Neoconservadurismo: una visión globalista secularizada que destruirá la civilización occidental

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    La reciente controversia sobre la incursión israelí en la franja de Gaza ha revelado también algunas fisuras profundas dentro del Movimiento Conservador. Porque a pesar del apoyo masivo a la invasión israelí, tanto por parte de los demócratas como de los republicanos del establishment, ha habido voces de advertencia en la derecha, en particular por parte de importantes periodistas como Tucker Carlson (a través de su popular podcast) y Candace Owens (en su disputa con Ben Shapiro por su uso de la expresión “Cristo es Rey”, considerada antisemita por Shapiro).

    Para comprender los elementos esenciales y las cuestiones involucradas, es necesario comprender el importante papel y la compleja historia del movimiento denominado “neoconservadurismo” como determinante intelectual en la América contemporánea, con sus raíces en el marxismo y en una reimaginación secularizada del universalismo de influencia sionista. Y para hacer ésto debemos regresar a sus orígenes y a las diferencias agravadas entre las facciones ideológicas en desarrollo dentro del comunismo en Rusia después de la muerte en 1924 de Vladímir Ilích Uliánov (a) Lenin, y la lucha política resultante entre los dos principales líderes que surgieron, Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (conocido como Iósif Stalin) y Lev Davídovich Bronstein ((conocido como Lev Trotsky).

    Trotsky, un judío secularizado, propuso una posición marxista-leninista que enfatizaría la revolución proletaria global y la dictadura del proletariado basada en la autoemancipación de la clase trabajadora, y una forma de democracia universal de masas (obrera) que se lograría mediante una revolución sangrienta. A diferencia de la posición stalinista, que postulaba el establecimiento del “socialismo en un país” como requisito previo para promover la causa socialista en otros lugares, Trotsky propuso la teoría de una “revolución global permanente” entre la clase trabajadora, que conduciría a una especie de parusía eventual, un paraíso global. lo que extirparía no sólo el capitalismo, sino todos los restos heredados del pasado histórico y cristiano.

    Las diferencias dentro de las ramas del marxismo y el comunismo, entre los devotos del enfoque de Trotsky y el stalinismo más insular, existían igualmente en Estados Unidos, a pesar de la aparente unidad de la izquierda en apoyo al esfuerzo bélico después del ataque de Alemania a la Unión Soviética en 1941. La fricción nunca disminuyó.

    El punto de quiebre final para muchos de los marxistas que en unas pocas décadas lograrían afianzarse en el movimiento conservador estadounidense, llegó posiblemente con el aumento del antisemitismo bajo Stalin, inmediatamente antes y después de la Segunda Guerra Mundial en Rusia (por ejemplo, el infame “complot de los doctores” y las purgas stalinistas de la intelectualidad comunista, algunos de los cuales eran judíos). Horrorizados y desilusionados por lo que consideraban la perversión de la revolución socialista, estos “peregrinos de la izquierda comunista” –que eran en gran parte de origen judío– avanzaron hacia un anticomunismo explícito. Entre ellos se destacaron Norman Podhoretz e Irving Kristol, quienes tenían hijos que ocuparían un lugar destacado en el actual establishment neoconservador.

    Estos ex marxistas pronto comenzaron a ser conocidos como “neoconservadores”, etiqueta que varios de ellos aceptaron fácilmente, debido a su posición sobre la amenaza comunista de la Guerra Fría. Kristol incluso fue autor de dos libros, Reflections of a Neo-Conservative: Looking Back, Looking Forward (1983) y The Neo-Conservative Persuasion: Selected Essays, 1942-2009 (2011), en los que reclamó con orgullo ese título. Sin embargo, también reconoció sus raíces en la versión trotskista de la ideología comunista [véase, por ejemplo, su ensayo Reflexiones de un trotskista, incluido en Reflexiones de un neoconservador, también impreso en The New York Times Magazine, 23 de Enero, 1977].

    Abrazados por una generación anterior de conservadores, e invitados a escribir para publicaciones conservadoras, los neoconservadores pronto comenzaron a ocupar posiciones de liderazgo e importancia. Lo que es más significativo, alteraron posiciones que habían estado asociadas con el antiguo movimiento conservador, a menudo denominado “paleoconservadurismo”, para reflejar su propia visión. Porque, aunque repelidos por los efectos del comunismo soviético, trajeron consigo una visión del mundo extraída de la izquierda. Y trajeron consigo un celo implacable por promover su propia forma de globalismo.

    Una admisión notable de esta genealogía se produjo en 2007, en las páginas de NationalReviewOnline. Aquí uno encuentra la expresión de simpatías claramente importadas de la otrora extrema izquierda, y presentadas en una antigua publicación de la Vieja Derecha. Como lo explica el colaborador Stephen Schwartz:

    “Hasta mi último aliento, defenderé a Trotsky, quien solo y persiguido de país en país, y finalmente enterrado en su propia sangre en un horrible invernadero en la Ciudad de México, dijo no a los mimos soviéticos al hitlerismo, a las purgas de Moscú y a la traición a la República española, y que tuvo la capacidad de admitir que se había equivocado tanto en la imposición de un estado de partido único como en el destino del pueblo judío. Hasta mi último aliento y sin disculparme. Dejemos que los neofascistas y stalinistas en su segunda infancia hagan con ello lo que deseen”.

    A finales de la década de 1990, los neoconservadores se habían apoderado de la mayoría de los principales órganos de opinión, revistas y centros de estudios conservadores. También ejercieron, significativamente, una tremenda influencia política en el Partido Republicano (y hasta cierto punto dentro del Partido Demócrata, al menos durante la presidencia de Bill Clinton). Kristol distinguió cuidadosamente su doctrina del conservadurismo tradicional de la Vieja Derecha. Era progresista y “con visión de futuro” en su actitud hacia cuestiones sociales como los derechos civiles, en lugar de reaccionario como el conservadurismo anterior. Sus partidarios se regocijaron con los proyectos de ley de derechos civiles de la década de 1960, a diferencia del National Review de Buckley en ese momento (que, por supuesto, se alineó después). Los neoconservadores también se mostraron favorables a los esfuerzos por legislar una mayor igualdad para las mujeres y para otros grupos a quienes, según creían, hasta ahora se les había impedido realizar el sueño americano.

    En lugar de simplemente atacar el poder estatal o abogar por un retorno a los derechos de los estados y a un mayor autogobierno local, según Kristol los nuevos conservadores esperaban aprovechar la ley federal existente. Creían que la promesa de igualdad, que los neoconservadores encontraron en la Declaración de Independencia, tenía que ser promovida en el país y en el extranjero, y los conservadores estadounidenses, predicaban, debían liderar los esfuerzos para lograr la democracia global, en contraposición con los esfuerzos ilógicos y destructivos de la izquierda dura, o la postura reaccionaria de la vieja derecha.

    La retórica y las iniciativas neoconservadoras no quedaron sin oposición en las filas de los conservadores más tradicionales. De hecho, nada menos que el “padre” del movimiento intelectual conservador de la década de 1950, Russell Kirk, denunció públicamente a los neoconservadores. Destacando la genealogía intelectual judía de los principales escritores neoconservadores, en un discurso pronunciado en Octubre de 1988 en la Heritage Foundation, Kirk lanzó el guante. “No es raro que haya parecido que algunos neoconservadores eminentes confundieran Tel Aviv con la capital de Estados Unidos –posición que les resultará difícil mantener a medida que las cosas vayan derivando”, declaró Kirk. La autora judía Midge Decter, esposa de Norman Podhoretz y directora del Comité para el Mundo Libre, calificó el comentario de Kirk como “una muestra sangrienta de antisemitismo”.

    La resistencia de Kirk y las advertencias de Paul Gottfried, Sam Francis, Patrick Buchanan y otros de opinión similar, enfatizaron las marcadas diferencias entre la Vieja Derecha y los neoconservadores en ascenso. Incluso más que los ataques contra Kirk, Patrick Buchanan se convirtió en blanco de ataques neoconservadores y judíos. Buchanan acusó a los neoconservadores de atizar la fiebre de guerra iraquí a instancias del “Ministerio de Asuntos Exteriores israelí”. En un artículo en The Washington Times, Mona Charen, ex funcionaria de la administración Reagan, acusó a Buchanan de utilizar “neoconservador” como sinónimo de “judío”.

    A medida que esos ex marxistas avanzaban hacia la derecha hace más de medio siglo, el modelo lingüístico y las ideas asociadas con el “excepcionalismo estadounidense” fueron refinados por ellos para significar la superioridad universal de su visión de la experiencia estadounidense, en muchos casos a través de la lente de Sionismo político. Por ejemplo, el pensador político neoconservador Allan Bloom ofrece ésto en su The Closing of the American Mind: “Y cuando nosotros, los estadounidenses, hablamos seriamente de política, queremos decir que nuestros principios de libertad e igualdad, y los derechos basados en ellos, son racionales y aplicables en todas partes”. Los estadounidenses deben participar en “un experimento educativo emprendido para obligar a quienes no aceptan estos principios, a hacerlo”.

    Aunque el volumen de Bloom fue publicado en 1987, ¿los imperativos enunciados entonces no encuentran expresión en el movimiento actual hacia un “reinicio global”?

    Además, estos marxistas en recuperación interpretaron su concepción de una socialdemocracia estadounidense en cruzada en la fundación estadounidense. Atrás quedaron las referencias de admiración hacia el gran pensador constitucional sureño John C. Calhoun, tan favorecido por Kirk en The Conservative Mind (1953). Autores importantes como el sureño Mel Bradford o el paleoconservador Paul Gottfried, fueron sumariamente eliminados de las cabeceras y de los consejos editoriales de revistas de opinión, recientemente controladas por los neoconservadores, y sus ensayos –antes ansiosamente buscados y muy respetados– fueron ahora rechazados para su publicación.

    En realidad, tanto la izquierda multicultural como la derecha neoconservadora comparten un compromiso básico con ciertas ideas y expresiones. Ambos utilizan una fraseología comparable: sobre “igualdad” y “democracia”, “derechos humanos” y “libertad”, y la conveniencia de exportar e imponer “nuestros valores democráticos”, ya sea en Ucrania o en otros lugares. A pesar de esta superposición, tanto la izquierda dominante como la derecha neoconservadora intentan dar significados diferenciados a la doctrina de la igualdad que ambas partes comparten con igual entusiasmo.

    Pero dejando de lado las apariencias quiméricas, en su celoso apoyo a la imposición de un globalismo secular, su defensa de la legislación de derechos civiles de la década de 1960, y su defensa de la igualdad de derechos para las mujeres (ahora extendida al matrimonio entre personas del mismo sexo, e incluso del transgénero), los neoconservadores reflejan las posiciones políticas de la izquierda. Así, en la medida en que afirman representar al conservadurismo o al Partido Republicano, su supuesta oposición al tsunami de izquierda que envuelve lo que queda de la nación estadounidense es, en el mejor de los casos, una mera fachada y, en el peor, una colaboración abierta, que sólo permite que el virus mortal destruya nuestra civilización.

     

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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