La ideología israelí del genocidio debe ser confrontada y detenida

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    Los violentos extremistas de Israel, que ahora controlan su gobierno, creen que Israel tiene la licencia bíblica –de hecho, un mandato religioso– para exterminar al pueblo palestino.

    Cuando el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, subió al podio en la Asamblea General de la ONU la semana pasada, docenas de gobiernos abandonaron la sala. El oprobio mundial de Netanyahu y de su gobierno se debe a la depravada violencia de Israel contra sus vecinos árabes. Netanyahu promueve una ideología fundamentalista que ha convertido a Israel en la nación más violenta del mundo.

    El credo fundamentalista de Israel sostiene que los palestinos no tienen ningún derecho a su propia nación. El Knesset israelí aprobó recientemente una declaración que rechaza un estado palestino en lo que el Knesset llama la Tierra de Israel; es decir, la tierra al oeste del río Jordán.

    El Knesset de Israel se opone firmemente al establecimiento de un estado palestino al oeste de Jordania. El establecimiento de un estado palestino en el corazón de la Tierra de Israel planteará un peligro existencial para el estado de Israel y sus ciudadanos, perpetuará el conflicto israelí-palestino, y desestabilizará la región.

    Llamar a la tierra al oeste del Jordán el “corazón de la Tierra de Israel” es al menos asombroso. Israel es una parte de la tierra al oeste del Jordán, no toda la tierra. La Corte Internacional de Justicia ha dictaminado recientemente que la ocupación por Israel de las tierras palestinas (las que estaban fuera de las fronteras de Israel el 4 de Junio de 1967, antes de la guerra de Junio de 1967) es claramente ilegal. La Asamblea General de la ONU ha votado recientemente por abrumadora mayoría a favor de respaldar el fallo de la CIJ, y ha pedido a Israel que se retire de los territorios palestinos en el plazo de un año.

    Vale la pena recordar que cuando en 1917 el imperio británico prometió una patria judía en la Palestina otomana, los árabes palestinos constituían alrededor de 90% de la población. En el momento del plan de partición de la ONU de 1947, la población árabe palestina era aproximadamente 67% de la población total, aunque el plan de partición proponía dar a los árabes sólo 44% del territorio. Ahora Israel reivindica 100% del territorio.

    Hay muchas razones de este descaro israelí, la más importante de las cuales es el respaldo a Israel por parte del poder militar de los Estados Unidos. Sin el respaldo militar de los Estados Unidos, Israel no podría gobernar un régimen de apartheid en el que los árabes palestinos constituyen casi la mitad de la población, pero no tienen ningún poder político. Las generaciones futuras mirarán atrás con asombro ante el éxito del lobby israelí en la manipulación del ejército estadounidense, en grave detrimento de la seguridad nacional de los Estados Unidos y de la paz mundial.

    Pero además de las fuerzas armadas estadounidenses, hay otra fuente de la profunda injusticia que perpetra Israel contra el pueblo palestino: el fundamentalismo religioso que alimentan fanáticos como el autoproclamado fascista Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas de Israel, y el ministro de Defensa Nacional Itamar Ben-Gvir. Estos fanáticos se aferran al libro bíblico de Josué, según el cual Dios prometió a los israelitas “Desde el desierto [Sur] y el Líbano [Norte] hasta el gran río Eufrates [Este], toda la tierra de los Hetheos hasta la gran mar donde se pone el sol [Mediterráneo, Oeste], será vuestro término”.

    La semana pasada, Netanyahu volvió a plantear en la ONU la reivindicación de Israel sobre la tierra con fundamentos bíblicos: “Cuando hablé aquí el año pasado, dije que nos enfrentamos a la misma elección eterna que Moisés planteó al pueblo de Israel hace miles de años, cuando estábamos a punto de entrar en la Tierra Prometida. Moisés nos dijo que nuestras acciones determinarían si legaremos a las generaciones futuras una bendición o una maldición”.

    Lo que Netanyahu no les dijo a sus compañeros líderes (la mayoría de los cuales, de todos modos, había abandonado la sala) fue que Moisés trazó un camino genocida hacia la Tierra Prometida (Deuteronomio 31]):

    [El SEÑOR] destruirá a estas naciones delante de ti, y tú las desposeerás. Josué es el que pasará delante de ti, tal como el SEÑOR ha dicho. “El SEÑOR hará con ellos como hizo con Sehón y Og, reyes de los amorrheos, y con su tierra, cuando los destruyó. “El SEÑOR los entregará delante de ti, y harás con ellos conforme a todos los mandamientos que te he ordenado”.

    Los violentos extremistas de Israel creen que Israel tiene la licencia bíblica –de hecho, un mandato religioso– para destruir al pueblo palestino. Su héroe bíblico es Josué, el comandante israelita que sucedió a Moisés, y que dirigió las conquistas genocidas de los israelitas (Netanyahu también se ha referido a los amalecitas, otro caso de genocidio ordenado por Dios contra enemigos de los israelitas, en un claro “silbido de llamada para perros” hacia sus seguidores fundamentalistas). Aquí está el relato bíblico de la conquista de Hebrón por parte de Josué (Josué 10):

    Entonces Josué y todo Israel con él subieron de Eglón a Hebrón, y pelearon contra ella. La tomaron, y la hirieron a filo de espada, junto con su rey, todas sus ciudades y todas las personas que había en ella. No dejó ningún sobreviviente, conforme a todo lo que había hecho con Eglón. Y la destruyó por completo, junto con todas las personas que había en ella.

    Los violentos fundamentalistas de Israel están unos 2.600 años fuera de sintonía con las formas aceptables de gobierno y el derecho internacional de hoy. Israel tiene obligaciones con la Carta de las Naciones Unidas y las Convenciones de Ginebra, no con el Libro de Josué. Según el reciente fallo de la CIJ y la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que lo respalda, Israel debe retirarse en los próximos doce meses de las tierras palestinas ocupadas. Según el derecho internacional, las fronteras de Israel son las del 4 de Junio de 1967, no las del Éufrates hasta el mar Mediterráneo.

    El fallo de la CIJ y la votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas no es un fallo contra el estado de Israel per se. Es un fallo sólo contra el extremismo, de hecho contra el extremismo y la malevolencia de ambos lados de la división. Hay dos pueblos, cada uno con aproximadamente la mitad de la población total (y sin escasez de divisiones sociales, políticas e ideológicas internas dentro de ambas comunidades). El derecho internacional exige que haya dos estados que vivan, uno junto al otro, en paz.

    La mejor solución, por la que debemos luchar y esperar que se produzca más pronto que tarde, es que ambos estados y ambos pueblos se lleven bien y se fortalezcan mutuamente. Hasta entonces, sin embargo, la solución práctica será contar con fuerzas de paz y fronteras fortificadas para proteger a cada parte de la animosidad de la otra, pero que cada una tenga la oportunidad de prosperar. La situación absolutamente intolerable e ilegal es el statu quo, en el que Israel somete brutalmente al pueblo palestino.

    Es de esperar que pronto haya un estado de Palestina, soberano e independiente, lo quiera o no el Knesset. No es una elección de Israel, sino el mandato de la comunidad mundial y del derecho internacional. Cuanto antes se dé la bienvenida al estado de Palestina como estado miembro de la ONU, con la seguridad entre Israel y Palestina respaldada por las fuerzas de paz de la ONU, antes llegará la paz a la región.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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    Jeffrey D. Sachs
    é professor universitário e diretor do Centro de Desenvolvimento Sustentável da Universidade de Columbia, onde dirigiu o The Earth Institute de 2002 a 2016. Ele também é presidente da Rede de Soluções de Desenvolvimento Sustentável da ONU e comissário da Comissão de Banda Larga da ONU para desenvolvimento. Ele foi consultor de três secretários-gerais das Nações Unidas e atualmente atua como advogado dos ODS sob o secretário-geral Antonio Guterres. Sachs é o autor, mais recentemente, de "A New Foreign Policy: Beyond American Exceptionalism" (2020). Outros livros incluem: "Construindo a Nova Economia Americana: Inteligente, Justa e Sustentável" (2017) e "A Era do Desenvolvimento Sustentável" (2015) com Ban Ki-moon.

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