Más falsedades sobre la Segunda Guerra Mundial

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    Las muchas falsedades de la Segunda Guerra Mundial

    La Segunda Guerra Mundial es considerada el mayor conflicto militar de la historia de la humanidad, y se convirtió en el acontecimiento que dio forma a nuestro mundo moderno, con su relato en decenas de miles de libros. Pero en los últimos cinco años he publicado una larga serie de artículos que aportan elementos de la historia que están marcadamente −a veces incluso de manera impactante− en desacuerdo con la narrativa standard.

    Hace aproximadamente un año produje colecciones impresas de mis escritos y las puse a disposición en Amazon, y uno de esos volúmenes incluía la mayoría de mis ensayos sobre la Segunda Guerra Mundial.

    Incluso si alguien hubiera visto previamente algunos de mis artículos cuando aparecieron originalmente hace cuatro o cinco años, el impacto de leerlos juntos en un libro físico fue mucho mayor. Mike Whitney me dijo que había encontrado el material histórico de mi colección sobre la Segunda Guerra Mundial tan asombroso, que había leído el volumen completo tres veces por separado, por lo que sugirió entrevistarme sobre algunos de los temas principales.

    Me envió ocho preguntas abiertas y, a partir de ellas, destilé y resumí el material que había publicado previamente. El texto resultante tenía más de 12.000 palabras, pero apenas era una décima parte de la extensión total original.

    Aunque la Segunda Guerra Mundial terminó hace más de tres generaciones, yo había argumentado que todavía conservaba una enorme relevancia actual, y él seleccionó apropiadamente una de mis oraciones como cita marco para toda la entrevista:

    Gran parte de la legitimidad política del gobierno estadounidense actual y de sus diversos estados vasallos europeos, se basa en una historia narrativa particular de la Segunda Guerra Mundial, y cuestionar esa versión podría tener consecuencias políticas nefastas.

    Mi reconstrucción de la verdadera historia de la guerra fue excepcionalmente provocadora y controvertida, como lo indican mis párrafos finales:

    A raíz de los ataques del 11 de Septiembre, los neoconservadores judíos llevaron a Estados Unidos en estampida hacia la desastrosa guerra de Irak y la consiguiente destrucción de Oriente Medio, mientras los presentadores de nuestra TV afirmaban sin cesar “Saddam Hussein es otro Hitler”. Desde entonces, hemos oído con regularidad el mismo slogan repetido en diversas versiones modificadas, diciendo “Muammar Gaddafi es otro Hitler”, o “Mahmoud Ahmadinejad es otro Hitler”, o “Vladimir Putin es otro Hitler”, o incluso “Hugo Chávez es otro Hitler”. Durante los últimos dos años, nuestros medios de comunicación estadounidenses han estado incesantemente saturados con la afirmación “Donald Trump es otro Hitler”.

    A principios de la década de 2000, obviamente reconocí que el gobernante de Irak era un tirano severo, pero me reí de la absurda propaganda mediática, sabiendo perfectamente bien que Saddam Hussein no era Adolf Hitler. Pero con el crecimiento constante de Internet y la disponibilidad de los millones de páginas de publicaciones periódicas proporcionadas por mi proyecto de digitalización, me ha sorprendido bastante descubrir gradualmente también que Adolf Hitler no era Adolf Hitler.

    Tal vez no sea del todo correcto afirmar que la historia de la Segunda Guerra Mundial fue que Franklin Roosevelt intentó escapar de sus dificultades internas orquestando una gran guerra europea contra la próspera y pacífica Alemania nazi de Adolf Hitler. Pero creo que esa imagen es probablemente algo más cercana a la realidad histórica real, que la imagen invertida que se encuentra más comúnmente en nuestros libros de texto.

    Había pensado que este largo artículo tendría éxito, pero superó fácilmente todas mis expectativas, y el tráfico inicial fue mucho mayor que cualquier cosa que haya publicado en muchos años. En los primeros seis días, la entrevista había atraído más lectores que cualquier otro artículo en nuestro sitio web que había acumulado durante los seis meses anteriores. Y aunque mi largo artículo parecía cruzar audazmente todas las líneas rojas prohibidas en la historia convencional, la reacción también fue sorprendentemente favorable, incluida crítica mucho menos furiosa que la que esperaba encontrar.

    De hecho, algunas de las respuestas fueron notablemente alentadoras. Por ejemplo, recibí una nota lastimera y comprensiva de un eminente académico internacional, figura mayor y de la corriente dominante, especializado en cuestiones de derechos humanos y autor de muchos excelentes libros, varios de los cuales yo había leído.

    Explicó que durante 1972-1975 había realizado una extensa investigación de archivo sobre la guerra, y también había entrevistado a docenas de las figuras clave sobrevivientes de ambos bandos, incluidas muchas de las más altas jerarquías, y había descubierto que la historia oficial que nos habían enseñado a todos era simplemente un montón de mentiras. Pero

    “… nunca publiqué mi investigación, porque es inútil en un mundo que quiere que le mientan. La historia convencional es una vergüenza, contrariamente al testimonio de testigos oculares, contrariamente a los documentos de los archivos …”. “Siento lo mismo que usted: no sólo hay noticias falsas, sino también historia falsa, leyes falsas, diplomacia falsa y democracia falsael nivel de falsificación de la historia es espantoso”.

    Mi presentación de la verdadera historia de la Segunda Guerra Mundial fue organizada mediante ocho preguntas independientes, las que pueden ser exploradas de esa manera:

    También puede leer el artículo completo en:

    Entrevista de Mike Whitney con Ron Unz

    Ron Unz y Mike Whitney • The Unz Review • 12 de Junio de 2023 • 12 600 Palabras

    Pero aunque mis respuestas ocupaban unas larguísimas 12.000 palabras, ni siquiera eso era suficiente para incluir varias de las “historias ocultas” más importantes de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, ahora las ofrezco en este artículo de seguimiento.

    La hipótesis Suvorov

    En 1990, el prestigioso Times Literary Supplement publicó una larga reseña de Icebreaker [Rompehielos], libro recién publicado, que buscaba audazmente revertir toda nuestra historia establecida de la Segunda Guerra Mundial:

    [Suvorov] está discutiendo con cada libro, cada artículo, cada película, cada directiva de la OTAN, cada suposición de Downing Street, cada empleado del Pentágono, cada académico, cada comunista y anticomunista, cada intelectual neoconservador, cada canción, poema, novela y pieza musical soviética jamás escuchada, escrita, hecha, cantada, emitida, producida o nacida durante los últimos 50 años. Por esta razón, Icebreaker es la obra de historia más original que he tenido el privilegio de leer.

    Como expliqué en mi artículo de 2018:

    El autor de Icebreaker, que escribía bajo el seudónimo de Viktor Suvorov, era un veterano oficial de inteligencia militar soviético que desertó a Occidente en 1978, y posteriormente publicó una serie de libros bien considerados sobre los servicios militares y de inteligencia soviéticos. Pero aquí presentó una tesis mucho más radical.

    La “hipótesis Suvorov” afirmaba que durante el verano de 1941 Stalin estaba a punto de lanzar una invasión y conquista masiva de Europa, mientras que el ataque repentino de Hitler del 22 de Junio de ese año, tenía como objetivo prevenir ese golpe inminente.

    Desde 1990, las obras de Suvorov han sido traducidas a por lo menos 18 idiomas, y una tormenta internacional de controversia académica se ha arremolinado en torno de la Hipótesis Suvorov en Rusia, Alemania, Israel y otros lugares. Numerosos otros autores han publicado libros en apoyo o, más a menudo, en fuerte oposición, e incluso han sido celebradas conferencias académicas internacionales para debatir la teoría. Pero nuestros propios medios de comunicación en lengua inglesa han incluido en la lista negra y han ignorado casi por completo este debate internacional en curso, hasta tal punto que el nombre del historiador militar más leído que jamás haya existido, me ha permanecido totalmente desconocido.

    Finalmente, en 2008 la prestigiosa Naval Academy Press de Annapolis decidió romper este embargo intelectual de 18 años, y publicó una edición actualizada en inglés de la obra de Suvorov. Pero una vez más, nuestros medios de comunicación desviaron casi por completo la mirada, y sólo apareció una reseña en una oscura publicación ideológica, donde la encontré por casualidad. Ésto demuestra de manera concluyente que durante la mayor parte del siglo XX, un frente unido de editoriales y medios de comunicación en lengua inglesa pudo mantener fácilmente su boicot sobre cualquier asunto importante, asegurando que casi nadie en Estados Unidos ni en el resto de la anglosfera se enterara jamás de ello. Sólo con el reciente auge de Internet ha comenzado a cambiar esta desalentadora situación.

    El frente oriental fue el teatro decisivo de la Segunda Guerra Mundial, en el que participaron fuerzas militares mucho mayores que las desplegadas en Occidente o en el Pacífico, con narrativa standard siempre enfatizando la ineptitud y la debilidad de los soviéticos. El 22 de Junio de 1941, Hitler lanzó Operación Barbarroja, un ataque sorpresa masivo y repentino contra la URSS, el que tomó al Ejército Rojo completamente desprevenido. Stalin ha sido regularmente ridiculizado por su total falta de preparación, y a menudo se ha descrito a Hitler como el único hombre en el que el dictador paranoico había confiado plenamente. Aunque las fuerzas soviéticas que defendían el país eran enormes, estaban mal dirigidas, ya que sus cuerpos de oficiales todavía no se habían recuperado de las devastadoras purgas de finales de los años ´30, y su obsoleto equipo y sus deficientes tácticas no eran en absoluto rivales para las modernas divisiones Panzer de la hasta entonces invicta Wehrmacht alemana. Los rusos sufrieron pérdidas gigantescas al principio, y sólo la llegada del invierno y la gran extensión de su territorio, los salvaron de una derrota rápida. Después de ésto, la guerra se balanceó de un lado a otro durante cuatro años más, hasta que la superioridad numérica y las tácticas mejoradas llevaron finalmente a los soviéticos a las calles de un Berlín destruido en 1945.

    Tal es la interpretación tradicional de la titánica lucha ruso-alemana que vemos repetida sin cesar en todos los periódicos, libros, documentales televisivos y películas que nos rodean.

    Pero la investigación seminal de Suvorov sostenía que la realidad fue completamente diferente.

    En primer lugar, aunque ha existido una creencia generalizada en la superioridad de la tecnología militar alemana, sus tanques y sus aviones, ésto es casi enteramente mitológico. En realidad, los tanques soviéticos eran muy superiores en armamento principal, blindaje y maniobrabilidad a sus homólogos alemanes, tanto que la abrumadora mayoría de los Panzers estaban casi obsoletos en comparación. Y la superioridad soviética en número era aún más extrema, ya que Stalin desplegó muchas veces más tanques que el total combinado de los que tenían Alemania y todas las demás naciones del mundo: 27.000 contra sólo 4.000 en las fuerzas de Hitler. Incluso en tiempos de paz, una sola fábrica soviética en Jarkov produjo más tanques en cada período de seis meses que todo el Tercer Reich había construido antes de 1940. Los soviéticos tenían una superioridad similar, aunque algo menos extrema, en sus bombarderos de ataque terrestre. La naturaleza totalmente cerrada de la URSS significaba que esas enormes fuerzas militares permanecían completamente ocultas a los observadores externos.

    También hay pocas pruebas de que la calidad de los oficiales soviéticos o la doctrina militar fueran deficientes. De hecho, a menudo olvidamos que el primer ejemplo exitoso de “guerra relámpago” en la historia de la guerra moderna fue la aplastante derrota que Stalin infligió en Agosto de 1939 al 6º Ejército japonés en Mongolia Exterior, recurriendo a un masivo ataque sorpresa de tanques, bombarderos e infantería móvil.

    Es cierto que muchos aspectos de la maquinaria militar soviética eran primitivos, pero lo mismo podía decirse de sus oponentes nazis. Tal vez el detalle más sorprendente de la tecnología de la Wehrmacht invasora en 1941, fue que su sistema de transporte era casi totalmente premoderno, y dependía de carros y carretas tiradas por 750.000 caballos para mantener el flujo vital de municiones y reemplazos para sus ejércitos en avance.

    Durante la primavera de 1941, los soviéticos habían reunido una gigantesca fuerza blindada en la frontera alemana, que incluso contenía una enorme cantidad de tanques especializados, cuyas características inusuales demostraban claramente los objetivos puramente ofensivos de Stalin. Por ejemplo, el coloso soviético incluía 6.500 tanques de autopista de alta velocidad, casi inútiles dentro del territorio soviético, pero ideales para su despliegue en la red de autopistas de Alemania; y 4.000 tanques anfibios, capaces de navegar por el Canal de la Mancha y conquistar Gran Bretaña.

    Los soviéticos también desplegaron muchos miles de tanques pesados, destinados a enfrentar y derrotar a los blindados enemigos, mientras que los alemanes no tenían ninguno. En combate directo, un KV-1 o KV-2 soviético podía destruir fácilmente cuatro o cinco de los mejores tanques alemanes, sin dejar de ser casi invulnerable a los proyectiles enemigos. Suvorov relata el ejemplo de un KV que recibió 43 impactos directos antes de quedar finalmente incapacitado, rodeado por los cascos de los diez tanques alemanes que había logrado destruir primero.

    La reconstrucción que hace Suvorov de las semanas inmediatamente anteriores al estallido del combate es fascinante, y pone de relieve las acciones que llevaron a cabo los ejércitos soviético y alemán, las que son imágenes especulares. Cada bando trasladó sus mejores unidades de ataque, aeródromos y depósitos de municiones cerca de la frontera, ideal para un ataque pero muy vulnerable en la defensa. Ambos bandos desactivaron cuidadosamente los campos de minas restantes y arrancaron los obstáculos de alambre de púas, para que no obstaculizaran el ataque inminente. Ambos bandos hicieron lo posible por camuflar sus preparativos, hablando en voz alta de paz mientras, se preparaban para una guerra inminente. El despliegue soviético había comenzado mucho antes, pero como sus fuerzas eran mucho mayores y tenían que cruzar distancias mucho mayores, aún no estaban del todo preparados para su ataque cuando los alemanes atacaron y, con ello, destrozaron la conquista de Europa planeada por Stalin.

    Todos los ejemplos anteriores de sistemas de armas y decisiones estratégicas soviéticas parecen muy difíciles de ser explicadas bajo la narrativa defensiva convencional. Pero tienen perfecto sentido si la orientación de Stalin desde 1939 en adelante fue siempre ofensiva, y decidió que el verano de 1941 fue el momento de atacar y ampliar su Unión Soviética para incluir a todos los estados europeos, tal como Lenin había planeado originalmente. Y Suvorov proporciona muchas docenas de ejemplos adicionales, construyendo ladrillo por ladrillo un caso muy convincente para esta teoría.

    Dados los largos años de guerra de trincheras en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, casi todos los observadores externos esperaban que la nueva ronda del conflicto siguiera un patrón estático muy similar, agotando gradualmente a todos los bandos. Pero el mundo se sorprendió cuando las tácticas innovadoras de Alemania le permitieron lograr una derrota relámpago de los ejércitos aliados en Francia durante 1940. En ese momento, Hitler consideró que la guerra estaba esencialmente terminada, y confiaba en que las condiciones de paz extremadamente generosas que ofreció de inmediato a los británicos pronto conducirían a un acuerdo final. En consecuencia, devolvió a Alemania a una economía normal en tiempos de paz, y prefirió la mantequilla en lugar de las armas para mantener su alta popularidad interna.

    Stalin, sin embargo, no estaba sujeto a tales restricciones políticas y, desde el momento en que firmó su acuerdo de paz de largo plazo con Hitler en 1939, y dividió Polonia, aumentó aún más su economía de guerra total. Embarcándose en una acumulación militar sin precedentes, centró su producción casi por completo en sistemas de armas puramente ofensivas, mientras que incluso suspendió aquellos armamentos más adecuados para la defensa y desmanteló sus anteriores líneas de fortificaciones. En 1941, su ciclo de producción estaba completo y trazó sus planes en consecuencia.

    Y así, tal como en nuestra narrativa tradicional, vemos que en las semanas y meses previos a Barbarroja, la fuerza militar ofensiva más poderosa en la historia del mundo se reunió silenciosamente en secreto a lo largo de la frontera germano-rusa, preparándose para la orden que desencadenaría su ataque sorpresa. La fuerza aérea del enemigo, que no estaba preparada, debía ser destruida en tierra en los primeros días de la batalla, y enormes columnas de tanques iniciarían profundos ataques de penetración, rodeando y atrapando a las fuerzas enemigas, logrando una victoria clásica de Blitzkrieg, y asegurando la rápida ocupación de vastos territorios. Pero las fuerzas que preparaban esta guerra de conquista sin precedentes eran las de Stalin, y su coloso militar seguramente se habría apoderado de toda Europa, probablemente seguida pronto por el resto de la masa continental euroasiática.

    Luego, casi en el último momento, repentinamente Hitler advirtió la trampa estratégica en la que había caído, y ordenó a sus tropas, superadas en número y armamento, que lanzaran un desesperado ataque sorpresa contra los soviéticos, que se estaban reuniendo. Fortuitamente los atrapó en el punto en el que sus propios preparativos finales para un ataque repentino los habían dejado más vulnerables, y de ese modo arrebató una importante victoria inicial de las fauces de una derrota segura. Se habían colocado enormes reservas de municiones y armas soviéticas cerca de la frontera para abastecer al ejército que invadiría Alemania, y éstas cayeron rápidamente en manos alemanas, lo que supuso un importante aumento de sus propios recursos, lamentablemente inadecuados.

    Para quienes prefieran acceder la información de Suvorov en un formato diferente, su conferencia pública de Octubre de 2009 en la Academia Naval de los Estados Unidos está disponible en Youtube:

    A principios de ese mismo año, su conferencia en el Centro Woodrow Wilson había sido transmitida por C-SPAN Book TV.

    Naturalmente, leí algunos de los libros que supuestamente refutan la tesis de Suvorov, como los de los historiadores David M. Glantz y Gabriel Gorodetsky, pero los encontré poco convincentes.

    Un libro mucho mejor, que en general apoyaba el marco de Suvorov, fue La guerra de aniquilación de Stalin, del galardonado historiador militar alemán Joachim Hoffmann, encargado originalmente por las Fuerzas Armadas alemanas y publicado en 1995, con una edición revisada en inglés que apareció en 2001. La portada lleva un aviso de que el texto fue aprobado por los censores del gobierno alemán, y la introducción del autor relata las repetidas amenazas de procesamiento que sufrió por parte de funcionarios electos, y los otros obstáculos legales que enfrentó, mientras que en otros lugares se dirige directamente a las autoridades gubernamentales invisibles que sabe que están leyendo por encima de su hombro. Cuando salirse demasiado de los límites de la historia aceptada conlleva el grave riesgo de que se queme toda la tirada de un libro y se encarcele al autor, el lector debe ser necesariamente cauteloso al evaluar el texto, ya que importantes secciones han sido sesgadas o eliminadas de forma preventiva, en aras de la autopreservación. Los debates académicos sobre cuestiones históricas se vuelven difíciles, cuando una de las partes se enfrenta al encarcelamiento si sus argumentos son demasiado audaces.

