Una lección sobre lo obvio – La corrección política es fascismo

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Occidente vive actualmente un periodo absurdo de tiranía opresiva y malvada, impuesta por una ideología política arbitraria, defendida por personas prepotentes, arrogantes y autoritarias, que consideran que tienen razón en absolutamente todo. No se puede discutir con esta gente, no se puede estar en desacuerdo con ellos, y definitivamente no se les puede desafiar en ningún tema. Porque siempre tienen razón, en todas las cuestiones posibles. El economista y comentarista político estadounidense Thomas Sowell llama a este grupo de iluminados “Los Ungidos”.

Posiblemente sepa Ud. muy bien de qué estoy hablando: de la ideología progresista, y de sus vástagos deletéreos, la dictadura políticamente correcta y la cultura de la cancelación. Hoy en día se necesita de un grado de valentía indescriptible para expresar en público la oposición a la tiranía políticamente correcta y a la religión laica progresista. Quien lo hace, corre el grave riesgo de ser cancelado, censurado, perseguido e incluso encarcelado.

Ésto se debe a que la ideología progresista se ha convertido en la ideología de moda; es la ideología favorita del establishment, de la corriente dominante y de las élites, y a sus seguidores se les ha hecho creer que las agendas que defienden son de algún modo correctas, beneficiosas, que de algún modo funcionan y contribuyen al engrandecimiento de la civilización.

Obviamente, los activistas progresistas no tienen razón sólo porque defiendan agendas políticamente correctas. Estas personas son demasiado arrogantes y prepotentes, porque apoyan una ideología de moda y han sido adoctrinadas para creer que lo que defienden es de alguna manera correcto.

De hecho, no sería nada atrevido decir que los adeptos de la secta progresista están –en contra de lo que creen– equivocados en todo. A menudo invierten la relación causa-efecto (uno de sus mayores errores), y ninguna de las soluciones a los problemas que abordan es realmente beneficiosa para la sociedad. La ideología progresista sólo concentra el poder en los gobiernos y las grandes corporaciones, quita libertades a los individuos, transfiere ingresos de las personas productivas a los políticos parásitos, difunde la histeria sobre las agendas climáticas y, en nombre de fantasiosas reparaciones históricas y de una supuesta justicia social, crea escándalos incalificables sobre
–literalmente– cualquier cosa que implique a mujeres, negros, homosexuales, transexuales, etc.

La ideología progresista produce básicamente neurastenia patológica y escándalos masivos. No olvidemos que en la época de la pandemia, los activistas progresistas fueron los principales responsables de propagar el miedo y la histeria colectiva, convirtiéndose en histriónicos fundamentalistas de la industria farmacéutica y fervientes partidarios de cierres irracionales y tiránicos.

El estrago que la dictadura de lo políticamente correcto está actualmente ocasionando en la sociedad es enorme. Individuos de los más diversos ámbitos y ocupaciones, desde humoristas hasta periodistas, están siendo sumariamente censurados y perseguidos, se está silenciando arbitrariamente a las personas, se está produciendo una normalización de la cristofobia, la supresión de la familia
–mediante la judicialización despótica y vertical de las relaciones–, y poco a poco la sociedad se ve sometida a un sórdido y deplorable proceso de normalización, que se va consolidando a medida que los poderes establecidos institucionalizan la dictadura del pensamiento único. Y todo ésto ocurre ante nuestros ojos.

La dictadura políticamente correcta y su autoritarismo histriónico, despótico, irracional, colérico y exacerbado simplemente no tiene límites. Como toda fantasía utópica, la dictadura políticamente correcta pretende uniformar la sociedad para conformarla a sus postulados ideológicos. Su manifestación como ideología totalitaria es, por tanto, inevitable. De hecho, progresismo y totalitarismo son conceptos inseparables. El totalitarismo es la consecuencia natural de cualquier ideología utópica.

De la literatura a la ciencia, del cine a las bellas artes, de la cultura a las costumbres, lo políticamente correcto lo contamina prácticamente todo. Hace varias semanas, algunos parlamentarios del estado de Rio Grande do Sul (Brasil) presentaron un proyecto de ley para cambiar una estrofa del himno de Rio Grande do Sul, alegando que tenía una connotación racista. Querían que la frase “las personas que no tienen virtud, acaban siendo esclavas”, fuese cambiada por “las personas que no tienen virtud, acaban siendo esclavizadas”.

Por el contrario, en la primera quincena de Julio, la Asamblea Legislativa aprobó –por 38 votos contra 13– una Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) que “instituye la protección y la inmutabilidad” de los símbolos de Rio Grande do Sul, incluido su himno. Es una victoria contra la dictadura de lo políticamente correcto. Pero es una victoria relativamente insignificante en medio de tantas batallas que se están perdiendo (como la libertad de expresión). E incluso esta victoria puede ser simplemente temporal. Nada impide que, tarde o temprano, se repita la misma reivindicación. Y entonces se cambiará el himno de Rio Grande do Sul para satisfacer los caprichos ideológicos de los militantes progresistas.

La corrección política es, en la práctica, una especie de fascismo inverso multicolor. Una ideología totalitaria dispuesta a subyugarlo todo y a todos. No se puede expresar oposición a la “ideología del amor”. No tienes derecho a desafiar o cuestionar ningún aspecto ideológico del progresismo. No debes hacer absolutamente nada que vaya en contra de los postulados ideológicos de la secta progresista políticamente correcta. Ellos tienen razón en todo, y tú no tienes razón en nada. Debes renunciar a tu libertad y a tu individualidad. Todo en nombre del “amor”, la “armonía social” y la “tolerancia”, por supuesto.

Bajo la prerrogativa de la igualdad social, los derechos humanos y la reparación histórica, la ideología progresista y la dictadura políticamente correcta demuestran que, en la práctica, son fuerzas absurdamente tiránicas y despóticas, que buscan la supresión total de las libertades individuales y la sumisión de todos los ciudadanos.

En otras palabras, para decirlo sin rodeos: lo políticamente correcto es fascismo. Una forma de fascismo más multicolor, histérica e “inclusiva”. Pero sigue siendo fascismo.

Obviamente, no es la primera vez que la humanidad se enfrenta al totalitarismo. Y probablemente no será la última. Sin embargo, podemos aprender lecciones de todas las personas que han ofrecido una resistencia valiente y ostentosa al despotismo opresivo de las ideologías autoritarias.

Comience por llamar a las cosas por su nombre. No utilice la terminología progresista políticamente correcta. Llame al progresismo “ideología totalitaria”, y “tiranía” a la dictadura políticamente correcta. Llame tiranía totalitaria al actual gobierno progresista, que refuerza la dictadura políticamente correcta.

Escriba abiertamente en tus redes sociales (preferiblemente bajo perfiles creados ad-hoc, para proteger su libertad) que la tiranía sólo se mantiene mediante la amenaza de la violencia contra individuos pacíficos, y que para que exista, debe necesariamente suprimir agresivamente las libertades individuales, dado que la standardización y homogeneización de la sociedad pasa necesariamente por la censura arbitraria, que es una forma de violencia. Y el objetivo primordial de la censura es impedir la emisión, difusión y divulgación de verdades inconvenientes para la dictadura.

Obviamente, un activismo antiprogresista muy explícito puede convertirte en objetivo del estado. Así es que utilice seudónimos. Recuerde: el estado puede detener y encarcelar a unos cientos de personas, pero no puede encarcelar a todos los que se resisten al totalitarismo. Y hoy en día, con Internet, es prácticamente imposible censurarlo todo. Después de que el cómico Leó Lins fuera obligado por la Fiscalía a retirar de la plataforma de video Youtube su espectáculo de stand-up comedy titulado “Perturbador”, innumerables canales de la misma plataforma pusieron a disposición el video censurado. Ésta fue una reacción útil de innumerables personas, que valientemente rechazaron la censura arbitraria impuesta al comediante por el Ministerio Público Federal.

Es necesario enfatizar que cuando se censura a un artista, se afrenta directamente también a su público. Es el gobierno intentando decirle lo que puede consumir y lo que no, lo que debe gustarle y lo que no. Sin embargo, somos Ud. y yo quienes debemos decidir si Léo Lins es un cómico competente o no, el público que asiste a sus espectáculos, las personas que se suscriben a su canal de YouTube. El gobierno no tiene absolutamente ningún papel en ésto. El gobierno no va a decirme lo que puedo o no puedo consumir, y mucho menos qué tipo de humor debe o no debe gustarme. Y el hecho de que Léo Lins haga un humor que no sigue el manual de lo políticamente correcto, me hace apreciar y amar aún más su formidable trabajo como cómico.

Por desgracia, el fascismo políticamente correcto –como cualquier ideología totalitaria– seguirá incólume en su misión de oprimir y perseguir a la gente. No hay mucho que podamos hacer al respecto. Lo que sí podemos hacer, lo que realmente está a nuestro alcance, es promover la resistencia. En el mundo real y en el entorno virtual. Lo más importante, en el momento actual de resistencia activa, es no mostrar ningún grado de complacencia, condescendencia o sumisión. Resistir con coherencia y sin concesiones a la tiranía, es esencial para preservar nuestra Libertad.

 

 

Traducido por el Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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