En su libro Socialismo, Ludwig von Mises advierte sobre la amenaza que representa el socialismo para la coexistencia pacífica y para la civilización occidental. Destaca las “guerras y revoluciones desastrosas, los atroces asesinatos en masa, y las terribles catástrofes” ocasionadas por las políticas socialistas.
Von Mises va más allá de advertir sobre la naturaleza destructiva del socialismo, y va más allá al llamar la atención sobre lo que él considera “el problema principal”, al que describe como “la lucha desesperada de los amantes de la libertad, la prosperidad y la civilización, contra la creciente ola de barbarie totalitaria”. El socialismo es destructivo en sí mismo, pero más que eso, alimenta la “creciente ola de barbarie totalitaria” mediante sus múltiples disfraces. Existe la creencia persistente de que el socialismo es un ideal que vale la pena perseguir, si tan sólo pudiéramos encontrar la forma adecuada que debería adoptar. Parte del objetivo de von Mises en Socialismo es explicar los peligros del socialismo, y ayudar a los lectores a reconocerlo en cuanto lo ven.
Entre sus múltiples disfraces, el socialismo se esconde bajo el manto de ideales que muchas personas valoran, como los ideales de justicia e igualdad ante la ley. Por lo tanto, el problema no es simplemente que muchas personas se dejen seducir por el socialismo, sino que éste les lleva a abandonar los ideales que antaño sustentaron las sociedades civilizadas.
Los principios tradicionales de moralidad, como el concepto de honestidad, se asocian con los principios del liberalismo clásico, ahora amenazados: la libertad de contrato, la libertad de asociación, la libertad de expresión, y el derecho a la propiedad privada. Al socavar estos ideales, el socialismo socava los cimientos mismos de la civilización.
En el contexto contemporáneo, el principal disfraz del socialismo es el ideal de igualdad. Thomas Sowell describe los principios del socialismo como una “igualdad fingida” ‒la idea de que debemos crear leyes y políticas que garanticen que todos seamos, de hecho, iguales‒, aunque, como explica Murray N. Rothbard en El igualitarismo como rebelión contra la naturaleza, pretender que todas las personas sean, de hecho, iguales sería un muy siniestro objetivo procustiano. Como dijo Sowell, “Nadie es igual a nada. Ni siquiera una misma persona es igual a sí misma en diferentes días”. Sin embargo, el concepto de “igualdad” ahora encubre muchas políticas socialistas. El más notorio es el concepto de “diversidad, equidad e inclusión”. La DEI se basa en teorías de polilogismo racial, las que son explicadas mediante referencias a conceptos explícitamente marxistas. De hecho, éste es uno de los principales métodos por los que proliferan los ideales marxistas: al integrarse en los fundamentos intelectuales de la última versión del socialismo.
Fundamentos marxistas de la DEI
En Socialismo, von Mises observa que las doctrinas centrales del marxismo son ampliamente aceptadas y utilizadas como fundamento de todo tipo de ideologías socialistas. Von Mises explica: “En ningún momento de la historia una doctrina ha encontrado una aceptación tan inmediata y completa como la contenida en [el marxismo]. La magnitud y la persistencia de su éxito suelen ser subestimadas. Ésto se debe a la costumbre de aplicar el término marxista exclusivamente a los miembros formales de uno u otro de los partidos autodenominados marxistas, quienes se comprometen a defender palabra por palabra las doctrinas de Marx y Engels”, mientras que se pasa por alto hasta qué punto sus conceptos fundamentales han sido utilizados como fundamento de las políticas de “igualdad”.
Las políticas de igualdad sustituyen a menudo la noción de conflicto racial, por las nociones marxistas de conflicto de clases, y ocultan sus raíces marxistas adoptando términos como “diversidad, equidad e inclusión”, o la nueva terminología “comunidad, oportunidad y pertenencia”. Para ilustrar la influencia del pensamiento marxista en los debates sobre la igualdad racial, un buen ejemplo es una de las doctrinas del marxismo descriptas por von Mises:
[El marxismo] negaba que la lógica fuera universalmente válida para toda la humanidad y para todas las épocas … El pensamiento, afirmaba, estaba determinado por la clase de los pensadores; Era, de hecho, una “superestructura ideológica” de sus intereses de clase. El razonamiento que había refutado la idea socialista se “reveló” como razonamiento “burgués”, una apología del capitalismo.
Siguiendo el mismo razonamiento, las teorías críticas de la raza niegan que la lógica sea universalmente válida para todas las razas. Sustituyen “raza” por “clase”, vinculando directamente las preocupaciones raciales con las preocupaciones de clase marxistas. Declaran que todo lo escrito por personas blancas trata sobre “intereses blancos”, se basa en “razonamiento blanco” y, de hecho, es una apología del colonialismo.
Así como el marxismo afirma que el pensamiento condiciona la clase, argumentan que la raza condiciona el pensamiento. Afirman que la economía es “blanca”, habiendo sido “creada” por economistas blancos; por lo tanto, economistas negros como Thomas Sowell o Walter E. Williams simplemente reflejan la economía “blanca” y deberían, por lo tanto, ser ignorados por los lectores negros. Su argumento es que la economía se basa en un razonamiento “racista”, lo cual no aplica cuando las minorías raciales o sus “aliados” antirracistas están al mando. Cualquier contraargumento puede, convenientemente, ser descartado como “blancura”. De ello se desprende que, así como según el marxismo los intereses de la clase trabajadora jamás podrán unificarse con los de la burguesía, tampoco los intereses de blancos y negros podrán unificarse.
Al pensar en estrategias para desenmascarar los múltiples disfraces del socialismo, debemos tener presente la advertencia de von Mises: no podemos oponernos al socialismo adoptando los mismos dogmas que los socialistas. Hacerlo equivale a caer en la trampa socialista. Un buen ejemplo de esta trampa es el intento de desafiar a la DEI implementando una “mejor” DEI; o de oponerse al principio antidiscriminatorio sugiriendo fundamentos nuevos o refinados para aplicarlo.
Por ejemplo, algunos opositores a la DEI argumentan que es incorrecto obligar a un empleador a contratar a alguien por motivos de raza, por lo que su solución es obligarlo a contratar según el mérito. No se dan cuenta de que, en ambos casos, se ha invocado el uso de la fuerza contra el empleador, o quizás piensan que, ya que no podemos escapar del uso de la fuerza estatal, sería mejor emplearla en una dirección más meritoria. Han olvidado el principio de no agresión que establece que el uso de la fuerza estatal es incorrecto. Por inalcanzable que parezca ahora este principio, especialmente a medida que crece la plantilla gubernamental, debe ser tenido bien presente como el objetivo por el que los “amantes de la libertad, la prosperidad y la civilización”, como dijo von Mises, deben esforzarse continuamente.
Murray N. Rothbard también aborda esta cuestión en Por una nueva libertad. Se pregunta: “¿Cómo podemos llegar de aquí a allá, de nuestro actual mundo imperfecto y dominado por el estado, al gran objetivo de la libertad?”
Analiza las estrategias adoptadas por los marxistas, no por supuesto porque esté de acuerdo con sus objetivos, sino “porque [los marxistas] llevan pensando en estrategias para un cambio social radical más tiempo que cualquier otro grupo”. Cuando una ideología se vuelve tan omnipresente como el socialismo actual, no puede ser contrarrestada sin considerar seriamente las implicancias de largo plazo de las propuestas políticas inmediatas.
Ésto suele ser pasado por alto ante el entusiasmo generalizado de que, por fin, pronto veremos el fin de la DEI. Se tiende a suponer que si es necesario desplegar la tiranía estatal para deshacerse de la ruin DEI, que así sea. Pero ver el fin de la DEI no es el objetivo final; acabar con aquélla es un paso importante hacia el objetivo final de la libertad. Rothbard argumenta que, si bien los programas graduales y prácticos, con buenas posibilidades de adopción inmediata, desempeñan un papel importante, a menudo corremos el grave peligro de perder por completo de vista el objetivo final, el libertario. En el contexto de los debates sobre la DEI, el objetivo de la libertad reside en la defensa de la libertad de expresión, la libertad de contrato, la libertad de asociación, y el derecho a la propiedad privada.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko