Un discurso sobre los ejércitos permanentes; mostrando la locura, la inutilidad y el peligro de los ejércitos permanentes en Gran Bretaña, de Thomas Gordon, publicado en 1722, es una obra literaria importante en el canon del liberalismo clásico, que critica la presencia y el papel de los ejércitos permanentes en el gobierno de los estados.
El discurso de Gordon profundiza en el contexto histórico de los ejércitos permanentes, extrayendo lecciones de la Guerra Civil Inglesa y la posterior Revolución Gloriosa. Aquí se resumen los principales puntos y argumentos de Gordon, y se evalúa la importancia de su discurso en el contexto del caso británico, y posteriormente el estadounidense, basándose en los escritos de James Madison, William Graham Sumner y Dwight D. Eisenhower. Porque, como afirmó el colaborador de Gordon en la redacción de Cartas de Catón, el parlamentario Whig John Trenchard, al comenzar su Breve historia de los ejércitos permanentes en Inglaterra, “Un ejército permanente es esclavitud, papado, mahometismo [sic], paganismo, ateísmo”. –en resumen, algo incompatible con la preservación de las libertades inglesas evolucionadas, tan valoradas por Trenchard, Gordon, sus compañeros de la Commonwealth, y la generación posterior de norteamericanos británicos a quienes inspiraron: Jefferson, Madison y los patriotas estadounidenses.
Gordon comienza su discurso examinando los antecedentes históricos de los ejércitos permanentes, particularmente en el contexto de Inglaterra. Destaca los efectos perjudiciales de los ejércitos permanentes sobre las libertades civiles y el equilibrio de poder entre el gobierno y el pueblo. Gordon sostiene que, por su naturaleza, los ejércitos permanentes representan una amenaza a la libertad, porque empoderan al estado para ejercer control sobre sus ciudadanos a través de la fuerza. Sostiene que los ejércitos permanentes son inherentemente opresivos y conducentes a la tiranía, ya que proporcionan a los gobernantes los medios para reprimir la disidencia y mantener el poder por la fuerza, en lugar del consentimiento.
A partir de la Guerra Civil Inglesa y la posterior Revolución Gloriosa, Gordon ilustra cómo los monarcas utilizaron ejércitos permanentes para subyugar a sus súbditos y reprimir la disidencia. Advierte sobre los peligros de permitir que los ejércitos permanentes se conviertan en instrumentos de opresión, y defiende la importancia de mantener el control civil sobre los militares. De hecho, en lugar de un ejército permanente, Gordon aboga por el establecimiento de milicias compuestas por ciudadanos comunes y corrientes, como salvaguarda contra el abuso del poder militar por parte del gobierno. Sostiene que las milicias, al estar compuestas por el propio pueblo, tienen más probabilidades de defender los intereses de la población y resistir la tiranía estatal.
Por lo tanto, el discurso de Gordon resuena claramente con las advertencias posteriores de James Madison, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, quien expresó su preocupación por las amenazas potenciales que planteaban los ejércitos permanentes a la libertad y la democracia tocquevilliana. Madison argumentó que los gobiernos opresivos podrían utilizar ejércitos permanentes para reprimir la disidencia e infringir los derechos de los ciudadanos. Específicamente, en sus contribuciones a The Federalist Papers, abogó por un sistema de controles y equilibrios para evitar la concentración de poder en manos del gobierno, y advirtió contra el peligro de permitir que los ejércitos permanentes se conviertan en una herramienta de tiranía. Hasta este punto, en su discurso en la Convención de Ratificación de Virginia el 16 de Junio de 1788, Madison se pronunciaría de la siguiente manera:
Una fuerza militar permanente, con un Ejecutivo demasiado grande, no será por mucho tiempo un compañero seguro para la libertad. Los medios de defensa contra el peligro extranjero, siempre han sido instrumentos de tiranía en casa. Entre los romanos era una máxima permanente provocar una guerra cada vez que se temía una revuelta. En toda Europa, los ejércitos mantenidos con el pretexto de defender, han esclavizado a los pueblos”.
De manera similar, casi un siglo después, cuando la república estadounidense daba sus primeros pasos en el camino hacia el imperio, William Graham Sumner, profesor de sociología de Yale y uno de los últimos liberales clásicos estadounidenses, advirtió contra los peligros de emular las políticas imperialistas de naciones europeas. Sumner advirtió que Estados Unidos corría el riesgo de socavar sus principios fundacionales de libertad y democracia, al seguir el camino del militarismo y el imperialismo, argumentando en su ensayo de 1898 La conquista de los Estados Unidos por España, que los ejércitos permanentes y la intervención militar en el extranjero conducirían inevitablemente a la expansión del poder gubernamental y a la erosión de las libertades civiles. Como lo expresó décadas más tarde el historiador liberal clásico de la Escuela Austriaca, Ralph Raico, al comentar el ensayo de Sumner, tal giro necesariamente debe cambiar el poder:
De las comunidades y los estados al gobierno federal y, dentro de éste, del Congreso al presidente … Así, el sistema estadounidense basado en el gobierno local, los derechos de los estados, y el Congreso como voz del pueblo a nivel nacional, daría paso cada vez más a una burocracia inflada, encabezada por una presidencia imperial.
De hecho, como Sumner había escrito en 1898, amonestando a quienes menospreciaban al Country Party heredado, antigua tradición Whig en favor de la búsqueda del imperio, “Es en virtud de esta concepción de una mancomunidad que Estados Unidos ha defendido algo único y grandioso en la historia de la humanidad, y que su gente ha sido feliz”.
Como explica Raico, “el sistema que los Fundadores nos legaron, sostuvo Sumner, era delicado, preveía la división y el equilibrio de poderes, y apuntaba a mantener el gobierno pequeño y local”, siendo el gran peligro “los enredos extranjeros”, como había advertido Washington.
Porque, en palabras de Raico, “una política de aventurerismo exterior, por la naturaleza de las cosas, doblaría y torcería y, en última instancia haría añicos nuestro sistema original”. Es apropiado, entonces, recordar la advertencia original de Gordon de que “casi todos los hombres desean el poder, y pocos pierden la oportunidad de conseguirlo, y todos los que están dispuestos a sufrir por él, deberían estar estrictamente en guardia en tales coyunturas que tengan más probabilidades de aumentar y hacerlas incontrolables [sic]”.
A pesar de su eventual dominio de vastas zonas del globo, los británicos nunca contratarían un vasto ejército permanente para la mayor parte del Imperio británico. Sólo en el siglo XX, el siglo del estatismo y la guerra total, los británicos se involucrarían en el servicio militar obligatorio y en la creación de una industria armamentista permanente, estrechamente vinculada con el gobierno. Lo mismo, por supuesto, ocurriría en Estados Unidos. En un momento de increíble reconocimiento, Dwight D. Eisenhower, general de cinco estrellas y 34º presidente de los Estados Unidos, se hizo eco de estas preocupaciones en su famoso discurso de despedida, en el que advirtió contra la creciente influencia del propio complejo militar-industrial emergente de los Estados Unidos, diciendo en parte: “Esta conjunción de un inmenso establecimiento militar y una gran industria armamentista, es una nueva experiencia americana … Sin embargo, no debemos dejar de comprender sus graves implicancias”.
Eisenhower continuó advirtiendo que la estrecha relación entre el establishment militar y los contratistas de defensa podría conducir a la influencia indebida sobre la política gubernamental y a la perpetuación de una economía de guerra permanente. Instó a los estadounidenses a permanecer atentos a los peligros del militarismo, y a defender los principios de la democracia y de la libertad individual, algo así como una franca ironía, ya que fue su obtención de la nominación republicana a la presidencia lo que posiblemente hizo más que cualquier otra cosa para destruir a la Vieja Derecha descripta por el economista e historiador Murray N. Rothbard; un movimiento que tomaba en serio cuestiones como la solidez del dinero y el gobierno limitado. Y a medida que estos grandes sectores de la burocracia y la economía estadounidenses se orientaron hacia la guerra, la teoría de la Public Choice fácilmente podría haber predicho que intereses tan dispuestos a orientarse hacia la capacidad bélica, engendrarían la guerra. Como había advertido Gordon, siempre podían encontrarse tales “razones” justificativas. Y, como había advertido nuevamente James Madison, “Ninguna nación podría preservar su libertad en medio de una guerra continua” en la que, declarada o no, Estados Unidos prácticamente ha estado desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
En conclusión, El discurso de los ejércitos permanentes de Thomas Gordon proporciona información valiosa sobre los peligros de los ejércitos permanentes, y su amenaza potencial a la libertad y la democracia. Los argumentos de Gordon resuenan con las advertencias de James Madison, William Graham Sumner y Dwight D. Eisenhower, quienes advirtieron contra los peligros de permitir que los ejércitos permanentes se conviertan en instrumentos de opresión, ya sea mediante su aplicación directa o mediante la aplicación de grandes impuestos para recaudar las enormes sumas necesarias para sostenerlos. El discurso de Gordon sirve como recordatorio de la importancia de mantener el control civil sobre los militares, y defender los principios de libertad y democracia.
En una era marcada por un creciente militarismo y conflictos globales, las ideas de Gordon siguen siendo tan relevantes hoy como lo fueron en el siglo XVIII, y sirven como un recordatorio atemporal de los peligros del poder militar desenfrenado y, específicamente, del mantenimiento de ejércitos permanentes.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko