La descentralización o localismo se basa inicialmente en la familia extensa o el hogar. Al agruparse con otros clanes, se convierte en una localidad que crea leyes orgánicamente para beneficio de todos.
Por otro lado, la centralización ocurre cuando fuerzas alejadas de estas localidades autónomas utilizan su poder e influencia para imponer sus costumbres a otras localidades más pequeñas. En tal situación, los individuos que antes eran libres, pierden su autogobierno y la opción de elegir entre diversos estilos de vida, convirtiéndose así en herramientas utilizadas para beneficiar a quienes ostentan el poder en tierras lejanas, bajo una política cada vez más conformista.
Las personas concibieron los gobiernos para su propio beneficio y para reflejar la ley eterna, pero con el tiempo se vuelven tan poderosos y efectivos, que comienzan a manipular al pueblo para su propio beneficio. Los estados democráticos representativos tienden a terminar centralizando el poder político en un puñado oligarcas. La autoridad central comienza a infiltrarse y a apoderarse de toda institución rival y competidora capaz de impedir su progreso. Someten al gobierno local, las iglesias, los lazos familiares o tribales, las leyes y las costumbres locales a la voluntad de la mayoría, impuesta por una pequeña minoría de poderosos funcionarios gubernamentales. Además, sólo la gran mayoría es soberana. La gran mayoría a nivel federal anula a numerosas mayorías más pequeñas y diversas en localidades más pequeñas. Inevitablemente, la democracia representativa conduce a “Una Mayoría para Gobernarlos a Todos”.
Una vez que el poder se centraliza en la mayoría a nivel federal, ésta crea estructuras de acción política con poderosos grupos de interés. El dinero y el poder es transferido entre estos grupos a medida que manipulan cada vez más la situación a su favor, y anuncian a los votantes que ellos son vitales para mantenerlos. Por ejemplo, las compañías farmacéuticas y los políticos se reparten miles de millones de dólares entre ellos, y anuncian las inoculaciones y los medicamentos como la erradicación de la muerte y de las enfermedades, la salvación de la humanidad.
En realidad, el servicio local que suministra agua potable tiene un impacto más significativo en el saneamiento, la salud y la esperanza de vida. Sin embargo, carece de defensores en Washington D. C., por lo que su contribución pasa desapercibida. La comida, el aire fresco y el ejercicio son muy importantes para la salud, pero los huevos de gallinas de campo no tienen defensores, por lo que los fármacos recibirán muchos más elogios. Puede que sean excelentes en lo que hacen, costándoles sumas considerables en “atención médica” y salvando a personas que están gravemente enfermas. Sin embargo, no son tan efectivos a la hora de mantener a la gente sana, evitar que necesiten atención vital, ni ahorrarles el alto precio que conlleva.
Mediante regulaciones, los oligarcas impiden la competencia de individuos, autoridades locales, comerciantes locales, agricultores y otros. Al mismo tiempo, subvencionan a las corporaciones, banqueros, políticos y aliados más prominentes. Con el tiempo, manipulan a la sociedad para adaptarla a su mejor servicio para la autoridad central. La naturaleza humana, la mente e incluso el alma, se adaptan según las necesidades.
En “Los demonios de la democracia liberal”, el profesor de política Adrian Pabst desdeña la democracia representativa porque es precisamente antidemocrática. Una pequeña oligarquía centralizada domina el poder político y financiero, y su control se expande hasta convertirse en totalitarismo.
Por ejemplo, en 2017, 82% de la creación de riqueza estaba en manos del 1% más rico. El poder central no tiene competencia porque establece las reglas del juego. Los estados democráticos modernos no enfrentan oposición; dominan el mercado de la gobernanza. Si llevo mi coche a reparar a los Amish y deciden cambiarlo por un cochecito, es improbable que vuelva a ellos para que lo reparen. Sin embargo, por muy deficientes que sean los servicios del gobierno, nos vemos obligados a volver al mismo sistema. El estado moderno es el destructor de la diversidad. Muchos protestantes e incluso católicos, por no hablar de agnósticos y ateos, tienen una idea errónea de la infalibilidad papal, creyendo que todo lo que dice el papa es infalible. Con razón, afirman que ésto sería una doctrina peligrosa. Sin embargo, damos este margen de maniobra a los funcionarios y jueces del gobierno federal. Cualquier declaración de estos papas seculares, se vuelve legalmente vinculante para los ciudadanos, siempre que sean ellos quienes la pontifiquen.
La democracia centralizada afirma estar para el pueblo llano, pero es lo contrario. El gobierno federal es el máximo responsable. Le dicta a los estados, quienes le dictan a las ciudades y condados, quienes le dictan al individuo sin poder. Bajo la monarquía, el plebeyo tenía la autoridad en caso de disputa con su señor. Cada ciudadano y señor inferior debía decidir si los niveles superiores de la jerarquía habían violado sus derechos.
Además, ¿quién decide lo que desea la gente? En realidad, es una pequeña minoría de políticos y defensores quienes deciden lo que desea la mayoría. Si la mayoría rechaza su decisión, utilizan la propaganda para persuadirla a que se ajuste a sus deseos con el tiempo. El “gobierno de la mayoría” es, en realidad, el gobierno de una pequeña minoría, influyente y poderosa. Christophe Buffin de Chosal observó: “El objetivo del estado es que la población acepte el sistema social, político y económico que impone … la población, condicionada de esa manera, sentirá espontáneamente repugnancia ante las ideas disidentes que el estado ha designado como enemigas del sistema vigente”. En todo el mundo, los países musulmanes producen una población devota que desea la sharia, y las democracias seculares producen secularistas enamorados de la democracia, etc. Todo gobierno manipula la cosmovisión de su pueblo para arrearlo a su antojo.
Al tener un área tan extensa que controlar, la que la gente no tiene contacto directo, los políticos en formas centralizadas de gobierno pueden convencer más fácilmente a los ciudadanos de las virtudes de la redistribución de la riqueza. En mi pequeño pueblo de Vermont, sería difícil justificar una redistribución forzada porque la gente se conoce. Saben que Dave es un borracho, rara vez trabaja y es pésimo con el dinero; no quieren financiar ni invertir en sus malas decisiones. Asimismo, saben que Karl trabaja sesenta horas a la semana y es un hombre honesto que aporta a la comunidad. Consideran inmoral que un político provoque envidia a Dave asegurándole que, si vota por él, redistribuirá el dinero de Karl. Sería más difícil para Dave querer robarle al hombre que conoce y que lo ha ayudado en situaciones difíciles. Pero en una sociedad grande, es mucho más fácil agrupar a la gente en masas impersonales y desconocidas, vilipendiarlas y demonizarlas para extraerles su riqueza.
La Edad Media descentralizada proporcionó un enfoque de gobierno democrático y de mercado abierto, en el que floreció la verdadera diversidad. La descentralización obliga a un gobierno a comportarse correctamente, a tratar bien a sus ciudadanos, y a evitar la corrupción, o se arriesga a perder sus fuentes de ingresos (los pagadores de tributos) ante otro reino competidor. Además, la diversidad ofrecería a las personas la posibilidad de elegir y escapar de la opresión; los gobiernos corruptos siempre buscan la centralización para evitar las consecuencias de su corrupción.
Además, en un sistema descentralizado, el pueblo puede destituir fácilmente a un tirano. Un rey no tenía el monopolio del poder militar como el estado moderno. A menudo, sus propios vasallos contaban con ejércitos más poderosos que él. El tirano era un solo hombre, y una sola flecha o una gota de veneno podían derrocarlo. Mejor aún, podía ser ignorado. Si intentaba promulgar leyes opresivas, por ley debía ser resistido, y todo su reino estaría en su contra. Un gobierno centralizado que promulga leyes opresivas o explota a sectores de su país, cuenta a menudo con el apoyo de la mitad del país, independientemente de lo que haga. Cualquier acción es declarada legal con sólo promulgarla. El resto de la gente es impotente en nuestro sistema centralizado, jerárquico y vertical.
La diversidad política sólo existe en un sistema descentralizado. Incluso hoy, sólo los musulmanes pueden entrar a la ciudad de La Meca. Me encanta. Me encanta porque se toman su fe en serio; creen que la ciudad es sagrada y no debe ser contaminada por cristianos ni judíos. Puede que discrepe con sus creencias, pero me gustan sus convicciones, su capacidad y su libertad para tomar esas decisiones.
Si adoptáramos la descentralización, se eliminaría tanta ira y odio mutuo. Podríamos vivir con personas con ideas afines, gobernadas como queramos. Todos, “nosotros, el pueblo”, nos beneficiaríamos. Quienes sufrirían serían los burócratas y nuestros señores feudales en Washington D.C. Nuestro gobierno democrático nos presiona, diciéndonos que debemos ser más diversos. Creo que es hora de que les digamos que sean más diversos; que sean más tolerantes con los diferentes sistemas de gobierno y formas de vida.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko