Mi primera reacción a la noticia de inicios de este mes de que el gobierno sirio había sido derrocado fue: ¿cuánto tuvimos que ver nosotros? ¿Cuán involucrada estuvo la CIA? ¿Cuánto va a costarnos?
Como sucedió con Saddam y Gadafi antes que él, sabemos que al-Assad no era un héroe libertario, pero desatar un ejército dedicado a establecer un estado islámico en Siria –otrora laica– no parece una buena idea.
Al igual que sucedió con el momento de “Misión cumplida” del presidente George W. Bush después del derrocamiento de Saddam, deshacerse de al-Assad resultará ser la parte fácil. Reconstruir la sociedad siria después de la destrucción del país, costará miles de millones, y posiblemente será tan exitoso como nuestra “liberación” de Libia, que sigue siendo un estado fallido y dominado por terroristas más de una década después.
En 2017, Los Angeles Times publicó un artículo que, lamentablemente, dice mucho sobre la locura de nuestra intervencionista política exterior. “En Siria, militantes armados por el Pentágono luchan contra los armados por la CIA”. ¿Cómo puede tener sentido que el Pentágono esté librando una guerra por poderes con la CIA en suelo sirio? Lo peor es que el pueblo estadounidense se ve obligado a pagar por esta guerra del Pentágono contra la CIA, y luego se ve obligado a pagar de nuevo para reconstruir el país después de toda la destrucción.
El pueblo sirio sentirá el costo en algo más que dólares.
¿Hasta qué punto está involucrado el gobierno de Estados Unidos en el derrocamiento del gobierno sirio? Durante los últimos diez años, Estados Unidos ha controlado las zonas de producción de petróleo y trigo de Siria, robando recursos sobre los que no tenemos ningún derecho legal. La combinación de robo de recursos y sanciones extremas vació la sociedad siria durante los últimos diez años, por lo que cuando los terroristas surgieron de Idlib hace unas semanas, hubo poca resistencia.
Ahora, en lugar del gobierno relativamente benigno pero autoritario de al-Assad, tenemos el gobierno de los herederos directos de las personas que nos atacaron el 11 de Septiembre. Me sorprende que los medios de comunicación tradicionales y muchos, si no la mayoría de los políticos, estén aplaudiendo ésto. Irónicamente, algunos de los mayores promotores de la toma de control de Siria por parte de Al Qaeda son los mismos miembros del Congreso que terminaban sus discursos diarios en la Cámara de Representantes con la frase “nunca olvidaremos el 11 de Septiembre”. Supongo que finalmente lo olvidaron.
La implosión de Siria, al igual que la implosión de Libia e Irak, todas diseñadas por Estados Unidos, no han llevado a esos países hacia la democracia, la paz y la protección de las libertades civiles. En cada caso ha producido exactamente lo contrario: millones de muertos, millones más viviendo en la miseria, y muchos buscando venganza contra quienes destruyeron sus familias, su estilo de vida y sus países. ¿Estamos más seguros después de haber creado millones de nuevos enemigos?
El presidente electo Donald Trump hizo una declaración la semana pasada sobre Siria, diciendo que ésta no es nuestra lucha, y que no deberíamos tener nada que ver con ella. Su sentimiento es el correcto, aunque lamentablemente hasta ahora hemos tenido demasiado que ver con ella. Esperemos que, como presidente, Donald Trump siga adelante con este sentimiento y extraiga a Estados Unidos –la presencia abierta y encubierta– no sólo de Siria, sino de todo Oriente Medio. Esta no es nuestra lucha, y todo lo que hemos hecho allí durante los últimos 75 años aproximadamente, no ha hecho más que empeorar las cosas.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko