Pocas semanas atrás insté al presidente Trump a llegar a un acuerdo con Irán que cumpliera su objetivo declarado de no producir armas nucleares, y que permitiera a Irán continuar su búsqueda legal de energía nuclear civil. El acuerdo sobre la mesa, según lo describió el propio ministro de Asuntos Exteriores iraní, era una “actualización” beneficiosa para todos del “pacto nuclear” del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) de Obama, que podría haber evitado una costosa y contraproducente guerra con Irán.
Desafortunadamente, las negociaciones se vieron truncadas por un ataque sorpresa israelí contra Irán que desencadenó una guerra de 12 días, la que no resultó como Israel imaginaba. Ésto suele ocurrir en las guerras, especialmente en las guerras de agresión. Después de un día aproximadamente, Israel se vio abrumado por un Irán que demostró ser más que capaz de defenderse, y Netanyahu llamó al Tío Sam para pedirle ayuda.
El consiguiente bombardeo estadounidense sobre las instalaciones nucleares de Irán no supuso el fin de las capacidades de ese país, sino la expulsión del organismo de monitoreo de la ONU, y el surgimiento de una “ambigüedad estratégica” iraní respecto de su programa. En resumen, el bombardeo ha cegado al mundo ante lo que Irán podría hacer en el futuro. Ésto no es una victoria para Trump.
En una entrevista reciente con Tucker Carlson, el presidente iraní confirmó lo que la mayoría de la gente entendía en ese momento: el presidente Trump prometió a Irán que, mientras estuvieran en negociaciones, Estados Unidos no permitiría que Israel atacara el país. Sin embargo, a sólo dos días de la sexta ronda de negociaciones, Israel se burló de Estados Unidos y lanzó de todos modos un ataque contra Irán.
Considerando que las “capacidades militares” de Israel provienen casi en su totalidad de Estados Unidos, esta traición a su benefactor sin duda pasará a la historia como uno de los actos de ingratitud más descarados de todos los tiempos.
Esta semana, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se encuentra en Washington D.C. por tercera vez en el corto segundo mandato de Trump. Si bien no sabemos qué le está diciendo el presidente Trump esta vez, este podría ser el momento de finalmente mostrarle a Israel la “mano dura” que muchos padres practican con sus hijos adolescentes.
Donald Trump puede ser el presidente más proisraelí que hemos tenido, pero si realmente quisiera ayudar a Israel, le dejaría claro a Netanyahu que el apoyo de Estados Unidos no le hace ningún favor. Seguir gastando decenas de miles de millones de dólares al año en financiar la maquinaria bélica israelí y respaldar sus ataques contra sus vecinos, no ha traído paz ni seguridad, y mucho menos prosperidad, para Israel.
De hecho, tan pronto como Israel atacó a Irán, tantos israelíes intentaron abandonar el país que Tel Aviv prohibió a sus propios ciudadanos salir del país. Los israelíes están desesperados por escapar de las guerras que su propio gobierno ha creado.
Si el presidente Trump realmente quisiera ayudar a Israel, esta semana le informaría a Netanyahu que no se enviaría ni un solo dólar estadounidense para apoyar a su gobierno. No se enviaría ni un solo misil, ni una sola bomba. Ni una sola bala estadounidense estaría disponible para que los soldados israelíes atacaran a sus vecinos o dispararan contra civiles palestinos.
Si Israel tuviera que afrontar la dura realidad de aprender a convivir con sus vecinos, en lugar de atacarlos, el país podría empezar a disfrutar de algo de paz y prosperidad. Como sea, no es nuestra responsabilidad financiar la maquinaria bélica de ningún país extranjero. Es hora de poner a Estados Unidos primero.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko








