La victoria presidencial de Javier Milei en Argentina coloca al frente del estado al primer autoproclamado “anarcocapitalista” de la historia moderna, o posiblemente a la primera persona en ganar una elección de este nivel que se identifica con ese término.
Mientras tanto, mucha gente se pregunta qué es exactamente “anarcocapitalista”. Ésto es lo que entiendo por anarcocapitalismo.
Lo central de la idea es que la sociedad no requiere una entidad arraigada de compulsión y coerción legalizada, llamada estado, para hacer cumplir los derechos de propiedad, los contratos, la defensa y la sociedad comercial en general. La fusión de los términos anarquismo y capitalismo no es un plan para el orden social, sino más bien una predicción de lo que sucedería en una comunidad civilizada en ausencia del estado.
Mito uno: Contrariamente a lo que sostienen The New York Times, The Guardian y miles de otros medios, no es “de derecha” ni de “extrema derecha”. En Prusia, “la derecha” estaba a favor de la unidad de la iglesia, el estado y las empresas. En Francia, “la derecha” era el derecho divino de gobernar de la monarquía. En Estados Unidos, “la derecha” está presente en todas partes de su historia, pero difícilmente sea coherente con la libertad como primer principio de la vida sociopolítica. La noción de “anarcocapitalismo” está fuera del binario izquierda-derecha.
Mito dos: El prefijo “anarco” no tiene nada que ver con Antifa o el caos. El uso aquí del término “anarquismo” significa sólo la abolición del estado, y su reemplazo por relaciones de propiedad, acción voluntaria, derecho privado y cumplimiento de contratos, tal como lo establece la libre empresa. No significa ilegal: significa derecho como una extensión de la voluntad humana y la evolución social, más que una imposición desde arriba. El orden es hijo de la libertad, no la madre, dijo Proudhon, y los anarcocapitalistas estarían de acuerdo.
Mito tres: No todos los que se proclaman “anarcocapitalistas” hablan en nombre de esa escuela de pensamiento, ni mucho menos. La designación representa un ideal amplio con miles de aplicaciones iterativas, y una enorme diversidad de puntos de vista internos, al igual que cualquier otro campo ideológico. Conozco a algunos que favorecieron los confinamientos con la excusa del covid-19 y las órdenes de vacunación, y otros que siguen encontrando formas de justificar la guerra y los planes de redistribución masiva, por ejemplo. Por lo tanto, Javier Milei no debería ser considerado responsable por cada cosa absurda que haya dicho o escrito un autodenominado seguidor.
El término se origina en el trabajo del economista estadounidense (mi querido mentor) Murray N. Rothbard, quien en su libertarismo fue fuertemente influenciado por la novelista Ayn Rand en la década de 1950. Pero cuando Rothbard examinó de cerca el trabajo de Rand, comenzó a desarrollar dudas sobre la institución que Rand insistía que era necesaria y esencial, es decir, el estado mismo. Si vamos a tener derechos de propiedad, ¿por qué al estado se le permite violarlos? Si queremos tener propiedad privada, ¿por qué es el estado la única institución a la que se le permite pisotear a las personas mediante el servicio militar obligatorio, la segregación, y otras contrariedades? Si buscamos la paz, ¿por qué queremos que un estado haga la guerra? Y así sucesivamente.
En opinión de Rothbard, una norma coherente en la sociedad que prohibiera la agresión contra personas y propiedades, tendría que ser también aplicada al estado mismo, el que históricamente ha sido el violador de derechos humanos socialmente más dañino que existe. Toleramos que los estados defiendan nuestros derechos, sólo para descubrir que el estado es la principal amenaza a nuestros derechos. Esta forma de pensar también observa que nadie ha ideado nunca una tecnología o sistema que haya logrado frenar al estado una vez creado. (Muy recomendable para una comprensión más profunda: Anatomía del Estado, de M. N. Rothbard).
Muchos anarquistas de la izquierda socialista han hecho observaciones similares, pero el giro de Rothbard fue el de una predicción analítica sobre lo que ocuparía el lugar del Estado en su ausencia. Rothbard dijo que una sociedad sin estado no sería una comunidad gobernada por un perfecto intercambio de recursos e igualitarismo, y mucho menos una elevación mágica más allá de la naturaleza humana, como decían los utópicos de izquierda. Más bien, sería uno de propiedad, comercio, división del trabajo, inversión, tribunales privados, mercados de valores, propiedad privada del capital, y todo lo demás. En otras palabras, una economía libre prosperaría más que nunca sin el estado, y veríamos una libertad ordenada llevada a su nivel más alto posible de realización.
Tenga en cuenta que impulsar esta idea puso a Rothbard en desacuerdo con prácticamente todos, desde los marxistas hasta los trotskistas, los randianos, los conservadores, y los liberales clásicos al viejo estilo, que creían que los estados son necesarios para los tribunales, la ley y la seguridad. Incluso lo puso en desacuerdo con otro de sus mentores, el propio Ludwig von Mises, cuya única concepción del anarquismo procedía de los círculos intelectuales europeos: seguramente se encontraban entre las mentes menos responsables del continente.
El anarquismo de Rothbard era estadounidense hasta la médula: más influenciado por la época colonial que por la Guerra Civil española. Creía que las comunidades podían gobernarse por sí mismas, sin un señor supremo con poder para cobrar impuestos, inflar la moneda, reclutar y asesinar. Creía que los mercados y la creatividad de la cooperación humana pacífica siempre producirían mejores resultados que las instituciones improvisadas por las élites e impuestas por la coacción. Ésto se aplica incluso a los tribunales, la seguridad y la ley, todos los que, en su opinión, se proporcionarían mejor a través de las fuerzas del mercado dentro del marco de normas universales que rigen la propiedad y la acción humana.
En ésto, Rothbard estaba revisando un debate de la Francia del siglo XIX. Frédéric Bastiat (1801–1850) fue un gran economista y liberal clásico que escribió algunos de los texto a favor de la libertad más convincentes de su generación, e incluso de todos los tiempos. Pero siempre mantuvo en su mente la creencia en la necesidad de algún estado para mantener el sistema en funcionamiento, para que la sociedad no cayera en el caos. En ésto se opuso el intelectual menos conocido: Gustav de Molinari (1819-1912), quien escribió que todas las funciones necesarias para las operaciones sociales en condiciones de libertad pueden proporcionarse a través de las fuerzas del mercado. En muchos sentidos, Molinari fue el primer “anarcocapitalista”, aunque nunca utilizó ese término.
Sin duda, la teoría de alto nivel que se originó en los salones de París durante la Belle Epoque, o en los círculos intelectuales de la ciudad de New York en la década de 1950, es una cosa. Pero poner todo ésto en práctica es otra. Aquí es donde realmente está la prueba para Javier Milei. En este punto, su teoría es sólo eso; tal vez una inspiración para dar coraje de convicción, pero no es un modelo. Se enfrenta a un enorme estado profundamente arraigado, una moneda colapsada, un sistema judicial corrupto, una legislatura hostil, medios de comunicación enemigos, y 100 años de atroces obligaciones en materia de pensiones.
¿Cómo asume un hombre todo ésto? Realmente no sabemos la respuesta a esta pregunta. Ningún líder de una nación occidental democrática desarrollada ha intentado jamás derrotar a gran escala a un establishment corrupto a este nivel. Ni Reagan ni Thatcher –por muy trascendentales que fueran sus reformas– recortaron jamás el presupuesto en general, y mucho menos abolieron agencias enteras. Eran reformadores dentro del marco. Milei está siendo llamado a hacer algo nunca antes hecho, en medio de una grave crisis para la nación.
No es necesario aceptar plenamente el anarcocapitalismo para apreciar el impulso y la esperanza que hay aquí. ¿En quién confiaría más para derrotar al estado, en alguien que cree firmemente en algunas de sus características, o en alguien que se opone de raíz y rama a toda la estructura? Ésto está claro: esta orientación ideológica va a infundir a cualquier estadista una feroz oposición contra toda corrupción, toda coacción, todo fraude y toda estafa impulsada por la élite. La orientación anarcocapitalista proporciona al menos una luz guía que podría terminar en más libertad para todos.
Las fuerzas internas y externas aliadas contra su éxito son inimaginablemente vastas. Y está corriendo contra el reloj. Dentro de un año, todos los medios de élite van a estar gritando que en Argentina ha fracasado el “anarcocapitalismo”. Se los aseguro. Así de absurdas se han vuelto las cosas.
Digamos que Milei se deja desviar por los globalistas neoliberales y sólo persigue reformas que siguen el manual neoliberal de finales del siglo XX y después de 2008. ¿Se puede achacar eso al anarcocapitalismo? Absolutamente no.
El anarcocapitalismo no está otorgando libertad a las corporaciones más grandes bajo control oligárquico para saquear y lucrar a expensas del pueblo. No son funciones “privatizadoras” del estado las que no deberían existir en primer lugar. No se trata de vender recursos estatales a compinches y bandidos. No se trata de subcontratar servicios públicos deficientes al mejor postor. No significa permitir que las empresas tecnológicas se conviertan en socios estatales en la vigilancia y el control ciudadano. Todas estas son corrupciones de una idea más pura del capitalismo. Y ciertamente no está cumpliendo con los dictados del FMI, el Banco Mundial o el Foro Económico Mundial, y mucho menos del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Hay muchos motivos para sentirse alentado por la victoria de Milei, aunque sólo sea porque demuestra que existe una demanda popular de reformas radicales y que, de hecho, ésto puede hacer ganar elecciones. Deberíamos esperar que los candidatos republicanos en Estados Unidos estén observando y escuchando. Parecen haber regresado a discursos enlatados y respuestas escritas que sólo aburren a un público que está harto del statu quo y listo para que alguien con la visión y la energía de un tal Milei se ponga serio.
Ésta podría ser sólo una ronda de las muchas más por venir. Podría fracasar. Pero ya casi no se puede dudar de la desesperada necesidad de una reforma, de una revolución fundamental y de largo alcance en todas las democracias industrializadas, para que el pueblo vuelva a estar al mando. Y si fracasa, después de un valiente esfuerzo, al menos habremos tenido, como dijo una vez Rothbard, unas temporales “vacaciones gloriosas” del statu quo político y administrativo con el que convivimos todos los días.
Hay muchas razones para creer que Milei es sólo el comienzo de una nueva tendencia que podría extenderse por todo el mundo. La gente está harta y está lista para una nueva dirección radical. Hay que hacer algo para detener la marcha implacable de las fuerzas de la tiranía en las naciones occidentales.
Traducido por el Ms. Lic. Cristian Vasylenko