Notas sobre anarcocapitalismo

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    Estoy bastante seguro de que no viviré lo suficiente como para ver al anarcocapitalismo ‒o lo que yo llamo anarquismo de mercado‒ prevalecer en Estados Unidos. Estoy igualmente seguro de que no veré un gobierno estrictamente limitado a proteger los derechos individuales y nunca violarlos (si es que eso es coherente). Así que no hay vuelta atrás.

    Pero de ahí no se sigue que discutir alternativas individualistas, pro-propiedad y de libre mercado al actual sistema político estadounidense, prácticamente descontrolado, sea tiempo perdido. ¡Ni mucho menos! Si queremos avanzar hacia la libertad, más vale que nos demos prisa. La única manera correcta de proceder, es mediante el diálogo. Sin insultos, sin gritar “¡Estatista!”, “¡Tirano!”, “¡Fascista!”, “¡Opresor!”, “¡Psicópata!” o “¡Belicista!”. Sólo diálogo (casi dije “debate civilizado”, pero es redundante). La gente puede equivocarse gravemente con las mejores intenciones. Todos sabemos cómo está empedrado el camino al infierno. Sin embargo, no insulte. Refute. Refute. No vaya directo a la yugular. Tenga paciencia. Antes desconocía Ud. el argumento que presenta hoy.

    Así que hablemos. Piense en ésto como en una especie de metadiscusión. No argumentaré aquí que el anarcocapitalismo satisface los criterios libertarios y otros criterios racionales (como la eficiencia) mejor que un gobierno monopólico limitado. Eso lo dejo para otro momento (véanse mis artículos “El cebo y el cambio del gobierno limitado” y “¿El mercado del derecho?”).

    Comencemos por aquí: el debate entre anarquistas libertarios y minarquistas libertarios es un debate que trata sobre si necesitamos un gobierno para proteger nuestros derechos. Entonces, ¿qué hay de nuevo?, se preguntarán. Mi punto es que no se trata de un debate sobre si necesitamos gobernanza para proteger nuestros derechos. Siempre habrá agresores, afortunadamente en pequeñas cantidades. En esencia, estamos discutiendo sobre medios, no sobre fines. Ninguna de las partes apoya el caos ni la guerra de todos contra todos de Hobbes. Ambas partes defienden la cultura liberal, con expectativas de relaciones pacíficas, sin las cuales ningún sistema tiene esperanzas de éxito. A pesar de algunos desacuerdos sobre su aplicación, ambas creen en la autopropiedad, que implica el derecho a usar y disponer de las cosas justamente adquiridas, la propiedad: desde la tierra hasta los ingresos, pasando por las herramientas, los cepillos de dientes y los filetes que uno compra. El jurista liberal clásico Lon L. Fuller definió el derecho, concebido en sentido amplio (a diferencia de la legislación positivista) como “la empresa de someter la conducta humana al gobierno de reglas”. Eso no tiene por qué implicar un estado.

    Por definición, los libertarios favorecen normas de (al menos) dos tipos: 1) derechos, que vinculan independientemente del consentimiento, y 2) restricciones consentidas como condiciones de asociación voluntaria. El debate anarquista-minarquista se centra en la mejor manera de establecer y aplicar el primer tipo, para que las personas puedan buscar la felicidad con seguridad. Quiero destacar que, contrariamente a lo que muchos creen, la historia revela ejemplos considerables sobre cómo dichas normas se han consolidado mediante métodos distintos a la legislación: de abajo hacia arriba, a través de la costumbre y de instituciones en competencia. En el pasado, las legislaturas (e incluso los reyes) han codificado (y a menudo corrompido) normas que surgieron orgánicamente de las interacciones repetidas de personas egoístas y con objetivos definidos, que se dieron cuenta de que la violencia es una forma costosa ‒por no decir peligrosa‒ de lograr sus fines y resolver disputas.

    Lamento decir que demasiados libertarios partidarios del gobierno limitado argumentan contra el anarcocapitalismo como si la idea surgiera de las discusiones nocturnas entre estudiantes de primer año de universidad, en las que novatos ebrios o drogados que apenas habían leído nada, declararon: “¿Quién necesita al estado, de todos modos?” En otras palabras, los críticos desconocen o fingen desconocer que el movimiento libertario moderno, que se remonta a la década de 1950 y, especialmente, a partir de la de 1970, ha producido una importante literatura que defiende el anarquismo de mercado. Esta literatura provino de numerosos eruditos serios, algunos académicos y otros no, especializados en historia política y económica, economía, sociología, antropología y otras disciplinas relevantes.

    Quizás tenían razón; quizás se equivocaban. Pero no eran unos pesos ligeros. Los libertarios pro-gobierno limitado deben lidiar con esta enorme evidencia histórica y teórica si quieren ser tomados en serio. La postura del anarquismo de mercado no puede ser descartada a la ligera y con desdén. Cabe destacar que algunos defensores del gobierno limitado, como los fundadores de la escuela de Elección Pública [Public Choice], James Buchanan y Gordon Tullock, sí la tomaron en serio y se involucraron ofreciendo refutaciones (véase el debate en las obras editadas de Edward P. Stringham, Anarchy and the Law: The Political Economy of Choice, y Anarchy, State, and Public Choice. Véase también Anarchism/Minarchism: Is Government Part of a Free Country?, editado por Rodertick T. Long y Tibor R. Machan).

    Lo que acabo de decir debería indicar que la defensa del anarquismo de mercado no es producto de un racionalismo estrecho; es decir, de la manipulación de conceptos desvinculados de la realidad. Por el contrario, es ampliamente empírica, guiada por la comprensión de la acción humana. Se considera que los episodios históricos producen generalizaciones razonables que pueden orientar nuestras decisiones (véase, por ejemplo, The Not So Wild, Wild West: Property Rights on the Frontier, de Terry H. Anderson y Peter J. Hill, o este artículo basado en el libro). Justificar el anarquismo de mercado no es una simple partida de ajedrez.

    Los minarquistas argumentarán que la historia no ofrece ningún ejemplo de una sociedad puramente anarquista de mercado. Quizás (si no contamos el Oeste americano). En aras de la justicia, también reconocerán que no es posible encontrar ningún caso de un estado sereno. Pero el anarquista de mercado puede responder que la historia sugiere firmemente que el anarquismo de mercado posiblemente funcione en una cultura esencialmente liberal. Por ejemplo, el Derecho Mercantil, que surgió orgánicamente de las actividades de comerciantes de toda Europa a finales de la Edad Media, demostró que una ley justa y eficiente, así como su aplicación, pueden surgir pacíficamente de la costumbre, los tratos constantes, y las expectativas que éstos generan. Es importante comprender que las complejas relaciones comerciales a larga distancia no tuvieron que esperar la formación de un código y un sistema legal. El derecho consuetudinario y el mercado florecieron juntos. No fue una cuestión de la gallina y el huevo. Más bien, “la luz amaneció gradualmente sobre el conjunto”, como lo expresó Wittgenstein en otro contexto (agradecimiento a Roderick Long).

    Los minarquistas responderán que el Derecho Mercantil funcionó sólo porque el estado se cernía sobre el mismo, dispuesto a intervenir cuando fuera necesario. El estado efectivamente existía, aunque apenas consolidado como lo estaría más tarde. No puede explicar la obediencia generalizada por parte de los comerciantes con fines de lucro. Los incentivos que impulsaron a compradores y vendedores, fueron poderosos incentivos para la generación espontánea del derecho consuetudinario, junto con la aplicación de instituciones y procedimientos justos y eficientes. La competitiva industria moderna de seguros de automóviles, en la que las empresas resuelven rutinariamente las disputas de sus clientes mediante arbitraje no estatal y nunca recurren a la vía de los tiroteos, es otro ejemplo ilustrativo (véase el innovador y magistral libro de Harold J. Berman, Law and Revolution: The Formation of the Western Legal Tradition; Preste atención a la competencia entre tribunales, sobre la que Adam Smith escribió en La Riqueza de las Naciones).

    Lamentablemente, algunos defensores del gobierno limitado a menudo se involucran en lo que parece ser una partida de ajedrez racionalista. La historia ha demostrado repetidamente que los gobiernos tienden a crecer. ¿Qué mejor ejemplo podría haber que Estados Unidos? Muchos minarquistas se muestran entusiastas con la Constitución estadounidense, aunque con algunas reservas. Pero observemos al Leviathan estadounidense actual. ¿Cómo sucedió eso? Lysander Spooner escribió en 1870 ‒¡y no es una errata, 1870! ‒: “Pero sea la Constitución una cosa u otra, lo cierto es que ha autorizado un gobierno como el que hemos tenido, o ha sido incapaz de impedirlo. En cualquier caso, no es apta para existir”.

    Abrigar la esperanza, después de tanto tiempo, de que de alguna manera el gobierno pueda ser limitado a proteger derechos, sugiere un grave caso de racionalismo. La escuela de la Elección Pública nos muestra por qué deberíamos esperar que el gobierno crezca, confisque, regule, se entrometa y oprima. Otros académicos, como Anthony de Jasay, han buscado en vano maneras de limitar al estado. El gran depredador no estará enjaulado por mucho tiempo.

    Ningún sistema social puede prometer la perfección. Todas las personas son falibles, y algunas buscarán el poder. No debemos cometer lo que el economista Harold Demsetz llamó la Falacia del Nirvana: comparar un supuesto ideal (gobierno mínimo) con el caótico mundo real. Manzanas con manzanas, por favor, y realidad con realidad. Ningún sistema puede garantizar la justicia, así que se trata de comparar perspectivas. Por diversas razones, el anarquismo de mercado contaría con mejores controles y contrapesos para protegerse contra la tiranía, que un monopolio del uso de la fuerza.

    Si eso no es suficiente, pregúntese lo siguiente: si el gobierno es indispensable, ¿no necesitamos un gobierno mundial poderoso para disciplinar a los 200 gobiernos nacionales que existen, en estado de anarquía entre sí? Después de todo, no es lógicamente imposible que Inglaterra entre en guerra con Francia mañana.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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