Resistiendo la nueva y audaz cultura

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    A menudo, las guerras culturales son descriptas en la prensa como ataques lanzados por conservadores que se resisten al cambio cultural. The Guardian, por ejemplo, describe las guerras culturales como cuestiones “invocadas” por los conservadores en un inútil intento por dictar opiniones a los votantes, pero que sólo terminan “desplazando a los votantes jóvenes hacia la izquierda en los países occidentales”. En 2004 se reunió una conferencia interdisciplinaria en Virginia para discutir el tema “Contrarrestando la Política Kulturkampf Mediante la Crítica y la Pedagogía de la Justicia”, lo que refleja la idea de que las personas que se oponen a la política progresista, están simplemente tratando de convertir todo en una guerra cultural por alguna razón inexplicable.

    Los liberales suelen decir que no tienen idea de por qué los conservadores quieren librar guerras culturales. Dicen estar desconcertados. Un informe de 2021 sobre las guerras culturales en el Reino Unido afirmó que muy pocas personas están interesadas en “la supuesta guerra cultural del Reino Unido”, y que es una guerra que se libra sólo “en los medios de comunicación y las redes sociales, no en la vida real”.

    En “Kulturkampf!”, escrito en 1992, Murray Rothbard no se deja intimidar por afirmaciones de que la guerra cultural es mucho ruido y pocas nueces. Rothbard sostiene que “la guerra cultural debe librarse con uñas y dientes, metro a metro, centímetro a centímetro. Tenemos que recuperar la cultura, y de eso se trata la nueva Kulturkampf”.

    Rothbard destaca un punto importante –que la guerra cultural no es un intento de los conservadores por defender la vieja cultura, cuya derrota se observa ceremonialmente a través de medidas como derribar estatuas, cambiar el nombre de edificios y calles, e incluso cambiar el nombre de las ciudades. En Canadá se buscan nuevos nombres para provincias enteras, con el fin de despojar al país de su herencia colonial.

    Las guerras culturales de las que ahora se quejan los liberales no son guerras para resistir el paso del tiempo, ni siquiera guerras defensivas para evitar que la cultura occidental sea destruida; son un intento de los conservadores por luchar contra la nueva cultura. La referencia de Rothbard a recuperar la cultura significa una rebelión contra aquéllos que ya han logrado destruir la antigua cultura, y que ahora esperan que todos se adapten a la nueva cultura que ellos han introducido. Rothbard explica:

    Después de haber recorrido y capturado nuestra cultura; después de veintitantos años (¡al menos!) de su conquista cultural de Estados Unidos casi sin oposición; después de completar su gramsciana (nota: muchos reverenciaron al stalinista italiano de los años 1920) y exitosa “larga marcha a través de nuestra instituciones”, los liberales estaban casi listos para sentarse y tratarnos como su provincia conquistada. Cuando de repente, algunos de nosotros, los asediados provincianos, comenzamos a contraatacar.

    Quienes sostienen que “ambas partes” deberían buscar formas de poner fin a las guerras culturales y encontrar un propósito común, no han sabido apreciar que la revolución ha terminado. Ya casi había terminado cuando Rothbard escribió sobre la lucha en 1992. Si bien es cierto en un sentido abstracto que “el catalizador de una guerra cultural es la presión ejercida por un grupo sobre otro para que adopte sus formas de pensar y actuar” –o, como lo describe The New York Times, una “batalla por el dominio sobre los valores en conflicto”–, es importante señalar que no se trata de una guerra entre dos bandos, cada uno de los cuales intenta alcanzar el dominio cultural para sus valores. Más bien, es una rebelión de personas cuya cultura ha sido borrada, y que pretenden reafirmar su derecho a vivir de acuerdo con sus propios valores.

    Las guerras culturales están en todas partes de Occidente y se extienden a todos los lugares donde se encuentra la cultura occidental, incluida Sudáfrica. En 2020, cuando los canadienses cancelaron a uno de sus propios padres fundadores, Sir John A. Macdonald, Bruce Pardy observó que “la revolución ya está completa”, y que quienes luchan contra la revolución cultural, en realidad están atacando la nueva cultura, y no defendiendo la viejo:

    Aquéllos que desean preservar el nombre y el legado de Macdonald, pueden creer que pueden defender la tradición y los valores canadienses, pero puede que sea demasiado tarde. Roma no puede protegerse de los visigodos, una vez que los visigodos gobiernan el lugar. Los no “woke” ya no protegen la vieja cultura, sino que atacan a la nueva. En la facultad de derecho soy el bárbaro, y no al revés. Después de todo, fui una de las tres únicas personas que votaron en contra de la moción Macdonald.

    Poner fin a la guerra cultural no significaría regresar a un terreno común basado en valores constitucionales, como suponen muchos que apoyan a “ambos lados”. Significaría aceptar el statu quo actual impuesto por aquéllos que odian todo lo relacionado con la cultura occidental. Cuando los liberales se refieren ahora a “nuestros valores compartidos”, no tienen en mente la Constitución ni las libertades civiles. Nuestros llamados “valores compartidos” son ahora los valores de “diversidad, equidad e inclusión” (DEI). Aquéllos que no cumplen con esta nueva y audaz cultura DEI, son considerados –como escribe Pardy– “los bárbaros”.

    Rothbard también destaca el papel que jugó el estado al derrotar la vieja cultura y hacer cumplir esta nueva y audaz cultura. Las guerras culturales nunca han sido simplemente una contienda entre culturas viejas y nuevas, sino más bien la destrucción por parte de los estatistas de la vieja cultura. Los estatistas que sienten que tienen una cultura mejor, una cultura ideal, han tratado de imponer su visión a todos los demás. Como dice Rothbard: “Los liberales han utilizado masivamente al gobierno para apoderarse de nuestra cultura”. Esta toma de poder no se trataba de una evolución y un cambio cultural orgánico, según los “descolonizadores” intentan persuadirnos a creer, ni de “incluir” a las personas marginadas como insisten los comisarios de la DEI, sino que implicaba ejercer el poder estatal para capturar y destruir la cultura occidental.

    Rothbard da varios ejemplos para fundamentar su argumento, de los cuales vale la pena destacar sus comentarios sobre victimología: “El gobierno ha sido utilizado para crear un conjunto falso de ‘derechos’ para cada denominado como grupo de víctimas bajo el sol, para ser utilizado para dominar y explotar al resto de nosotros, para beneficio especial de estos grupos mimados”. La victimología está impulsada por el aparato de derechos civiles. En los últimos meses, el marco de derechos civiles ha sido utilizado para conferir derechos a nuevos denominados como grupos de víctimas, incluido el derecho de los atletas transgénero a competir en deportes femeninos, y el derecho de los judíos a ser protegidos por la Ley de Concientización sobre el Antisemitismo. No hay límite lógico para el creciente alcance de la victimología.

    Así que Rothbard tiene razón al instarnos a no conformarnos con este nuevo statu quo, sino a rebelarnos contra la nueva y audaz cultura: “¡Sí, sí, Uds. hipócritas y pútridos liberales, es una guerra cultural! ¡Y ya es hora!”

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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