Qué es el Capitalismo

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    La respuesta dependerá de a quién se le pregunte. Tal como los mercados, las leyes fundamentales y las costumbres, el lenguaje es un orden espontáneo. Nadie lo planea. Las palabras varían en su significado de maneras que posiblemente no puedan ser explicadas por completo. El lenguaje es una herramienta que las personas usan para pensar y comunicarse, por lo que se adapta a las necesidades, las circunstancias cambiantes, e incluso la confusión.

    Eso no significa que no podamos decir nada sobre términos como capitalismo. Mi opinión sobre este término ha cambiado con los años. Una vez colaboré en un libro titulado Mercados, no capitalismo. El libro pretendía demostrar que el libre mercado difiere del capitalismo. ¿Es eso correcto? De nuevo, eso depende de cómo sea definido el capitalismo. Por lo que sé, a la mayoría de las personas que detestan el capitalismo también les desagrada la idea de una sociedad de mercado. Algunos destacados pensadores promercado, detestaban el término por diversas razones.

    En cualquier caso, el término no va a desaparecer. Dado que nadie controla el lenguaje, deberíamos anteponer la comunicación a las preferencias personales. Definamos nuestros términos con claridad, y luego hablemos de la realidad.

    A pesar de la variación en la definición de capitalismo, la mayoría de las personas coincidiría en que la orientación al mercado es su esencia. Cada persona evalúa el mercado de forma diferente, pero es el mercado lo que está siendo evaluado. Así pues, tenemos puntos en común, incluso si discrepamos sobre si el capitalismo es un buen o mal sistema social, o si conceptualmente incluye o excluye una práctica determinada.

    Somos muchos los que consideramos que el capitalismo es el sistema social en el que las personas tienen la libertad de participar en la producción e intercambio de bienes y servicios, generalmente a cambio de dinero. Si no se les molesta, eso es lo que hacen las personas. Esas actividades generan precios, que reflejan la oferta y la demanda, y guían las acciones posteriores. Vivir es actuar, lo cual significa buscar fines mediante el uso de medios, lo cual es valorar. La raíz de este proceso interminable es el deseo de sustentar la vida y vivir de una manera particular (véase la obra de Carl Menger y Ludwig von Mises para más detalles).

    La institución del intercambio interpersonal lógicamente tiene presuposiciones. Se asienta sobre una base. Presupone que las personas son dueñas de sí mismas y de las cosas que obtienen de forma no agresiva; también presupone la seguridad de los contratos. Estas cosas pueden ser violadas en la práctica, pero se desvían de la lógica del sistema. El capitalismo histórico se desarrolló a lo largo de mil años a medida que las personas, sus propiedades (incluidos sus cuerpos), sus contratos y sus empresas se volvían cada vez más respetadas; es decir, a medida que el poder político se descentralizaba y, en consecuencia, disminuía, gracias en parte a la competencia jurisdiccional, es decir, al poder de votar con los pies (a la gente le disgustaba pagar impuestos para la guerra y que fuesen interrumpidos sus intercambios e inversiones). La creciente tolerancia religiosa desempeñó un papel importante en este proceso de liberación individual y en la expansión de la cooperación.

    Donde la propiedad y los contratos se volvieron más seguros, la riqueza per capita aumentó drásticamente, sentando un ejemplo para otros. Como dijera Adam Smith: “Para llevar a un estado de la más baja barbarie al máximo grado de opulencia, se requiere poco más que paz, impuestos flexibles y una administración de justicia aceptable; todo lo demás es producido por el curso natural de las cosas”.

    Ésto no significa que la injusticia y la agresión desaparecieran de forma abrupta y completa. Por supuesto que no. ¿Quién lo hubiera esperado? Tomaría tiempo. Otra forma de decirlo es que el capitalismo –para ser claros, significa laissez-faire o capitalismo de libre mercado– no se consolidó plenamente en ninguna parte. Aún no ha sido logrado. Pero sería erróneo atribuir la gran riqueza generada por el capitalismo, a injusticias como la esclavitud y la conquista. Las civilizaciones avanzadas del pasado conquistaron, saquearon y esclavizaron, pero no produjeron una riqueza asombrosa, sostenida y generalizada. El capitalismo y el liberalismo clásico en Europa Occidental y América hicieron algo diferente, algo especial.

    Las sociedades pueden ser juzgadas por lo cerca que estuvieron de alcanzar el capitalismo. Podemos distinguir prácticas e instituciones específicas como capitalistas o anticapitalistas. De ello se desprende que el capitalismo de compinches, el capitalismo de estado y el capitalismo político, etc., no son variantes capitalistas, sino que se alejan del capitalismo (es decir, de la autopropiedad, los derechos de propiedad, los contratos y el libre intercambio). Estas etiquetas son contradictorias porque implican límites a la interacción pacífica y productiva en el mercado. El depredador, que supuestamente actúa en nombre del colectivo, se convierte en el copropietario principal de lo que era o debería haber sido propiedad privada. El sistema ya no es un sistema de mercado completo, incluso si quienes poseen capital solicitan la intervención. Por lo tanto, el capitalismo de libre mercado es una redundancia.

    Por ejemplo, un sistema político en el que existen la esclavitud y los mercados de esclavos no califica como capitalismo. Porque, en ese aspecto básico, el sistema no encarna plenamente la autopropiedad, los derechos de propiedad (los que sderivan de la autopropiedad) ni el libre intercambio. Los esclavistas del Sur afirmaban que “sus” esclavos eran propiedad, pero eso era un error de categoría, ya que las personas pueden ser dueñas de propiedades, no “ser” propiedades. Los abolicionistas, fieles partidarios de John Locke, llamaban a los esclavistas “ladrones de hombres”.

    De igual manera, un sistema político en el que políticos y burócratas pueden interferir con la propiedad de las personas y el libre intercambio mediante impuestos, regulaciones, barreras comerciales, subsidios, propiedad estatal, etc., no debería ser calificado como capitalismo. Sería una mezcla de capitalismo e intervencionismo o socialismo.

    En resumen, sólo el capitalismo de laissez-faire –separación consecuente del estado y la economía– califica como capitalismo real. Cualquier cosa menos que el laissez-faire es menos que capitalismo. El gobierno no puede regular una economía, que es una abstracción. Lo que sí puede hacer es restringir a individuos reales en sus interacciones pacíficas y productivas en el mercado. La restricción requiere el uso o la amenaza de fuerza agresiva y violencia. En contraste, una sociedad capitalista es una sociedad humana.

    El sistema que respeta nuestra libertad para participar en relaciones de mercado mutuamente beneficiosas –y sus prerrequisitos– merece ser defendido contra sus detractores, el marxismo clásico y el marxismo light, los que se ven obligados a distorsionar categorías como la “explotación” para defender su espurio argumento. A pesar de no haber sido plenamente adoptado, el capitalismo marcó el comienzo de una era de libertad personal sin precedentes, y de riqueza sostenida y generalizada. El capitalismo es antiexplotación.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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