    Ron Unz • The Unz Review • 4 de Junio de 2018 • 4.200 palabras

    Más recientemente, la excelente historia de 2021 de Sean McMeekin, Stalin’s War, ha proporcionado una gran cantidad de evidencia adicional que respalda firmemente la teoría de que el dictador soviético había concentrado sus enormes fuerzas ofensivas en la frontera alemana, y posiblemente se estaba preparando para invadir y conquistar Europa, cuando Hitler atacó primero.

    La reseña original de Icebreaker en el Times of London de 1990 había sido escrita por Andrei Navrozov, un emigrado soviético residente desde hacía mucho tiempo en Gran Bretaña. Como eslavo-ruso, no era precisamente partidario del dictador alemán, pero aceptó la notable teoría de Suvorov de que sólo el ataque de Hitler con Operación Barbarroja había impedido la conquista de toda Europa por parte de Stalin, y cerró su debate del vigésimo aniversario con una poderosa declaración:

    Por lo tanto, si alguno de nosotros es libre de escribir, publicar y leer ésto hoy, se deduce que en una parte nada desdeñable, nuestra gratitud por ésto es debida a Hitler. Y si alguien quiere arrestarme por decir lo que acabo de decir, no oculto dónde vivo.

    La asociación económica nazi-sionista de los años ´30

    Hace cuarenta años, The New York Times y otros periódicos importantes publicaron algunas revelaciones sorprendentes sobre las actividades de Yitzhak Shamir en tiempos de guerra, quien entonces se desempeñaba como primer ministro de Israel. Las analicé en un artículo de 2018:

    Al parecer, a fines de los años ´30, Shamir y su pequeña facción sionista se habían convertido en grandes admiradores de los fascistas italianos y de los nazis alemanes, y después de que estallara la Segunda Guerra Mundial, habían hecho repetidos intentos de contactar a Mussolini y a los líderes alemanes en 1940 y 1941, con la esperanza de alistarse en las Potencias del Eje como su filial palestina, y emprender una campaña de ataques y espionaje contra las fuerzas británicas locales, para luego compartir el botín político después del inevitable triunfo de Hitler.

    Entre otras cosas, había largos extractos de las cartas oficiales enviadas a Mussolini, denunciando ferozmente los sistemas democráticos “decadentes” de Gran Bretaña y Francia, a los que se oponía, y asegurando a Il Duce que esas ridículas nociones políticas no tendrían cabida en el futuro en el estado cliente totalitario judío que esperaban establecer bajo sus auspicios en Palestina.

    Resulta que tanto Alemania como Italia estaban preocupadas por cuestiones geopolíticas más amplias en ese momento, y dado el pequeño tamaño de la facción sionista de Shamir, no parece que esos esfuerzos hayan dado mucho resultado. Pero la idea de que el actual Primer Ministro del Estado judío hubiera pasado sus primeros años de guerra como un aliado nazi no correspondido, fue sin duda algo que quedó grabado en la mente, no del todo conforme con la narrativa tradicional de esa época que yo siempre había aceptado.

    Lo más notable es que la revelación del pasado pro-Eje de Shamir parece haber tenido sólo un impacto relativamente menor en su posición política dentro de la sociedad israelí. Yo creo que cualquier figura política estadounidense que hubiera apoyado una alianza militar con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, habría tenido muchas dificultades para sobrevivir al escándalo político resultante, y seguramente lo mismo sería cierto para los políticos de Gran Bretaña, Francia o la mayoría de las demás naciones occidentales. Pero, aunque ciertamente hubo algo de vergüenza en la prensa israelí, especialmente después de que la impactante historia llegara a los titulares internacionales, aparentemente la mayoría de los israelíes tomaron el asunto con calma; ​​Shamir permaneció en el cargo durante otro año, y luego cumplió un segundo mandato mucho más largo como Primer Ministro, entre 1986 y 1992. Al parecer, los judíos de Israel consideraban a la Alemania nazi de manera muy diferente a la de la mayoría de los estadounidenses, y más aún a la de la mayoría de los judíos estadounidenses.

    Estas notables revelaciones históricas fueron el producto de una extensa investigación realizada por Lenni Brenner, un antisionista orígenes judíos y de convicción trotskista, quien había publicado en su libro de 1983 El sionismo en la era de los dictadores, así como en su volumen complementario posterior, 51 Documentos: La colaboración sionista con los nazis.

    La portada de la edición de bolsillo de 2014 del libro de Brenner muestra la medalla conmemorativa acuñada por la Alemania nazi para marcar su alianza sionista, con una estrella de David en la cara frontal y una svastica en el anverso. Pero, curiosamente, este medallón simbólico no tenía en realidad absolutamente ninguna conexión con los intentos fallidos de la pequeña facción de Shamir de organizar una alianza militar nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

    Aunque los alemanes prestaron poca atención a las súplicas de esa organización menor, el movimiento sionista dominante −mucho más grande e influyente− de Chaim Weizmann y David Ben-Gurion, era algo completamente distinto. Durante la mayor parte de la década de 1930, estos otros sionistas habían formado una importante alianza económica con la Alemania nazi, basada en una evidente comunión de intereses. Después de todo, Hitler consideraba que 1% de la población judía de Alemania era un elemento perturbador y potencialmente peligroso, del que quería deshacerse, y Oriente Próximo parecía un destino tan bueno para ellos como cualquier otro. Mientras tanto, los sionistas tenían objetivos muy similares, y la creación de su nueva patria nacional en Palestina requería obviamente tanto inmigrantes judíos como inversión financiera judía.

    Después de que Hitler fuera nombrado canciller en 1933, los judíos indignados de todo el mundo lanzaron rápidamente un boicot económico, con la esperanza de poner de rodillas a Alemania. El Daily Express de Londres publicó su famoso titular: “Judea declara la guerra a Alemania”. La influencia política y económica judía, entonces como ahora, era muy considerable y, en lo más profundo de la Gran Depresión, la empobrecida Alemania necesitaba exportar o morir, por lo que un boicot a gran escala en los principales mercados planteaba una amenaza potencialmente grave. Pero esta situación proporcionó a los grupos sionistas una excelente oportunidad para ofrecer a los alemanes un medio para romper ese embargo comercial, y exigieron condiciones favorables para la exportación de productos manufacturados alemanes de alta calidad a Palestina, junto con los judíos alemanes que los acompañaran. Una vez que se supo de este importante Ha’avara o “Acuerdo de Transferencia” con los nazis en una Convención Sionista de 1933, muchos judíos y sionistas se indignaron, conduciendo a divisiones y controversias. Pero el acuerdo económico era demasiado bueno para resistirlo: siguió adelante y creció rápidamente.

    Es difícil exagerar la importancia que tuvo el pacto nazi-sionista para la creación de Israel. Según un análisis de 1974 publicado en Jewish Frontier y citado por Brenner, entre 1933 y 1939 más de 60% de toda la inversión en la Palestina judía provino de la Alemania nazi. El empobrecimiento mundial debido a la Gran Depresión había reducido drásticamente el apoyo financiero judío de todas las demás fuentes, y Brenner sugiere razonablemente que sin el respaldo financiero de Hitler, la naciente colonia judía, tan pequeña y frágil, fácilmente podría haberse marchitado y muerto durante ese difícil período.

    Tal conclusión conduce a hipótesis fascinantes. Cuando me topé por primera vez con referencias al Acuerdo de Ha’avara en sitios web aquí y allá, uno de los comentaristas que mencionaba el asunto sugirió medio en broma que si Hitler hubiera ganado la guerra, seguramente se le habrían construido estatuas por todo Israel, y que hoy los judíos de todo el mundo lo reconocerían como el heroico líder gentil que había desempeñado el papel central en el restablecimiento de una patria nacional para el pueblo judío en Palestina, después de casi 2000 años de amargo exilio.

    Esta clase de asombrosa posibilidad contrafáctica no es tan absurda como podría sonar a nuestros oídos actuales. Debemos reconocer que nuestra comprensión histórica de la realidad está moldeada por los medios de comunicación, y los medios de comunicación están controlados por los ganadores de las principales guerras y sus aliados, y a menudo se excluyen detalles inconvenientes para evitar confundir al público. Es innegable que en su libro de 1924 Mein Kampf, Hitler escribió todo tipo de cosas hostiles y desagradables sobre los judíos, especialmente aquellos que eran inmigrantes recientes de Europa del Este, pero cuando leí el libro en la escuela secundaria, me sorprendió un poco descubrir que estos sentimientos antijudíos no parecían centrales en su texto. Además, sólo un par de años antes, una figura pública mucho más prominente, como el ministro británico Winston Churchill, había publicado sentimientos casi tan hostiles y desagradables, centrándose en los monstruosos crímenes que estaban cometiendo los judíos bolcheviques. En Las lágrimas de Esaú, de Albert Lindemann, me sorprendió descubrir que el autor de la famosa Declaración Balfour, la base del proyecto sionista, aparentemente también era bastante hostil hacia los judíos, y que un elemento de su motivación probablemente era su deseo de excluirlos de Gran Bretaña.

    Una vez que Hitler consolidó el poder en Alemania, rápidamente proscribió todas las demás organizaciones políticas, y sólo fueron legalmente permitidos el Partido Nazi y los símbolos políticos nazis. Pero fue hecha una excepción especial para los judíos alemanes, y al Partido Sionista local de Alemania se le concedió status legal completo, con marchas sionistas, uniformes sionistas y banderas sionistas, todo ello plenamente permitido. Bajo Hitler, hubo una estricta censura de todas las publicaciones alemanas, pero el periódico sionista semanal era libremente vendido en todos los quioscos y esquinas. La idea clara parecía ser que un Partido Nacional Socialista Alemán era el hogar político adecuado para la mayoría alemana del país de 99%, mientras que el nacionalsocialismo sionista cumpliría el mismo papel para la pequeña minoría judía.

    En 1934, los líderes sionistas invitaron a un importante funcionario de las SS a pasar seis meses visitando el asentamiento judío en Palestina, y a su regreso, fueron publicadas sus muy favorables impresiones sobre la creciente empresa sionista, como una enorme serie de 12 partes en Der Angriff de Joseph Goebbels, órgano de comunicación insignia del Partido Nazi, con el descriptivo título “Un nazi va a Palestina”. En su crítica muy furiosa de 1920 a la actividad bolchevique judía, Churchill había sostenido que el sionismo estaba enzarzado en una feroz batalla con el bolchevismo por el alma del judaísmo europeo, y que sólo su victoria podría asegurar futuras relaciones amistosas entre judíos y gentiles. Basándose en la evidencia disponible, Hitler y muchos de los otros líderes nazis parecían haber llegado a una conclusión bastante similar a mediados de la década de 1920.

    En 1934, los dirigentes sionistas invitaron a un importante funcionario de las SS a pasar seis meses visitando el asentamiento judío en Palestina y, a su regreso, sus impresiones muy favorables sobre la creciente iniciativa sionista se publicaron en una serie masiva de 12 partes en Der Angriff de Joseph Goebbels, el principal órgano de comunicación del Partido Nazi, con el descriptivo título “Un nazi va a Palestina”. En su muy enfadada crítica de 1920 a la actividad bolchevique judía, Churchill había argumentado que el sionismo estaba enzarzado en una feroz batalla con el bolchevismo por el alma del judaísmo europeo y que sólo su victoria podría asegurar futuras relaciones amistosas entre judíos y gentiles. Basándose en las pruebas disponibles, Hitler y muchos de los otros dirigentes nazis parecían haber llegado a una conclusión bastante similar a mediados de la década de 1930.

    La muy incómoda verdad es que las duras caracterizaciones de la diáspora judía que se encuentran en las páginas de Mein Kampf, no eran tan diferentes de las expresadas por los padres fundadores del sionismo y sus líderes posteriores, por lo que la cooperación entre esos dos movimientos ideológicos no fue tan sorprendente.

    También fue bastante irónico el papel de Adolf Eichmann, cuyo nombre probablemente hoy figura entre los más famosos de la media docena de nazis de la historia, debido a su secuestro en 1960 por agentes israelíes, seguido de su juicio público y ejecución como criminal de guerra. En realidad, Eichmann había sido una figura nazi central en la alianza sionista, incluso estudió hebreo y aparentemente se convirtió en una especie de filosemita durante los años de su estrecha colaboración con los principales líderes sionistas.

    Brenner es un prisionero de su ideología y sus creencias, y acepta sin cuestionamientos la narrativa histórica con la que fue criado. Parece que no le parece extraño que Eichmann fuera un socio filosemita de los sionistas judíos a finales de los años ´30, y que de repente se convirtiera en un asesino en masa de judíos europeos a principios de los años ´40, cometiendo voluntariamente los monstruosos crímenes por los que fue condenado a muerte por los israelíes.

    Es posible, sin duda; pero me lo pregunto. Un observador más cínico podría considerar una coincidencia muy extraña que el primer nazi destacado que los israelíes se esforzaron tanto por localizar y matar, fuera su antiguo aliado y colaborador político más cercano. Después de la derrota de Alemania, Eichmann había huido a Argentina; vivió allí tranquilamente durante varios años, hasta que su nombre reapareció en una célebre controversia de mediados de los años ´50 en torno de uno de sus principales socios sionistas, el que entonces vivía en Israel como respetado funcionario del gobierno, fue denunciado como colaborador nazi, finalmente fue declarado inocente después de un célebre juicio, y más tarde fue asesinado por antiguos miembros de la facción de Shamir.

    Después de esa controversia en Israel, supuestamente Eichmann concedió una larga entrevista personal a un periodista nazi holandés, y aunque no fue publicada en su momento, tal vez se haya corrido la voz de su existencia. El nuevo estado de Israel tenía apenas unos pocos años de existencia en ese momento, y era muy frágil política y económicamente, desesperadamente dependiente de la buena voluntad y el apoyo de Estados Unidos, y de donantes judíos de todo el mundo. Su notable antigua alianza nazi era un secreto profundamente reprimido, cuya divulgación pública podría haber tenido consecuencias absolutamente desastrosas.

    Según la versión de la entrevista publicada más tarde como artículo en dos partes en la revista Life, aparentemente las declaraciones de Eichmann no tocaron el mortal asunto de la asociación nazi-sionista de los años ´30. Pero seguramente los líderes israelíes debieron estar aterrorizados de no tener tanta suerte la próxima vez, por lo que podemos especular que la eliminación de Eichmann se convirtió de repente en una prioridad nacional, y fue localizado y capturado en 1960. Es de suponer que se emplearon medios duros para persuadirlo de que no revelara ninguno de estos peligrosos secretos de antes de la guerra en su juicio en Jerusalén, y uno podría preguntarse si la razón por la que lo mantuvieron en una cabina de vidrio cerrada fue para asegurar que el sonido pudiera cortarse rápidamente si comenzaba a desviarse del guión acordado. Todo este análisis es puramente especulativo, pero el papel de Eichmann como figura central en la asociación nazi-sionista de la década de 1930 es un hecho histórico innegable.

    Ron Unz • The Unz Review • 6 de Agosto de 2018 • 6.800 palabras

    Los soldados judíos de Hitler

    Una vez que comenzó la Segunda Guerra Mundial, esta asociación nazi-sionista terminó rápidamente por razones obvias. Alemania estaba ahora en guerra con el Imperio Británico, y las transferencias financieras a la Palestina gobernada por los británicos ya no eran posibles. Además, los palestinos árabes se habían vuelto bastante hostiles hacia los inmigrantes judíos, de quienes con razón temían que pudieran eventualmente desplazarlos, y una vez que los alemanes se vieron obligados a elegir entre mantener su relación con un movimiento sionista relativamente pequeño, o ganar la simpatía política de un vasto mar de árabes y musulmanes de Oriente Medio, su decisión fue natural. Los sionistas se enfrentaron a una elección similar, y especialmente una vez que la propaganda de guerra comenzó a denigrar tanto a los gobiernos alemán e italiano, su larga asociación anterior no era algo que quisieran que fuera ampliamente conocido.

    Sin embargo, exactamente en ese mismo momento, una conexión algo diferente e igualmente olvidada durante mucho tiempo entre los judíos y la Alemania nazi pasó de repente al primer plano.

    Como la mayoría de la gente en todas partes, el alemán medio, ya fuera judío o gentil, probablemente no era tan político, y aunque el sionismo había ocupado durante años un lugar privilegiado en la sociedad alemana, no está del todo claro cuántos judíos alemanes comunes le prestaban mucha atención. Las decenas de miles de personas que emigraron a Palestina durante ese período, lo hicieron posiblemente por motivos tanto económicos como de compromiso ideológico. Pero la guerra cambió las cosas de otras maneras.

    Ésto fue aún más cierto para el gobierno alemán. El estallido de una guerra mundial contra una poderosa coalición de los imperios británico y francés, a la que luego se sumaron la Rusia soviética y los Estados Unidos, impuso el tipo de enormes presiones que a menudo podían superar los escrúpulos ideológicos. Hace unos años descubrí un fascinante libro de Bryan Mark Rigg, Hitler’s Jewish Soldiers, publicado en 2002, un tratamiento académico de exactamente lo que implica el título. La calidad de este controvertido análisis histórico está indicada por las brillantes reseñas de numerosos expertos académicos, y un tratamiento extremadamente favorable por parte de un eminente académico de The American Historical Review.

    Obviamente, la ideología nazi se centraba abrumadoramente en la raza, y consideraba que la pureza racial era un factor crucial para la cohesión nacional. Los individuos que poseían una ascendencia no alemana sustancial eran vistos con considerable sospecha, y esta preocupación se amplificaba enormemente si esa mezcla era judía. Pero en una lucha militar contra una coalición opuesta, que poseía población y recursos industriales muchas veces superiores a los de Alemania, esos factores ideológicos podían ser superados con pragmatismo, y Rigg argumenta de manera convincente que unos 150.000 medio judíos o cuarto judíos sirvieron en las fuerzas armadas del Tercer Reich −porcentaje posiblemente no muy diferente de su proporción en la población general en edad militar.

    La población judía de Alemania, integrada y asimilada desde hacía mucho tiempo, siempre había sido desproporcionadamente urbana, adinerada y bien educada. En consecuencia, no es del todo sorprendente que gran proporción de estos soldados semijudíos que sirvieron a Hitler, fueran en realidad oficiales de combate, y no simples reclutas rasos; entre ellos había al menos 15 generales y almirantes semijudíos, y otra docena de cuarto judíos que tenían los mismos altos rangos. El ejemplo más notable fue el del mariscal de campo Erhard Milch, el poderoso segundo al mando de Hermann Goering, que desempeñó un papel operativo tan importante en la creación de la Luftwaffe. Sin duda, Milch tenía padre judío y, según algunas afirmaciones mucho menos fundamentadas, tal vez incluso su madre era judía también, mientras que su hermana estaba casada con un general de las SS.

