicial sobre los efectos creativos y coordinadores del orden espontáneo del mercado. Por su complejidad, estos efectos no pueden ser imaginados, diseñados ni dirigidos desde arriba a partir de órdenes coercitivas de quienes tienen el poder político. Por otra parte, el estudio de la transición más adecuada, en cada caso y circunstancia histórica, hacia el sistema ideal propuesto basado en la completa libertad respecto del estado, es otro de los grandes e ineludibles retos que tiene nuestra Ciencia en el momento actual. La transición debe descansar tanto en evitar los vacíos regulatorios repentinos, como en la privatización y desmantelamiento gradual, continuo y específico (“desregulación social a trozos”) de todo el entramado de intervencionismo estatal que hoy frustra los libres procesos de cooperación voluntaria. En definitiva, el triunfo definitivo en la guerra de la Ciencia Económica contra el “estatismo cultural” que hoy la corrompe y confina, se hará patente sólo con la formulación teórica (primero) completa, y la realización práctica (posteriormente) del ideal libertario de un sistema anarcocapitalista. Cierto es que sólo si logramos culminar este ambicioso programa científico será posible que el futuro de la Humanidad se expanda exponencialmente, con una prosperidad que hoy, por su magnitud y complejidad, ni siquiera podemos imaginar.

     

     

     

    Traducido por: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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