Si alguien le pidiera que defina “libre mercado”, ¿podría? ¿Podría hacerlo al instante sin recurrir a diccionarios ni otras muletas?
La expresión “economía de laissez-faire” podría servir como primera respuesta. Pero ¿qué significa? En Capitalismo: El ideal desconocido, Ayn Rand explica:
Basado en una columna del diario Los Angeles Times, Agosto de 1962.
Colbert, asesor principal de Luis XIV, fue uno de los primeros estadistas modernos. Creía que las regulaciones gubernamentales pueden generar prosperidad nacional, y que una mayor recaudación fiscal sólo puede ser obtenida a partir del “crecimiento económico” del país; por lo que se dedicó a buscar “un aumento general de la riqueza mediante el fomento de la industria”. Éste fomento consistió en imponer innumerables controles gubernamentales y minuciosas regulaciones que sofocaron la actividad empresarial; el resultado fue un rotundo fracaso.
Colbert no era enemigo de las empresas; no más que lo que lo es nuestra actual administración. Colbert estaba deseoso de ayudar a engordar a las víctimas de los sacrificios, y en una ocasión histórica, preguntó a un grupo de fabricantes qué podía hacer por la industria. Un fabricante llamado Legendre respondió: “¡Laissez-nous faire!” (“¡Déjennos en paz!”).
Pero Legendre no fue el primero en expresar la idea de no intervención. En Una perspectiva austriaca sobre la historia del pensamiento económico, Murray Newton Rothbard nos habla de Chuang Tzu (369-c. 286 AC):
“Ha existido algo así como dejar a la humanidad en paz; nunca ha existido algo así como gobernar a la humanidad [con éxito]”. Chuang Tzu también fue el primero en formular la idea del “orden espontáneo”, descubierta independientemente por Proudhon en el siglo XIX … Así, según Chuang Tzu: “El buen orden surge espontáneamente cuando se deja a las cosas en paz”.
En un extracto de Acción Humana, El Significado del Laissez-Faire, Ludwig von Mises definió una economía de laissez-faire como aquélla libre de la interferencia del estado; significa defender la discreción de los individuos para elegir y actuar.
La mayoría de los libertarios estaría de acuerdo con esta interpretación más amplia. El problema es que cualquier estado que realmente adoptara una política de no intervención en la economía, no sería un estado. Los estados son, por diseño, depredadores y parásitos. Existen con el propósito de acumular poder y riqueza. Las visiones libertarias de domesticar al estado son fantasías.
Además, los estados han ganado el favor de ciertas personas ‒permiten a los políticos comprar votos y otros apoyos necesarios para mantener el negocio. En cuanto a los votantes, ¿quién necesita libertad, cuando puede obtener ayuda gratuita? Aunque los ciudadanos se quejan de los impuestos y de los políticos corruptos, se han acostumbrado a la maldad de siempre.
El público acepta la disposición del estado a asumir responsabilidades que se niega a aceptar. Quieren que el estado pavimente sus carreteras y eduque a sus hijos. Quieren que el estado pague su atención médica. Quieren que el estado pague la seguridad social. ¿Quién mejor para pagar que el estado, que con la TMM nunca se quedará sin dinero? Incluso un estado fallido, como la Venezuela socialista, aún no ha llegado a la ruina debido a su control del poder y de la propaganda, incluso cuando su gente se ha hundido en el canibalismo y la prostitución para sobrevivir.
¿De dónde surgieron los estados?
Al escribir sobre la “raza de reyes”, lejos de tener un origen honorario, en Sentido Común, Thomas Paine consideró al primero de ellos “nada mejor que el rufián principal de una banda inquieta”, cuyo propósito era saquear a los indefensos.
Con el tiempo, como nos cuenta Rothbard, las bandas se dieron cuenta de que “el lapso de saqueo sería más largo y seguro, y la situación más placentera, si permitían a la tribu conquistada vivir y producir, y los conquistadores se establecían entre ellos como gobernantes que exigían un tributo anual constante”.
Si un pueblo conquistado es el jardín del que esperamos que crezcan los mercados libres, nos estamos engañando a nosotros mismos. Como nos ha enseñado la dolorosa experiencia, intentar obligar a un estado a los términos de una constitución es otro ejercicio de locura. Los estados tienen aliados, ninguno más importante que los formadores de opinión, los intelectuales. Los intelectuales, a cambio de “un lugar seguro y permanente en el aparato estatal”, como señala Rothbard, proporcionarán la justificación necesaria para las depredaciones del estado.
Así, para escoger ejemplos al azar, tenemos a “historiadores de la corte” y otros que brindan la cobertura necesaria para el baño de sangre conocido como la Primera Guerra Mundial, un famoso keynesiano que nos dice que la explosión de la deuda de la Segunda Guerra Mundial puso fin a la Gran Depresión, una “sección representativa política de economistas prominentes” que expresan su oposición al proyecto de ley Paul-Grayson de auditoría de la Reserva Federal (siete de ocho de los cuales tienen conexiones con la Reserva Federal), y las mentiras masivas (archivadas) que caracterizan las elecciones nacionales.
Al ser parásitos, la mayoría de los estados han aprendido a situar sus depredaciones en algún lugar entre la libertad y el despotismo. Paine lo reconoció cuando escribió en Derechos del Hombre:
La porción de libertad que es disfrutada en Inglaterra, es suficiente como para esclavizar a un país de manera más productiva que mediante el despotismo; y que como el verdadero objeto de todo despotismo son los ingresos, un gobierno así formado obtiene más que lo que podría obtener mediante despotismo directo o en pleno estado de libertad y, por lo tanto, por motivos de interés, se opone a ambos.
En un “pleno estado de libertad” no habría ningún gobierno “así formado”.
¿Cómo ponemos fin al estado?
Hay dos tendencias inconfundibles que trabajan a favor de la libertad: la deuda pública masiva y el avance exponencial de la tecnología. No confiará en esta afirmación a menos que lea el fundamental libro de Ray Kurzweil, La ley de los rendimientos acelerados. También sería útil comprender el acrónimo TANSTAAFL y comprender los fundamentos monetarios.
Como escribí en un ensayo anterior:
La tecnología está abriendo un agujero en el control social centralizado y sus fundamentos keynesianos, brindando poder y libertad a los individuos de todo el mundo.
Tanto el keynesianismo como la tecnología están en una cúspide. Uno está a punto de colapsar, mientras que el otro está a punto de acelerar …
[Con una brecha fiscal superior a los U$S 200 billones], las promesas del gobierno serán rotas. La factura del almuerzo gratuito keynesiano vencerá, y el cheque del gobierno será rebotado.
¿Dónde nos dejará eso? Con un gobierno ‒y las falsas ideas keynesianas que lo sustentaban‒ debilitados y desacreditados, tendremos que volvernos más autosuficientes. El grito de “¡Haz algo!” al gobierno, será respondido con un eco. Los mercados libres surgirán donde han sido suprimidos, porque gran parte del gobierno será ineficaz o ya no existirá. Un mercado libre combinado con una revolución tecnológica rehará nuestro mundo.
Necesitamos hacer con el estado lo que hemos hecho con la esclavitud. Podemos gobernarnos a nosotros mismos sin un soberano coercitivo. Por necesidad, los mercados libres surgirán cuando el estado desaparezca.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








