Para promover la paz, hay que luchar contra el estatismo

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    El imperialismo sionista estadounidense en Oriente Medio está lejos de terminar. El ataque de Hamas del 7 de Octubre contra Israel desencadenó una fase altamente mortífera en el prolongado conflicto palestino-israelí. La posterior represalia de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y su matanza de decenas de miles de inocentes, y las continuas provocaciones, han aumentado la posibilidad de una próxima guerra entre Israel e Irán, con la posibilidad adicional de que Estados Unidos se involucre de forma directa. Para empeorar las cosas, la relación estadounidense con Israel en todas estas décadas ha hecho posible una lamentable tolerancia del genocidio de Gaza por parte de muchos conservadores.

    La capacidad estadounidense para producir desastres humanitarios, ya sea con la OTAN o con las FDI, no es nada nuevo, y demuestra una y otra vez que la libertad y los derechos humanos no importan al gobierno estadounidense, que ha apoyado la matanza de inocentes en Oriente Medio o ha cometido la matanza él mismo. Además, la creación de muchos más millones de refugiados, ha provocado agitación social en varios países europeos que sufren una inmigración subsidiada. Y, sin embargo, todo ésto se ve facilitado por los dirigentes políticos de estos países europeos. Mientras tanto, en la guerra entre Rusia y Ucrania, cada vez que el gobierno de Estados Unidos y sus aliados ayudan al presidente Volodymyr Zelensky con armas y dinero, contribuyen a la muerte de cada vez más personas, al alimentar una guerra provocada por la OTAN.

    La necesidad del estado es, sin duda, uno de los peores mitos que aún persisten en la opinión pública. ¿Quién exige la fabricación de armas capaces de matar simultáneamente a miles de personas? ¿Quién obliga o convence a miles de personas a vestir uniforme y disparar a otras? ¿Quién construye bases militares en todo el mundo? Estas situaciones serían imposibles sin el estado. Si bien la tecnología siempre avanza, comienza como una herramienta neutral, y sólo se convierte en un factor cuando los fines del estado son las armas masivas de guerra.

    Es debido a la ideología que las guerras del siglo pasado han sido más devastadoras y totales que las de épocas anteriores. Entre estas ideas destructivas se encuentran el nacionalismo democrático, el sistema de dinero fiduciario, el abandono de las viejas formas de hacer la guerra, y el individualismo metodológico, cada vez más desatendido, encarnado en el concepto de justicia. En realidad, el nacionalismo democrático se convirtió en una de las causas más importantes de la verdadera guerra hobbesiana de todos contra todos, manifestada en la Segunda Guerra Mundial, que destruyó la tranquilidad, sometió la economía nacional de varios países a las condiciones previas de la guerra, y aniquiló las vidas de millones de personas. Por lo tanto, no basta con que los estados asesinen u opriman a sus propias poblaciones sometidas; de hecho, ¿qué crímenes persiguen y castigan los estados con mayor intensidad en sus propios monopolios territoriales? El economista Murray N. Rothbard responde:

    Casi invariablemente, los crímenes más graves en el léxico del estado no son invasiones a personas y propiedades, sino peligros para su propia satisfacción: por ejemplo, traición, deserción de un soldado al enemigo, no registrarse para el reclutamiento, conspiración para derrocar al gobierno.

    Mientras tanto, se desató una nueva carrera armamentista después de la guerra. Los estados compitieron en el desarrollo, la innovación y el crecimiento de sus ejércitos y armas, tanto cualitativa como cuantitativamente, haciéndolos más poderosos y más eficaces. Materialmente, la carrera se basa en la capacidad única de los estados de externalizar sus costos. Como la inflación, los impuestos y la manipulación del dinero y el crédito ayudan a los estados, cuanto más ricos se vuelven, más fácil es costear la carrera, lo que apuntala el enriquecimiento del complejo militar-industrial y solidifica la preparación para la guerra. Y aunque no todos los estados participan con el mismo entusiasmo, todos participan por extensión y definición en esta carrera armamentista, equipando a sus fuerzas militares y comprando en el mercado mundial de armas. De hecho, las industrias especializadas en tecnología de destrucción masiva se establecen y prosperan porque los estados son sus únicos financiadores, desviando los recursos del mercado hacia iniciativas militaristas y belicistas. El complejo militar-industrial tal como lo conocemos, no es el resultado del capitalismo de libre mercado, sino del estatismo –su intervención, sus bancos centrales, etc.

    Vinculada con la comprensión de la justicia como un asunto individual, la defensa privada elimina la necesidad o disminuye los incentivos para el uso de armas de dimensión militar, destinadas a la destrucción a gran escala en lugar de la ejecución individual. En el mundo privado, donde todavía no hemos olvidado cómo vivir en paz, prácticamente ninguna persona o empresa de seguridad consideraría jamás la fabricación y el uso de armas altamente destructivas. La necesidad de evitar daños colaterales, la preocupación por la justicia y la defensa personal, la búsqueda de rentabilidad, y el financiamiento privado y voluntario de clientes que desean vivir en paz, ocurren de forma natural. De hecho, la tendencia humana hacia la cooperación es tan obvia, que basta con darse cuenta de que el conflicto interpersonal es en realidad poco frecuente, y no una característica predominante de la vida social.

    Lamentamos que siempre haya un mercado global de armas, ya que la defensa y la justicia no son necesidades que aparecen con los estados, sino que existen independientemente. En realidad, ni una ni otra requieren la existencia de los estados. Pero a diferencia de los estados, que no compiten ni se preocupan por la pérdida de clientes voluntarios, los servicios privados de seguridad y justicia tienen incentivos para ser gestionados de manera que no sólo sea económicamente rentable, sino también pacífica. No pueden externalizar el costo de su agresión o negligencia como lo hacen los estados, ni tienen los medios legales para sistemáticamente cometer crímenes y salir indemnes de las consecuencias o riesgos comunes entre los particulares. Así, los servicios privados de seguridad y justicia llevan a las personas a preocuparse más por la paz y los derechos de los demás, que lo que es posible bajo términos estatistas.

    El enfoque de la justicia y la defensa como un asunto exclusivamente individual y privado, es precisamente algo que el estatismo no tiene forma de emular. Y dada la coexistencia humana normal y no aislada, la producción de armas de destrucción masiva debe ser considerada un esfuerzo ilegítimo incluso para la defensa, ya que el uso de tales armas implica la inevitabilidad de dañar o matar a inocentes, lo que hace que su existencia sea intrínsecamente malvada e ilegítima en interés de la justicia.

    Las guerras son iniciadas por pequeños grupos de hombres con trajes caros, ávidos de poder y riqueza mal habida, a quienes a menudo no les importan sus compatriotas. Por lo tanto, cualquier persona preocupada por la causa de la paz mundial, debe ser consciente de la capacidad única y perniciosa de los estados para externalizar sus costos con el fin de pensar en formas de contrarrestarla. Por lo tanto, para servir a la causa es necesario disminuir incesantemente el poder y la riqueza de los estados para armarse y hacer la guerra. La historia ilustra lo que explica la teoría, y el costo en vidas y recursos que ofrece el estatismo para promover la paz es definitivamente el camino equivocado.

    Además, es esencial reconocer la naturaleza maligna del poder, abogar por el desmantelamiento de todos los estados, y no dejarse engañar por la ideología colectivista de la defensa nacional. Hay que rechazar el argumento de la disuasión, que es una excusa estatista para la contraproducente carrera armamentista, la perversión de las armas de destrucción masiva, y el inmoral crecimiento del complejo militar-industrial.

    Para un futuro más pacífico, hay que esperar que todos los países –especialmente los más grandes, ricos y de mentalidad más militarista– se dividan en unidades más pequeñas tanto como sea posible, territorial y demográficamente, haciendo que la cantidad de fondos necesarios para la guerra sea cada vez más inasequible y esté en peligro para las poblaciones cada vez más cercanas. En resumen, hay que apoyar la secesión y la descentralización política radical. En efecto, ¿qué habrían hecho Adolf Hitler o Josif Stalin con una economía y una población diminutas a su disposición? Ciertamente, nada comparado con los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial.

    Y en lo que respecta al comienzo de este siglo, la denuncia del imperialismo sionista estadounidense, de la OTAN y del propio sionismo, es de suma importancia en esta gran causa por la paz. Por lo tanto, una persona debe denunciar a sus gobernantes nacionales cuando muestran obediencia y partidismo hacia cualquiera de los tres. Además de difundir las ideas correctas de libertad y justicia, también es vital aplicarlas correctamente a las cuestiones más significativas del presente y del pasado. Para ser relevante, uno debe tomar partido, o al menos intentarlo, aunque sea en opinión, reconociendo la legitimidad de los diversos pueblos para resistir a sus conquistadores, o identificando el grado de culpa por la muerte y la destrucción causadas en las guerras por cada estado y los individuos particulares involucrados. Sobre esta base, el revisionismo histórico es crucial para desafiar la narrativa del statu quo estatista. La teoría y la historia ya nos permiten, sin lugar a dudas, saber quiénes son hoy, con mucho, los mayores enemigos de la paz mundial.

    Si uno cree en el deber de oponerse al mal del estatismo, que destruye las vidas de millones de personas, entonces en la escena internacional uno debería priorizar los esfuerzos para oponerse a los mayores enemigos de la paz.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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