    Es cierto que la propia SS, organización racialmente elitista, tenía en general normas de ascendencia mucho más estrictas, y hasta un rastro de ascendencia no aria era considerado normalmente un motivo de descalificación para ser miembro. Pero incluso en este caso la situación era a veces complicada, ya que corrían rumores generalizados de que Reinhard Heydrich, la figura de segundo rango de esa muy poderosa organización, tenía en realidad considerable ascendencia judía. Rigg investiga esa afirmación sin llegar a ninguna conclusión clara, aunque parece pensar que las pruebas circunstanciales en cuestión pueden haber sido utilizadas por otras figuras nazis de alto rango como punto de presión o extorsión contra Heydrich, quien se destacó como una de las figuras más importantes del Tercer Reich.

    Como ironía adicional, la mayoría de estos individuos tenían ascendencia judía por vía paterna y no materna, de modo que, aunque según la ley rabínica no eran judíos, a menudo sus apellidos evidenciaban sus orígenes parcialmente semíticos, aunque en muchos casos las autoridades nazis intentaron pasar por alto deliberadamente esta situación tan evidente. Como ejemplo extremo señalado por un crítico académico del libro, un medio judío que llevaba el apellido claramente no ario de Werner Goldberg, apareció con su fotografía en un periódico de propaganda nazi de 1939, con un epígrafe que lo describía como “El soldado alemán ideal”.

    El autor realizó más de 400 entrevistas personales a los semijudíos sobrevivientes y a sus familiares; éstos pintaron un cuadro muy variado de las dificultades que habían encontrado bajo el régimen nazi, las que variaban enormemente según las circunstancias particulares y las personalidades de quienes tenían autoridad sobre ellos. Una fuente importante de quejas era que, debido a su status, a los semijudíos a menudo se les negaban los honores militares o los ascensos que se habían ganado por derecho. Sin embargo, en condiciones especialmente favorables, también podían ser reclasificados legalmente como de “sangre alemana”, lo que eliminaba oficialmente cualquier mancha en su status.

    Incluso la política oficial parece haber sido bastante contradictoria y vacilante. Por ejemplo, cuando se le informó a Hitler sobre las humillaciones civiles que a veces se infligían a los padres completamente judíos de soldados medio judíos, él consideró que esa situación era intolerable, y declaró que o esos padres debían ser protegidos completamente contra esas indignidades, o todos los medio judíos debían ser licenciados y, finalmente en Abril de 1940, emitió un decreto que exigía ésto último. Sin embargo, esta orden fue en gran medida ignorada por muchos comandantes, o fue implementada a través de un sistema de honor que casi equivalía a “No preguntes, no digas”, por lo que una fracción considerable de los medio judíos permanecieron en el ejército si así lo deseaban. Y luego, en Julio de 1941, Hitler cambió un poco su postura y emitió un nuevo decreto que permitía a los medio judíos “dignos” que habían sido licenciados, regresar al ejército como oficiales, al tiempo que anunciaba que, después de la guerra, todos los cuarto judíos serían reclasificados como ciudadanos arios de “sangre alemana” plena.

    Se ha dicho que, después de que se plantearan preguntas sobre la ascendencia judía de algunos de sus subordinados, Goering respondió enfadado: “¡Yo decidiré quién es judío!”, y esa actitud parece captar razonablemente parte de la complejidad y la naturaleza subjetiva de la situación social.

    Curiosamente, muchos de los medio judíos entrevistados por Rigg recordaron que, antes del ascenso de Hitler al poder, el matrimonio interracial de sus padres había provocado a menudo una hostilidad mucho mayor por parte del lado judío de sus familias, que del gentil, lo que sugiere que, incluso en la Alemania fuertemente asimilada, la tendencia judía tradicional hacia la exclusividad étnica seguía siendo un factor poderoso en esa comunidad.

    Aunque los judíos en el servicio militar alemán eran sin duda objeto de diversas formas de maltrato y discriminación, tal vez deberíamos comparar ésto con la situación análoga en nuestro propio ejército en esos mismos años respecto de las minorías japonesas o negras de Estados Unidos. Durante esa época, los matrimonios interraciales estaban legalmente prohibidos en gran parte de Estados Unidos, por lo que la población mestiza de esos grupos era casi inexistente o muy diferente en su origen. Y cuando a los estadounidenses de origen japonés se les permitió abandonar sus campos de concentración en tiempos de guerra y alistarse en el ejército, se les restringió por completo a unidades japonesas totalmente segregadas, pero con oficiales generalmente blancos. Mientras tanto, a los negros se les prohibió casi por completo el servicio de combate, aunque a veces servían en funciones de apoyo estrictamente segregadas. La idea de que un estadounidense con cualquier rastro apreciable de ascendencia africana, japonesa o china, pudiera servir como general o incluso oficial en el ejército estadounidense y, por lo tanto, ejercer autoridad de mando sobre tropas estadounidenses blancas, habría sido casi impensable. El contraste con la práctica en el propio ejército de Hitler es muy diferente de lo que los estadounidenses podrían creer ingenuamente.

    Esta paradoja no es tan sorprendente como uno podría suponer. Las divisiones no económicas en las sociedades europeas casi siempre habían estado basadas en la religión, el idioma y la cultura, más que en la ascendencia racial. La tradición social de más de un milenio no podía ser fácilmente barrida por sólo media docena de años de ideología nacionalsocialista. Durante todos esos siglos anteriores, un judío sinceramente bautizado, ya fuera en Alemania o en cualquier otro lugar, era considerado generalmente tan buen cristiano como cualquier otro. Por ejemplo, Tomás de Torquemada, la figura más temible de la temida Inquisición española, en realidad provenía de una familia de judíos conversos.

    Incluso las diferencias raciales más amplias apenas eran consideradas de importancia crucial. Algunos de los mayores héroes de determinadas culturas nacionales, como el ruso Alexander Pushkin y el francés Alexandre Dumas, habían sido individuos con una importante ascendencia africana negra, y ésta ciertamente no era considerada una característica descalificadora de ningún tipo.

    En cambio, desde sus inicios la sociedad estadounidense siempre ha estado marcadamente dividida por la raza, y otras diferencias mucho menores han constituido en la sociedad estadounidense impedimentos para los matrimonios mixtos y las fusiones. He visto afirmaciones generalizadas de que cuando el Tercer Reich ideó sus Leyes de Nüremberg de 1935, las que restringían el matrimonio y otros acuerdos sociales entre arios, no arios y medio arios, sus expertos recurrieron a parte de la larga experiencia legal de Estados Unidos en asuntos similares, y ésto parece bastante plausible. Bajo ese nuevo estatuto nazi, los matrimonios mixtos preexistentes recibieron cierta protección legal, pero a partir de entonces los judíos y los medio judíos sólo podían casarse entre sí, mientras que los cuarto judíos sólo podían casarse con arios normales. La intención obvia era absorber a este último grupo en la sociedad alemana dominante, escindiendo al mismo tiempo a la población mayoritariamente judía.

    En los últimos años, muchos observadores externos han notado una situación política aparentemente muy extraña en Ucrania. Ese desafortunado país posee poderosos grupos militantes, cuyos símbolos públicos, ideología declarada y ascendencia política, los marcan inequívocamente como neonazis. Sin embargo, todos esos violentos elementos neonazis están siendo financiados y controlados por un oligarca judío que posee doble ciudadanía israelí. Además, esa peculiar alianza fue gestada y bendecida por algunas de las principales figuras judías neoconservadoras de Estados Unidos, como Victoria Nuland, que han utilizado con éxito su influencia mediática para mantener alejados del público estadounidense esos hechos explosivos.

    A primera vista, una relación estrecha entre judíos israelíes y neonazis europeos parece una alianza tan grotesca y extraña como uno podría imaginar, pero después de leer recientemente el fascinante libro de Brenner, mi perspectiva cambió sustancialmente. De hecho, la principal diferencia entre entonces y ahora es que durante la década de 1930, las facciones sionistas representaban un socio menor muy insignificante de un poderoso Tercer Reich, mientras que hoy son los nazis quienes ocupan el papel de ávidos suplicantes del formidable poder del sionismo internacional, que ahora domina tan fuertemente el sistema político estadounidense y, a través de él, gran parte del mundo.

    Ron Unz • The Unz Review • 6 de Agosto de 2018 • 6.800 palabras

    Hace un par de años me encontré con otra viñeta sorprendentemente irónica, casi totalmente excluida de nuestras historias convencionales.

    Al leer relatos sobre el gobierno británico en tiempos de guerra, me encontré con Leo Amery, una figura política británica prominente, y uno de los amigos más cercanos de Churchill durante toda su vida, quien finalmente sirvió como miembro del gabinete británico. También era secretamente de ascendencia judía y, según algunos relatos, fue el individuo que realmente redactó la Declaración Balfour, que fue la base para la creación del estado de Israel.

    Pero, curiosamente, en mis otras lecturas también descubrí que, durante la Segunda Guerra Mundial, el hijo mayor de Amery, John, se había convertido en un gran partidario de Adolf Hitler. Como resultado, desertó a la Alemania nazi y sirvió como uno de los principales locutores de propaganda en tiempos de guerra para el Tercer Reich, siendo posteriormente ahorcado por los británicos como traidor.

    Todos nuestros libros de historia standard siempre mencionan la ejecución después de la guerra del locutor nazi británico “Lord Haw-Haw”, individuo totalmente desconocido, pero extrañamente omiten el destino similar de John Amery, hijo del amigo más cercano de Churchill, miembro judío del gabinete británico, cuyos esfuerzos en tiempos de guerra en favor de la Alemania nazi parecen mucho más notables.

    La importancia que continúa teniendo la Segunda Guerra Mundial

    La Segunda Guerra Mundial terminó hace casi ochenta años y, a pesar del enorme papel que desempeñó en la configuración de nuestro mundo moderno, muchos podrían argumentar que revisar los detalles fácticos de ese conflicto sería un mero ejercicio intelectual, carente de relevancia para nuestra situación actual. Pero yo pienso de otra manera.

    Nuestra política exterior implacablemente agresiva hacia Rusia y China, constituye hoy una enorme amenaza para la paz mundial y, como sugerí el año pasado, descubrir la verdadera historia de la Segunda Guerra Mundial podría tener un impacto importante en nuestro debate actual.

    Consideremos a nuestro Secretario de Estado, Antony Blinken, una de las figuras clave que formulan nuestras políticas actuales. Antes de su nombramiento, nunca había oído hablar de él, pero pronto descubrí que había asistido a la misma universidad que yo, graduándose un año después. Es posible que incluso hayamos compartido algunas clases, aunque como mi especialidad era Física Teórica, y la suya Estudios Sociales, posiblemente no. Pero creo que entiendo muy bien su visión del mundo y de la historia del siglo XX, ya que hasta la última década aproximadamente, mi visión no era muy diferente. La mayoría de las otras figuras importantes de la administración Biden parecen caer en esa misma categoría.

    Estas personas tienen un conjunto fijo de creencias particulares sobre el papel de Estados Unidos en el mundo, creencias compartidas por todo su círculo ideológico, y estoy seguro de que rechazarían de inmediato cualquier desafío a ese marco respecto de Rusia o China. Posiblemente tales desafíos sean no poco comunes, pero son descartados e ignorados con regularidad.

    Sin embargo, sospecho que ninguno de ellos ha imaginado nunca que los fundamentos más profundos de su sistema de creencias (su supuesta historia de la Segunda Guerra Mundial) son en realidad falsos y podridos hasta la médula. Posiblemente nunca se han topado con tales ideas en toda su vida y, como consecuencia, sus defensas psicológicas pueden ser mucho más débiles. Y si alguno de ellos empieza a considerar la más mínima posibilidad de que cada fuente de información que han absorbido desde la escuela primaria, haya estado basada en el mismo conjunto subyacente de falsedades, esa constatación podría socavar su confianza en los asuntos contemporáneos, incluidas las circunstancias que rodean la actual guerra en Ucrania.

    Las mulas son animales testarudos. Una clásica broma dice que se las puede persuadir de seguir instrucciones, si primero se les llama la atención golpeándolas en la cabeza con un palo de dos por cuatro. Para la mayoría de los expertos en políticas estadounidenses, descubrir que toda su historia aceptada de la Segunda Guerra Mundial está completamente patas para arriba, equivale a recibir un golpe en la cabeza con un palo de dos por cuatro.

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    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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    Ron Unz
    é um físico teórico por formação, com graduação e pós-graduação pela Harvard University, Cambridge University e Stanford University. No final dos anos 1980, entrou na indústria de software de serviços financeiros e logo fundou a Wall Street Analytics, Inc., uma empresa pequena, mas bem-sucedida nesse campo. Alguns anos depois, envolveu-se fortemente na política e na redação de políticas públicas e, posteriormente, oscilou entre atividades de software e políticas públicas. Também atuou como editor da The American Conservative , uma pequena revista de opinião, de 2006 a 2013.

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