Como si en el mundo no hubiera ya suficientes conflictos armados, o potenciales conflictos armados, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha planteado el espectro de otro más: entre su propio país y Guyana –antes Guayana Británica–, dos tercios de cuyo territorio reclama en nombre de Venezuela.
Sin duda ha elegido bien su momento, con astucia política. Sabe que el mundo, que se distrae fácilmente, tiene su atención en otra parte. A menos que los Estados Unidos o Brasil intervinieran, cualquier guerra entre su país y Guyana sería breve, dado el tamaño relativo de los dos países; y la intervención de cualquiera de aquellos dos países pronto lo convertiría, a nivel interno, en un valiente defensor de los supuestos derechos históricos de Venezuela.
Necesita una buena causa nacionalista para desviar la atención del hecho de que algo así como 20% de la población de Venezuela ha huido de su desastroso gobierno. Sin embargo, los venezolanos de todo el espectro político no aceptan la validez del arbitraje de 1899 que otorgó Esequibo, recientemente descubierto rico en recursos naturales, incluido petróleo, a Gran Bretaña y, por lo tanto, al estado sucesor de Guyana. En el caso de un conflicto, los venezolanos podrían unirse alrededor de la bandera, ayudando así a preservar el poder de Maduro y darle legitimidad, al menos por un tiempo. ¿Y qué más puede esperar un líder impopular –con un gusto por los trajes similar al del Coronel Gadafi– que sobrevivir?
El presidente Maduro celebró recientemente un referendum para preguntar a la población venezolana si está de acuerdo con que el Esequibo debería ser anexado a Venezuela. Ésta parece una forma extraña de proceder. Si el reclamo fuera justo y legalmente sólido, entonces un referendum no podría agregarle nada; si, por el contrario, no lo fuera, o fuera simplemente discutible, un referendum celebrado por sólo una de las partes en disputa, tampoco añadiría nada. Pero, por supuesto, Venezuela quiere ser juez y parte en su propio caso, como lo hacen la mayoría de los países cuando creen que están en una posición de poder frente a un oponente.
El canciller de Guyana dijo que Venezuela y Maduro no sólo están jurídicamente equivocados, sino también “en el lado equivocado de la historia”. Fue la frase “el lado equivocado de la historia” la que me llamó la atención. Espero que no me confundan con un simpatizante de Maduro en ningún grado, cuando digo que esta frase es muy desafortunada.
Implica una teleología en la historia, un fin preestablecido hacia el cual la historia necesariamente avanza. En 1992, Francis Fukuyama anunció, o pareció anunciar, el fin de la historia en su sentido teleológico. Puede que todavía haya acontecimientos, por supuesto, pero hacia lo que la Humanidad había estado evolucionando, de una vez por todas, eran democracias liberales al estilo occidental, después de las cuales no habría más Historia, ni Historia.
Este movimiento hacia la democracia liberal, presumiblemente, fue el lado correcto de la historia al que se refirió implícitamente el ministro de Asuntos Exteriores de Guyana. Ciertamente, su país es mucho más libre y democrático que Venezuela, lo que tal vez no sea un obstáculo alto y difícil de superar.
Pero la historia no tiene bandos y no evalúa nada. A menudo oímos hablar del “veredicto de la historia”, pero son los humanos, no la historia, los que emiten veredictos, y los veredictos que emiten a menudo cambian con el tiempo. El plus se convierte en menos y luego nuevamente en más. Como dijo Chou En-Lai en 1972 cuando se le preguntó sobre el efecto de la Revolución Francesa: “Es demasiado pronto para decirlo”. No se trata simplemente de que las evaluaciones morales cambien; también lo hacen las evaluaciones de lo que realmente sucedió, y las causas de lo que realmente sucedió. No esperamos un acuerdo final sobre la causa o causas de la Primera Guerra Mundial. Eso no significa que no sea posible una discusión racional sobre el tema, pero sí es imposible llegar a una conclusión definitiva.
¿Debemos decir ahora que el autoritarismo está en el lado correcto de la historia, como lo estaba recientemente la democracia liberal hace sólo treinta años, porque gran parte del mundo está gobernado por él?
Es cierto que hay tendencias en la historia, pero no llegan a conclusiones lógicas inexorables. Las proyecciones no son predicciones, y el éxito en la guerra, por ejemplo, no es prueba de que el vencedor está del lado de la historia y, por tanto, estaba predestinado a salir victorioso: ni puede el vencedor estar seguro de que su victoria trae consigo todo lo que deseaba o esperaba.
Nuestras predicciones pueden resultar erróneas. Si hacemos suficientes predicciones que no sean absurdas, algunas de ellas seguramente quedarán justificadas por lo que suceda, pero no deberíamos tomar ésto como evidencia de que nuestra percepción o razonamiento histórico debe haber sido correcto. El irresistible triunfo del Islam en el siglo VII no es prueba de la verdad de sus doctrinas. Además, tendemos a olvidar nuestras predicciones equivocadas y centrarnos en aquellas que resultaron correctas.
Hice una predicción política exitosa cuando tenía poco más de veinte años. Cuando era médico joven, trabajé en lo que entonces se llamaba Rhodesia –antes Rhodesia del Sur (para entonces, Rhodesia del Norte había pasado a llamarse Zambia). Predije que el gobierno del Primer Ministro Ian Smith no podría sobrevivir por mucho tiempo, y de hecho no lo hizo, y colapsó unos tres años después. Ésto no tenía nada que ver con que si debía sobrevivir, o si lo que siguió fue mejor: lo tomé como un hecho.
Mi precisa predicción no fue un milagro de previsión por parte de un hombre muy joven: Rhodesia no contaba con el pleno apoyo ni siquiera de su más amiga potencia extranjera, Sudáfrica; su población blanca era minúscula: en total no superaba la de una pequeña ciudad provincial, sólo 3% de la población del país en su conjunto; y se enfrentó a una guerra de guerrillas dirigida por enemigos que estaban bien abastecidos por los países hostiles con los que tenía largas fronteras, así como de muchos otros países hostiles más allá. No fue necesario apelar a ningún lado de la historia, bueno o malo, para predecir el resultado probable de todo ésto.
La historia no es un deus ex machina, o lo que el filósofo Gilbert Ryle llamó el fantasma en la máquina; no es una fuerza sobrehumana, una especie de demiurgo supervisor que actúa sobre los humanos, como se supone que actúa el derecho internacional sobre las naciones. Todos esos años fue tentador para mí considerar al gobierno de Ian Smith en el lado equivocado de la historia, y a sus enemigos en el lado correcto de la misma, sencillamente porque había una tendencia a que su gobierno fuera el penúltimo en resistir que los africanos negros tomasen el poder en los estados de África. Pero ésto fue la consecuencia de ideas en las mentes de los hombres que impulsaron sus acciones, tal como lo había sido alguna vez el propio colonialismo. ¿Debemos decir ahora que el autoritarismo está en el lado correcto de la historia, como lo estaba recientemente la democracia liberal hace sólo treinta años, porque gran parte del mundo está gobernado por aquél?
¿Importa si atribuimos lados correctos o incorrectos a la historia? Creo que podría; no puedo ser más categórico que eso. Por un lado, podría volvernos complacientes, propensos a sentarnos y esperar a que la Historia haga su trabajo por nosotros. Quizás lo más importante es que la Historia podría disculpar nuestras peores acciones, justificando un comportamiento extremadamente poco ético, como si estuviéramos actuando como parteras autómatas de un desenlace predeterminado. Pero si la historia es una túnica sin costuras, ningún desenlace es definitivo. Deberíamos dejar de utilizar expresiones como “el juicio de la historia” o “el lado equivocado de la historia”. Después de todo, están en el lado equivocado de la historia.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko